Dia 45: Itaparica

Habíamos decidido hacer una parada de turismo náutico antes de dejar Bahía atrás. Daniel nos había comentado sobre la belleza y el ambiente especial que tenia Itaparica. Entonces confiamos en el y decidimos seguirlo hasta la isla que se encuentra cruzando la Bahía de Todos los Santos.
El día anterior había llegado Lorena, la mujer de Daniel, desde Buenos Aires y dijeron que se irían temprano para Itaparica. Nosotros nos demoramos con algunas compras de ultimo momento. Lo de siempre: arroz, pan, arvejas y sal – con eso podríamos sobrevivir utilizando de mis limitadas dotes de Chef pobre. Aun conservaba en la memoria las imágenes de la noche anterior: el descontrol de la gente, la represión de la policía que ni bien alguien intentaba empujar con violencia o subirse a donde no correspondía ingresaba con los garrotes, las infinitas caipirinhas que vimos consumir. Al salir del Centro Nautico da Bahía ( así se llamaba la marina, y no es que me haya acordado, sino que la memoria de elefante de Eduardo me lo comunico vía yahoo ) pude constatar como había quedado el campo de batalla. Serian las nueve pero no se veía a casi nadie en la calle. Se notaba que la ciudad había estado de juerga hasta tarde. Recuerdo a los barrenderos tratando de no perder la calma ante la faraónica tarea que les aguardaba. Papeles, vasos, botellas y basura variada podía verse por todas partes.  Frente al Mercado Modelo había un barcito que tenia tan solo 3 metros de ancho. Con asombro vi como paraba el camión repartidor de Cachaca a reponer el consumo de la noche anterior. Tal como uno ve en Buenos Aires la descarga de 8 o 10 cajones de cerveza, aquí descargaban cantidad de cajones de Cachaca que servirían como combustible para la fiesta de la noche por venir. En cierto modo esta ciudad parecía estar siempre en fiesta. Claro esta que llegamos en una temporada clave para la joda, pero la calma y la decisión con la que se descargaban esos cajones me hacia pensar que este día tenia algo de rutinario para el repartidor.

Volví al Treme y comenzamos el cruce de la Bahía a motor. Recuerdo que nos tomo unas dos horas hacer el cruce y nuestro espíritu estaba de buen humor. Íbamos a conocer otro lugar y a prepararnos para continuar nuestro viaje. como si fuéramos a un retiro para navegantes que los aclimata luego de ver tanto descontrol junto en Salvador.

El centro de Itaparica

El centro de Itaparica

Dejamos el Farol da Barra por babor dándole bastante respeto a los bancos de arena que lo circundaban. No teníamos ganas de perder energía para sacar a la nave de una varadura por lo que avanzamos con cuidado. No teníamos cartas precisas de la zona, así que la precaución era el mejor mapa. Llegamos pasado el medio día y nos fondeamos cerca del Cenizo donde Daniel y Lorena estarían celebrando su reencuentro. Nos bajamos remando hasta un muelle donde nos encontramos con uno de esos personajes que solo habitan en los puertos. Este recuerdo llega por cortesía de Eduardo, dado que en verdad no tengo en mi memoria a este personaje, pero creo en la descripción minuciosa de mi compañero y mientras tipeo, casi me acuerdo o me imagino que me acuerdo del fulano. Era un tipo grande de pelo largo que venia navegando a bordo de un velero de madera de uno 8 metros. A bordo su nueva novia que tendría un tercio de su edad y los insumos para realizar su arte: la pintura. Nos conto que había recién terminado un mural grande en Itaparica y ahora estaba descansando. El arte fatiga, esto lo sabemos bien por experiencia. Así que lo saludamos y caminamos por las calles estrechas de Itaparica. Este lugar era en cierto modo la antítesis de Salvador. Parecía una ciudad detenida en el tiempo. Todo era calma en este lugar y nuestra caminata fue mas bien una mirada de reconocimiento mas que un tour completo. Volvimos antes del atardecer remando al Tremebunda, esta vez remando un poco mas cerca del Cenizo. Daniel estaba en el cockpit y nos vio remando cuando estábamos a unas pocas esloras del casco rojo.

La costanera de Itaparica. Contra estas paredes atan los barcos para pintarles el fondo.

La costanera de Itaparica. Contra estas paredes atan los barcos para pintarles el fondo.

Nos invito a subir. Conocí a Lorena que nos recibió con la misma sonrisa que se recibe a los amigos de siempre. En seguida nos propusieron una idea irresistible para la cena: Linguiza a la parrilla. ( NOTA: Linguiza significa Chorizo Brasilero y si, Daniel tenia parilla a bordo). Eduardo y yo habíamos tenido ya un debate intelectual sobre la postura acerca de las parillas a bordo y no nos habíamos puesto nunca de acuerdo. Yo soy de los que opinan que el carbón a la brasa no se corresponde con la navegación a vela. Es una postura obtusa y absolutista, pero así es. Eduardo en cambio seguía intentando convencerme de que era la apoteosis de la comida a bordo. Nunca logro convencerme, pero cabe aclarar de que yo me negaba a instalar una parrilla a bordo de mi embarcación, pero estaba gustosamente dispuesto a disfrutar de los embutidos asados en la parilla del Cenizo. En este sentido había logrado relajar mis convicciones para no pasar por un ortodoxo opositor al fuego de a bordo.

 

La famosa Linguiza

La famosa Linguiza

Remamos de ida a y vuelta al Tremebunda. En ese corto trayecto notamos que tenían a un velero atado contra una pared de cemento. Se notaba que la amplitud de la marea dejaba al barco en seco durante la bajamar y lo retornaba a su estado de flote cuando las aguas regresaban con la pleamar. Daniel luego nos conto que así es como pintan el fondo de los barcos allí: los atan a una pared, esperan que agua baje y toman la lata de pintura antifouling para atacar ni bien se los permite la marea. Tienen pocas horas para hacerlo y en cierto modo les envidiaba este precario método que les permitía completar la tarea que en nuestro barco me tomaba días de ardua labor. A veces las limitaciones nos ayudan a ser mas efectivos y menos detallistas.

Cuando regresamos al Cenizo, el fuego ya estaba cocinando las linguizas y la boca se nos hacia agua. Hacia mucho que no comíamos nada asado, desde la partida creo yo. Charlamos hasta tarde a bordo del barco de Daniel, mayormente sobre el trayecto que nos aguardaba. Sin duda había sido una excelente idea la de cruzar la Bahía. Fue la ultima recalada sugerida por Daniel durante nuestro viaje, pero una que quedaría en la memoria.

Dia 44: Blocos de Carnaval

El ambiente de fiesta se respiraba en Salvador. Había muchas personas para la cuales la fecha mas importante del año estaba llegando. Se podía uno dar cuenta de la importancia del evento mirando las caras y escuchando los cometarios de los locales. Casi todos desdeñaban el espectáculo circense que realizaban los cariocas en el Sambodromo. Para los bahianos había otra forma mejor de celebrar: en las calles junto a los Blocos.

Vista panoramica desde el Mercado Modelo

Vista panoramica desde el Mercado Modelo

Nos habían intentado explicar lo que eran estos blocos pero no lo habíamos comprendido bien ( otra vez las limitaciones del idioma portuñol se hacían notar ). Ya en algunas horas podríamos averiguarlo en persona. Varios brasileros nos habían aconsejado ir temprano para poder llegar cerca de los Blocos.

Estábamos a solo dos cuadras y la fiesta empezaba como a las seis de la tarde así que decidí ir a visitar el Mercado Modelo. Se trataba de un mercado de frutas, verduras y productos naturales varios que quedaba cruzando una pequeña rua, a tan solo metros de la marina. Ahora ademas ofrecían todo tipo comidas y artículos para el hogar y los turistas.

El lugar donde me sente a tomar cerveza con naraja, dentro del Mercado Modelo

El lugar donde me sente a tomar cerveza con naraja, dentro del Mercado Modelo

Me tome una cerveza con laranja en unas mesas que se encontraban en un espacio techado en forma de medialuna que parecía ser el punto de encuentro de casi todos los locales. Desde allí sentado se veían las embarcaciones y la gente que comenzaba a prepararse para la fiesta que llegaría en tres horas. Fue interesante observar la ansiedad con que el Carnaval se aguardaba. La verdad es que yo también estaba ansioso por averiguar de que se trataba.

Como a las cinco fui a buscar a Eduardo al barco , luego de haberme duchado por tercer día consecutivo. Era un placer contar con el agua corriente que nos faltaría durante las etapas en el mar.

El camion entre la gente

El camion entre la gente

Caminamos por la Avenida Lafayette Coutinho, que era la que circundaba la Bahia de Todos los Santos. La avenida ya estaba tomada por los transeúntes y el trafico vehicular ya había cesado hacia un par de horas.  No veíamos donde era ideal colocarse dado que no había ningún escenario. La fiesta parecía estar lista para comenzar en todas partes a la vez. Seguimos unas cinco cuadras hacia el sur y allí el gentío era tanto que no pudimos avanzar mas. Esperamos a que algo sucediera pero sin aburrirnos ni un ápice, dado que la sola observación de este ritual de preparación era un espectáculo en si. Pasaban muchos vendedores ambulantes y Eduardo decidió pedirse algo de tomar ya que el calor de los cuerpos humanos tan cercanos se hacia notar. Cuando quiso pagar se dio cuenta: le habían sacado la billetera del bolsillo de su traje de baño. Tampoco yo pude pagarle la bebida dado que no llevaba efectivo ( los años de entrenamiento en recitales en Buenos Aires me habían ya enseñado a no llevar billetera a este tipo de eventos ). Nos quedamos con sed y Eduardo un poco mal humorado por la perdida.

Un Bloco se aproxima

Un Bloco se aproxima

Empezamos a escuchar música a lo lejos y entre la multitud vimos un camión con acoplado con una banda de gente bailando arriba. Nos llamo mucho la atención pero al ver lo alegre que se ponía la gente de ver esto nos dimos cuenta de que esos camiones eran los Blocos. Parece que pasaron a este sistema de Escolas do Samba cantando y bailando arriba de camiones para que la gente pueda bailar alrededor de los mismos y tener a las Escolas desfilando en un mar de gente. Esta era en verdad la preparación para el carnaval que se vendría una semana después. Nosotros no lográbamos entender la euforia, pero definitivamente era un estado contagioso. Pasaron lentamente varios camiones: el de Chiclete com Banana, el de Axe Bahía y varios mas que no recuerdo. Finalmente todos aguardaban la llegada de la reconocida cantante Ivete Sangalo. Llego cantando sobre la plataforma de un camión , rodeada de bailarinas y con músicos en vivo sobre el mismo camión. A mi me sorprendía como los camiones no atropellaban a nadie. A pesar de la velocidad casi nula, había muchos encargados de seguridad que trataban de separar a los que se encontraban frente al camión para dejarlo avanzar. Ivete cantaba enfundada en su  uniforme blanco y el publico la adoraba. A mi mucho no me emociono la Ivete pero si la alegría que nos rodeaba. La gente aparentaba poder seguir toda la noche pero a eso de las diez los camiones dejaron de pasar y el ensayo había llegado a su fin. Mientras caminábamos de vuelta entre la muchedumbre podíamos ver los vestigios de esas horas de fiesta popular. Por todos lados latas de cerveja Brahma y las botellas de Cachaca vacías, energizantes de la fiesta y propulsores de la embriaguez general que había hecho de esta fiesta una experiencia inolvidable. Ya habíamos visto lo que debíamos ver y al día siguiente nos tocaría prepararnos para la partida mientras Salvador se preparaba para el verdadero Carnaval de la semana siguiente.

 

Dia 43: Pelourinho

Me levante tarde y Eduardo no estaba abordo. Me hice unos mates y me senté a tomar un poco de agua verde en el cockpit. Supuse que mi compañero estaría a bordo del Cenizo y que al rato volvería, así que me dedique a contemplar lo concretado hasta el momento: estábamos definitivamente avanzando hacia el norte y con mi compañero habíamos logrado conformar un equipo que lograba viajar en armonía, complementándonos día y noche. En resumen, podía ver como seguiríamos avanzando y resolviendo los problemas que se nos presentaran. Estoy convencido que si Eduardo no me hubiera apoyado acompañándome en esta travesía, de seguro no hubiera llegado muy lejos.

Eduardo regreso remando con buen ritmo como una hora mas tarde. El también se sentía realizado por el avance de los últimos 5 días. Había estado con Daniel y además se había encontrado con su amigo Pepe que navegaba en solitario a bordo de un Hunter 40. Además había aprovechado para llamar a su familia desde un cabina telefónica cercana. Yo haría lo propio cuando desembarcara.

Al rato baje para ir a hablar por teléfono con mi familia. Mi padre me pidió que llamara a Alberto Araujo, un amigo suyo que me prestaría dólares de color verde ( no marrones como los que me quedaban ). Hice el llamado a Alberto quien dijo que me encontraría en un restaurant donde estaría almorzando.

Fui al Tremebunda a arreglarme un poco. Me encontraría con gente de negocios y no era cuestión de ir como un zaparrastroso.  Hice lo que pude con la ropa semi húmeda que pude encontrar a bordo. Se notaba que era un vagabundo del agua, pero no me quedaba otra: tenia que ir a buscar el dinero que tanto necesitábamos para seguir.

Volví a la Avenida Da Franca para tomar un taxi. Llegue quince minutos tarde a la cita, pero estaba contento de poder encontrar a Alberto a quien en ese momento aun no conocía. Me recibió con los brazos abiertos y una sonrisa como si se tratara de su propio hijo. Estaba almorzando con Walter Mathis, un ejecutivo de Victorinox que lo visitaba por trabajo. Trate de ser breve pero igual Alberto insistió en que me sentara un rato con ellos y les contara sobre el viaje.

La vista desde arriba del Pelourinho

La vista desde arriba del Pelourinho

Regrese satisfecho al barco. Con la panza y los bolsillos llenos. Esta noche era para celebrar.

Al caminar por la marina vi que Eduardo estaba parado hablando con un hombre calvo. Me presento entonces a Pepe, su amigo argentino que estaba navegando en solitario hacia Europa y desde hacia un mes se hallaba estacionado en Salvador. Subí al Hunter para conocer el interior ( es algo que los marinos hacemos ). Pasamos un rato hablando e hicimos planes para la noche. Pepe y Daniel nos guiarían por el Pelourihno esa noche.

El elevador de Lacerda que comunicaba nuestra amarra con el Pelourinho

El elevador de Lacerda que comunicaba nuestra amarra con el Pelourinho

Como a las nueve subimos por los elevadores para encontrar un ambiente totalmente distinto al del día anterior. La fiesta estaba en marcha. Se escuchaba música en vivo por todas partes y pronto nos enteramos por que: la ciudad se preparaba para el comienzo de los Blocos de Carnaval al día siguiente. Los Blocos de Carnaval son el ensayo final para el Carnaval que se lleva a cabo en las calles y enfrente del publico presente. Muchos nos dijeron que los Blocos son mejores que el Carnaval en si, como si el ensayo fuera en verdad el espectáculo en si.

Fuimos por las callecitas hasta ingresar a un centro cultural donde cenamos y tomamos varias rondas de caipirinha y cerveza. El grupo que habíamos formado estaba feliz por el reencuentro y por la salida. Escuchamos la música y tomamos por un par de horas. Los muchachos se querían volver a la marina pero yo no me decidía a abandonar esta noche única. Decidí quedarme caminando por el Pelourinho que ya pasada la medianoche contaba con un ambiente de joda increíble.

Los despedí en la plaza 15 de Novembro que era el epicentro de la fiesta. Desde allí me decidí a adentrarme en las callejuelas donde parecía habitar el verdadero espíritu del Carnaval que se avecinaba. A dos cuadras encontré un espacio ( no se que palabra lo pudiera describir mejor ) en el que la música estaba sonando a tope y todo el mundo intentaba ingresar. Apretujado y en medio de mini empujones logre meterme a este sitio donde estaba tocando una de las Escolas do Samba que desfilarían al día siguiente. Un ambiente inolvidable.

La plaza donde me despedi de los muchachos - aunque la despedida fue de noche.

La plaza donde me despedi de los muchachos – aunque la despedida fue de noche.

Recuerdo que me puse a hablar con una morena alta que se llamaba Martha. Cuando termino de tocar la Escola do Samba la invite a tomar algo a un bar que se encontraba en esa misma cuadra. La verdad es que me pude dar cuenta de lo limitado de mi portuñol. No le entendía ni la mitad de lo que decía y no creo que ella me entendiera muy bien tampoco. Recuerdo, no se porque , que me dijo que no sabia nadar, lo cual me sorprendió bastante pero no impidió que la invitara a tomar algo. Dentro del bar en el que nos metimos también sonaba la música en vivo con un cuarteto improvisado de guitarras, pandeiros y cavaquinhos. La gente bailaba y cantaba mientras yo intentaba conseguir dos caipirinhas mas.

Ni bien pude volver al lado de Martha se nos acerco un morenito bajito que estaba ya bastante ebrio. Me pidió dinero para comprar un trago a lo cual le respondí que no podía ayudarlo. Casi no podía hablar con la chica por varios motivos: la música, mi falta de vocabulario y el morenito que cada dos minutos volvía a pedirme dinero. La situación se torno un poco densa dado que cada vez el morenito venia con mayor insistencia y con menos animo de amistad. Le pregunte a Martha si era cierto que aquí en Brasil a los locales no les hacia problema si veían a un estrangeiro falando con un meninha local. Me negó que tal realidad fuera posible: en cualquier parte del mundo los locales protegen a sus mujeres y no importa de donde uno venga, es mejor que no intente aproximarse a sus féminas. En su siguiente aproximación el morenito ya vino con una exigencia fuerte. Le tenia que dar dinero si o si. Le explique que ya me quedaba muy poco y que ese poco se lo iba a dar a la señorita para que tomara un taxi a su casa ( así no creía que quería apropiarme una de las suyas ). Mi respuesta no le convenció y con mucha cara de malo, desde su metro setenta me dijo:

–       Voce esta buscando a morte…

Yo me sonreí, como para no mostrar miedo, pero el miedo si me entro por la espina cuando le vi la cara a Martha. A ella no le había parecido nada simpática la amenaza y me pidió que nos fuéramos del bar.

Dia 42: Salvador

Durante la madrugada decidí prender el walkman y tratar captar alguna radio FM. Por momentos logre escuchar el portugués de Bahía, que en cierto modo sonaba diferente al acento del sur con el que estaba mas familiarizado. La brisa del noreste nos dejaba avanzar lentamente y yo meditaba acostado en la banda de babor. Tenia puesta unas ojotas que me iban a acompañar toda la travesía. Me las había dado mi padre en mi viaje anterior a Miami. Eran la apropiación de lo ajeno y la vez el regalo obligado. Durante estas noches pensaba mucho en mi familia y en lo difícil que seria para ellos tolerar esta incertidumbre.

Salvador de Bahia visto desde el agua

Salvador de Bahia visto desde el agua

Tanto Eduardo como yo nos sentíamos seguros en el mar, pero a la distancia esta seguridad incierta genera insomnios y ansiedad. Lo notaba en el tono de mis padres al hablar por la radio en puente a través de Zarate o Campana. Lo cierto es que cada vez nos acercábamos y estábamos casi a mitad de camino.

Como a las cuatro lo desperté a Eduardo y me fui a dormir. Después de pasar tantas semanas a bordo, el proceso de irse a dormir y la comodidad relativa del barco no tenían comparación. Es como cuando uno ve a un indigente durmiendo en un banco de plaza: a uno le da pena y piensa en lo duro que será dormir allí, pero el indigente en cuestión disfruta del sueño tanto como el bebe en su cuna o la princesa en su alcoba real.

Eduardo me despertó como a las once. Ya podía verse la ciudad de Salvador. Teníamos los dos ya muchos deseos de llegar. Era una ciudad que nos la habían pintado como mágica y la teníamos ahora al alcance de la vista. El viento era tan tenue que tuvimos que cubrir las millas que faltaban a puro motor. Mientras nos íbamos acercando aprovechamos a doblar las velas y enrollar el genoa.

Llegamos justo al mediodía a la marina donde nos esperaba Daniel a bordo del Cenizo. Como no había lugar en las marinas nos tuvimos que amarrar a una boya. Eduardo reconocio el casco rojo del Cenizo amarrado en otra boya. Desde allí remamos con el inflable hasta llegar al barco de Daniel.

Golpeamos el casco y desde adentro emergió Daniel con su efusividad. Fue un lindo reencuentro, dado que el había sido parte de la primera parte del viaje y pienso que contribuyo en mucho a que esta aventura se haya desarrollado tan bien.

Nos invito a subir y tomamos algo a bordo. No teníamos ninguna intención de volver al Tremebunda, pero hubo que hacerlo para bajar los artículos necesarios para la ducha. No lo he mencionado hasta ahora, pero nuestro barco no contaba con ducha y la llegada a la civilización principalmente significaba la llegada al agua corriente y la merecida y necesaria ducha de agua fresca. El cuerpo se siente distinto sin la capa de sal que se le pega a uno tras días en el mar. Una limpieza fresca que lo renueva a uno.

Después de la ducha decidimos subir por los ascensores al sector del Pelourihno, que es la parte colonial y donde se pasean la mayoría de los turistas. Esta parte de la ciudad esta en lo alto y es curioso ver el sistema de elevadores públicos con los que cuentan. La primera impresión de esta increíble ciudad fue muy positiva. Nos pasamos recorriendo las calles hasta el atardecer. Recuerdo que nos tomamos unas cervezas y disfrutamos viendo la gente pasar. La vida en la tierra es muy distinta a la vida en el mar.

Dia 18: Caixa D’Aço

El viento era muy suave y venia del norte. Decidimos partir igual y parar en Porto Belo ( unas 30 millas hacia el Norte de la Isla de Santa Catarina ). Era hora de dejar atrás a Florianópolis.

Nuestra partida demorada sembraba dudas en las mentes de nuestras familias. Eduardo, Daniel y yo teníamos la convicción plena de que teníamos que seguir dando pelea. Después de todo, recién estábamos comenzando esta travesía. Sentía como si el barcotuviera un alma propia que nos contagiaba su entusiasmo al espíritu de su tripulación. En cierto modo es como si hubiésemos actuado como un médium  de una travesía que el Tremebunda tenia adeudada desde que mi padre decidió dejarla en Zarate en el ‘93.

Puentes

Los dos puentes de Florianopolis, que la conectan con el resto del Brasil.

La satisfacción de pasar por debajo de los dos puentes que unen la isla con el continente era desmedida en cierto modo. Calculo que la forma mas fácil de describirlo es simplemente decir que me hallaba feliz. Sabia que podríamos seguir nuestro rumbo. Veía la ruta por delante sin saber lo que nos aguardaba pero con la convicción de que el deseo de la nave era en verdad el deseo propio.

En cierto modo este viaje era certeza e incertidumbre a la vez. Hoy me doy cuenta de que así será el resto de mi vida. Sabemos para donde vamos pero no sabemos como es ese futuro que tenemos delante, en que puerto acabaremos.

El viento no nos ayudaba a avanzar, pero al menos había calmado en intensidad en relación al día anterior. Era un día diáfano y el sol pegaba con intensidad sobre la cubierta rugosa del barco. Sin embargo el calor no se notaba tanto debajo de la toldilla gris que colgaba de la botavara del mástil de popa. Íbamos dejando atrás la isla y a estribor podíamos ver las playas en las que tantos argentinos vacacionan cada año: Jurere y Canasvieiras. Recuerdo haber pasado por ellas con mis padres en los ochenta cuando vacacionamos un par de veranos por estas latitudes. Estas praias eran las favoritas de mi tío Miguel y de tantos otros argentinos que las elegían como destino de vacaciones cuando el cambio era favorable.

A media tarde pudimos ver desde el océano las playas de Bombas y Bombinhas. Mas gente vacacionando que ya a esa hora buscaba refugio de la lluvia que se avecinaba tras esas nubes negras en el horizonte cercano. Antes de llegar a la punta de Bombinhas se largo el anticipado aguacero. Era tan intenso que perdimos toda la visibilidad. Durante esta etapa desde la salida del Iate Clube estábamos utilizando el piloto automático Autohelm ( no confundir con el timón de viento que construyo Eduardo con los planos que le proveyó Daniel ). En medio de la lluvia, como era de esperar, se rompió uno de los engranajes del piloto y hubo que mojarse para llevar al Tremebunda a mano hasta nuestro destino parcial en Porto Belo.

Estábamos muy cerca de la punta de Bombinhas pero no podíamos verla. El GPS nos decía que estábamos demasiado cerca pero aun no veíamos la costa y el ecosonda nos decía que había suficiente agua para pasar.

Un minuto después pudimos escuchar la cercanía. El ruido amenazante de la rompiente era claramente distinguible y de inmediato enfilamos la proa hacia el norte. Estuvimos muy cerca de pegarle a las rocas que rodean la punta en forma de corona. El susto de esa rompiente tan cercana aun me dura.

A bordo maps

Aqui se puede ver la rompiente en la que casi nos estrellamos. No teniamos Google Maps a bordo.

Tanto el Tremebunda como nosotros sabíamos que esta no hubiera sido forma de acabar este viaje tan planificado. Imaginar el barco roto contra las rocas de la punta me da escalofríos aun hoy. Es muy fácil cometer errores cuando la visibilidad es muy poca. Aprendimos la lección para el resto de la travesía.

La Treme paso el examen y nos llevo hasta la seguridad y el resguardo de una de las bahías mas hermosas en las que haya fondeado.

Porto Belo

La bahia de Porto Belo vista desde la Caixa D’Aço.

Llegamos hasta aquí guiados por la narrativa de Daniel, quien nos había anticipado datos sobre la belleza natural y el resguardo pacifico de la Caixa D’ Aço. Como siempre, las palabras no alcanzan para describir la estética de la escena natural.

Vista del mar

Caixa D’Aço vista desde el barco.

Pesqueros

La pintoresca costa frente a Caixa D’Aço.

Anclamos en medio de la Caixa esperando que el viento rotara en nuestra terca remontada de la costa del Brasil. La paz de este fondeadero me hace pensar en la perfección de la naturaleza que nos rodea y nos da sustento. Es un lugar para quedarse ad infinitum, peroel barco y yo nos habíamos puesto un rumbo a seguir: hacia el norte.