La sociedad de Barbados se divide del mismo modo en que se dividen todas: los que tienen y los que no. Era el día que nos tocaba observar de cerca a los que tienen en Barbados. Como el torneo era a la tarde nos dedicamos a descansar en cubierta y sacar algunas fotos para registrar el paraíso en el que nos había dejado el Volvo esperando sus repuestos.
Después del mediodía decidimos iniciar nuestro camino hacia el desconocido mundo del polo. Desde mediados de los ochenta que no tenia un taco de polo cerca. En aquella oportunidad mi gran amigo Juan Pablo Garat, me había intentado enseñar como se taqueaba durante una de mis estadías en el campo de su familia. Desde entonces no había vuelto a ver Polo mas que en las noticias, cuando alguno noticiero argentino decidía compartir el deporte de la elite con la mayoría de los que no tienen cable.
En el camino de ida preguntamos en el centro por el club de polo y nos indicaron que debíamos subirnos en un bus con el resto de los que no tienen nada. Como nosotros tampoco teníamos mucho, logramos camuflarnos en el bus que transitaba la ruta que recorría la costa oeste de la isla. Teníamos que bajarnos cerca del afamado club de golf Sandy Lane, del cual el millonario del polo también era dueño. Era curioso ver como una porción tan grande de un país tan pequeño estaba en manos de una sola familia. Esto sucede en muchas naciones pero es mas evidente de ver en una nación insular que puede recorrerse en una tarde arriba de un autobús.
Serian las dos de la tarde cuando el chofer el bus nos hizo señas de que nos aproximábamos al sector elitista en el que debíamos bajarnos. No teníamos pinta de empleados ni de polistas, por lo que el chofer se habrá quedado pensando que estaríamos haciendo en aquel sector privilegiado. Tal vez no se pregunto nada y se limito a mirar su reloj para constatar que aun le quedarían dos vueltas a la isla.
Caminamos como un kilometro alejándonos de la costa y los autos de categoría que nos dejaban bajo el polvo nos daban la indicación de que estábamos yendo bien. Vimos las banderas a lo lejos y el ambiente que se tornaba cada vez mas exclusivo. Se veían cuatro tipos de personas: los empleados, los espectadores, los polistas y nosotros. Sapo de otro pozo es una expresión que calza bien para esta experiencia. Éramos sapos alegres si se quiere, que salíamos de la humedad del barco para observar a la alta sociedad de Barbados en uno de los eventos mas celebrados del año. Alguien nos comento que este era el relanzamiento del Abierto de Polo de la isla y se notaba que le habían invertido esfuerzo, dedicación y sin duda dinero.
Cuanto mas nos adentrábamos en el club mas nos sorprendía la escena. Las chicas no se parecían en nada a las que bailaban todas las noches en el Boatyard. Con sus vestidos floreados y sus ojos claros ocultos bajo lentes bien oscuros, ni siquiera notaban nuestra presencia.
Fuimos en busca de los argentinos que nos habían invitado y no nos costo tanto encontrarlos. Eran los únicos dos sudamericanos de todo el torneo y en seguida nos dijeron donde se estaban preparando para su partido. Los muchachos nos recibieron con un abrazo provinciano que parecía el reencuentro con antiguos amigos. Ellos también estaban alegres de encontrar compatriotas en una isla en la que se creían los únicos argentos. No quisimos distraerlos mucho dado que a eso habían venido desde las pampas: a jugar. Nos colocamos a un costado de la cancha como si no nos correspondiera subir a los palcos en el que los espectadores apreciarían el deporte y conversarían sobre lo banal de sus vidas.
Cada charla, en cada reunión, en cada ciudad se parece un poco en que son las personas reuniéndose e intercambiando frases idiomáticas las que conforman el evento mismo. El evento no son los chukkers, ni los goles, ni las jugadas. El evento es la gente que va al evento. El publico no es el que va a ver lo que sucede. El publico es el evento en si. Nosotros como meros observadores de esta realidad nos estábamos divirtiendo bastante.
Los caballos habían ya comenzado a correr y los polistas a golpear la bocha blanca. Cuando estaban en el otro extremo de la cancha, la bocha blanca se perdía en el tapete verde e impecable sobre el que habrían trabajado durante meses los jardineros de la cancha. El clima acompañaba con una fresca brisa y un sol radiante.
El partido comenzó y el compatriota entro a la cancha a reemplazar a otro que tenia cara de jugador adinerado sin mucha idea de polo. La bocha iba y venia y se nos hacia complicado seguir al argentino. Cada tanto nos pasaba cerca y lo reconocíamos, pero enseguida nos distraíamos con alguna chica que pasaba sin mirarnos y se nos volvía a perder.
Pasaron los chukkers, se sucedieron los goles y se cambiaron caballos infinidad de veces. Viendo esto me quede dudando en la satisfacción de los animales de jugar un deporte que no habían creado y del cual eran solo títeres. De todos modos algo me dice que en el caballo debe haber algo de disfrute en esos piques a fondo tras la bocha.
La tarde fue cayendo y empezaron otros partidos. No se bien que resultados se dieron pero el publico parecía contento. La interacción social seguían en auge y tras probar un par de copas gratis que nos dieron los mozos que pasaban con las clásicas bandejas sentimos que era hora de volver a la humedad del Tremebunda. Nos despedimos del polista y su petisero. Le agradecimos la invitación y les deseamos suerte en su regreso. Ellos nos devolvieron el gesto con saludos y abrazos. Nunca mas volvimos a verlos pero el polo de Barbados aun se sigue preguntando quienes eran esos dos sujetos de bermudas en su cancha recién estrenada.