Amanecimos rodeados del espíritu carioca. La Marina da Gloria esta ubicada en medio de la ciudad y lo primero que hice fue bajarme a telefonear a un amigo de toda la vida que vive en Rio desde los 90. Martin me atendió en el primer ring y me prometió venir por la tarde a visitarnos y a darnos una mano en la búsqueda de algunos repuestos para reparar el piloto automático que se había roto bajo la lluvia en Bombinhas.
Mientras volvía al Tremebunda pude divisar una barco con aires de siglo XIX al final del malecón con forma de caracol. No pude resistir la tentación de ir a verlo.
El “Tocorime” es un Tall Ship fabricado en el Amazonas que es utilizado para paseos, fiestas y reuniones corporativas de la elite carioca y los turistas adinerados. Ni bien me acerque uno de los tripulantes bajo a saludarme. Le conté sobre nuestro viaje y enseguida me invito a bordo. El amigo del Tocorime quedaría en nuestra memoria por largo tiempo por su entusiasmo e incansable paso.
De regreso en el Tremebunda le conté a Eduardo sobre mi nueva amistad con la tripulación del Tocorime. Los llevaría de visita tras el almuerzo. En nuestra segunda visita nos dieron un tour completo por la nave que había sido construida bajo los antiguos métodos europeos de construcción y que aun hoy operaba como lo hacían las naves de hace mas de un siglo atrás. No había molinetes ni sistemas eléctricos para mover las velas. Todo se hacia a mano con una tripulación extensa. El único agregado tecnológico se podía ver el la cabina de mando con sus GPS y ecosondas de ultima generación. Además , claro esta contaba con motores diesel para poder entrar y salir de la Bahía de Guanabara sin problemas.
A media tarde mi viejo amigo Martin Torchiana llego a golpearnos el casco. Hacia unos cuatro años que no lo veía. Desde que se había ido a Brasil yo sabia alguna novedades de su vida en portugués a través de su hermano Esteban ( otro gran amigo del alma ) pero solo lo veía en contadas ocasiones cuando visitaba a su familia en Zarate. Fue un emocionante reencuentro en medio de una travesía que tenia que ver con la infancia y la navegación.
Martin nos llevo a una casas de repuestos de electrodomésticos cercanas a la Lapa, donde pudimos conseguir un engranaje similar al que se nos había roto dentro del piloto automático Autohelm. La magia reparadora de Eduardo ( alias McGyver ) pudo transformar un repuesto de lavarropa en una pieza que en Europa te la cobran 50 Euros. Estas eran parte de las bondades de tener un socio con tantos recursos y tanta experiencia a bordo. La unión entre el trio de tripulantes crecía ahora que veíamos que podíamos superar cualquier prueba que se nos presentara.
De vuelta en el Tremebunda Martin nos sugirió ir por la noche a tomar algo al afamado barrio de bares de la Lapa. Esta zona de bares y música callejera estaba en auge desde hacia casi una década según nos conto Martin, y además quedaba a escasas 10 cuadras de la Marina. Cruzamos la plaza Paris, y luego varias avenidas anchas que me recordaban en cierto modo a la Avenida Figueroa Alcorta de Buenos Aires. Ya del lado de la ciudad el retumbar de los pandeiros comenzaba a hacerse notar. Era un mundo distinto al que estábamos entrando. Enseguida se podía sentir el ambiente de fiesta de la Lapa. Bar al lado de bar, puestos de Caipirinha ambulante y música por doquier. Un ambiente difícil de olvidar que de algún modo resume el espíritu carioca. Tomamos caipirinha, escuchamos samba y reimos. Nos hacia falta soltarnos un poco para poder volver a la inmensidad del océano que nos aislaría por el resto de la travesía de esta fiestera civilización.