Dia 75: Gaspar

La noche la había pasado soñando que reparábamos el motor con elementos mundanos, como si dijera que poníamos una bolsa de plástico y cerrábamos la tapa que habían abierto los mecánicos zulú y por arte de magia el motor encendía. El viaje que estábamos haciendo era mas grande, en cierto modo, que el transporte de un barco o el desplazamiento de dos personas. Había un componente mágico, algo que se liga a los sueños que uno trae encima por décadas. Ese viaje místico estaba amenazado por una fina junta de goma que fabrica Volvo en alguna fabrica terciarizada.

Me levante con la convicción de que no iba a dejar que una pieza de goma trastocara nuestros planes. Con los sueños no se jode, me dije. Volví a tomar la guitarra y toque un par de escalas de las raras que había aprendí durante mi pasada por el ITMC ( una escuela de música a la que había asistido una década antes ). Mientras sonaba la escala aumentada vi llegar nuevamente al barco pirata que llegaba al muelle para completar su rutina de asaltar turistas mediante el método de facilitarles el acceso a alcohol barato. La música no era lo suficientemente fuerte como para molestarnos, pero definitivamente chocaba con mi escala aumentada, que a decir verdad no se usa mucho en la música del caribe.

La guitarra como base para la camara.

La guitarra como base para la camara.

Al rato vimos un velero que se fondeaba como a cien metros delante de nuestra nariz. Desde lejos logramos divisar la gran bandera española que traía flameando . De seguro era Gaspar, con quien habíamos hablado varias veces por radio. Lo dejamos asentarse y descansar. De seguro estaría agotado.

Admiraba los cojones de Gaspar en largarse a cruzar el océano en solitario. Mas adelante aprendí que teníamos mucho en común y esto transformo mi admiración en aprecio puro.

Almorzamos liviano y seguimos esperando a que Gaspar diera señales de vida. Como a las dos lo vimos sobre cubierta descansando y admirando el agua color turquesa. Era hora de ir a saludarlo.

El barco visto desde el barco de Gaspar

El barco visto desde el barco de Gaspar

Eduardo y yo nos subimos al bote y comenzamos a remar en contra del viento. A los tres minutos estábamos bien cerca y vimos como Gaspar Citoler nos sonreía sentado desde el cockpit. Nos presentamos y enseguida nos invito a subir. Hablamos brevemente sobre su viaje y dado que lo vimos cansado le dijimos que pasara mas tarde por el barco para tomar algo. No nos acordamos que no teníamos heladera y que las dos cervezas que nos quedaban estaban a temperatura ambiente, es decir, a la temperatura del caribe.

Pasamos la tarde distrayéndonos para no pensar mucho en el motor, pero cada vez que íbamos a la cocina el cuerpo abierto del Volvo nos devolvía a nuestra realidad de náufragos sin motor.

Como a las 5 vimos un bote que se acercaba a motor. Era Gaspar que venia a recibir nuestra invitación de cerveza caliente. Subió al cockpit por la escalerita de popa y le dimos un breve tour de la embarcación. Le pareció interesante la distribución excéntrica de la nave. Le conté que esa rareza se debía al caprichoso diseño de mi padre que intento aprovechar los pies cuadrados del interior del modo que mejor le pareció. El Tremebunda tiene un espíritu propio que proviene de su génesis. Desde el astillero en San Fernando hasta el fondeadero en el que nos hallábamos en Barbados, el barco siempre había tenido para mi un espíritu único y especial . Creo que Gaspar logro reconocerlo en su primer visita al barco. La cerveza se la quedamos debiendo para mas tarde en el bar del Boatyard.

Me quede pensando en la charla con Gaspar, en ese cruce del océano en solitario que había hecho y en los sueños de millones de personas que nunca llegan a concretarse. Gaspar y yo éramos afortunados: estábamos concretando nuestros sueños a una edad relativamente temprana.

Por la noche nos paso a buscar en su bote con motor ( el nuestro era solo a remo ) y Eduardo decidió quedarse a bordo. Fuimos el español y yo a romper la noche del Boatyard. Otra vez había que pagar entrada y otra vez conseguimos brazaletes de parte del manager.

Empezamos a beber y la charla se puso cada vez mas entretenida. A Gaspar también le llamaba la atención el modo de bailar de los locales. Ni el ni yo pudimos si quiera intentar el paso de los morenos, pero ganas no nos faltaban. Como a las doce de la noche había perdido la cuenta de cuantas cervezas, tragos y vasitos me había tomado. La borrachera era notoria y antes de que cayéramos en medio de la pista decidimos marcharnos.

La habíamos pasado bien . Dos hermanos del mar se habían encontrado.

 

Video que encontre del barco de Gaspar :

 

Dia 73: Service de motor

El Tremebunda descansaba tranquilamente en las transparentes aguas del Carlise Bay. La nave se sentía segura y a gusto amarrada a la boya que nos había facilitado el amigo Roger. Al levantarnos vimos como el turismo comenzaba a impactar en la vida de la isla. Había gente en la playa y Roger iba y venia con su Jet Ski preparando la lancha para sacar a bucera turistas. Era sin duda una vida placentera la que uno suponía observándolo todo con ojos de forastero recién arribado. Sin querer habíamos parado en un calmo paraíso para el descanso. Los turistas pagaban miles de su bolsillo para llegar hasta la playa que teníamos en frente y si no fuera por el motor que no andaba podríamos habernos considerado los marinos mas suertudos del planeta.

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El plan era bajar a tierra para buscar el service autorizado de Volvo para que enviaran a sus técnicos a reparar el modelo 2003 Turbo con el que veníamos luchando desde Buenos Aires. El motor ya tenia casi dieciocho años de uso, pero sin dudas las horas infinitas que le habíamos hecho desde nuestra partida habían terminado de agotar la poca vida útil que le quedaba.  No sabíamos porque no arrancaba, pero teníamos la esperanza de que algún experto de Barbados nos pudiera reparar el motor.

Fuimos hasta un barrio de Barbados que se llama St. Michael. Allí se observaba otra vida distinta a la de la costa. Allí se trabajaba y se sudaba bastante. No había tragos de sabor frutal con sombrillitas asomando. Los engranajes de la isla estaban aquí en el interior, a unas pocas millas de las costas que todos los turistas venían a visitar.

Al llegar al lugar que nos había indicado Lastiri sentimos la inmediata satisfacción de ver el logo de nuestra marca de motor en la ventana de afuera. Era algo. Entramos y vimos todo tipo de  maquinaria industrial, mangueras, repuestos y demás. En breve nos atendió un empleado bien amable que tras escuchar nuestro caso nos dijo que sin duda deberían ir a revisarlo. Le explicamos que no teníamos teléfono y que si nos decían cuando vendrían los esperaríamos el muelle del Boatyard. Quedamos en que irían al día siguiente por la mañana. No era una hora especifica pero al menos era una guía. Teníamos experiencia esperando a mecánicos desde nuestra parada en Florianópolis y esperábamos que la gente de Barbados conservara algo de la afamada puntualidad inglesa. No fuimos confiando que al día siguiente nuestro problema hallaría solución.

Nos tomamos un bus de regreso al centro. Allí aprovechamos a observar un poco el mercado de frutos, verduras y pescados que se hallaba en torno a los puentecitos que se encontraban cerca del National Heroes Square. Lo que mas nos sorprendió ( y aquí utilizo de prestado la memoria de Edu que así me pone en un email de hoy ) los gigantescos peces voladores que se ofrecían. Eran el doble de grandes que aquel inmenso que mi hermano había fritado durante la ruta entre Brasil y el Caribe. Al menos median unos veinte centímetros y por lo que pudimos averiguar, los locales los comen fritos tal como se habían preparado a bordo de la Treme unos días antes.  Mas adelante nos dimos cuenta de que el pez volador es el “pez nacional” ya que se encuentra en todas las monedas.

La esperanza de poder retomar el viaje pronto se había reavivado. No seria simple reparar el motor pero teníamos fe y la fe mueve montañas ( y barcos ).

De regreso en la Treme la cocina volvió a mis manos y tanto Edu como yo comenzamos a extrañar a Iñaki en su inagotable tarea de cocinero de a bordo. Por la tarde saque la acústica que venia almacenada debajo de alguna cama. Era mejor esperar tocando guitarra que pensando en la infinidad de soluciones a los pocos problemas que teníamos.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

Escuchamos la ronda de navegantes de Rafael y notamos que Gaspar, el navegante español solitario, estaba ya cerca de Barbados. Cuando termino la ronda lo volvimos a contactar para decirle que se fondeara cerca nuestro y así compartíamos alguna cerveza en el Boatyard. Según nos anticipo, de seguro llegaría en un par de días. Le deseamos lo mejor y nos despedimos hasta pronto. Por la noche tras la cena, me fui a caminar por la arena blanca. La música ya sonaba en el Boatyard y me acerque para ver que sucedía. No había mucha gente, pero los que estaban se la pasaban bien. Era agradable saber que el espíritu positivo de la isla podía mejorar nuestro animo a pesar de no tener resuelto nuestro problema técnico. Barbados nos había abierto sus brazos y nosotros no dejábamos de sentir el calor de ese abrazo caribeño que tanto necesitábamos.

Dia 65: La mancha en el radar

Hacia una semana que habíamos partido desde Fortaleza y salvo durante la primera tarde, no volvimos a ver otro vestigio de vida mas allá de la gaviota Catalina. Estando aun ella montada sobre la chubasquera, a mi hermano se le ocurrió encender el radar, como una rutina de control de las distancias, tal como lo habíamos hecho en madrugadas anteriores.  Pero en esta oportunidad pudo ver una mancha verde en la parte inferior derecha de la pantalla del Furuno. Los anillos de distancia indicaban que la mancha se encontraba como a quince millas detrás nuestro. De inmediato Iñaki salió para mirar hacia atrás pero no pudo ver nada. Quince millas son demasiado para nuestra vista  ( pero no para el Furuno ). En cierto modo el radar era como una ventana hacia el futuro. En su pantalla podíamos ver que buques veríamos mas tarde o en cuanto tiempo podríamos ver la costa.

Una media hora mas tarde el radar indicaba que la mancha estaba ya a doce millas y en el horizonte comenzaba a verse el resplandor del buque iluminando el océano en nuestra popa.

El instinto me despertó antes de que fuera la hora de mi guardia. Note que mi hermano había apagado todas las luces de navegación. Me explico que le había quedado en su memoria consciente el relato de la piratería de la zona. El radar nos indicaba que el barco estaba a solo seis millas y que por el tamaño de la mancha parecía ser un carguero de considerables dimensiones. Desde el cockpit ya podíamos divisar la luz de proa y de popa de un transatlántico de grandes dimensiones. Decidimos volver a encender las luces del tope para que si nos vieran. No eran piratas, sino productos en transito hacia el consumo. Para quedarnos aun mas tranquilos encendimos la radio VHF e intentamos contactar al buque. En un correcto ingles británico nos respondieron diciendo que nos tenían identificados en su radar y que continuáramos con nuestro rumbo que nuestras estelas jamás se cruzarían. Entonces le sugerí a Iñaki que fuera a dormirse y me quede en la grata compañía de Catalina que aun recobraba fuerzas sobre la chubasquera. Deje que amaneciera antes de despertar a Eduardo para que me relevara en la guardia. El barco había avanzando muchas millas durante la noche y era tiempo de descansar.

Cuando me levante ya Iñaki amasaba una pizza marinera creada a base de harina y levadura brasileña. La preparación, amasada y cocción nos entretuvo durante un par de horas y tras el almuerzo nos dedicamos a la lectura. Iñaki leía a Allende y yo a Cortázar.  Recuerdo que el Cortázar del mar era distinto, en cierto modo al Cortázar de mis lecturas en Vicente López. En cierto modo era como si el océano le diera un matiz y una gravedad especial a los intrincados relatos del autor.

Meditando en la proa

Meditando en la proa

Se hablo poco por radio dado que nuestros contactos de Argentina no se hicieron presentes. Escuchamos la ronda de los navegantes y nos llamo la atención Gaspar, un joven español que iba cruzando el Atlántico en solitario, rumbo a Barbados. Lo contactamos brevemente para desearle suerte y decirle que estaríamos en Barbados a su arribo en caso de que ambos barcos siguiéramos navegando de acuerdo a lo planeado. En alta mar todo es por ahora y los tiempos son ajenos a los tiempos de la civilización moderna. Por eso quedamos en vernos cuando llegase, y no en una determinada fecha o lugar. Nos despedimos de Gaspar y nos dedicamos a la cena. La bitácora de mi hermano no me dice que pero sospecho que fue sopa con los restos de la pizza del mediodía.

Decidí acostarme temprano dado que estaba agotado. A las diez Eduardo y yo lo dejamos a Iñaki con la primera guardia.

DIA 65: Millas Recorridas 165 – Velocidad Promedio 6.9 nudos