Las primeras rachas llegaron al amanecer y me tuve que levantar antes de lo planeado para ayudar a mi papa a tomar dos manos de rizo en cada mayor. Antes el ya había enrollado la mitad de genoa. Lo primero que note al salir era la baja temperatura de aire. Desde que había salido de Buenos Aires, 95 días antes, no había sentido un aire tan helado como este. De seguro había cobrado frigorías en los grandes lagos, luego en las montañas de West Virgnia y un poco mas en las Carolinas.
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Dia 94: Cayos
Seguíamos avanzando bien a pesar de que el viento había rotado un poco hacia el noreste. La corriente nos seguía empujando por el Canal de Old Bahama. A estribor teníamos los bancos de la Gran Bahama y a babor la costa mas visible que nunca de los cayos del norte de Cuba. No se veían construcciones, ya que nos cayos en cuestión están deshabitados.
Estaba tranquilo de poder hacer este tramo de un relativamente angosto canal de día. Max se había quedado hasta tarde conmigo en la guardia y todavía dormía cuando empezamos a preparar el almuerzo. Creo que era el turno del nunca bien ponderado arroz a la Gervasio ( el cual casi siempre incluía arvejas y tal vez alguna otra sobra ). Mientras cocinaba me acorde de las toneladas de arroz que me habría cocinado durante toda la década anterior. Sin duda mi especialidad en el arroz provenía de las horas de cocción y experimentación discurridas en la calle Uspallata, cerca de la avenida del Libertador. Recordaba con particular apego el plato que había denominado, con una destreza poética bastante admirable, “mazacote”. El mismo se constituía de restos de arroz, carne, verduras y lo que fuera que encontrara en la heladera, unidas con dos huevos y puesto a cocinar durante una hora en el horno. Luego lo cortaba y lo comía como galletas, a horas disimiles.Lamentablemente el hornito del Tremebunda no me daba la posibilidad de prepararle un “mazacote” a Max y a mi papa.
Para cuando Max se levanto, el arroz ya estaba listo. No nos quedaba dorada, pero Max tenia la convicción que tras la ingesta de arroz pescaría algo. Esta vez no atine a discutirle y ni siquiera mire el GPS, dado que sabia que no tendría sentido tratar de disuadirlo. En cierto modo, este tipo de actividades inútiles, era a la vez un pasatiempo y una excusa para soñar con otra comida fresca.
El señuelo se estuvo bañando en aguas cubanas durante una hora al menos hasta que Max se convenció d que no había pique por sus propios medios. El GPS se reía por dentro mientras lo veía recoger los metros de tanza que había largado. Mas tarde volvería a intentarlo y su desdén por el orden de los astros y su relación con los seres vivos subacuáticos le costaría caro. No iba a volver a pescar nada en lo que quedaba del viaje.
Dormí una siesta sabiendo que la guardia de la noche seria larga como en las noches anteriores. Me levante con la sensación de que faltaba poco para llegar y que de algún modo me sentía mas nervioso que cuando salimos hacia mas de tres meses. Era un temor a fallar estando tan cerca de la línea de llegada. Una preocupación inútil que no podía borrar de la cabeza. El hecho de no tener motor era lo que mas nervioso me ponía. Agregado a esto la falta de practica de mi padre y la inexperiencia total de Max no ayudaban a tranquilizarme. Como buen capitán no demostré ni siquiera en parte, esta duda existencial a mis dos tripulantes. Era mi deber el hacerlos llegar a Miami sanos y salvos. Como sea habríamos de llegar.
Hablamos brevemente por radio para informar que estábamos bien . Entonces el negro Lastiri nos comunico algo que justificaba mi preocupación en parte. Teníamos a unas cuatrocientas millas al norte un frente frio que venia a nuestro encuentro. Mientras nosotros avanzábamos acariciando los cayos de Cuba, el frente se hacia sentir en los parques de Disney de Orlando. Ese aire fresco que helaba las narices de los turistas en filas interminables, venia con furia a nuestro encuentro. El pronostico daba que llegaría el día 10, justo cuando nosotros esperábamos estar llegando a Miami. Por un momento supusimos que no iba a llegar a golpearnos, dado que si se mantenía nuestro avance, el frente nos agarraba en la recta final. El problema era que al día siguiente ( el día 9) se pronosticaba una calma total, lo cual nos dejaría parados ( nuevamente ) a la espera del frente maligno.
Le agradecimos a Lastiri por su información y empezamos a ver que podíamos hacer. No había ningún puerto a la mano. Intentaríamos seguir avanzando mientras nos lo permitiera el viento. La realidad era que no teníamos nada que hacer, solo restaba aguardar al frente con la paciencia del monje.
Esa noche me quede de guardia yo solo hasta la madrugada. Mi padre y Max se acostaron temprano. Con el correr de las horas sentí con resignada desencanto el pronostico haciéndose realidad. El viento iba decreciendo y rotando al norte. El avance del Tremebunda ya era francamente lento, pero al menos nos movíamos.
Dia 33: Esperando
Todos los días pasan cosas, aunque algunos días son mas intrascendentes que otros. Hace justo una década estábamos listos para salir, mas no salimos.
Me levante antes del mediodía. Me sentía descansado, pero el descanso no recomponía la situación. Nuestro plan era soltar las amarras de popa, levantar el ancla y salir hacia Bahía. Sin embargo el viento había aumentado. Aun en el resguardo del rio que traía el agua de la Lagoa hasta el mar, el Tremebunda se sacudía a causa de los treinta nudos.
Las drizas silbaban contra el mástil, lo cual indica ( como todo navegante sabe ) que el viento es bastante. Al levantarme Eduardo no estaba. Habría salido a pasear sabiendo que hoy no íbamos a poder salir. El problema en si no era el viento fuerte sino la dirección de la cual venia. Si hubiéramos necesitado regresar a Buenos Aires, esta baja presión nos hubiera venido fantástica, pero dado que necesitábamos transitar rumbos bajos el viento norte no nos hacia ningún favor.
Ya he hablado sobre la paciencia, así que solo la menciono para recordar que esta virtud es a veces desesperante y antipática.
Salí a caminar como si buscara a alguien, pero en realidad use el paseo para pensar. La playa estaba casi vacía. La arena volaba por el aire y no era un día perfecto para asolearse. Camine por la rambla de la Avenida Do Contorno hasta llegar a una zona de comercios. No estaba buscando nada en particular pero supe entretenerme comprando algunos víveres mas para el trayecto que nos aguardaba.
En mi camino de vuelta comencé a imaginar como seria mi vida en Miami, como seria trabajar con mi padre, como podría seguir dedicándole tiempo a la música que llevaba adentro. No sabia lo que me esperaba específicamente, pero imaginaba con bastante acierto el cambio que se avecinaba.
Pude trepar al Tremebunda con facilidad dado que el cabo de fondeo se estiraba de un modo que daba un poco de temor, acercando nuestra nave a la empalizada de cemento armado del Iate Clube.
Eduardo estaba adentro preparando algo de comer, mientras se cebaba unos mates. Su mirada lo decía todo. El también hubiera querido seguir viaje, pero no con el viento en contra. Almorzamos y dejamos el resto de la tarde para leer, meditar, planear las rutas en nuestra laptop y también prender la radio.
A eso de las seis hicimos el puente entre la radio de BLU y el teléfono de mi familia en Miami. Para hacerlo mis padres llamaban a la casa de Eduardo Lastiri y el nos ubicaba por radio. Luego con el teléfono cerca del micrófono nos llegaba la voz de mi padre orgullos de lo logrado y la preocupada voz de mi madre que aun no puede creer que superamos la prueba. Ahora que soy padre entiendo sus dudas y sus miedos. No me imagino la preocupación de Cynthia si uno de mis hijos se fuera a cruzar el océano o a trepar los Himalayas. Si lo hacen me tocara apoyarlos como hace una década me apoyo mi papa. Hoy comparto el día a día con mis padres desde un lugar distinto. Hoy me toca a mi ser quien ocupa el lugar que ellos ocuparon alguna vez en mi vida. Me da una perspectiva distinta, como una confirmación de que la vida es efectivamente una rueda. Ojalá, después de su viaje al Himalaya mis hijos me tengan formando parte de sus vidas, repitiendo el ciclo, volviéndose hombres cerca de su viejo.