Dia 74: Los mecánicos Zulu

Amanecimos pensando que hoy seria el día en que volveríamos a escuchar el ruido del Volvo que por tantas horas nos había arrullado durante este viaje. En la conciliación del sueño, el ruido constante de las válvulas gastadas era como un colgante de bebe que nos ponía en sueño REM en cuestión de minutos. Desde hacia casi una semana que el motor no pasaba de dar algunos giros pero sin dar arranque.

Con ansiedad mirábamos hacia el muelle del Boatyard sin saber bien como iba a lucir el mecánico que nos mandarían desde el service de St. Michael. Lo esperábamos a la mañana, y a pesar de conocer sobre las relajadas costumbres de puntualidad de los mecánicos en general, teníamos la esperanza de verlo aparecer cerca de las nueve.

Mientras tomábamos mate la espera se vio distraída por el arribo del primer barco pirata que veíamos desde nuestra partida. Se parecía bastante a los que uno ve en las películas de clase B, y tenia un toque que mezclaba lo cursi con los efectos especiales típicos de las zonas turísticas. A bordo sonaba música del Caribe a todo volumen. Nos paso por la popa y se dirigió al muelle del Boatyard al que mirábamos desde las ocho.

Los piratas nos pasan cerca

Los piratas nos pasan cerca

Pronto decenas de turistas provenientes de algún crucero arribado en la mañana comenzaron a copar la nave pirata. Un tour de piratas blancos que no parecían saber mucho sobre el altamar, pero que sabían beber como camellos sedientos. Los vimos pasar con cierta pena por nuestra popa como sabiendo que ese tour no era representativo del mar que nos venia alojando desde Enero. De todos modos se lo habrán pasado bien entre margaritas y piñas colada.

Los piratas cargan el barco de turistas para embriagarlos y sacarles el dinero.

Los piratas cargan el barco de turistas para embriagarlos y sacarles el dinero.

Justo al mediodía decidí bajar al Boatyard como para hacer un llamado al service para preguntar por el mecánico. Mientras amarraba el bote de goma y subía al muelle los vi llegar. Eran dos morenos que se parecían a la versión caribeña de El Gordo y el Flaco. El flaco media dos metros y parecía ser el asistente ya que traía una gigantesca caja de herramientas sobre sus hombros. El Gordo no era tan gordo, pero en comparación con el alto flaco que le cargaba las herramientas parecía su antitesis de serie televisiva. Lo primero que me pregunte era como haría para cargar todos eso kilos en el mínimo bote inflable que nos servia de balsa. Los morenos no se asustaron y tras saludarme bajaron por el muelle hasta encontrarse junto al botecito. Primero subí yo como para darles una guía y ayudarlos en el abordaje. Acto seguido subió el El Gordo y se coloco en medio del bote. El Flaco le paso las herramientas y el bote se hundió bastante en las cristalinas aguas de Carlisle Bay. Ahora venia la prueba de fuego: la subida de los dos metros de piel y hueso del Flaco. Con la carente sutileza de una jirafa que intenta hacer equilibrio sobre una cuerda floja el Flaco se lanzo abordo sin pensarlo. Entro agua por todas partes. De todos modos el botecito de dos metros y medio de largo se mantuvo a flote, apenas a flote. Creo que si cargábamos una bolsa de pan, íbamos a pique. Les pedí que se quedaran lo mas quietos posible y me hicieron caso. Ellos tampoco querían ir a buscar las herramientas al fondo de la Bahía. Avanzamos hacia el Tremebunda con una tortuguesca lentitud. No solo no quería que entre agua sino que no podía avanzar mas rápido. Cinco minuto mas tarde el Flaco se subió de un solo paso al cockpit del barco. El bote subió diez centímetros y el peligro de hundimiento se perdió tanto como mis ganas de remar. Subió la caja de herramientas y el Gordo atrás.

Prontamente se lanzaron a hacer los testeos iniciales que nosotros ya habíamos probado infinidad de veces. Se intento dar arranque, se descomprimió, se agregaron uno a uno los cilindros pero nada. El Gordo y El Flaco hablaban entre ellos en un idioma que no lográbamos descifrar. Después me hablaban a mi en el mismo idioma, por lo que supuse que el idioma era el ingles, pero yo seguía sin entenderlos. Cada frase era repetida varias veces hasta que yo creía haber comprendido algo. Siguieron probando y hablando en su idioma secreto.

Empezaron a desarmar el motor y nuestra ansiedad seguía en ascenso. La verdad es que a pesar de nuestro optimismo, el Gordo y el Flaco no nos inspiraban confianza. Desarmaron por un rato largo hasta llegar a destapar el motor y abrieron la tapa de cilindros. No eran muy expresivos, pero parecían haber descubierto algo. En esa mezcla de zulu con ingles me comunicaron que la junta de la tapa de cilindros estaba dañada. Sin esa junta el motor no hacia compresión y no iba a arrancar nunca. También habría que cambiar el aceite dado que se había pasado agua al aceite por este problema de la junta. Eduardo ya sabia lo del aceite pero no lo de la junta. Era esperable.

Antes de irse nos dieron la noticia acerca de la espera. La junta de la tapa no estaba disponible en Barbados y la única opción era ordenarla de la fabrica, lo cual demoraría un par de semanas. Para nosotros era inaceptable esperar tanto. Les dijimos que intentaríamos conseguirla en Miami (idea de Edu) a través de mi padre y mandárselas al taller. Les pareció buena idea (creo) . Quedaba aun bajar a los mastodontes hasta el muelle.

Tras dejarlos en el Boatyard me volví remando con la desazón del boxeador vencido. Habría que esperar a que mi padre consiguiera el repuesto en su ciudad esperando que allí si estuviera disponible.

No se en que pasamos la tarde pero me acuerdo que nos conectamos temprano a la radio esperando a hablar con Zarate para que  pasaran el pedido de repuestos a mi viejo. A las siete ya habíamos pasado la mala noticia y esperábamos la respuesta al día siguiente. Lastiri llamaría a mi padre para que colocara el pedido y nos lo enviara a Barbados.

Antes de acostarme mire el motor abierto tal como lo habían dejado los mecánicos de TV. Era una pena verlo así, pero algo en mi aun quería creer que en unos días volvería a escucharlo rugir.

Dia 33: Esperando

Todos los días pasan cosas, aunque algunos días son mas intrascendentes que otros. Hace justo una década estábamos listos para salir, mas no salimos.

Me levante antes del mediodía. Me sentía descansado, pero el descanso no recomponía la situación. Nuestro plan era soltar las amarras de popa, levantar el ancla y salir hacia Bahía. Sin embargo el viento había aumentado. Aun en el resguardo del rio que traía el agua de la Lagoa hasta el mar, el Tremebunda se sacudía a causa de los treinta nudos.

Las drizas silbaban contra el mástil, lo cual indica ( como todo navegante sabe ) que el viento es bastante. Al levantarme Eduardo no estaba. Habría salido a pasear sabiendo que hoy no íbamos a poder salir. El problema en si no era el viento fuerte sino la dirección de la cual venia. Si hubiéramos necesitado regresar a Buenos Aires, esta baja presión nos hubiera venido fantástica, pero dado que necesitábamos transitar rumbos bajos el viento norte no nos hacia ningún favor.

Ya he hablado sobre la paciencia, así que solo la menciono para recordar que esta virtud es a veces desesperante y antipática.

Salí a caminar como si buscara a alguien, pero en realidad use el paseo para pensar. La playa estaba casi vacía. La arena volaba por el aire y no era un día perfecto para asolearse. Camine por la rambla de la Avenida Do Contorno hasta llegar a una zona de comercios. No estaba buscando nada en particular pero supe entretenerme comprando algunos víveres mas para el trayecto que nos aguardaba.

Mendes y Contorno

La Avenida do Contorno en la esquina de la Rua Francisco Mendes

En mi camino de vuelta comencé a imaginar como seria mi vida en Miami, como seria trabajar con mi padre, como podría seguir dedicándole tiempo a la música que llevaba adentro. No sabia lo que me esperaba específicamente, pero imaginaba con bastante acierto el cambio que se avecinaba.

Pude trepar al Tremebunda con facilidad dado que el cabo de fondeo se estiraba de un modo que daba un poco de temor, acercando nuestra nave a la empalizada de cemento armado del Iate Clube.

Eduardo estaba adentro preparando algo de comer, mientras se cebaba unos mates. Su mirada lo decía todo. El también hubiera querido seguir viaje, pero no con el viento en contra. Almorzamos y dejamos el resto de la tarde para leer, meditar, planear las rutas en nuestra laptop y también prender la radio.

A eso de las seis hicimos el puente entre la radio de BLU y el teléfono de mi familia en Miami. Para hacerlo mis padres llamaban a la casa de Eduardo Lastiri y el nos ubicaba por radio. Luego con el teléfono cerca del micrófono nos llegaba la voz de mi padre orgullos de lo logrado y la preocupada voz de mi madre que aun no puede creer que superamos la prueba. Ahora que soy padre entiendo sus dudas y sus miedos. No me imagino la preocupación de Cynthia si uno de mis hijos se fuera a cruzar el océano o a trepar los Himalayas. Si lo hacen me tocara apoyarlos como hace una década me apoyo mi papa. Hoy comparto el día a día con mis padres desde un lugar distinto. Hoy me toca a mi ser quien ocupa el lugar que ellos ocuparon alguna vez en mi vida. Me da una perspectiva distinta, como una confirmación de que la vida es efectivamente una rueda. Ojalá, después de su viaje al Himalaya mis hijos me tengan formando parte de sus vidas, repitiendo el ciclo, volviéndose hombres cerca de su viejo.

Dia 17: La voluntad del mar

El motor ya estaba funcionando pero aun nos quedaban resolver algunas cuestiones para poder salir: no teníamos suficiente dinero y era mejor comprar mas provisiones mientras aguardábamos mejor viento para poder partir. Era un día con un fuerte viento del noreste. La verdad es que no tenia sentido salir a pelearse con el mar.

Fui hacia el centro una vez mas en búsqueda de los “arbolitos” que cambiaran dólares marrones. Negocie con un par de ellos hasta que uno me dio un cambio que se aproximaba al oficial. Tuve que dejarle ganar un poco para poder proseguir con el viaje. Luego me dirigí a la central telefónica desde la cual me comunique con mi padre. La noticia de que aun estábamos en Florianópolis no le agrado demasiado, pero la realidad se ve distinta desde una oficina que desde una embarcación. El mar es el que manda, y si quiere que no salgas, pues no vas a salir. Aproveche también en la central para enviar correos electrónicos a través de mi Hotmail.

Hoy mi vida esta mas cerca de los correos electrónicos que de los pronósticos meteorológicos, pero algo de esa esencia de navegante permanece en mi. Por las tardes mientras manejo hacia mi casa, donde me esperan los chicos, casi siempre voy observando las nubes y en varias ocasiones me recordaron al viaje del 2003. Hay algo de universal y eterno en las nubes. Desde siempre venimos observándolas porque en ellas esta el destino de nuestros viajes, nuestras cosechas y nuestro sustento.

mariscos

Arroz con mariscos. Seamos sinceros: no era este, pero tenia buen sabor

Esa noche hicimos una comida de arroz con mariscos. El trio que quedaba a bordo ya tenia la pretensión de ser un equipo solido que tenia la convicción de poder superarlo todo. Los tres sabíamos que íbamos a llegar a destino como fuera. Ante cada problema Daniel solía repetir su frase favorita:  “No pasa nada”. Es importante recordar que casi todo es solucionable y que la mayoría de los problemas que nos hacemos tienen una salida. No pasa nada. Seguiremos adelante mañana, si el mar quiere.