Dia 63: Sin azucar

A mi hermano le había tocado la guardia del amanecer. En cierto modo nos complementábamos dado que a mi siempre me había gustado la noche y a el las horas tempranas. Despertó a Eduardo una vez que la claridad le dijo que el nuevo día había ya comenzado. Se quedo un rato despierto y decidió desayunar antes de acostarse. Entonces se dio cuenta de la pequeña tragedia con la que habríamos de lidiar durante los próximos diez días: se había acabado el azúcar. Se acordó de mi, que en esos momentos dormía de manera placida y de nuestra conversa en el supermercado brasileño

–       Si hay bastante .. no te preocupes.- había sido mi frase en  Fortaleza mientras cargábamos el chango de víveres y el dejaba el paquete de azúcar de vuelta en su góndola.

Que haría ahora sin el dulce sabor del polvo de la caña. Se ingenio haciendo un chocolate con Nesquick y esto lo dejo temporariamente satisfecho. Se pudo ir a dormir sabiendo que había desayunado ya.

En mi defensa debo argumentar que desde la llegada de mi hermano a la embarcación y sobretodo ante el incremento de un 50 % en la cantidad de tripulantes el consumo de azúcar se había incrementado de modo considerable. No se si habían sido los pochoclos o el café abundante pero lo cierto es que el azúcar se había acabado y no sabríamos el dulce sabor hasta llegar a las islas del caribe donde la caña no solo se utiliza para el azúcar, sino que mas importantemente para el ron.

Desde la proa miro a mi hermano aferrandose a los obenques

Desde la proa miro a mi hermano aferrandose a los obenques

Cuando me levante pude notar que el viento era considerablemente mas intenso que los días anteriores. Calculo que al menos soplarían unos veinticinco y nudos y por momentos tal vez llegaba a los treinta. El fondo del mar se encontraba unos tres mil metros para abajo y las olas habían crecido de manera considerable. El Tremebunda hoy recorría cada milla mas rápidamente que en cualquier otra etapa. A cada hora hacíamos siete millas y media y el camino hacia el caribe se acortaba a cada minuto. Lo cierto es que además del movimiento hacia adelante, podíamos sentir en el estomago el sube y baja agitado de la nave entre las olas. Al menos cuatro metros subíamos y diez segundos mas tarde los bajábamos. Este tobogán sin fin seguiría presente durante varios días y nos ayudaría a desarrollar características gatunas al bajar a la cabina.

Iñaki siente los alisios en la frente

Iñaki siente los alisios en la frente

Con el descanso merecido de Iñaki la comida del mediodía recién comenzó a prepararse a las tres y a disfrutarse a las cuatro. Seguíamos comiendo de la dorada pero en esta ocasión en forma de guiso con cebolla, zanahorias, papas y un poco de arroz. Según la crónica escrita de mi hermano, esta variante se encontraba en ranking numero dos de formas de cocinar una dorada a bordo, solo superada por el clásico pescado frito.

No paso demasiado hasta la hora de la radio y gracias a la gentileza de Julio de Campana, Eduardo pudo establecer contacto con sus padres. Luego de recordar esta charla de Eduardo me quedo pensando en lo difícil que será tener a un hijo en medio del océano.

Nos quedamos hablando con Julio y con Lastitri por la radio por un buen rato. Estas charlas cortaban la monotonía del sube y baja de las olas y los alisios del Noreste.  La luna en cuarto creciente se dejaba ver un poco mas que las noches anteriores y de seguro antes de que llegáramos a Barbados iluminaria nuestras noches con su plenitud en ciclos de cuatro semanas.

DIA 63: Millas Recorridas 131 – Velocidad Promedio 5.46 nudos

Dia 58: Fortaleza

Hoy llegaba Iñaki y decidí ir a buscarlo al aeropuerto. Antes del mediodía pregunte al guardia del Marina Park Hotel como llegar hasta donde llegaban los aviones. Me indico que había un bus que pasaba cerca y me llevaría en menos de una hora. Camine hasta la parada y cinco minutos mas tarde me hallaba sentado en la fila de asientos dobles del lado de la ventana. Imaginaba la ansiedad de mi hermano, quien tras catorce horas de vuelos y escalas debía estar cansado pero con la ilusión de este viaje tan esperado.

Llegue unos minutos antes de que arribara el vuelo desde Recife de la TAM. Desde el hall de llegadas espiaba a través del vidrio en ese ritual que miles de familiares, novios, amigos y taxistas repiten día a día en cada aeropuerto alrededor del globo. Las circunstancias cambian y las personas no son las mismas, pero en cada aeropuerto están planteados los dos bandos: los que esperan y los que llegan.

Cerca de las dos de la tarde lo vi a través del cristal y me sonrió como diciéndome al fin nos vemos. No nos habíamos visto desde la segunda operación de mi padre. La distancia que nos había separado durante una década no había sido suficiente como para distanciar la conexión que desde chicos siempre tuvimos. No era una conexión simbiótica, en la que uno necesitase del otro para existir sino que era mas bien la agradable conciencia de que allí a la distancia teníamos ambos un hermano con quien podríamos contar en cualquier circunstancia. Los goles que habíamos gritado juntos, las series de TV que habíamos compartido en la calle Uspallata y las miles de cenas. Volveríamos una vez mas a compartir la “cama marinera” como en nuestro cuarto del segundo piso, junto a las vías del Mitre. Esta vez la cama iría flotando sobre el Atlántico y el mapa no estaría colgando de la pared como en nuestro cuarto, sino que archivado en el disco duro de la laptop que el propio Iñaki me había conseguido para usar en el viaje.

A pesar de mi sugerencia de regresar en bus, mi hermano me convenció de que era adecuado y conveniente subirse a taxi. El venia de la civilización y del consumo, yo del agua y el ahorro marinero. Dos vidas distintas que se volvían a reencontrar.

Eduardo y yo en el Marina Park. La foto tomada por mi hermano recien llegado

Eduardo y yo en el Marina Park. La foto tomada por mi hermano recien llegado

Cabe reconocer que el taxi nos regreso al Marina Park mas rápido que el bus y allí nos reencontramos con Eduardo que nos esperaba a bordo. Comimos algo rápido, acomodamos los víveres y materiales del primer mundo que traía Iñaki en la valija y partimos hacia el puerto con la intención de dar salida en la Capitanía dos Portos, Policía y Aduana para estar listos a partir al día  siguiente.

El encuentro entre Iñaki y Edu en el Marina Park

El encuentro entre Iñaki y Edu en el Marina Park

El carnaval estaba en su momento mas álgido y nuestro intento de lidiar con la burocracia un día antes de lo necesario no iba a tener final feliz. La Receita ( Aduana de Brasil ) y la Capitanía dos Portos estaban cerradas. No podríamos despachar la embarcación y dar salida formal del país. La persona de guardia se había ido a comer y no volvería hasta dentro de dos horas. Preguntamos como se podría hacer dado que queríamos partir al día siguiente y el guardia nos informo que al día siguiente habría alguien mas de guardia pero que la operación normal recién retomaría en tres días cuando terminase el Carnaval.

De regreso hicimos una parada en la Avenida Beira Mar donde supuestamente las actividades carnavalescas estaban teniendo lugar, pero no supimos ubicar en que parte de la misma podía ser. Entonces caminamos un poco por la Beira Mar, nos dimos el lujo de una cena en restaurant acompañada de la ultima caipirinha brasileña. Casi todo estaba cerrado por el Carnaval así que cuando vimos un supermercado abierto decidimos hacer las compras para las mil setecientas millas que nos esperaban. Recuerdo la pregunta puntual de mi hermano:

–       ¿ Hay azúcar ?

–       Si, bastante…no te preocupes – conteste.

Con las bolsas de plástico cargadas volvimos al Tremebunda dispuestos a aprontar la nave para la etapa mas larga de todo este viaje. Cruzaríamos el ecuador y navegaríamos sin parar durante dos semanas. Yo estaba feliz de poder contar con mi hermano para compartir esta experiencia y sus ojos me decían que el también compartía esta alegría del reencuentro.

Dia 26: Rio de Janeiro

La mañana nos recibió con calor y un cielo limpio. Las nubes habían abandonado la Bahía de Abrão y pudimos ver una ultima tanda de turistas llegar a la Ilha Grande antes de partir. El motor por suerte arranco sin problemas. Parecía que al fin el viaje nos sonreía.

Levamos los cinco metros de cadena que nos conectaban con el fondo arenoso y dijimos adiós a la beleza de Angra. Solo eran unas 80 millas hasta Rio de Janeiro y el día debería bastarnos para hacer la travesía. El Tremebunda surcaba con calma en rumbo este frente a la curiosa barra que protegía a Sepetiba del Océano Atlántico. La costa se asemeja a una escollera de arena y provee a la costa donde se encuentra la civilización una protección privilegiada. Hacia la tarde comenzamos a ver las edificaciones en la costa de la Barra da Tijuca. Edificaciones privilegiadas para la gente de recursos. Así era Brasil y en esto se parece bastante al resto del mundo: unos pocos miran al mar mientras el resto se revuelcan en el barro. El día soleado me hizo sentir mejor por la pobre gente de Angra que había sufrido los desmoronamientos. Imaginaba que un día de sol era como un premio divino para quien no tiene techo.

Cristo

El afamado Pan de Azucar. Desde arriba del Corcovado el Cristo Redentor nos saluda.

Esta etapa nos dio el día de excursión que tanto nos merecíamos. Desde el cockpit y a la sombra de nuestra toldilla gris pudimos ver las multitudes que se asoleaban en las afamadas playas de Leblon e Ipanema. Viramos el Arpoador y ya pudimos ver aun mas gente en la mundialmente famosa Praia de Copacabana. Era mi primera vez en Rio y desde el océano ya me parecía una urbe única e impactante. Pero lo mejor estaba por venir. El imponente Pão de Açúcar frente a nuestra proa nos hacia notar que ya podíamos considerarnos en Rio, pero aun quedaban bastantes millas hasta llegar a la Marina da Gloria. Uno de los momentos que mas recuerdo fue pasar al atardecer en esa imponente entrada entre los dos gigantes: el Pão de Açúcar y el Morro do Pico.  En medio de los dos morros, la curiosa y relativamente diminuta Ilha da Laje en la que se asienta un fuerte antiguo y  faro solido con una gran base de cemento.  Ya quedaba poca luz y nos encaminábamos a la Marina que se encuentra pegada al aeropuerto de Santos Dumont surcando la Bahía de Guanabara de la cual tantas veces había oído en la canción “O Estrangeiro” de Caetano.

Llegamos ya de noche a la Marina da Gloria. Un curioso puerto deportivo con forma de caracol. Estábamos al fin en el centro de la fiesta del Brasil. Era hora de disfrutar de una Caipirinha o dos.

RUTA DIA 26

Ruta Dia 26 - de Angra a Rio de Janeiro

Ruta Dia 26 – de Angra a Rio de Janeiro