El plan era salir de una vez. Para ello nos dirigimos a la lúgubre oficina de inmigración del puerto. Allí el oficial nos dijo que primero tendríamos que dar salida con el guarda costa, pero que dudaba que el puerto estuviera aun abierto. No podíamos creerlo.
Efectivamente caminamos hasta la oficina del guarda costa y allí mismo en el escritorio de entradas y salidas nos informaron que durante todo el día el puerto permanecería cerrado para el ingreso y egreso de naves. En verdad todavía soplaba un poco bastante pero no era nada comparado a las ráfagas que habíamos sufrido Eduardo y yo un par de días antes.
En este caso de inmediato nos dimos cuenta de que no era un tema sujeto al debate, sino que nos tocaría acatar la ley. Me acorde de las veces que nos habíamos quedado varados del lado uruguayo ( el lado bueno ) del Rio de la Plata cuando el Puerto de Colonia se cerraba por una fuerte sudestada o por algún Pampero que se avecinaba. Hoy la demora nos la daban los oficiales de la Republica Dominicana.
Como no teníamos mas que hacer nos decidimos a caminar por las calles aledañas al puerto. Seguimos por una de las paralelas al mar y pudimos observar la verdadera dinámica de la población en el ultimo día de la semana. Se nos ocurrió que seria una buena oportunidad como para hacer algunas compras que nos harían falta durante la etapa final. Preguntamos dos veces y las dos veces nos mandaron para La Sirena, el principal supermercado de la ciudad. Estaba como a diez cuadras del puerto pero el tramo se nos hizo corto por la distracción del ir recorriendo por primera vez una ciudad tan pintoresca.
En La Sirena compramos pan y mermelada, mas arroz y azúcar y , por supuesto cantidad de cerveza Presidente de litro. Después de todo habíamos vuelto a tener frio en la heladera gracias al mecánico Alberto.
En el camino de regreso los tres preferíamos parar cada dos cuadras para descansar las manos de la presión de las bolsas de polietileno cargadas. Una media hora mas tarde volvimos a pasar por el guarda costa y observamos que había en la puerta un cartel que leía “Puerto Cerrado”. No se si estuviera dirigido a nosotros o si era que los oficiales preferían jugar domino adentro mientras se tomaban el día libra gracias al clima ventoso que iba en franco declive.
Una vez a bordo del barco, acomodamos las compras y nos sentamos en el cockpit a escuchar música. Mi papa se sirvió un whisky que se había traído de Miami mientras se encendía un puro. Max y yo compartimos una de litro. A decir verdad estaba disfrutando de esta partida demorada. Ya llevaba tres meses en el agua y el simple hecho de tirarse a escuchar casetes y tomar algo con un amigo y mi papa no estaba nada mal.
Comimos unos sándwiches como para engañar al estomago. Después del almuerzo mi papa se puso a instalar un pequeño panel solar que se había traído de West Marine para ayudar a recargar las baterías en caso de que el Volvo no arrancara. El motor estaba vivo pero no nos pareció mala idea tener instalado el panel para que recargara los 12 volts durante el resto de las millas a Miami. Una vez terminado el proyecto ya no teníamos nada para hacer, así que nos fuimos nuevamente a saludar a nuestros amigos cristianos del barco hospital.
Esta vez subimos directamente y preguntamos por los jóvenes de los cuales aun recordábamos los nombres. En seguida aparecieron con esa sonrisa bonachona de los creyentes. Esta vez no teníamos la excusa del motor encendido por lo que aceptamos la invitación al buffet del barco. Allí nos ofrecieron algo de tomar ( sin alcohol, claro esta ) y nos siguieron contando sobre la misión del Caribbean Mercy. Era un hospital oftalmológico flotante que viajaba por todo el caribe y centro américa viendo a la gente mas necesitada. Escuchamos la narración del viaje a Honduras y del gran bien que habían hecho entre la población local con problemas en la vista. Entre los pacientes que estaban atendiendo en Dominicana había un amplio porcentaje de niños a los que el buque hospital les había literalmente salvado la vista. Luego cada uno de los muchachos y chicas nos contaron sobre su disímil origen y los motivos que los habían llevado a enrolarse en la misión. Cada uno tenia sus motores pero todos venían de alguna congregación que apoyaba este tipo de misiones y que reclutaba jóvenes para ayudar en el Caribbean Mercy.
Al rato vi que mi padre se encontraba otra vez acorralado por el mismo sujeto de ferviente fe del día anterior. Era un gordo con cara de simpaticón y una barba corta y canosa. La sonrisa nerviosa de mi padre no lograba ocultar que se sentía incomodo, pero el gordo simpaticón no leía muy bien sus gestos o creía que su fe era mas poderosa que la reticente actitud de mi padre para aceptar a Cristo como su salvador.
Allí nos entretuvimos buena parte de la tarde hasta que decidimos invitar a los jóvenes al barco para retribuir su hospitalidad. Unos cuantos bajaron del Caribbean Mercy, pero para alivio de mi papa el sujeto de barba blanca se quedo abordo ( orando supongo ). A los muchachos les gusto la visita al Tremebunda y en seguida me inundaron con preguntas sobre la travesía. Me sentía como un rock star del agua en la Republica Dominicana. Bizarro.
Cuando vieron que sacamos el mate, nuestros visitantes pensaron que era buena hora para retirarse, dado que no era bueno que los vieran cerca de la droga. Nosotros los despedimos desde la proa y pudimos al fin volver a ser nosotros.
Esa noche hablamos por radio con Zarate y Campana. Julio nos conto que Eduardo se había quedado también varado ( como nosotros ) en el Aeropuerto de Miami. Se suponía que a su llegada tomaría un vuelo directo a Buenos Aires, pero dicho vuelo se había cancelado por desperfectos técnicos. Por mas que le duela al oficial de inmigración de la Embajada en Buenos Aires, mi buen amigo Edu paso una noche entera en un hotel cercano al Aeropuerto. Lo curioso de la situación es que no dejaron que viera a mi madre que quiso pasar a saludarlo por ser pasajero en transito y hasta le pusieron un guardia en el pasillo de su piso para que no intentara escaparse. Otra situación bizarra sin dudas.
Salimos a cenar cerca del puerto y disfrutamos de la ultima cena sin zarandeos. Contamos chistes y disfrutamos del relax de la noche de Puerto Plata. Era hora de prepararnos para la partida. Mientras mi papa enfilaba para el barco a Max no le costo mucho convencerme de una ronda de tragos en alguno de esos barsuchos de mala muerte. Mi lógica me justifico: vaya a saber cuando es que pueda regresar a esta ciudad del caribe para compartir unos tragos con un amigo.