Todos los días pasan cosas, aunque algunos días son mas intrascendentes que otros. Hace justo una década estábamos listos para salir, mas no salimos.
Me levante antes del mediodía. Me sentía descansado, pero el descanso no recomponía la situación. Nuestro plan era soltar las amarras de popa, levantar el ancla y salir hacia Bahía. Sin embargo el viento había aumentado. Aun en el resguardo del rio que traía el agua de la Lagoa hasta el mar, el Tremebunda se sacudía a causa de los treinta nudos.
Las drizas silbaban contra el mástil, lo cual indica ( como todo navegante sabe ) que el viento es bastante. Al levantarme Eduardo no estaba. Habría salido a pasear sabiendo que hoy no íbamos a poder salir. El problema en si no era el viento fuerte sino la dirección de la cual venia. Si hubiéramos necesitado regresar a Buenos Aires, esta baja presión nos hubiera venido fantástica, pero dado que necesitábamos transitar rumbos bajos el viento norte no nos hacia ningún favor.
Ya he hablado sobre la paciencia, así que solo la menciono para recordar que esta virtud es a veces desesperante y antipática.
Salí a caminar como si buscara a alguien, pero en realidad use el paseo para pensar. La playa estaba casi vacía. La arena volaba por el aire y no era un día perfecto para asolearse. Camine por la rambla de la Avenida Do Contorno hasta llegar a una zona de comercios. No estaba buscando nada en particular pero supe entretenerme comprando algunos víveres mas para el trayecto que nos aguardaba.
En mi camino de vuelta comencé a imaginar como seria mi vida en Miami, como seria trabajar con mi padre, como podría seguir dedicándole tiempo a la música que llevaba adentro. No sabia lo que me esperaba específicamente, pero imaginaba con bastante acierto el cambio que se avecinaba.
Pude trepar al Tremebunda con facilidad dado que el cabo de fondeo se estiraba de un modo que daba un poco de temor, acercando nuestra nave a la empalizada de cemento armado del Iate Clube.
Eduardo estaba adentro preparando algo de comer, mientras se cebaba unos mates. Su mirada lo decía todo. El también hubiera querido seguir viaje, pero no con el viento en contra. Almorzamos y dejamos el resto de la tarde para leer, meditar, planear las rutas en nuestra laptop y también prender la radio.
A eso de las seis hicimos el puente entre la radio de BLU y el teléfono de mi familia en Miami. Para hacerlo mis padres llamaban a la casa de Eduardo Lastiri y el nos ubicaba por radio. Luego con el teléfono cerca del micrófono nos llegaba la voz de mi padre orgullos de lo logrado y la preocupada voz de mi madre que aun no puede creer que superamos la prueba. Ahora que soy padre entiendo sus dudas y sus miedos. No me imagino la preocupación de Cynthia si uno de mis hijos se fuera a cruzar el océano o a trepar los Himalayas. Si lo hacen me tocara apoyarlos como hace una década me apoyo mi papa. Hoy comparto el día a día con mis padres desde un lugar distinto. Hoy me toca a mi ser quien ocupa el lugar que ellos ocuparon alguna vez en mi vida. Me da una perspectiva distinta, como una confirmación de que la vida es efectivamente una rueda. Ojalá, después de su viaje al Himalaya mis hijos me tengan formando parte de sus vidas, repitiendo el ciclo, volviéndose hombres cerca de su viejo.