A mi hermano le había tocado la guardia del amanecer. En cierto modo nos complementábamos dado que a mi siempre me había gustado la noche y a el las horas tempranas. Despertó a Eduardo una vez que la claridad le dijo que el nuevo día había ya comenzado. Se quedo un rato despierto y decidió desayunar antes de acostarse. Entonces se dio cuenta de la pequeña tragedia con la que habríamos de lidiar durante los próximos diez días: se había acabado el azúcar. Se acordó de mi, que en esos momentos dormía de manera placida y de nuestra conversa en el supermercado brasileño
– Si hay bastante .. no te preocupes.- había sido mi frase en Fortaleza mientras cargábamos el chango de víveres y el dejaba el paquete de azúcar de vuelta en su góndola.
Que haría ahora sin el dulce sabor del polvo de la caña. Se ingenio haciendo un chocolate con Nesquick y esto lo dejo temporariamente satisfecho. Se pudo ir a dormir sabiendo que había desayunado ya.
En mi defensa debo argumentar que desde la llegada de mi hermano a la embarcación y sobretodo ante el incremento de un 50 % en la cantidad de tripulantes el consumo de azúcar se había incrementado de modo considerable. No se si habían sido los pochoclos o el café abundante pero lo cierto es que el azúcar se había acabado y no sabríamos el dulce sabor hasta llegar a las islas del caribe donde la caña no solo se utiliza para el azúcar, sino que mas importantemente para el ron.
Cuando me levante pude notar que el viento era considerablemente mas intenso que los días anteriores. Calculo que al menos soplarían unos veinticinco y nudos y por momentos tal vez llegaba a los treinta. El fondo del mar se encontraba unos tres mil metros para abajo y las olas habían crecido de manera considerable. El Tremebunda hoy recorría cada milla mas rápidamente que en cualquier otra etapa. A cada hora hacíamos siete millas y media y el camino hacia el caribe se acortaba a cada minuto. Lo cierto es que además del movimiento hacia adelante, podíamos sentir en el estomago el sube y baja agitado de la nave entre las olas. Al menos cuatro metros subíamos y diez segundos mas tarde los bajábamos. Este tobogán sin fin seguiría presente durante varios días y nos ayudaría a desarrollar características gatunas al bajar a la cabina.
Con el descanso merecido de Iñaki la comida del mediodía recién comenzó a prepararse a las tres y a disfrutarse a las cuatro. Seguíamos comiendo de la dorada pero en esta ocasión en forma de guiso con cebolla, zanahorias, papas y un poco de arroz. Según la crónica escrita de mi hermano, esta variante se encontraba en ranking numero dos de formas de cocinar una dorada a bordo, solo superada por el clásico pescado frito.
No paso demasiado hasta la hora de la radio y gracias a la gentileza de Julio de Campana, Eduardo pudo establecer contacto con sus padres. Luego de recordar esta charla de Eduardo me quedo pensando en lo difícil que será tener a un hijo en medio del océano.
Nos quedamos hablando con Julio y con Lastitri por la radio por un buen rato. Estas charlas cortaban la monotonía del sube y baja de las olas y los alisios del Noreste. La luna en cuarto creciente se dejaba ver un poco mas que las noches anteriores y de seguro antes de que llegáramos a Barbados iluminaria nuestras noches con su plenitud en ciclos de cuatro semanas.
DIA 63: Millas Recorridas 131 – Velocidad Promedio 5.46 nudos