La alarma sonó por primera vez en 72 días. Era la misma que yo había usado para ir a la Universidad a las clases de las 7 AM. El reloj despertador marcada las seis, pero pronto nos dimos cuenta de que en verdad eran las cinco. Algo de nuestra conexión eléctrica había hecho andar el reloj mas rápido y por ende el despertador sonó una hora antes. Mi hermano se levanto de todas formas y comenzó con su ritual de café sin azúcar. Mientras alistaba sus bolsos paso una lluvia pasajera que nos hizo cotejar la posibilidad de volver a mojarnos en la remada hasta el muelle. Por suerte paro pronto y a las seis mi hermano y yo nos subimos al bote inflable con los bolsos listos para la partida. Aun era de noche, y la calma de la bahía era total. Reme los ochenta metros que nos separaban del muelle del Boatyard. Atamos el bote y bajamos los bolsos. Atravesamos la pista de baile en la que no quedaban rastros de la fiesta de la noche anterior. Evidentemente habían limpiado. Fuimos hasta la calle esperando encontrar algún taxi. No tardamos mucho en ver uno y pararlo. El abrazo de agradecimiento y emoción no duro demasiado. Al fin y al cabo nos volveríamos a ver pronto en la ciudad en la que iba a quedarme. No era un adiós, era un hasta luego.
Me volví sonriendo hasta el bote. Reme los ochenta metros de regreso al barco y comencé a calentar agua para unos mates. Hoy era el día que nos tocaba ir a la embajada americana para volver a solicitar la visa de turista de Eduardo. En Buenos Aires se la habían negado y desde entonces acarreábamos una rabia inexplicable que se conecta con la injusticia y las limitaciones que nos impone el poder político. De todos modos me quede meditando en que seguramente hoy algún oficial con mas sentido común entendería el espíritu deportivo de esta travesía y le daría la posibilidad a Eduardo de llegar conmigo hasta Miami.
Al rato, mientras amanecía Eduardo se asomo desde el camarote. Pregunto por la partida de mi hermano y le dije que todo había salido bien. En esos momentos estaría por abordar su avión hacia Miami. Se llevaba consigo el cuaderno de bitácora que hoy tengo a mi lado como ayuda memoria de la etapa en la que nos acompaño en el 2003.
Eduardo bajo a darse un baño y a prepararse para la entrevista en la embajada. El turno lo teníamos ocho y media, por lo que no había mucho tiempo que perder. A los veinte minutos estaba de vuelta peinado y afeitado.
Volvimos a caminar hasta el centro entusiasmados con la idea de revertir el acto injusto cometido por el oficial de la embajada en Buenos Aires. La actividad en Bridgetown se notaba a simple vista. Era el primer día de la semana y al parecer todo estaba abierto: los negocios, los bancos, los restaurants y los mercados.
Preguntando a los locales logramos descifrar donde quedaba la embajada. El acento del ingles de Barbados me era poco familiar y en cierto modo me era bastante complicado entenderlo.
Antes de ocho y media estábamos ya sentados en el hall de espera de la embajada americana en Barbados. Era bien distinto al hall en el que uno aguarda en Buenos Aires. Los ventiladores de techo refrescaban a la gente que aguardaba su turno para obtener el visado que le permitiera ingresar al país desde el que hoy escribo. Nuestro caso era sencillo: estábamos transportando este velero de Buenos Aires a Miami y Eduardo se regresaría desde allí dos o tres días después de nuestro arribo. El oficial de la embajada en nuestro país había juzgado la historia del velero como algo “extraño” y había decidido sin mas negarle la visa a mi compañero. Dado que habíamos llegado navegando hasta aquí, podíamos probar que el velero no era una historia extraña, sino el modo en el que estábamos viajando hasta el país de la embajada.
Aguardamos como media hora hasta que nos atendieron. Cuando nos llamaron lo acompañe a Eduardo para asegurarnos de que el ingles de Barbados no fuera un impedimento para la comunicación.
El oficial nos atendió de modo amable y escucho el caso con atención. Sin decir mucho no pidió que aguardáramos que debía consultar algo. Esto a decir verdad nos entusiasmo, como si hubiera abierto una puerta que pudiera conducirnos a la visa. Cinco minuto mas tarde llego con la realidad de embajada que no nos esperábamos, no podría otorgarnos la visa dado que ya había sido negada en otra embajada unos meses antes. Era un procedimiento estándar, por el cual no podían siquiera considerar el caso por haberse negado la visa en Buenos Aires. Intentamos preguntarle que otras opciones teníamos para hacer el reclamo, pero no nos dio ninguna posibilidad. Era imposible que consideraran el caso dado que tenia el antecedente de visa negada. Nos devolvieron los cien dólares del tramite dado que aceptaron la solicitud de visa por las condiciones ya explicadas. La desazón de ambos era total.
Salimos de la embajada con las caras largas. A Eduardo no le había sentado muy bien esta segunda negación cuando ambos sabíamos que estaba siendo victima de la negación sistemática como método de evitar posibles inmigrantes ilegales. Dentro de esta política, se le negaba entrada a mucha gente que en verdad quería venir a conocer o a traer un barco, porque no.
Volvimos caminando hacia el centro de Bridgetown y para distraernos entramos en algunas tiendas. Solo mirábamos para distraernos. Antes de cruzar el Chamberlain Bridge que nos llevaba de vuelta hacia el Boatyard, hicimos unas compras en el supermercado que se encontraba al lado del puente. Entre otras cosas, el azúcar que mi hermano tanto extraño estaría de regreso a bordo.
Remamos con las bolsas hasta el barco y tras un escueto almuerzo me tire a descansar en una siesta que intentaba recuperar las energías del trayecto de doce días que acabábamos de completar.
Hacia el fin de la tarde nos logramos comunicar con los amigos de Zarate que le transmitirían las novedades de inmigración a mi padre. Eduardo se bajaría en Republica Dominicana y desde allí yo seguiría con mi papa hasta Miami. No era lo planeado, pero había que adaptarse y esta era la solución para completar las dos etapas que nos restaban.
Ahora nos quedaría ver quien y como nos repararían el motor que aun se mantenía en silencio desde su entrada en el hemisferio norte.