Dia 66: Los últimos filetes

Apenas pasada la medianoche sentí ruidos en cubierta y decidí salir. Mi hermano estaba intentando enrollar el genoa, pero nuevamente se encontraba trabado. El viento había aumentado a mas de veinte nudos y la genoa completa era demasiado para la condición reinante. Iluminado por la luna en cuarto creciente, Iñaki se calzo el arnés de seguridad y se fue a la proa para ver que pasaba. Desde atrás podía ver como se agarraba fuertemente del casco para que no despidiera el movimiento constante de las olas que agitaban la proa de arriba abajo. Pudo destrabar el cabo del enrollador y enrollamos el genoa entero por consejo de mi hermano. Había un tramo del cabo que permite enrollar que estaba a punto de cortarse. Antes de que mi hermano se fuera a descansar a la litera me puse el arnés yo para ir a evaluar la situación. Definitivamente deberíamos reemplazar el cabo, pero lo haríamos recién con la llegada de la luz diurna. Decidí ponerle un seguro adicional al cabo del enrollador, por si efectivamente se cortaba el cabo, para evitar que se desenrollara la vela entera en esos veinticinco nudos del noreste.

Ya que estaba levantado le sugerí a mi hermano que descansara algunas horas. Me quede en la soledad de la madrugada contemplando la inmensidad del cosmos y en como las decisiones de los hombres afectan una esfera tan limitada y a la vez tan particularmente accesible. Cada vida es un conjunto de acciones que afectan esa vida y la de aquellos alrededor. Mientras el resto del planeta sigue su curso y toma sus cursos de acción sin aparente referencia a los actos ajenos. Nuestro planeta, del mismo modo se mueve sin afectar en nada el resto del inmenso y desconocido cosmos al cual miramos a través de nuestra enorme ventana nocturna.

Al amanecer sigue soplando duro pero no avanzamos tanto como en días anteriores. Hemos descubierto que a la altura de Suriname existe una corriente que nos juega en contra y probablemente nos reste media milla a cada hora.  Mientras miro la carta y leo Paramaribo, me parece increíble estar tan cerca de estos “paisitos” que mi hermano y yo observábamos con curiosidad y hasta extraño respeto ( por lo raros y por lo pequeños ) en el mapa que colgaba de la pared de nuestro cuarto en Uspallata 780. Estamos pasando cerca de esas capitales extrañas que nos gustaba observar en el mapa grande de la pared y me doy cuenta como la navegación a vela no será veloz pero nos provee de una visión distinta del espacio que habitamos. Es comparable a la experiencia de caminar en una ciudad. La velocidad mas lenta nos deja apreciar y contemplar de un modo que el automóvil o el avión nunca lo permitirán. Me acuerdo del cuento de Borges en el cual el mapa creado en escala uno a uno con la región representada era el mejor mapa posible pero a su vez era un mapa imposible de leer.

Al medio día mi hermano descubrió unos filetes de dorada  que quedaron escondidos en la heladera. Los hizo fritos con una tortilla de papas, que a pesar de su buena voluntad se pego toda a la sartén.

Iñaki hace fritanga de pez con los ultimos filetes de la dorada.

Iñaki hace fritanga de pez con los ultimos filetes de la dorada.

Luego del almuerzo reemplazamos el cabo del enrollador, pero mantuvimos el genoa enrollado dado que el viento era demasiado para utilizar la vela de proa. El Tremebunda avanzaba bien con la trinquetilla y las dos mayores. En esta etapa las reparaciones necesarias eran una alteración en la rutina que no solo venían bien para evitar el aburrimiento, sino que además se hacían indispensables para poder continuar navegando a buen ritmo.

Se suponía que mi padre se acercaría al barco de un conocido en Key Biscayne que tenia una radio de onda corta a bordo para poder hablar directamente con nosotros sin hacer el puente con Zarate. Intentamos a las siete en la frecuencia acordada pero no hubo caso: no escuchábamos nada. Era probable que las condiciones atmosféricas no fueran las adecuadas, dado que al día siguiente nos enteramos que si estuvo intentando comunicarse con nosotros. Nuestra comunicación no seria tan efectiva como la de los celulares de hoy en día, pero sin duda era mas romántica y menos costosa.

DIA 66: Millas recorridas 140 – Velocidad promedio 5.85 nudos

Dia 60: Dos meses en el agua

Hacia dos meses que habíamos dejado atrás la escollera del Club Barrancas. A cada hora nos acercábamos mas a esa línea imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios desiguales. La madrugada había comenzado de un modo agitado. A mi me tocaba la primera guardia, que en cierto modo era la mas difícil, dado que uno acarreaba el cansancio del día a bordo.

Pasada la media noche, unos lejanos nubarrones negros comenzaron a acercarse. Algunos pasaban cerca y nos tiraban ráfagas de viento que descendía del cummulus nimbus cargado de agua y electricidad. Era una experiencia que ya habíamos pasado, pero en cierto modo el tamaño de las nubes y la persistencia en su arribo era lo que sorprendía y me preocupaba un poco. A pesar de no haber luna, la penumbra siempre me dejaba ver algo. Estos pocos metros de visión desaparecieron a las dos y media. Me daba cuenta que la nube negra que se aproximaba no era una mas, era definitivamente enorme y amenazadora y tras de ella no se veía mas nada. Decidí enrollar el genoa, aunque nuestra velocidad bajara un poco. Estábamos avanzando a increíble velocidad: entre ocho y nueve nudos era casi un record para el barco. Pero el record verdadero estaba por llegar.

El genoa no enrollaba y la nube negra ya estaba sobre nosotros. No sabia si despertar a los muchachos para que me ayuden. Esta duda se acabo con mi grito hacia adentro de la cabina cuando la nube empezó a hacerme sentir los treinta y cinco nudos saliendo de su tripa oscura y ascendente. El barco comenzó a sacudirse y  casi a planear sobre las olas. Si mal no recuerdo llegamos a doce nudos de velocidad ( el record del que hablaba) y la situación se estaba tornando peligrosa. Habría que ir a la proa a destrabar el enrollador.

Eduardo e Iñaki salieron preocupados mientras yo me ponía el arnés de seguridad para ir a evitar la catástrofe. Mientras caminaba con cuidado hacia la proa y las olas me empapaban, me acordaba de Insua y su decidida e intransigente oposición al enrollador. Tenia que darle la razón y de seguro no sabría que estaba acordándome de el en ese momento. Al llegar adelante apenas podía ver lo que pasaba. Luego de un minuto pude ver que el cabo se había salido del tambor y esto no permitía enrollar. Lo volví a meter y regrese hacia popa. La cara de mi hermano aun llevaba preocupación. No le gustaba nada esta excursión gratuita a la proa, pero había que hacerla para no romper nada y poder proseguir. El viento comenzó a soplar mas duro por lo que decidimos bajar la vela del mástil de popa. Así y todo seguíamos avanzando a siete nudos. Mi hermano se quedo conmigo en la guardia como hasta las cinco, hora en la que despertamos a Edu y nos fuimos a dormir.

Cuando nos levantamos el día seguía nublado y los chaparrones llegaban y se iban como hacen los colectivos en las grandes ciudades. Al mediodía mi hermano le insistió a Edu para que tirase la caña con su señuelo Rapala, del cual ya había oído grandes maravillas. La insistencia iba a dar buenos frutos solo unos minutos mas tarde. La caña se doblo mas que nunca y debimos aflojar las velas para ayudar a traer a la víctima que sin duda seria mas grande. Cinco minutos mas tarde pudimos ver a la dorada saltar del alguna dos pies en el aire. Era la lucha por su supervivencia, pero nosotros no se la íbamos a hacer fácil. Nosotros luchábamos por el alimento y por la aventura de pescar. Mi hermano tomo el bichero y engancho a la dorada de una de las agallas, como debe hacerse. El pez pesaba en cantidad.

La cola de la dorada

La cola de la dorada

Una vez en el cockpit los tres vimos con asombro como se sacudía y golpeaba contra todas las superficies tiñéndolo todo de color sangre. Una vez se apago la vida del pez empezó la sesión de fotos y medición. El ahora pescado media un metro treinta y pesaba mas de diez kilos. Visto desde arriba ocupaba casi todo el piso del cockpit. Sin duda nos iba a alcanzar para varias comidas a los tres. La primera variante fue sencilla pero deliciosa: dorada a la plancha ( la misma receta del atún que pescamos en Abrolhos )

Iñaki pescando

Iñaki pescando

La verdad es que la travesía de a tres se hacia mas entretenida y menos exigente. Iñaki se durmió una siesta tras la conversación por radio con Zarate, para recuperar el cansancio de la madrugada. Al levantarse nos cocino un Fetuccinni Alfredo que fue muy bienvenido por Eduardo y por mi. Teníamos no solo un buen compañero de guardia a bordo, sino que también un hábil cocinero siempre dispuesto a satisfacer el hambre de los tripulantes.

Edu pescando

Edu pescando

Me fui a dormir temprano. El cuerpo no daba mas y el lujo de ser tres me permitía descansar sin remordimiento, al menos hasta la próxima guardia.

La cabeza de la dorada y su pescador

La cabeza de la dorada y su pescador

DIA 60 – Millas recorridas : 147 – Velocidad Promedio: 6.2 nudos