La noche la había pasado soñando que reparábamos el motor con elementos mundanos, como si dijera que poníamos una bolsa de plástico y cerrábamos la tapa que habían abierto los mecánicos zulú y por arte de magia el motor encendía. El viaje que estábamos haciendo era mas grande, en cierto modo, que el transporte de un barco o el desplazamiento de dos personas. Había un componente mágico, algo que se liga a los sueños que uno trae encima por décadas. Ese viaje místico estaba amenazado por una fina junta de goma que fabrica Volvo en alguna fabrica terciarizada.
Me levante con la convicción de que no iba a dejar que una pieza de goma trastocara nuestros planes. Con los sueños no se jode, me dije. Volví a tomar la guitarra y toque un par de escalas de las raras que había aprendí durante mi pasada por el ITMC ( una escuela de música a la que había asistido una década antes ). Mientras sonaba la escala aumentada vi llegar nuevamente al barco pirata que llegaba al muelle para completar su rutina de asaltar turistas mediante el método de facilitarles el acceso a alcohol barato. La música no era lo suficientemente fuerte como para molestarnos, pero definitivamente chocaba con mi escala aumentada, que a decir verdad no se usa mucho en la música del caribe.
Al rato vimos un velero que se fondeaba como a cien metros delante de nuestra nariz. Desde lejos logramos divisar la gran bandera española que traía flameando . De seguro era Gaspar, con quien habíamos hablado varias veces por radio. Lo dejamos asentarse y descansar. De seguro estaría agotado.
Admiraba los cojones de Gaspar en largarse a cruzar el océano en solitario. Mas adelante aprendí que teníamos mucho en común y esto transformo mi admiración en aprecio puro.
Almorzamos liviano y seguimos esperando a que Gaspar diera señales de vida. Como a las dos lo vimos sobre cubierta descansando y admirando el agua color turquesa. Era hora de ir a saludarlo.
Eduardo y yo nos subimos al bote y comenzamos a remar en contra del viento. A los tres minutos estábamos bien cerca y vimos como Gaspar Citoler nos sonreía sentado desde el cockpit. Nos presentamos y enseguida nos invito a subir. Hablamos brevemente sobre su viaje y dado que lo vimos cansado le dijimos que pasara mas tarde por el barco para tomar algo. No nos acordamos que no teníamos heladera y que las dos cervezas que nos quedaban estaban a temperatura ambiente, es decir, a la temperatura del caribe.
Pasamos la tarde distrayéndonos para no pensar mucho en el motor, pero cada vez que íbamos a la cocina el cuerpo abierto del Volvo nos devolvía a nuestra realidad de náufragos sin motor.
Como a las 5 vimos un bote que se acercaba a motor. Era Gaspar que venia a recibir nuestra invitación de cerveza caliente. Subió al cockpit por la escalerita de popa y le dimos un breve tour de la embarcación. Le pareció interesante la distribución excéntrica de la nave. Le conté que esa rareza se debía al caprichoso diseño de mi padre que intento aprovechar los pies cuadrados del interior del modo que mejor le pareció. El Tremebunda tiene un espíritu propio que proviene de su génesis. Desde el astillero en San Fernando hasta el fondeadero en el que nos hallábamos en Barbados, el barco siempre había tenido para mi un espíritu único y especial . Creo que Gaspar logro reconocerlo en su primer visita al barco. La cerveza se la quedamos debiendo para mas tarde en el bar del Boatyard.
Me quede pensando en la charla con Gaspar, en ese cruce del océano en solitario que había hecho y en los sueños de millones de personas que nunca llegan a concretarse. Gaspar y yo éramos afortunados: estábamos concretando nuestros sueños a una edad relativamente temprana.
Por la noche nos paso a buscar en su bote con motor ( el nuestro era solo a remo ) y Eduardo decidió quedarse a bordo. Fuimos el español y yo a romper la noche del Boatyard. Otra vez había que pagar entrada y otra vez conseguimos brazaletes de parte del manager.
Empezamos a beber y la charla se puso cada vez mas entretenida. A Gaspar también le llamaba la atención el modo de bailar de los locales. Ni el ni yo pudimos si quiera intentar el paso de los morenos, pero ganas no nos faltaban. Como a las doce de la noche había perdido la cuenta de cuantas cervezas, tragos y vasitos me había tomado. La borrachera era notoria y antes de que cayéramos en medio de la pista decidimos marcharnos.
La habíamos pasado bien . Dos hermanos del mar se habían encontrado.
Video que encontre del barco de Gaspar :