Dia 65: La mancha en el radar

Hacia una semana que habíamos partido desde Fortaleza y salvo durante la primera tarde, no volvimos a ver otro vestigio de vida mas allá de la gaviota Catalina. Estando aun ella montada sobre la chubasquera, a mi hermano se le ocurrió encender el radar, como una rutina de control de las distancias, tal como lo habíamos hecho en madrugadas anteriores.  Pero en esta oportunidad pudo ver una mancha verde en la parte inferior derecha de la pantalla del Furuno. Los anillos de distancia indicaban que la mancha se encontraba como a quince millas detrás nuestro. De inmediato Iñaki salió para mirar hacia atrás pero no pudo ver nada. Quince millas son demasiado para nuestra vista  ( pero no para el Furuno ). En cierto modo el radar era como una ventana hacia el futuro. En su pantalla podíamos ver que buques veríamos mas tarde o en cuanto tiempo podríamos ver la costa.

Una media hora mas tarde el radar indicaba que la mancha estaba ya a doce millas y en el horizonte comenzaba a verse el resplandor del buque iluminando el océano en nuestra popa.

El instinto me despertó antes de que fuera la hora de mi guardia. Note que mi hermano había apagado todas las luces de navegación. Me explico que le había quedado en su memoria consciente el relato de la piratería de la zona. El radar nos indicaba que el barco estaba a solo seis millas y que por el tamaño de la mancha parecía ser un carguero de considerables dimensiones. Desde el cockpit ya podíamos divisar la luz de proa y de popa de un transatlántico de grandes dimensiones. Decidimos volver a encender las luces del tope para que si nos vieran. No eran piratas, sino productos en transito hacia el consumo. Para quedarnos aun mas tranquilos encendimos la radio VHF e intentamos contactar al buque. En un correcto ingles británico nos respondieron diciendo que nos tenían identificados en su radar y que continuáramos con nuestro rumbo que nuestras estelas jamás se cruzarían. Entonces le sugerí a Iñaki que fuera a dormirse y me quede en la grata compañía de Catalina que aun recobraba fuerzas sobre la chubasquera. Deje que amaneciera antes de despertar a Eduardo para que me relevara en la guardia. El barco había avanzando muchas millas durante la noche y era tiempo de descansar.

Cuando me levante ya Iñaki amasaba una pizza marinera creada a base de harina y levadura brasileña. La preparación, amasada y cocción nos entretuvo durante un par de horas y tras el almuerzo nos dedicamos a la lectura. Iñaki leía a Allende y yo a Cortázar.  Recuerdo que el Cortázar del mar era distinto, en cierto modo al Cortázar de mis lecturas en Vicente López. En cierto modo era como si el océano le diera un matiz y una gravedad especial a los intrincados relatos del autor.

Meditando en la proa

Meditando en la proa

Se hablo poco por radio dado que nuestros contactos de Argentina no se hicieron presentes. Escuchamos la ronda de los navegantes y nos llamo la atención Gaspar, un joven español que iba cruzando el Atlántico en solitario, rumbo a Barbados. Lo contactamos brevemente para desearle suerte y decirle que estaríamos en Barbados a su arribo en caso de que ambos barcos siguiéramos navegando de acuerdo a lo planeado. En alta mar todo es por ahora y los tiempos son ajenos a los tiempos de la civilización moderna. Por eso quedamos en vernos cuando llegase, y no en una determinada fecha o lugar. Nos despedimos de Gaspar y nos dedicamos a la cena. La bitácora de mi hermano no me dice que pero sospecho que fue sopa con los restos de la pizza del mediodía.

Decidí acostarme temprano dado que estaba agotado. A las diez Eduardo y yo lo dejamos a Iñaki con la primera guardia.

DIA 65: Millas Recorridas 165 – Velocidad Promedio 6.9 nudos