Dia 77: Abierto de Polo

La sociedad de Barbados se divide del mismo modo en que se dividen todas: los que tienen y los que no. Era el día que nos tocaba observar de cerca a los que tienen en Barbados.  Como el torneo era a la tarde nos dedicamos a descansar en cubierta y sacar algunas fotos para registrar el paraíso en el que nos había dejado el Volvo esperando sus repuestos.

Después del mediodía decidimos iniciar nuestro camino hacia el desconocido mundo del polo. Desde mediados de los ochenta que no tenia un taco de polo cerca. En aquella oportunidad mi gran amigo Juan Pablo Garat, me había intentado enseñar como se taqueaba durante una de mis estadías en el campo de su familia. Desde entonces no había vuelto a ver Polo mas que en las noticias, cuando alguno noticiero argentino decidía compartir el deporte de la elite con la mayoría de los que no tienen cable.

En el camino de ida preguntamos en el centro por el club de polo y nos indicaron que debíamos subirnos en un bus con el resto de los que no tienen nada. Como nosotros tampoco teníamos mucho, logramos camuflarnos en el bus que transitaba la ruta que recorría la costa oeste de la isla. Teníamos que bajarnos cerca del afamado club de golf Sandy Lane, del cual el millonario del polo también era dueño. Era curioso ver como una porción tan grande de un país tan pequeño estaba en manos de una sola familia. Esto sucede en muchas naciones pero es mas evidente de ver en una nación insular que puede recorrerse en una tarde arriba de un autobús.

Serian las dos de la tarde cuando el chofer el bus nos hizo señas de que nos aproximábamos al sector elitista en el que debíamos bajarnos. No teníamos pinta de empleados ni de polistas, por lo que el chofer se habrá quedado pensando que estaríamos haciendo en aquel sector privilegiado. Tal vez no se pregunto nada y se limito a mirar su reloj para constatar que aun le quedarían dos vueltas a la isla.

La zona de Sandy Lane

La zona de Sandy Lane

Caminamos como un kilometro alejándonos de la costa y los autos de categoría que nos dejaban bajo el polvo nos daban la indicación de que estábamos yendo bien. Vimos las banderas a lo lejos y el ambiente que se tornaba cada vez mas exclusivo. Se veían cuatro tipos de personas: los empleados, los espectadores, los polistas y nosotros. Sapo de otro pozo es una expresión que calza bien para esta experiencia. Éramos sapos alegres si se quiere, que salíamos de la humedad del barco para observar a la alta sociedad de Barbados en uno de los eventos mas celebrados del año. Alguien nos comento que este era el relanzamiento del Abierto de Polo de la isla y se notaba que le habían invertido esfuerzo, dedicación y sin duda dinero.

El Barbado Polo Club

El Barbado Polo Club

Cuanto mas nos adentrábamos en el club mas nos sorprendía la escena. Las chicas no se parecían en nada a las que bailaban todas las noches en el Boatyard. Con sus vestidos floreados y sus ojos claros ocultos bajo lentes bien oscuros, ni siquiera notaban nuestra presencia.

Fuimos en busca de los argentinos que nos habían invitado y no nos costo tanto encontrarlos. Eran los únicos dos sudamericanos de todo el torneo y en seguida nos dijeron donde se estaban preparando para su partido. Los muchachos nos recibieron con un abrazo provinciano que parecía el reencuentro con antiguos amigos. Ellos también estaban alegres de encontrar compatriotas en una isla en la que se creían los únicos argentos. No quisimos distraerlos mucho dado que a eso habían venido desde las pampas: a jugar.  Nos colocamos a un costado de la cancha como si no nos correspondiera subir a los palcos en el que los espectadores apreciarían el deporte y conversarían sobre lo banal de sus vidas.

Cada charla, en cada reunión, en cada ciudad se parece un poco en que son las personas reuniéndose e intercambiando frases idiomáticas las que conforman el evento mismo. El evento no son los chukkers, ni los goles, ni las jugadas. El evento es la gente que va al evento. El publico no es el que va a ver lo que sucede. El publico es el evento en si. Nosotros como meros observadores de esta realidad nos estábamos divirtiendo bastante.

Polo en Barbados

Polo en Barbados

Los caballos habían ya comenzado a correr y los polistas a golpear la bocha blanca. Cuando estaban en el otro extremo de la cancha, la bocha blanca se perdía en el tapete verde e impecable sobre el que habrían trabajado durante meses los jardineros de la cancha. El clima acompañaba con una fresca brisa y un sol radiante.

El partido comenzó y el compatriota entro a la cancha a reemplazar a otro que tenia cara de jugador adinerado sin mucha idea de polo. La bocha iba y venia y se nos hacia complicado seguir al argentino. Cada tanto nos pasaba cerca y lo reconocíamos, pero enseguida nos distraíamos con alguna chica que pasaba sin mirarnos y se nos volvía a perder.

Pasaron los chukkers, se sucedieron los goles y se cambiaron caballos infinidad de veces. Viendo esto me quede dudando en la satisfacción de los animales de jugar un deporte que no habían creado y del cual eran solo títeres. De todos modos algo me dice que en el caballo debe haber algo de disfrute en esos piques a fondo tras la bocha.

La tarde fue cayendo y empezaron otros partidos. No se bien que resultados se dieron pero el publico parecía contento. La interacción social seguían en auge y tras probar un par de copas gratis que nos dieron los mozos que pasaban con las clásicas bandejas sentimos que era hora de volver a la humedad del Tremebunda. Nos despedimos del polista y su petisero. Le agradecimos la invitación y les deseamos suerte en su regreso. Ellos nos devolvieron el gesto con saludos y abrazos. Nunca mas volvimos a verlos pero el polo de Barbados aun se sigue preguntando quienes eran esos dos sujetos de bermudas en su cancha recién estrenada.

Dia 72: La embajada

La alarma sonó por primera vez en 72 días. Era la misma que yo había usado para ir a la Universidad a las clases de las 7 AM. El reloj despertador marcada las seis, pero pronto nos dimos cuenta de que en verdad eran las cinco. Algo de nuestra conexión eléctrica había hecho andar el reloj mas rápido y por ende el despertador sonó una hora antes. Mi hermano se levanto de todas formas y comenzó con su ritual de café sin azúcar. Mientras alistaba sus bolsos paso una lluvia pasajera que nos hizo cotejar la posibilidad de volver a mojarnos en la remada hasta el muelle. Por suerte paro pronto y a las seis mi hermano y yo nos subimos al bote inflable con los bolsos listos para la partida. Aun era de noche, y la calma de la bahía era total. Reme los ochenta metros que nos separaban del muelle del Boatyard.  Atamos el bote y bajamos los bolsos. Atravesamos la pista de baile en la que no quedaban rastros de la fiesta de la noche anterior. Evidentemente habían limpiado. Fuimos hasta la calle esperando encontrar algún taxi. No tardamos mucho en ver uno y pararlo. El abrazo de agradecimiento y emoción no duro demasiado. Al fin y al cabo nos volveríamos a ver pronto en la ciudad en la que iba a quedarme. No era un adiós, era un hasta luego.

Me volví sonriendo hasta el bote. Reme los ochenta metros de regreso al barco y comencé a calentar agua para unos mates. Hoy era el día que nos tocaba ir a la embajada americana para volver a solicitar la visa de turista de Eduardo. En Buenos Aires se la habían negado y desde entonces acarreábamos una rabia inexplicable que se conecta con la injusticia y las limitaciones que nos impone el poder político. De todos modos me quede meditando en que seguramente hoy algún oficial con mas sentido común entendería el espíritu deportivo de esta travesía y le daría la posibilidad a Eduardo de llegar conmigo hasta Miami.

Al rato, mientras amanecía Eduardo se asomo desde el camarote. Pregunto por la partida de mi hermano y le dije que todo había salido bien. En esos momentos estaría por abordar su avión hacia Miami. Se llevaba consigo el cuaderno de bitácora que hoy tengo a mi lado como ayuda memoria de la etapa en la que nos acompaño en el 2003.

Eduardo bajo a darse un baño y a prepararse para la entrevista en la embajada. El turno lo teníamos ocho y media, por lo que no había mucho tiempo que perder. A los veinte minutos estaba de vuelta peinado y afeitado.

Edu en el muelle en camino a la embajada

Edu en el muelle en camino a la embajada

Volvimos a caminar hasta el centro entusiasmados con la idea de revertir el acto injusto cometido por el oficial de la embajada en Buenos Aires. La actividad en Bridgetown se notaba a simple vista. Era el primer día de la semana y al parecer todo estaba abierto: los negocios, los bancos, los restaurants y los mercados.

En camino a la Embajada

En camino a la Embajada

Preguntando a los locales logramos descifrar donde quedaba la embajada. El acento del ingles de Barbados me era poco familiar y en cierto modo me era bastante complicado entenderlo.

Antes de ocho y media estábamos ya sentados en el hall de espera de la embajada americana en Barbados. Era bien distinto al hall en el que uno aguarda en Buenos Aires. Los ventiladores de techo refrescaban a la gente que aguardaba su turno para obtener el visado que le permitiera ingresar al país desde el que hoy escribo. Nuestro caso era sencillo: estábamos transportando este velero de Buenos Aires a Miami y Eduardo se regresaría desde allí dos o tres días después de nuestro arribo. El oficial de la embajada en nuestro país había juzgado la historia del velero como algo “extraño” y había decidido sin mas negarle la visa a mi compañero. Dado que habíamos llegado navegando hasta aquí, podíamos probar que el velero no era una historia extraña, sino el modo en el que estábamos viajando hasta el país de la embajada.

Aguardamos como media hora hasta que nos atendieron. Cuando nos llamaron lo acompañe a Eduardo para asegurarnos de que  el ingles de Barbados no fuera un impedimento para la comunicación.

El oficial nos atendió de modo amable y escucho el caso con atención. Sin decir mucho no pidió que aguardáramos que debía consultar algo. Esto a decir verdad nos entusiasmo, como si hubiera abierto una puerta que pudiera conducirnos a la visa. Cinco minuto mas tarde llego con la realidad de embajada que no nos esperábamos, no podría otorgarnos la visa dado que ya había sido negada en otra embajada unos meses antes. Era un procedimiento estándar, por el cual no podían siquiera considerar el caso por haberse negado la visa en Buenos Aires. Intentamos preguntarle que otras opciones teníamos para hacer el reclamo, pero no nos dio ninguna posibilidad. Era imposible que consideraran el caso dado que tenia el antecedente de visa negada. Nos devolvieron los cien dólares del tramite dado que aceptaron la solicitud de visa por las condiciones ya explicadas. La desazón de ambos era total.

En el Centro de Bridgetown

En el Centro de Bridgetown

Salimos de la embajada con las caras largas. A Eduardo no le había sentado muy bien esta segunda negación cuando ambos sabíamos que estaba siendo victima de la negación sistemática como método de evitar posibles inmigrantes ilegales. Dentro de esta política, se le negaba entrada a mucha gente que en verdad quería venir a conocer o a traer un barco, porque no.

Volvimos caminando hacia el centro de Bridgetown y para distraernos entramos en algunas tiendas. Solo mirábamos para distraernos. Antes de cruzar el Chamberlain Bridge que nos llevaba de vuelta hacia el Boatyard, hicimos unas compras en el supermercado que se encontraba al lado del puente. Entre otras cosas, el azúcar que mi hermano tanto extraño estaría de regreso a bordo.

Cerca del puente de Chamberlain.

Cerca del puente de Chamberlain.

Remamos con las bolsas hasta el barco y tras un escueto almuerzo me tire a descansar en una siesta que intentaba recuperar las energías del  trayecto de doce días que acabábamos de completar.

Hacia el fin de la tarde nos logramos comunicar con los amigos de Zarate que le transmitirían las novedades de inmigración a mi padre. Eduardo se bajaría en Republica Dominicana y desde allí yo seguiría con mi papa hasta Miami. No era lo planeado, pero había que adaptarse y esta era la solución para completar las dos etapas que nos restaban.

Ahora nos quedaría ver quien y como nos repararían el motor que aun se mantenía en silencio desde su entrada en el hemisferio norte.

Dia 71: Barbados

Las ultimas horas se hicieron eternas. Hasta las dos y media veníamos avanzando muy bien dado que los alisios de intensidad intermedia seguían inflando las velas. Ahora bien, cuanto mas nos acercábamos a la isla, mas bajaba la temperatura y menos viento había. Era como si los alisios quisieran que disfrutáramos del contorno de la costa, para no olvidárnosla nunca jamás.  Estábamos como a una milla y media de la costa pero faltarían recorrer ocho millas hasta donde creíamos que se encontraba el puerto. Este tramo hubiera tomado hora y media en condiciones normales de temperatura, viento y presión, pero ya tan cerca de la isla los alisios estaban tapados por la masa de tierra. Durante un largo rato navegamos a tres nudos ( que es la mitad de la velocidad normal ) y tras pasar la punta desde la que comenzaríamos a ver Bridgetown mas claramente, la calma se hizo casi total.  Avanzábamos a una milla y media por hora. La paciencia una vez mas debía aflorar. No nos quedaba otra que agradecer el leve viento y ver como y adonde llegábamos. Dado que no teníamos datos o cartas detalladas de Barbados, no teníamos la mas mínima idea de donde debíamos amarrar. Para peor la luna ya se había ocultado y no veíamos ninguna entrada a un puerto. Ni siquiera sabíamos si había un puerto para embarcaciones deportivas o si podríamos entrar sin tener la ayuda del motor. Entonces se nos ocurrió la idea de usar los binoculares para ver si descubríamos algo. La luz era muy tenue pero alcanzamos a divisar unos veleros fondeados cerca de la costa. Ese seria nuestro destino. No había otra que comenzaran a avanzar tirando bordes a un nudo y medio. Mas paciencia y muchos bordes nos fueron arrimando a la costa.

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La emoción de los tres era bastante grande. Habíamos recorrido 1650 millas sin parar desde Brasil y la llegada esta casi al alcance de la mano, pero aun no. Como a las seis, y aun en plena oscuridad pudimos empezar a ver claramente algunos veleros fondeados y otros amarrados a una boyas. Nos acercamos lo mas posible a la costa y cuando pasamos cerca de una boya naranja no lo dudamos. Ese seria nuestro lugar de arribo. Misión cumplida estábamos en Barbados.

La Bandera

El mapa a mano de nuestra llegada

A pesar de la emoción, el cansancio pudo mas y nos fuimos a dormir un rato cuando desde el este se comenzaba a notar la claridad del día que se avecinaba.

Ya no habría guardias, era el turno de los tres para descansar tras haber superado el tramo mas largo de nuestra travesía. La sensación de orgullo nos acuno en la paz de la Bahía de Bridgetown.

Antes de las diez mi hermano nos levanto a Eduardo y a mi con la intención de bajar a hacer los tramites de inmigración. Su vuelo había salido temprano y en esos momentos se hallaría sobre el mar Caribe.

Con los documentos en la mano los tres nos subimos al bote de goma que había viajado hasta aquí sobre la cubierta de la Treme. Antes de llegar al muelle se nos acerco un moreno en Jet Ski. Lo paramos para preguntarle si el barco allí estaba bien y además como se hacia para tramitar la llegada al país. De la entrada al país no tenia ni idea, pero de nuestro lugar de amarre si tenia consejo. La boya de la que nos habíamos amarrado estaba en realidad señalizando un barco hundido. Como la marea estaba alta no lo habíamos golpeado con nuestra quilla, pero si lo dejábamos allí no solo nos podían multar, sino que además le pegaríamos al naufragio con el descenso de las aguas. Me subí al Jet Ski del moreno que se presento como Roger y que se ofreció a ayudarme a mover el barco tras escuchar que no teníamos motor para movernos.

En dos minutos salte sobre cubierta y Roger me remolco unos cuarenta metros hasta una boya blanca debajo de la cual no había mas que 8 metros de cristalina agua y arena. Le agradecí a Roger mientras me dejaba en el muelle del Boatyard, el bar de playa que nos vería seguido mientras durara nuestra estadía.

Nadie allí sabia como hacer los tramites de inmigración pero nos indicaron donde quedaba la oficina del Guarda Costa. Por primera vez estábamos caminando mas de diez pasos seguidos y sin duda se sentía extraño volver a caminar tras tantos días de estar en constante manutención del equilibrio.

Los oficiales de turno del Guarda Costa nos recibieron con una mirada extrañada como si nunca hubiera llegado un grupo de navegantes caminando a esa dependencia. Acto seguido nos explicaron que no deberíamos haber bajado del barco y debíamos volver por el camino que habíamos venido para volver a subirnos al Tremebunda y desde allí llamarlos a ellos por radio. No tenia mucho sentido pero así era. Por radio nos darían autorización para llegar navegando hasta la aduana y hacer las inspecciones correspondientes.  Sin darles ninguna explicación sobre lo complicado que venia nuestro caso con la falta del motor, decidimos despedirnos agradeciéndoles su inútil información. Se nos ocurrió que lo mejor seria ir caminando a la aduana y allí explicar el caso con mayor detalle.

Mis dos compañeros de viaje en Bridgetown

Mis dos compañeros de viaje en Bridgetown

Luego de caminar como veinticinco cuadras por todas las calles aledañas al puerto comercial, logramos encontrar la oficina de aduanas, inmigración y sanidad, las cuales se encontraban pegadas una a la otra y estaban siempre ocupadas con la llegada de los cruceros. Por suerte llegamos a una hora en la que no había cruceros llegando. Sin problemas nos dieron entrada a Eduardo y a mi pero, (siempre hay un pero) no podrían darle entrada al país a mi hermano sin un pasaje de avión que demostrara su plan de salida. El pasaje de avión ( que en esa época era de papel ) estaba cómodamente descansando dentro de la mochila de mi hermano, a bordo del Tremebunda. Le explicamos que igual el pasaje que estaba en la mochila era para el vuelo que había perdido. Entonces sugirió que fuéramos al barco y de allí al aeropuerto a cambiar el pasaje y recién entonces volviéramos a Aduana para dar la salida. Iñaki intento convencerlo de que serias mas sencillo y menos problemático si le daba la salida allí mismo pero el oficial le contesto “That is not my problem” con un tono nada simpático.

Tres Barbados

Tres Barbados

En el camino de regreso al barco a mi hermano se le ocurrió llamar a American Airlines desde una cabina de teléfonos y hacer el cambio por teléfono. Al finalizar la charla le dieron un numero de confirmación de la reserva y un asiento en el vuelo mas temprano hacia Miami de la mañana siguiente. Regresamos caminando al barco y mi hermano, con el ticket de avión en la mano se fue de vuelta para inmigración. Lo atendió una mujer muy amable que sin hacer muchas preguntas y viendo el tickete de avión le dio la entrada al país.

Feliz de haber llegado al Caribe

Feliz de haber llegado al Caribe

Como a las cuatro de la tarde ya estaba de vuelta y ni bien subimos al barco se calzo el traje baño y aprovecho para darse un chapuzón en las cristalinas aguas de Barbados. Luego bajamos a caminar por la playa y llegamos hasta el Yacht Club que se encontraba como a ocho cuadras del Boatyard, hacia el este. Queríamos cenar, pero los platos en el Yatch Club no bajaban de los cuarenta dólares. Volvimos por la playa mirando donde cenar pero para sorpresa nuestra estaba todo cerrado por ser Domingo. Sabíamos que habría comida en el Boatyard pero la verdad es que buscábamos comer algo mas típico. Recorrimos alguna calles cercanas sin mucha suerte. Lo típico seria lo disponible y lo único que vimos abierto era un KFC y Cheffette ( que es como KFC pero local ). La opción fue entrar al Cheffette y ordenar las tres hamburguesas mas deseadas del local. Hacia mucho que no comíamos carne y la proteína nos vendría bien.

Mi hermano se refresca en las cristalinas aguas.

Mi hermano se refresca en las cristalinas aguas.

Ya de vuelta en la Treme con el estomago satisfecho pensamos que lo adecuado era darle el turno a la necesitada ducha. Nos bajamos mi hermano y yo con nuestro bolsito de vestuario al hombro. Para sorpresa nuestra en el Boatyard estaba comenzando una fiesta para la cual cobraban diez dólares de entrada. Pero nosotros no queríamos ir a la fiesta ( en realidad si queríamos ), mas teníamos necesidad de bañarnos ( mucha necesidad para ser mas claros). Hablamos con los de seguridad y nada: su trabajo era impedir que individuos como nosotros se colaran a la fiesta del Boatyard. Al rato llamaron a otro superior con pinta de dueño, el cual viéndonos ( y oliéndonos ) se apiado de nuestra situación sacando dos brazaletes que nos darían acceso a las duchas ( y a la fiesta. )

Lo curioso fue empezar a desnudarse en un baño al cual llegaban los bailarines con sus tragos en la mano. El agua estaba fría, pero no nos importo. Era agua y nos hacia falta en cantidad. Glorioso momento el de la ducha, aun cuando fuera compartido con los sorprendidos comensales de la fiesta.

Afuera la música agitaba los cuerpos de los locales que tenían una forma de danzar muy cachonda. Las chicas frotaban la parte mas sensible de los muchachos que no demostraban mayor felicidad y compartían a las bailarinas como quien comparte una pelota durante un partido de futbol. Nos tomamos un par de cervezas y por fin pudimos brindar por nuestro arribo al Caribe.

Dia 70: Cerca del Caribe

Hoy Miami se prepara para el Ultra Music Festival, el festival de música electrónica mas grande del mundo ( o al menos eso dicen los organizadores ) Me pongo a pensar en las diferencias entre la navegación de hace una década y el festival al que me invitaron hoy. Hace una década la noche era oscuridad y silencio. Hoy miles de watts lumínicos y sonoros van a envolverme. Hace una década no tenia celular. Tampoco tenia hijos ni esposa. Hace una década tenia ilusiones. Hoy soy feliz.

Durante la madrugada volvimos a ver luces de embarcaciones menores que seguimos monitoreando en el radar. Nos faltaban una veinticuatro horas para llegar a Barbados y pretendíamos arribar sin ningún altercado, así que parte de la noche la pasamos sin luces para ahorrar baterías y disminuir la probabilidad de encuentros con algún malandrín. Yo me hice cargo de la guardia como a las cuatro y le dije a mi hermano que fuera a descansar.

Con la llegada del amanecer el viento comenzó a aumentar y consecuentemente la velocidad de nave también. Navegábamos a mas de siete nudos cuando se levanto Edu a reemplazarme. Los dos nos miramos como diciendo, estamos ya cerca del caribe, que increíble.

Amanecer

Amanecer

Durante mi descanso mi hermano y Edu notaron un ruido raro en el aparejo de reducción del timón de viento. El desayuno de café amargo con las ultimas galletas secas se los interrumpió la rotura de una pasteca del timón. Tuvieron que llevar el barco a mano durante un buen rato. Eduardo “McGyver” se las ingenio para reparar la pasteca y el timón de viento volvió a su indispensable función de llevar el rumbo recto antes del mediodía. Me levante y vi a mi hermano durmiendo una siesta. Esto era lo bueno de ser tres: siempre había uno con quien conversar y otro al que se lo dejaba descansar.

A la una Iñaki se levanto para cocinar su ultimo almuerzo a bordo: fideos con tuco, no estaba mal. Cuando terminamos el almuerzo y limpiamos los platos ya eran casi las tres. Ya faltaba menos. Esa tarde transcurrió con lentitud. El lento avance se sumaba a la ansiedad de llegar. Nos distrajimos por un rato con el ultimo torneo oficial de tiro de pipoca al blanco. Luego de dos partidos mi hermano se corono como el “campeón mundial de tiro de pipoca al blanco a bordo”. Un titulo importante que aun conserva en su recuerdo.

Los proyectiles del Campeonato Mundial de Pipoca al Blanco a Bordo

Tras los mates hablamos con Zarate y Lastiri nos paso los datos necesarios para contactar al Service de Volvo en Barbados. También a través de su conexión a internet le facilito a mi hermano los horarios de otros vuelos de Barbados a Miami dado que ya teníamos confirmado que íbamos a arribar a la hora que debía estar subiéndose al avión.

Se hizo de noche y la ansiedad iba en aumento. A cada instante nos parecía ver luces a lo lejos, pero el GPS nos decía que aun faltaba bastantes millas como para poder avistar la costa de Barbados.

La ultima cena a cargo de mi hermano fue sopa de entrada y de plato principal dos variantes del arroz con frijoles: a la cubana (tipo arroz moro) y a la brasilera (tipo feijoada).

Se hizo de noche y la ansiedad iba en aumento. A cada instante nos parecía ver luces a lo lejos, pero el GPS nos decía que aun faltaba bastantes millas como para poder avistar la costa de Barbados.

Antes de la media noche sucedió el evento que precede a la emoción de todo arribo: las luces en el horizonte dejaban ver la silueta curva de Barbados. Estábamos a quince millas, pero a causa del lento avance nos tomaría aun varias horas llegar hasta la isla en la que aun vivía Rihanna.

DIA 70: Millas recorridas 139 – Velocidad promedio 5.8

Dia 65: La mancha en el radar

Hacia una semana que habíamos partido desde Fortaleza y salvo durante la primera tarde, no volvimos a ver otro vestigio de vida mas allá de la gaviota Catalina. Estando aun ella montada sobre la chubasquera, a mi hermano se le ocurrió encender el radar, como una rutina de control de las distancias, tal como lo habíamos hecho en madrugadas anteriores.  Pero en esta oportunidad pudo ver una mancha verde en la parte inferior derecha de la pantalla del Furuno. Los anillos de distancia indicaban que la mancha se encontraba como a quince millas detrás nuestro. De inmediato Iñaki salió para mirar hacia atrás pero no pudo ver nada. Quince millas son demasiado para nuestra vista  ( pero no para el Furuno ). En cierto modo el radar era como una ventana hacia el futuro. En su pantalla podíamos ver que buques veríamos mas tarde o en cuanto tiempo podríamos ver la costa.

Una media hora mas tarde el radar indicaba que la mancha estaba ya a doce millas y en el horizonte comenzaba a verse el resplandor del buque iluminando el océano en nuestra popa.

El instinto me despertó antes de que fuera la hora de mi guardia. Note que mi hermano había apagado todas las luces de navegación. Me explico que le había quedado en su memoria consciente el relato de la piratería de la zona. El radar nos indicaba que el barco estaba a solo seis millas y que por el tamaño de la mancha parecía ser un carguero de considerables dimensiones. Desde el cockpit ya podíamos divisar la luz de proa y de popa de un transatlántico de grandes dimensiones. Decidimos volver a encender las luces del tope para que si nos vieran. No eran piratas, sino productos en transito hacia el consumo. Para quedarnos aun mas tranquilos encendimos la radio VHF e intentamos contactar al buque. En un correcto ingles británico nos respondieron diciendo que nos tenían identificados en su radar y que continuáramos con nuestro rumbo que nuestras estelas jamás se cruzarían. Entonces le sugerí a Iñaki que fuera a dormirse y me quede en la grata compañía de Catalina que aun recobraba fuerzas sobre la chubasquera. Deje que amaneciera antes de despertar a Eduardo para que me relevara en la guardia. El barco había avanzando muchas millas durante la noche y era tiempo de descansar.

Cuando me levante ya Iñaki amasaba una pizza marinera creada a base de harina y levadura brasileña. La preparación, amasada y cocción nos entretuvo durante un par de horas y tras el almuerzo nos dedicamos a la lectura. Iñaki leía a Allende y yo a Cortázar.  Recuerdo que el Cortázar del mar era distinto, en cierto modo al Cortázar de mis lecturas en Vicente López. En cierto modo era como si el océano le diera un matiz y una gravedad especial a los intrincados relatos del autor.

Meditando en la proa

Meditando en la proa

Se hablo poco por radio dado que nuestros contactos de Argentina no se hicieron presentes. Escuchamos la ronda de los navegantes y nos llamo la atención Gaspar, un joven español que iba cruzando el Atlántico en solitario, rumbo a Barbados. Lo contactamos brevemente para desearle suerte y decirle que estaríamos en Barbados a su arribo en caso de que ambos barcos siguiéramos navegando de acuerdo a lo planeado. En alta mar todo es por ahora y los tiempos son ajenos a los tiempos de la civilización moderna. Por eso quedamos en vernos cuando llegase, y no en una determinada fecha o lugar. Nos despedimos de Gaspar y nos dedicamos a la cena. La bitácora de mi hermano no me dice que pero sospecho que fue sopa con los restos de la pizza del mediodía.

Decidí acostarme temprano dado que estaba agotado. A las diez Eduardo y yo lo dejamos a Iñaki con la primera guardia.

DIA 65: Millas Recorridas 165 – Velocidad Promedio 6.9 nudos