Dia 92: El pescado de Max

Esa noche hice una larga guardia. Mi papa me despertó como a las dos y lo releve dándole compañía a Max. El barco avanzaba mansamente. A lo lejos se veían luces tenues en la costa de Haití. Todavía no les había golpeado el terremoto terrible del 2010.

Nos quedamos hablando con Max por un largo rato. Según recuerdo era casi una entrevista desordenada sobre las millas recorridas, intercalada con comentarios sobre su vida en Miami. Hacíamos muchas bromas y contábamos chistes, pero a decir verdad, los chistes buenos nos los guardábamos para los momentos en que éramos tres. De algún modo los chistes son mas graciosos cuando el que cuenta tiene una audiencia mayor a uno.

Como a las tres y media le sugerí a Max que fuera a dormirse. Estaba pensando en que prefería que mi papa estuviera acompañado cuando yo lo volviera a despertar al amanecer. Como estaba cansado no dudo en hacerme caso.

En medio de la silenciosa noche, retome el walkman que era para mi el receptor predilectos de radios AM y FM. Pude escuchar música haitiana por AM  y esta variedad cultural me alegro las horas de penumbra que me quedaban.

Como a las seis lo vi asomarse a mi viejo y supe que era hora de ir a descansar. Me tire en el camarote principal en el que había estado durmiendo mi papa. La principal ventaja de este camarote era la oscuridad y el aislamiento sonoro que proporcionaba. Ese camarote era una micro capsula para escapar del viaje por un rato. No me costo nada quedarme dormido, a pesar de la claridad que entraba por la ventanita.

Alrededor de la una reaparecí en el cockpit con la mente y el cuerpo totalmente renovados. Max y mi viejo ya compartían una Presidente. En seguida Max me dijo que le parecía una excelente oportunidad para dedicarnos a pescar nuestro almuerzo. La noche anterior le había contado sobre los pescadotes que habíamos sacado con Edu y con mi hermano.

Lo primero que hice antes de contestar fue observar el GPS. Dentro de uno de sus menús, contaba con un indicador de actividad solunar, que puede traducirse como un medidor del pique. Le informe a Max que el pique estaba bajo y que no valía la pena arrastrar el señuelo sin amplias posibilidades de pescar algo.

Max insistió que  igual le parecía que sacaríamos algo y que ese GPS ( que nos había traído desde Argentina ) no sabia nada de pesca. Le di alguna otra excusa, pero insistió tanto que lo mejor fue prepararle la caña y el señuelo para que me dejara tranquilo y se sacara las ganas de intentarlo.

Me fui adentro a ver la carta mientras calentaba el agua para unos mates. Estábamos al través de la Isla de la Tortuga cerca del extremo Noroeste de la isla de Hispaniola. Dos minutos mas tarde sentí el grito. Max había agarrado algo.

-Te dije que no sabe nada el GPS – me decía mientras reía con su risa típica y recogía los cien metros de tanza que habíamos largado.

La dorada en su futil lucha contra nuestra caña de pescar.

La dorada en su futil lucha contra nuestra caña de pescar.

Soltamos las escotas para que el barco desacelerara y fuera mas rápida la recogida. En tres minutos lo tuvimos ahí: una dorada mediana que nos serviría de almuerzo. Max estaba supe contento y seguía denigrando al Garmin. Yo le decía que había tenido suerte, pero el me contestaba que el en póker y en la pesca, la suerte no existe. Yo estaba en desacuerdo con su afirmación pero no quise discutirle mas viéndolo tan feliz con su tangible logro deportivo.

La dorada era la mitad de largo que aquella que habíamos sacado con Eduardo e Iñaki cerca de Suriname, pero sin duda serviría para alimentarnos con comida fresca. La diferencia de tamaño hizo que fuera mas sencillo descamarlo y ponerlo a la plancha, una recomendación del Chef Gerva que ya tenia experiencia en preparación de pescados a bordo.

La dorada que sacamos gracias a la insistencia ( y la suerte) de Max.

La dorada que sacamos gracias a la insistencia ( y la suerte) de Max.

Todavía hoy nos acordamos cada tanto del día de la pesca de la dorada, de nuestras diferencias acerca de la importancia de la suerte y de la preponderancia de la intuición por sobre la señal de los satélites.

Almorzamos dorada a la plancha como a eso de las cuatro. Como era de esperar, nuestro almuerzo, acompañado de las ultimas cervezas dominicanas que nos quedaban, estuvo delicioso.

Hacia el fin de la tarde mi papa se sirvió su ritual whisky mientras Max y yo lo acompañamos con un Ron Brugal. Sin duda en esta etapa había tomado mucho mas que en los tres meses anteriores juntos. Dime con quien andas y te diré que bebes. Cuando el hielo ya estaba derritiéndose encendimos la radio para que Julio García le avisara a nuestros parientes que seguíamos bien. La conversa duro un buen rato y mi papa se quedo dándole charla a Julio ( a quien nunca le faltaban las ganas de hablar sobre cualquier tema ).

Al terminar la hora de radio decidimos volver a encender el Volvo para recargar las baterías. Sucedió lo que era de esperar, pero que ninguno de los tres había anticipado. El motor no quería volver a arrancar.  Intentamos dos o tres veces y luego sugerí que lo dejáramos descansar ( como si fuera un atleta ) para ver si al día siguiente Don Volvo se dignaba.

Al igual que el día anterior deje a mi papa y Max de guardia para hacerle honor a la madrugada que me había acompañado desde Buenos Aires.

Dia 66: Los últimos filetes

Apenas pasada la medianoche sentí ruidos en cubierta y decidí salir. Mi hermano estaba intentando enrollar el genoa, pero nuevamente se encontraba trabado. El viento había aumentado a mas de veinte nudos y la genoa completa era demasiado para la condición reinante. Iluminado por la luna en cuarto creciente, Iñaki se calzo el arnés de seguridad y se fue a la proa para ver que pasaba. Desde atrás podía ver como se agarraba fuertemente del casco para que no despidiera el movimiento constante de las olas que agitaban la proa de arriba abajo. Pudo destrabar el cabo del enrollador y enrollamos el genoa entero por consejo de mi hermano. Había un tramo del cabo que permite enrollar que estaba a punto de cortarse. Antes de que mi hermano se fuera a descansar a la litera me puse el arnés yo para ir a evaluar la situación. Definitivamente deberíamos reemplazar el cabo, pero lo haríamos recién con la llegada de la luz diurna. Decidí ponerle un seguro adicional al cabo del enrollador, por si efectivamente se cortaba el cabo, para evitar que se desenrollara la vela entera en esos veinticinco nudos del noreste.

Ya que estaba levantado le sugerí a mi hermano que descansara algunas horas. Me quede en la soledad de la madrugada contemplando la inmensidad del cosmos y en como las decisiones de los hombres afectan una esfera tan limitada y a la vez tan particularmente accesible. Cada vida es un conjunto de acciones que afectan esa vida y la de aquellos alrededor. Mientras el resto del planeta sigue su curso y toma sus cursos de acción sin aparente referencia a los actos ajenos. Nuestro planeta, del mismo modo se mueve sin afectar en nada el resto del inmenso y desconocido cosmos al cual miramos a través de nuestra enorme ventana nocturna.

Al amanecer sigue soplando duro pero no avanzamos tanto como en días anteriores. Hemos descubierto que a la altura de Suriname existe una corriente que nos juega en contra y probablemente nos reste media milla a cada hora.  Mientras miro la carta y leo Paramaribo, me parece increíble estar tan cerca de estos “paisitos” que mi hermano y yo observábamos con curiosidad y hasta extraño respeto ( por lo raros y por lo pequeños ) en el mapa que colgaba de la pared de nuestro cuarto en Uspallata 780. Estamos pasando cerca de esas capitales extrañas que nos gustaba observar en el mapa grande de la pared y me doy cuenta como la navegación a vela no será veloz pero nos provee de una visión distinta del espacio que habitamos. Es comparable a la experiencia de caminar en una ciudad. La velocidad mas lenta nos deja apreciar y contemplar de un modo que el automóvil o el avión nunca lo permitirán. Me acuerdo del cuento de Borges en el cual el mapa creado en escala uno a uno con la región representada era el mejor mapa posible pero a su vez era un mapa imposible de leer.

Al medio día mi hermano descubrió unos filetes de dorada  que quedaron escondidos en la heladera. Los hizo fritos con una tortilla de papas, que a pesar de su buena voluntad se pego toda a la sartén.

Iñaki hace fritanga de pez con los ultimos filetes de la dorada.

Iñaki hace fritanga de pez con los ultimos filetes de la dorada.

Luego del almuerzo reemplazamos el cabo del enrollador, pero mantuvimos el genoa enrollado dado que el viento era demasiado para utilizar la vela de proa. El Tremebunda avanzaba bien con la trinquetilla y las dos mayores. En esta etapa las reparaciones necesarias eran una alteración en la rutina que no solo venían bien para evitar el aburrimiento, sino que además se hacían indispensables para poder continuar navegando a buen ritmo.

Se suponía que mi padre se acercaría al barco de un conocido en Key Biscayne que tenia una radio de onda corta a bordo para poder hablar directamente con nosotros sin hacer el puente con Zarate. Intentamos a las siete en la frecuencia acordada pero no hubo caso: no escuchábamos nada. Era probable que las condiciones atmosféricas no fueran las adecuadas, dado que al día siguiente nos enteramos que si estuvo intentando comunicarse con nosotros. Nuestra comunicación no seria tan efectiva como la de los celulares de hoy en día, pero sin duda era mas romántica y menos costosa.

DIA 66: Millas recorridas 140 – Velocidad promedio 5.85 nudos

Dia 61: El ecuador

La guardia del tercer día comenzó temprano. Como a las cuatro y media me despertó mi hermano para que lo relevara. Casi nunca había hecho la primera guardia del día y en cierto modo era una nueva experiencia. El mate me fue despertando mientras la tiniebla desaparecía. Estábamos a pocas millas del ecuador y aquí los días duran siempre lo mismo: de seis a seis.

En la heladera había aun cantidad de la dorada que pescamos el día anterior. Era reconfortante saber que seguiríamos comiendo pescado fresco en las variantes que se le ocurrieran a mi hermano. Mi puesto de cocinero había sido delegado de manera completa con la llegada de Iñaki a la cocina del Tremebunda.

Con el correr de la mañana el viento roto un poco del este al noreste y debimos ajustar las escotas un poco. La velocidad sobre el agua disminuyo un poco pero la corriente nos seguía empujando hacia el caribe. Compartía unos amargos con Edu cuando mi hermano se levanto a media mañana. Fijamos la posición que nos dictaba el GPS en la carta y calculamos que durante la tarde cruzaríamos el ecuador.  Era un hito que todo navegante anhela sobrepasar y es curioso que  se le de tanta importancia dado que las olas son iguales en ambos hemisferios y la línea imaginaria es en verdad bien difícil de imaginar. Para nosotros seria un cero en la pantalla del GPS y la celebración merecida que se aproximaba.

La cuenta regresiva de los segundos de latitud

La cuenta regresiva de los segundos de latitud

El mediodía nos recibió con el anuncio del menú: dorada al horno con crema. Mientras nos comíamos el manjar de Iñaki nos acordamos de nuestra madre. Era un menú digno de ella, inspirado en ella y si se quiere dedicado a la distancia a ella. Terminamos los tres satisfechos y con mas de la mitad de la dorada fría en la heladera.

Edu orgulloso del paso por el Ecuador

Edu orgulloso del paso por el Ecuador

A las tres y cincuenta de la tarde llegamos a la línea imaginario. Hicimos la cuenta regresiva de los segundos de latitud como si se tratara de un despegue de una misión de la NASA. Los segundos avanzaban de forma irregular, hasta que llegaron al fin a cero. Estábamos en la mitad del mundo y era para celebrar. Abrimos un fresita que había estado reservado para la ocasión desde nuestra partida. Celebramos los tres con la euforia semi simulada de un año nuevo. Feliz 6 de Marzo, Treme. Al fin cambiaste de hemisferio. Mientras duro la celebración, los segundos de latitud comenzaron a crecer del lado norte de nuestro planeta y pronto la línea imaginaria nos había quedado una milla atrás.

El Fresita del brindis que habíamos traído desde Buenos Aires

El Fresita del brindis que habíamos traído desde Buenos Aires

Creo que la alegría mayor era la de al fin ver ese numero que nos acercaba al destino creciendo. Nuestra latitud ya estaba en norte y hasta el grado veinticinco no íbamos a parar.

Se celebra con locura el cruce del ecuador

Se celebra con locura el cruce del ecuador

Cayo el sol y prendimos la radio por unos minutos solamente. Avisamos a Zarate sobre nuestra celebración y que la navegación seguía su curso de modo normal. Que se quedaran tranquilos, ese era el mensaje. Decidimos no charlar demasiado ya que las baterías estaban bajas y la radio consumía bastante para trasmitir. El volvo había dado problemas para arrancar y lo mas sensato seria conservar los amperes que le quedaran para el arranque del día siguiente.

La cena fue liviana. Una sopa basto para saciarnos. Esta noche me tocaría la guardia que mas me gustaba: la noche repleta de pensamientos y especulaciones.

DIA 61: Millas recorridas 143- Velocidad Promedio: 5.96 nudos

Dia 60: Dos meses en el agua

Hacia dos meses que habíamos dejado atrás la escollera del Club Barrancas. A cada hora nos acercábamos mas a esa línea imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios desiguales. La madrugada había comenzado de un modo agitado. A mi me tocaba la primera guardia, que en cierto modo era la mas difícil, dado que uno acarreaba el cansancio del día a bordo.

Pasada la media noche, unos lejanos nubarrones negros comenzaron a acercarse. Algunos pasaban cerca y nos tiraban ráfagas de viento que descendía del cummulus nimbus cargado de agua y electricidad. Era una experiencia que ya habíamos pasado, pero en cierto modo el tamaño de las nubes y la persistencia en su arribo era lo que sorprendía y me preocupaba un poco. A pesar de no haber luna, la penumbra siempre me dejaba ver algo. Estos pocos metros de visión desaparecieron a las dos y media. Me daba cuenta que la nube negra que se aproximaba no era una mas, era definitivamente enorme y amenazadora y tras de ella no se veía mas nada. Decidí enrollar el genoa, aunque nuestra velocidad bajara un poco. Estábamos avanzando a increíble velocidad: entre ocho y nueve nudos era casi un record para el barco. Pero el record verdadero estaba por llegar.

El genoa no enrollaba y la nube negra ya estaba sobre nosotros. No sabia si despertar a los muchachos para que me ayuden. Esta duda se acabo con mi grito hacia adentro de la cabina cuando la nube empezó a hacerme sentir los treinta y cinco nudos saliendo de su tripa oscura y ascendente. El barco comenzó a sacudirse y  casi a planear sobre las olas. Si mal no recuerdo llegamos a doce nudos de velocidad ( el record del que hablaba) y la situación se estaba tornando peligrosa. Habría que ir a la proa a destrabar el enrollador.

Eduardo e Iñaki salieron preocupados mientras yo me ponía el arnés de seguridad para ir a evitar la catástrofe. Mientras caminaba con cuidado hacia la proa y las olas me empapaban, me acordaba de Insua y su decidida e intransigente oposición al enrollador. Tenia que darle la razón y de seguro no sabría que estaba acordándome de el en ese momento. Al llegar adelante apenas podía ver lo que pasaba. Luego de un minuto pude ver que el cabo se había salido del tambor y esto no permitía enrollar. Lo volví a meter y regrese hacia popa. La cara de mi hermano aun llevaba preocupación. No le gustaba nada esta excursión gratuita a la proa, pero había que hacerla para no romper nada y poder proseguir. El viento comenzó a soplar mas duro por lo que decidimos bajar la vela del mástil de popa. Así y todo seguíamos avanzando a siete nudos. Mi hermano se quedo conmigo en la guardia como hasta las cinco, hora en la que despertamos a Edu y nos fuimos a dormir.

Cuando nos levantamos el día seguía nublado y los chaparrones llegaban y se iban como hacen los colectivos en las grandes ciudades. Al mediodía mi hermano le insistió a Edu para que tirase la caña con su señuelo Rapala, del cual ya había oído grandes maravillas. La insistencia iba a dar buenos frutos solo unos minutos mas tarde. La caña se doblo mas que nunca y debimos aflojar las velas para ayudar a traer a la víctima que sin duda seria mas grande. Cinco minutos mas tarde pudimos ver a la dorada saltar del alguna dos pies en el aire. Era la lucha por su supervivencia, pero nosotros no se la íbamos a hacer fácil. Nosotros luchábamos por el alimento y por la aventura de pescar. Mi hermano tomo el bichero y engancho a la dorada de una de las agallas, como debe hacerse. El pez pesaba en cantidad.

La cola de la dorada

La cola de la dorada

Una vez en el cockpit los tres vimos con asombro como se sacudía y golpeaba contra todas las superficies tiñéndolo todo de color sangre. Una vez se apago la vida del pez empezó la sesión de fotos y medición. El ahora pescado media un metro treinta y pesaba mas de diez kilos. Visto desde arriba ocupaba casi todo el piso del cockpit. Sin duda nos iba a alcanzar para varias comidas a los tres. La primera variante fue sencilla pero deliciosa: dorada a la plancha ( la misma receta del atún que pescamos en Abrolhos )

Iñaki pescando

Iñaki pescando

La verdad es que la travesía de a tres se hacia mas entretenida y menos exigente. Iñaki se durmió una siesta tras la conversación por radio con Zarate, para recuperar el cansancio de la madrugada. Al levantarse nos cocino un Fetuccinni Alfredo que fue muy bienvenido por Eduardo y por mi. Teníamos no solo un buen compañero de guardia a bordo, sino que también un hábil cocinero siempre dispuesto a satisfacer el hambre de los tripulantes.

Edu pescando

Edu pescando

Me fui a dormir temprano. El cuerpo no daba mas y el lujo de ser tres me permitía descansar sin remordimiento, al menos hasta la próxima guardia.

La cabeza de la dorada y su pescador

La cabeza de la dorada y su pescador

DIA 60 – Millas recorridas : 147 – Velocidad Promedio: 6.2 nudos