Dia 98: La celebración del arribo

El día anterior habíamos arribado a Key Biscayne en medio de la madrugada. Luego del emotivo encuentro con mi mama y mi hermana me tire a dormir agotado. Después de 95 días y medio, mi cuerpo al fin descansaba en un colchón completamente seco. Creo que me acosté como a las cinco y media. Mi cuerpo no daba mas, ya que hacia veintidós horas que estaba despierto. La lucha contra el frente frio que nos dio batalla antes de poder dar arribo nos había agotado a los tres.

Después de levantarme, como a las dos de la tarde, llame al numero 1-800 que me había indicado el operador de radio del Coast Guard. Este llamado era en cierto modo el regreso a la civilización. El retorno a una vida con tecnología, automóviles, rutas de cemento armado, el papeleo y  el celular. La voz automatizada en el  teléfono me hizo aguardar seleccionando opciones. Al cabo de unos minutos me atendió una voz humana que me tomo nuevamente los datos y me indico como llegar hasta la oficina de inmigración del puerto de Miami, en la que nos darían ingreso al país de forma oficial. Me seguía sorprendiendo que en plena guerra de Irak, en su momento mas violento, el ingreso a los Estados hubiera sido tan sencillo.

Bajamos al estacionamiento y fuimos con mi papa y con Max hasta el Puerto de Miami donde , mas rápido de lo que me esperaba nos dieron ingreso al país. Mi visa de trabajo entraba en vigencia y a partir de ahora no habría mas agua debajo de mi pies. Este sello en el pasaporte decía que estaba aquí para trabajar, para ser un miembro productivo de esta sociedad de consumo. No me entristeció en lo mas mínimo el aceptar este cambio para el cual me venia preparando desde hacia meses.  A decir verdad, ya estaba un poco harto de siempre navegar pensando en la llegada. Tenia la sensación de que había cruzado la meta de esta maratón de siete mil millas. Alguien me dijo que la distancia recorrida era exactamente un tercio de la circunferencia de la tierra. Tres viajes de estos igual una vuelta al mundo, que cansador. Igual me quedo pensando en que ese sueño de la vuelta al mundo no se aplaza para siempre. Siento como que la travesía de Buenos Aires a Miami fue el test que me dio la confianza para seguir soñando con la vuelta entera. Claro esta que este segundo sueño ha de quedar en el tintero hasta que los hijos crezcan y las responsabilidades sean menos.

Mi papa intenta abrir un vino mientras Max y su papa observan la maniobra

Mi papa intenta abrir un vino mientras Max y su papa observan la maniobra

Mis padres habían organizado una fiesta de recepción que se hizo al día siguiente de nuestro arribo a Miami, el 12 de Abril del 2003. Ese sábado regresamos al barco para ver como había quedado todo. Recuerdo que lavamos todo con agua potable, cortesía de JJ, el dueño de la casa en la que habíamos amarrado temporalmente al Tremebunda. Luego secamos las sentinas y ordenamos las velas. En un par de horas el barco parecía otro. Quedaría en esa casa hasta que mi padre, unas semanas mas tarde consiguiera lugar en la marina del Rusty Pelican, saliendo de Key Biscayne. Antes deberíamos ver como reparábamos el motor, pero ese es tema para otro libro. Dejamos el barco seco y limpio. Hacia meses que el Tremebunda no se daba una ducha de agua dulce y secretamente se que extrañaba aun al Rio de la Plata que la había visto crecer. Desde las tardes de verano del ’85 dentro del astillero de Chiappinni, hasta la larga estadía en el arroyo Ñacurutú luego de la partida de mi familia a Miami, el barco se estaría acordando de su historia de 18 años en la Argentina. De algún modo los últimos tres meses habían sido el punto culmine en su carrera. Este viaje era mi sueño pero también era el sueño de ella. El Tremebunda quería reencontrarse con la familia de la cual había sido parte desde su botadura en 1986, el año en que Maradona nos llevo a nuestra segunda Copa del Mundo. Me fui de la casa de JJ feliz, viéndola contenta, realizada por haber logrado la hazaña que juntos nos habíamos propuesto.

Mi hermana Rocio, su amiga Vanessa y otro mas que no se quien es.

Mi hermana Rocio, su amiga Vanessa y otro mas que no se quien es.

Como a las ocho de la noche fuimos con toda la familia hasta el sector de la piscina de Key Colony en la que mis padres habían citado a todas sus amistades para la celebración del arribo del barco y de su hijo. Pronto comenzaron a llegar las amistades. A muchos ya los conocía de mis visitas anteriores, a otros me los presentaban por vez primera. Algunos me decían que se acordaban de mi, mientras yo intentaba poner cara de que yo también los recordaba. También llegaron amigos de mi larga historia de visitas a la Florida. Llego Max con sus padres. Llego Gorka con su hermana, la novia de Iñaki, que ahora ( una década mas tarde ) es la mama de mis sobrinos. Pienso en todo lo que han cambiado nuestras vidas en esta década y me quedo maravillado de cómo pasa el tiempo y en como a pesar de cambiarnos, nos deja con algo de lo fuimos.

Con mi mama, celebrando con Budweiser.

Con mi mama, celebrando con Budweiser.

Casi todos me preguntaban por las tormentas, como habían sido. Algunos tenían una curiosidad mas culinaria y otros mas higiénica: ¿Como nos bañábamos? ¿Como íbamos al baño?. Me sentía otra vez un rock star del agua. La curiosidad de la gente de ciudad me sorprendía. Siempre que conocemos a alguien que comienza un emprendimiento distinto al común de nuestras vidas, la curiosidad entra en juego. ¿ Como será escalar un monte? ¿ Que se siente pedalear a través de un continente? ¿De donde saca uno fuerzas para correr esas maratones de cien millas? Lo curioso para mi es como son solo unos pocos los que se deciden a concretar estas aventuras. Pienso que seria interesante si todos, al menos una vez en nuestras vidas, pudiéramos decidir hacer el viaje que siempre quisimos hacer, o escribir el libro, o sentarnos a pensar en que punto nos equivocamos de ruta, para dar la vuelta y retomar el camino de la merecida felicidad de cada uno.

Gorka, yo y alguien mas. Una historia de comida o higiene de seguro.

Gorka, yo y alguien mas. Una historia de comida o higiene de seguro.

Me fui despidiendo de todos los comensales, que mientras se iban agotando las cervezas, se fueron retirando. Me acorde que el lunes debía comenzar a trabajar. Una etapa nueva en mi vida, para la cual no me había preparado tanto como para el viaje que acababa de terminar. Atrás quedaría la bohemia vida de músico en Buenos Aires, las noches de lectura hasta tarde y las charlas con los amigos de toda la vida. Adelante tenia un futuro incierto, pero en el cual creía. Hoy, desde una década mas tarde, siento que estos últimos diez años han sido los mas productivos y los mas emocionantes de mi vida.  Unos pocos meses después de haber arribado, conocí a Cynthia en un playa en Miami Beach. Me acuerdo que cuando conoció a mi papa, el viejo le pregunto a que se dedicaba, lo cual era raro viniendo de mi padre. Cynthia le dijo que estaba estudiando psicología. Mi papa entonces le dijo que conmigo tenia para hacer la tesis del doctorado. Detrás de la risa había algo de verdad.

El puro de la victoria.

El puro de la victoria.

Hace cinco años nos casamos y empezamos el proyecto de familia que hoy cuenta con Tobías y Damián. La vida no es nunca fácil. Esta llena de problemas, discusiones, conflictos en puerta y peleas. Pero también esta llena de sonrisas, de besos, de manos chiquitas de un bebe que te agarra el dedo índice y de las lagrimas que se derraman cuando ves a tu esposa amamantando al bebe que le salió de la panza de un modo cuasi mágico.

Mike, el nieto de JJ en la foto conmigo

Mike, el nieto de JJ en la foto conmigo

Hace diez años termine el viaje mas importante de mi vida. El Tremebunda fue el que me trajo hasta la familia que hoy tengo. El sueño de venirme navegando, no era solo una aventura, era el sueño de por fin convertirme en un hombre.

Dia 97: La llegada

Hoy por la mañana, mientras iba en bicicleta al trabajo, pensaba porque era que el viento era tan inconsistente con mis deseos. Como a las nueve note, a la altura de Biscayne y la 50 que soplaba una agradable brisa del este. Hace una década, el viento del noroeste nos hacia imposible la entrada.

Nos habíamos pasado el día anterior anticipando el arribo entre borde y borde. Mientras nos acercábamos a la medianoche, vimos las luces del sur de Miami en el horizonte. Me parecía increíble, que ese destino lejano al cual apuntaba desde hacia 95 días, estuviera al alcance de la vista. Por algún motivo, en lugar de estar alegre, estaba muy nervioso. Tenia miedo que algo saliera mal en la recta final.

Con mi papa ya habíamos acordado que cuando el GPS nos dijera que estábamos frente a Key Biscayne, llamaríamos por radio VHF al servicio de Sea Tow para que nos venga a buscar. Ya se, no era una entrada muy triunfante el entrar a remolque, pero de todos modos nadie iba a vernos en medio de la noche. La corriente del Golfo nos empujaba mas fuerte que nunca. Recuerdo que en un borde hacia afuera, como a la 1 AM el GPS decía que avanzábamos a 12 nudos. Cuando mirábamos al agua estimábamos que iríamos a 7, por lo que la corriente nos estaba empujando a 5 millas por hora hacia Europa.

Los nervios tenían razón de ser: estábamos sin motor y las ráfagas del frente seguían superando los 30 nudos. Las olas, entre tanta corriente eran de al menos 3 metros de altura y tanto el Tremebunda, como nosotros tres estábamos completamente húmedos. En general dejábamos a uno mirando afuera mientras los otros dos descansaban en el camarote de popa.

Jose descansa con los anteojos puestos.

Jose descansa con los anteojos puestos.

Faltaba tan poco que no era momento de irse a dormir. Seria una y media cuando sentí el ruido en la proa. No recuerdo que, pero algo imprescindible se había soltado. Pudo haber sido el enrollador o un grillete. Lo cierto es que el barco quería ponerme a prueba por ultima vez. No se veía nada, pero me tocaba ir a la proa entre tanta marejada. Prendimos las luces de cubierta para que pudiera caminar con mas confianza. Me puse el arnés y me arrastre hasta la mitad del barco. Se me ocurrió mirar hacia atrás y vi a mi papa caminando por la banda de sotavento sin estar atado. Creo que quería observar mejor mi maniobra para verificar que yo estuviera bien. Volví hacia la popa como una tromba. Nunca le había gritado a mi padre, pero este era el momento para hacerlo. Recuerdo, con vergüenza mi garganta gritando:

–       ¿ Que estas haciendo ? Anda para el cockpit…

Nunca mas volví a gritarle así a mi padre, pero en ese momento la ira se apodero de mi. Yo estaba atado con toda la seguridad y las 7000 millas en mi haber. Cuando lo vi sin atarse en medio del temporal, la iracunda pasión se apodero de mi. De haber caído al agua en medio de esa noche oscura, este libro no existiría, o hubiera sido otro.

Max, en la litera de popa.

Max, en la litera de popa.

Regrese a la proa a reparar el desperfecto. En cinco minutos volví al cockpit completamente empapado. Lo único positivo era que el agua que me pasaba por arriba era la cálida de la corriente. El aire seguía frio por lo que decidí ir a cambiarme tras regresar a la popa.

Tras la excursion a la proa, esperando el remolque a puerto.

Tras la excursion a la proa, esperando el remolque a puerto.

Las luces de Miami cada vez se veían mas claras y antes de las dos prendimos el VHF para llamar al SeaTow. Por suerte tenían a alguien de guardia en Key Biscayne. Nos pidieron la posición y nos pidieron que dejáramos las luces encendidas y la radio en alerta. Era imposible entrar a vela, así que esperamos con el rumbo apuntando a Key Biscayne la llegada de nuestro remolque. Los tres mirábamos por sobre la chubasquera para detectar cualquier movimiento.

Como media hora mas tarde vimos una luz a la distancia. Era una sirena color amarillo y supimos que era nuestro remolque. Las olas nos seguían moviendo como a una coctelera y la corriente ya nos había empujado hasta la altura del puerto. Cuando se aproximo vimos que se trataba de un bote inflable de unos cinco metros. Enseguida pensé que se le iba a complicar remolcar al Tremebunda en esa tormenta. Por suerte mi calculo inicial estuvo un tanto errado.

Me fui de vuelta a la proa, pero esta vez con menos movimiento. Ya habíamos bajado la mayor y enrollado el genoa. El muchacho del gomon amarillo me tiro un cabo bien grueso. Calculo que al menos tenia 4 pulgadas de espesor. Me dio a entender que lo atara al mástil de adelante, que era el punto mas fuerte para dar remolque sin problemas. Una vez que ate el cabo regrese al cockpit donde mi papa y Max también aguardan ansiosos para ver que tal se las arreglada el SeaTow para remolcarnos en esta tempestad.  Sentimos el motor del bote dándole marcha unos 40 metros  mas adelante. El Tremebunda empezó a avanzar sin problemas. La verdad es que el motor fuera de borda del bote amarillo tiraba mas de lo que yo suponía.

Apagamos las luces de cubierta para ver mejor al bote que nos remolcaba. Por primera vez en varios días, desconecte el sistema del timón de viento y decidí llevar el barco a mano, siguiendo la estela del bote inflable.

En ese momento, y a pesar de no haber arribado todavía, mis nervios se relajaron. La sonrisa volvió y le di una palmada a mi papa en la espalda. Menos mal que había contratado al SeaTow o si no nos hubiéramos pasado una mala noche sin poder entrar a Key Biscayne.

Estaríamos a unas cinco millas de la costa. Avanzábamos rápido y las luces que veíamos a lo lejos se iban convirtiendo en edificios claramente definidos con el correr de los minutos.  Pasadas las tres dejamos el faro de Key Biscayne por estribor. Ya estábamos al resguardo de la isla y las olas ya habían desaparecido por completo. Veíamos las mansiones en las que gente adinerada dormía. No podía creer que al fin me destino final estaba a unas pocas millas. Volvieron a aparecer las bromas de Max y también las sonrisas de mi padre. Estábamos a punto de lograrlo y ya nos estábamos creyendo esta realidad del arribo. No me importaba el remolque o la noche cerrada. Lo importante era llegar y punto.

A eso de las tres y media el remolque se detuvo y se acerco a nuestra banda. Quería saber en cual bahía de Key Biscayne debía meterse. Mi papa le dio indicaciones de cómo llegar a la casa en la que dejaríamos el Tremebunda por un tiempo. Era la propiedad de un amigo de Steve, un hombre con el que mi padre había entablado amistad a través de los veleros. La casa de JJ era el destino y lentamente entramos en la bahía en la que todo era calma.  No había casi viento y el agua era un espejo. Avanzamos casi hasta el fondo hasta que mi papa le hizo señas de donde era la casa. Nos arrimo hasta el muelle y allí Max salto a tierra para tomar los cabos que le fuimos tirando para dar amarre final. El muchacho del bote se quedo a nuestro lado y tras haber amarrado el barco le pidió a mi papa que le firmara un papel para dar constancia de su servicio. Le agradecimos infinitamente, como si nos hubiera rescatado de la muerte.

Habíamos llegado. El Tremebunda estaba al fin en Miami.

El trio de la etapa final, ya dentro del apartamento de Key Colony

El trio de la etapa final, ya dentro del apartamento de Key Colony

Nos quedaba entonces llegar al departamento en el que vivía mi familia. Hace una década casi no había celulares, por lo que la única opción era cerrar el barco y caminar las veinte cuadras hasta la casa de mi papa. La sensación de realización de estar al fin caminando a las cuatro de la madrugada por medio de Key Biscayne era indescriptible. El sueño se había concretado y ya nada podía salir mal. El destino había sido alcanzado.

Las chicas y los navegantes.

Las chicas y los navegantes.

Tras la caminata llegamos al apartamento de Key Colony en el que mi hermana y mi madre dormían. Golpeamos la puerta. Un minuto mas tarde las mujeres de la casa nos recibieron en camisón. Mi mama emocionada me dio un abrazo de esos que no se olvidan. Los dos nos acordamos de las diez veces que me había ido a despedir al aeropuerto durante la década pasada. Estaba el hijo prodigo golpeando a la puerta de la casa. Había al fin decidido regresar donde mi familia para rearmar mi vida.

Dia 96: El frente frio

Las primeras rachas llegaron al amanecer y me tuve que levantar antes de lo planeado para ayudar a mi papa a tomar dos manos de rizo en cada mayor. Antes el ya había enrollado la mitad de genoa. Lo primero que note al salir era la baja temperatura de aire. Desde que había salido de Buenos Aires, 95 días antes, no había sentido un aire tan helado como este. De seguro había cobrado frigorías en los grandes lagos, luego en las montañas de West Virgnia y un poco mas en las Carolinas.

Ahora sentíamos un poco la sensación de los que sufren el frío, aunque el frío no fuese lo que mas nos molestaba. El principal problema era que el viento venia justo de la dirección en la que se encontraba Miami. estábamos relativamente cerca, pero la linea recta no era una opción. Entonces comenzamos la bordejeada eterna, que nos metería en la corriente del Golfo.
Poniendole buena cara al mal tiempo

Poniéndole buena cara al mal tiempo

Las olas comenzaban a establecer su intención de hacernos pasar un día agitado. Pero no habíamos visto lo que eran capaces de hacer, para eso faltaba. Se levanto Max sorprendido por los pantoques de la nave contra las incipientes crestas. El timon de viento seguía comportándose a las mil maravillas, pero no podía hacer milagros. Los bordes a Miami y el lento avance no nos podíamos evitar. Las nubes cada vez mas grises hacían que la vista se asemejara a la de una película donde el desastre esta siempre cerca.
Cuando habían pasado un par de horas decidimos virar y apuntar hacia Bahamas para ver si el rumbo nos daba un poco mejor, pero era inútil: el Tremebunda nunca había sido bueno para esto de tirar bordes. Lo sabíamos desde el viaje inaugural, en el que tuvimos que bordejear desde Montevideo hasta Juan Lacaze con un pampero encima, que en cierto modo me hacia acordar a las condiciones reinantes. Tampoco lo había hecho bien en la segunda regata a Mar del Plata, cuando nos agarro aquella sudestada de verano frente a Pinamar.
El barco pegandole a una de las olas en corriente del Golfo.

El barco pegándole a una de las olas en corriente del Golfo.

El viaje había transcurrido sin mayores tormentas. La de Dominicana había sido sin duda la prueba de fuego. Lo malo de sentir el golpe de otro frente era que ninguno de los tres estábamos mentalmente preparados para afrontarlo. Nos habíamos creído que llegaríamos fácil a Miami, pero el destino no te la juega limpio. Quiere ver si de verdad tenes las ganas de llegar. Quiere corroborar que los huevos no los perdiste en el camino.
No teníamos otra que seguir adelante y tirar mil bordes si hiciera falta. El Tremebunda iba a llegar tarde o temprano a Miami, tal como lo habíamos planeado un año antes junto a mi padre. Hacia mas de una década que yo soñaba con este arribo demorado. En ninguna oportunidad se me ocurrió que llegaría con este viento helado en la cara.
Sin duda la protección de la chubasquera, la cual ha brillado por su ausencia en todo este relato, fue clave para poder soportar las ráfagas, los salpicones y el frío.
Al mediodía solo calentamos agua para tomar una sopa instantánea cada uno. Max se hallaba mas callado que lo de costumbre. Todos lo estábamos, pero en Max era mas evidente. Todas las tormentas tornan a los navegantes en seres taciturnos que contemplan la vida y el trayecto de un modo distinto cuando sienten a cada instante que en cualquier momento algo puede salirse del plan. Yo seguía orando por la resistencia de los materiales. El motor ya había abandonado y nuestro único empuje eran esas velas con tantas reparaciones y tantas millas encima. El logo de los Gianotti ya se había despegado de ambas mayores, pero su amor por la fabricación de velas seguía impregnado a las dos velas que se mantenían originales desde el 86.
Desde adentro no se siente la tormenta y con la remera en la cabeza, menos.

Desde adentro no se siente la tormenta y con la remera en la cabeza, menos.

A mi papa lo veía un tanto preocupado. El cansancio se nos notaba a todos, pero tal vez a mi padre que había estado despierto desde la madrugada se le notaba un poco mas. Le sugerí que fuera a descansar, que yo podía seguir la navegación con Max.
En todo el día no nos cruzamos con un solo barco o crucero de turistas. Era como si todos supieran que no era un lindo día para navegar. Nosotros también lo sabíamos pero no podíamos hacer nada para salir de la situación en la que estábamos. Aun no podíamos ver la costa americana, ni tampoco ningún islote de las Bahamas, pero definitivamente sentimos un cambio en el agua. estábamos en la corriente del Golfo. El agua era límpida, de un azul muy intenso. Al mirar el GPS podíamos notar como  el barco acelero y cambio el rumbo producto de la corriente. No nos dábamos cuenta, pero estábamos sobre la cinta transportadora mas grande del mundo. Miles de navegantes la había utilizado en sus cruces oceánicos y muchos elementos flotantes habían llegado a Europa gracias a ella. Ahora el Tremebunda se deslizaba sobre la afamada corriente.
Las condiciones nos regalaban millas por un lado por medio del empuje de la corriente, pero a la vez nos complicaban el avance con las inmensas y desproporcionadas olas.  Estimo que soplarian unos treinta nudos de viento constante, pero las olas eran mucho mas grandes que lo que el viento debía generar. Lo que estaba sucediendo era que los treinta nudos golpeaban el agua que iba en la dirección contraria a cinco nudos. En este choque se levantaban las aguas mas de lo común. Bastante.
Mi papa se levanto de la siesta y no podía creer el tamaño de esas crestas que nos rompían sobre cubierta. Max y yo estábamos empapados a pesar de habernos puesto los trajes de agua. Mientras mi papa subió al cockpit yo baje a secarme un poco y a observar nuestra posición en la carta digital. Todavía estábamos lejos. La ilusión de llegar hoy se iba desvaneciendo. Solo un repentino cambio de viento podía hacernos llegar ese mismo día, pero ni lo mencione dado que no era factible que sucediera.
Me calente unos mates para ayudar al cuerpo a recuperar los 38 grados.  Prendi la radio VHF y probé suerte en ver si podía contactar al guarda costa americano. No me contestaron en el primer intento , lo cual me sorprendió.  No podía pensar que los de la guardia estaban tomando mate como yo, o rascándose ( aunque era una posibilidad ). Simplemente aun estábamos demasiado lejos.
Al rato, luego de cebarle unos mates a mi papa, volvi a intentar el llamado por radio.  Esta vez si me atendieron.  Me pidieron todos los datos de la embarcación y de los tres tripulantes.  Una vez que anotaron todo me dijeron que anotara un numero de teléfono del tipo 1-800. Me dijeron que a nuestro arribo debíamos llamar al numero para dar la entrada al país. ¿Pero acaso no iban a venir a escoltarnos, a revisar la embarcación o mirarnos las caras ? No , solo había que llamar al numero y después ir al puerto de Miami. Le explique que no teníamos motor y que pensábamos parar en Key Biscayne. Entonces me pregunto si teníamos auto. Le dije que si, el auto de mi papa. Entonces me dijo que lo mejor era ir en auto al puerto. Inaudito, pero muy conveniente para nosotros. Mientras la guerra de Irak había estallado hacia solo dos semanas, nosotros entrabamos al estado con el mayor aparato de prevención del terrorismo navegando lo mas tranquilos. Tranquilos es un decir, ya que el frente y las olas nos habían restado toda tranquilidad posible.
Cuando empezó a oscurecer todos sabíamos que no íbamos a llegar ese día a Miami. Estábamos un poco mas cerca luego de los doscientos bordes que habíamos tirado. Hablamos por radio con Zarate y le pedimos a Lastiri que le avisara a mi madre que no llegaríamos tan pronto. Lo mas probable era que llegaramos al día siguiente antes del amanecer. Lo saludamos con cariño a Lastiri. El y Julio Garcia habían sido nuestro principal apoyo en tierra a lo largo de los 95 dias de viaje. Al día siguiente esperábamos no llamarlo mas. estaríamos en tierra.

Dia 95: La ultima recalmada

Hoy era el día en que nos debíamos acercar a nuestro destino final. En nuestros planes no estaba el frente, ni el viento ausente que nos iba a tocar. El plan era avanzar, pasando entre las Bahamas y ese banco gigante en forma de triangulo que esta al norte de Cuba. Hacia el fin del día estaríamos viendo la costa americana y al día siguiente entrando triunfalmente a la bahía final.

Pero las cosas en el agua no se dan como uno las planea. El océano tiene una voluntad propia que se le impone a los que deciden habitar en su dominio. El barco esta en las manos de Poseidón, y entre esta figura mitológica y el renombrado Eolo, se decide el destino de miles de navegantes que dependen de su suerte y de la voluntad del mar.

En este día la voluntad del mar era que nos quedáramos inmóviles a la espera de la tormenta que nos estaba preparando para despedirse de nosotros. Como a media mañana abrí un ojo y note que el barco apenas se movía. Salí y pude observar las mayores apenas infladas. Avanzábamos a tres nudos, pero de seguro dos era a causa de la corriente. Aun no habíamos ingresado en la corriente del Golfo, pero igual el agua nos llevaba deslizando sobre esa mágica alfombra acuática que son las corrientes marinas.

Pasado el mediodía tuve el primer Deja Vu de la travesía. Las velas comenzaban a golpear contra los obenques y a crisparnos los nervios mas por el saber que adelante había un frente que venia, que por el apuro de llegar. Yo sentía que había llegado hasta la vereda de enfrente de la casa que venia a visitar, pero ahora me encontraba sin poder cruzar esa calle llena de charcos. Me acorde de Edu y del mal humor que nos dio esa calma al norte de la Mona.

No podía creer que solo una semana mas tarde me estaba sucediendo lo mismo. El barco sin motor, las velas golpeando y frente que se acercaba para golpearnos. Según el pronostico este no seria tan duro como el que nos había agarrado antes de entrar a Puerto Plata, pero de seguro iba a soplar bastante. Al día siguiente de seguro tendríamos un día “para tocar trompeta” , parafraseando a mi amigo y baterista Morris Iglesias.

Le dije a mi papa que lo mejor seria bajar las mayores para que no se rompieran en ese golpeteo contra las crucetas y los obenques. Además nos daría paz a los oídos, que ya estaban agotados del ruido inconfundible de la vela desinflada que frustrada se auto flagelaba contra el metal.

Cuando bajamos las mayores el cielo termino de cubrirse. Encima nuestro ya teníamos las nubes que preceden a la tormenta. Son las precursoras que llegan desde lo alto a ver como esta el escenario de la futura destrucción. Lo único que me alegraba eran los dos nudos de corriente que nos seguían empujando. Por suerte no teníamos ninguna masa de tierra cerca y el peligro de pegarle a un banco era escaso.

A Max ni se le ocurrió hablar de pesca. Tal vez hicimos alguna broma al respecto, pero de seguro el señuelo que tanto nos había alimentado paso al retiro definitivo a partir de ese día. La paciencia era lo único que necesitábamos. De algún modo, esta cercanía al destino final me había quitado los restos de paciencia.

Para decirlo mas claramente: mi humor no estaba nada afable y en varias ocasiones conteste de mal modo a mi padre. Max, por supuesto, no sufrió mi mal humor, pero tampoco pudo disfrutar de ninguno de mis chistes.

Encalmados al atardecer

Encalmados al atardecer

Por la tarde buscamos desesperadamente pronósticos a través del BLU y el VHF. Queríamos saber de que tamaño seria el gigante que debíamos confrontar. Según los reportes, era fuerte y robusto, pero no tenia duda que podíamos hacerle frente. Tal vez soplarían 30 o 35 nudos, algo que sabíamos el barco podía tolerar de sobras.

Mientras caía el sol nos conectamos con Zarate y le pedimos a Lastiri que le avisare a mi madre sobre la demora que traíamos. Inicialmente habíamos calculado un arribo para el día siguiente, pero la demora de habernos quedado boyando durante casi todo un día haría que llegáramos mas tarde de lo esperado. En todo caso, el mensaje era que no se preocupara, que ya se había preocupado bastante y que no hacia falta que lo continuara haciendo. Igual se siguió preocupando y hoy desde mi paternidad logro comprender su preocupación mucho mejor. Durante la noche se levanto una brisa leve que pudimos aprovechar con las dos mayores de vuelta arriba. A cada instante mirábamos al horizonte para ver si veíamos a algún crucero y para estimar cuanto faltaría hasta el arribo de la tormenta.

Auto foto de Max de noche.

Auto foto de Max de noche.

Me quede de guardia esperando el viento fuerte, pero este no llego durante la noche. Habría que esperar al amanecer para enterarnos de quien era el frente que venia a sacudirnos. Mis nervios no habían disminuido y la ansiedad hacia que no pudiera irme a dormir, pero llegadas las cuatro vi salir a mi papa para relevarme. Pensé que lo mejor seria ir a descansar, ya que el día que teníamos por delante no seria fácil. Faltaban ochenta millas para llegar, pero eran las ochenta millas mas largas del mundo.

Dia 94: Cayos

Seguíamos avanzando bien a pesar de que el viento había rotado un poco hacia el noreste. La corriente nos seguía empujando por el Canal de Old Bahama. A estribor teníamos los bancos de la Gran Bahama y a babor la costa mas visible que nunca de los cayos del norte de Cuba. No se veían construcciones, ya que nos cayos en cuestión están deshabitados.

Estaba tranquilo de poder hacer este tramo de un relativamente angosto canal de día. Max se había quedado hasta tarde conmigo en la guardia y todavía dormía cuando empezamos a preparar el almuerzo. Creo que era el turno del nunca bien ponderado arroz a la Gervasio ( el cual casi siempre incluía arvejas y tal vez alguna otra sobra ). Mientras cocinaba me acorde de las toneladas de arroz que me habría cocinado durante toda la década anterior. Sin duda mi especialidad en el arroz provenía de las horas de cocción y experimentación discurridas en la calle Uspallata, cerca de la avenida del Libertador. Recordaba con particular apego el plato que había denominado, con una destreza poética bastante admirable, “mazacote”. El mismo se constituía de restos de arroz, carne, verduras y lo que fuera que encontrara en la heladera, unidas con dos huevos y puesto a cocinar durante una hora en el horno. Luego lo cortaba y lo comía como galletas, a horas disimiles.Lamentablemente el hornito del Tremebunda no me daba la posibilidad de prepararle un “mazacote” a Max y a mi papa.

Mi papa disfruta de el viento del caribe.

Mi papa disfruta de el viento del caribe.

Para cuando Max se levanto, el arroz ya estaba listo. No nos quedaba dorada, pero Max tenia la convicción que tras la ingesta de arroz pescaría algo. Esta vez no atine a discutirle y ni siquiera mire el GPS, dado que sabia que no tendría sentido tratar de disuadirlo. En cierto modo, este tipo de actividades inútiles, era a la vez un pasatiempo y una excusa para soñar con otra comida fresca.

El señuelo se estuvo bañando en aguas cubanas durante una hora al menos hasta que Max se convenció d que no había pique por sus propios medios. El GPS se reía por dentro mientras lo veía recoger los metros de tanza que había largado.  Mas tarde volvería a intentarlo y su desdén por el orden de los astros y su relación con los seres vivos subacuáticos le costaría caro. No iba a volver a pescar nada en lo que quedaba del viaje.

Miro la caña pero no pasa nada. El GPS se rie de nosotros.

Miro la caña pero no pasa nada. El GPS se rie de nosotros.

Dormí una siesta sabiendo que la guardia de la noche seria larga como en las noches anteriores. Me levante con la sensación de que faltaba poco para llegar y que de algún modo me sentía mas nervioso que cuando salimos hacia mas de tres meses. Era un temor a fallar estando tan cerca de la línea de llegada. Una preocupación inútil que no podía borrar de la cabeza. El hecho de no tener motor era lo que mas nervioso me ponía. Agregado a esto la falta de practica de mi padre y la inexperiencia total de Max no ayudaban a tranquilizarme. Como buen capitán no demostré ni siquiera en parte, esta duda existencial a mis dos tripulantes. Era mi deber el hacerlos llegar a Miami sanos y salvos. Como sea habríamos de llegar.

Hablamos brevemente por radio para informar que estábamos bien . Entonces el negro Lastiri nos comunico algo que justificaba mi preocupación en parte. Teníamos a unas cuatrocientas millas al norte un frente frio que venia  a nuestro encuentro. Mientras nosotros avanzábamos acariciando los cayos de Cuba, el frente se hacia sentir en los parques de Disney de Orlando. Ese aire fresco que helaba las narices de los turistas en filas interminables, venia con furia a nuestro encuentro. El pronostico daba que llegaría el día 10, justo cuando nosotros esperábamos estar llegando a Miami. Por un momento supusimos que no iba a llegar a golpearnos, dado que si se mantenía nuestro avance, el frente nos agarraba en la recta final. El problema era que al día siguiente ( el día 9) se pronosticaba una calma total, lo cual nos dejaría parados ( nuevamente ) a la espera del frente maligno.

Max y su gorra al atardecer.

Max y su gorra al atardecer.

Le agradecimos a Lastiri por su información y empezamos a ver que podíamos hacer. No había ningún puerto a la mano. Intentaríamos seguir avanzando mientras nos lo permitiera el viento. La realidad era que no teníamos nada que hacer, solo restaba aguardar al frente con la paciencia del monje.

Esa noche me quede de guardia yo solo hasta la madrugada. Mi padre y Max se acostaron temprano. Con el correr de las horas sentí con resignada desencanto el pronostico haciéndose realidad. El viento iba decreciendo y rotando al norte. El avance del Tremebunda ya era francamente lento, pero al menos nos movíamos.

Dia 93: La costa de Cuba

Me levante con la costa de Cuba a la vista. Estábamos cerca de la Punta de Guarico, en el oriente de la isla. Durante la noche habíamos dejado a estribor a la isla de Great Inagua, a la cual no pudimos ver ni tampoco visitar como hubiera sido mi deseo si la etapa del Caribe hubiera sido navegada con mas tiempo disponible.

Poniendo el tangon en la proa.

Poniendo el tangon en la proa.

A babor teníamos la isla mas grande del Caribe. Una isla encantada por el tiempo y el régimen de Castro. Todavía Fidel seguía en el poder, y todavía su nombre es mala palabra en Miami. También me hubiera gustado conocerla hace una década para poder observar de primera mano lo que muchos me contaban de ambos bandos. Lo cierto es que ya entrabamos en el Old Bahama Channel y la corriente nos seguía empujando hacia nuestro destino. Esperábamos llegar el día 10 a Miami si las condiciones seguían así. El viento nos pegaba de popa redonda y el barco avanzaba sin problemas. La genoa abierta en oreja de burro ayudaba a recorrer las millas sin esfuerzo.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

Los tres nos habíamos habituado al ritmo del mar, aunque mis dos nuevos compañeros no dejaban aun sus actitud de visitantes del agua. Yo a esta altura, ya me sentía parte del Océano y el Océano me aceptaba como un simbiótico ser sobre sus crestas, como el tiburón acepta a la rémora y el buey al pájaro en su lomo.
Almorzamos los restos de la dorada que había pescado Max el día anterior, pero fue el final de nuestro alimento fresco. Tras el almuerzo volvimos intentar darle arranque al motor pensando que la recarga de las baterías con los dos paneles solares instalados podría darnos algo de poder extra para hacerlo arrancar. Nuestras ilusiones se desmoronaron en el segundo intento. Teníamos suficiente batería como para darle arranque pero el motor tenia un problema de compresión que no íbamos a poder solucionar a bordo. Lo extrañamos a Alberto, el mecánico estrella de Puerto Plata.

Una vez que aceptamos que ya no íbamos a tener motor, ni recarga de baterías, ni frio en la heladera, nos relajamos y empezamos a hablar sobre la llegada. Mi papa por suerte había contratado un servicio de remolques en el agua que se llama Sea Tow, previendo que era probable que llegásemos a Miami sin la ayuda del Volvo. Cuando estuviéramos cerca llamaríamos al Sea Tow y nos entraría a remolque de ser necesario. Si el viento fuera favorable podríamos entrar por el sur de Key Biscayne y pedir remolque en Biscayne Bay.

De todos modos todavía quedaban muchas millas por recorrer. Durante la tarde tomamos mates y hablamos sobre la vida y las millas recorridas. Aprovechamos para contar los buenos chistes que requieren una audiencia de dos al menos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

A mi papa lo veía contento. Estaba recuperando al hijo prodigo que retornaba de su vida alocada en el sur. El hijo también estaba feliz de recuperar al padre que le había dado el susto de las operaciones un par de años antes. Era el mismo padre que le había enseñado a escuchar música y a sentarse en silencio en el living. Era el mismo, que con dolor, lo había dejado volar por sus propios medios una década antes.

Max era el testigo involuntario de esta reunión poco ceremoniosa en medio del canal por el que muchos cubanos habían flotado en balsas soñando con un futuro mejor. En el mismo canal nuestro barco avanzaba entre los cruceros de lujo que nos pasaban repletos de turistas que se la pasaban comiendo sin siquiera notar nuestra presencia en la distancia. Unos pocos, imagino nos habrán visto y habrán pensado: ¿ Que hacen estos locos tan lejos de toda civilización ? Desde la cubierta yo me preguntaba mirando a los cruceros: ¿ Que hacen esos locos flotando tan lejos del mar?