Dia 91: La ultima partida

Me despertó mi papa con la noticia de que habían reabierto el puerto. Acto seguido me pregunto por Max, a lo cual conteste que no sabia. Lo ultimo que me acordaba eran las interminables rondas de tragos en un bar oscuro. También me acordaba de mi insistencia para volver al barco y en la despedida en la puerta del bar. Cuando llegue tambaleando al barco, mi cuerpo se desplomo en la cucheta de popa sin volver a pensar en el amigo que había seguido de juerga.

Estábamos casi listos a partir, pero primero debíamos encontrar a Max. No tenia idea de por donde buscar y algo me decía que ya iba a aparecer. Al rato lo vimos caminando hacia el barco con un café en la mano y un cigarrillo entre sus labios. No le preguntamos de donde venia ni donde había estado. Simplemente lo apuramos a buscar sus documentos para ir a dar la salida del país.

Volvimos a la guardia costera donde nos sellaron la salida del barco y de allí a la lúgubre oficina de inmigración que hoy si nos despidió legalmente de Dominicana. Se nos ocurrió que antes de volver al barco podíamos comprar unas cervezas mas para no perder el nivel de alcohol en sangre que tanto habíamos empeñado en aumentar desde la noche anterior.

Fuimos a un almacén de esquina y mientras ordenábamos las cervezas frías pude ver como preparaban unos pancitos con manteca y queso rallado. No pude resistir la tentación de ordenar alguno de esos sándwiches de manteca y queso para llevar.

Cuando llegamos de vuelta al barco nos encontramos con los jóvenes cristianos que habían venido a despedirnos. Nos dieron un abrazo fuerte, como si fueran los discípulos despidiéndose del propio Jesús en la ultima cena. Mientras soltábamos las amarras y arrancábamos el motor ( que no fallo en dar arranque por suerte ) nos dieron sus ultimas bendiciones con un clásico “Jesus loves you”.

Eran las dos de la tarde. Dimos la marcha atrás y vimos por ultima vez el barco hospital de los cristianos. De seguro seguirían haciendo el bien mientras nosotros navegáramos hacia Miami. En la boca del puerto las olas todavía seguían inmensas. La resaca de la gran tormenta se hacia sentir tanto como la resaca de nuestras sesiones de bebida de la noche anterior. Tuvimos que subirle las vueltas al motor a casi tres mil para poder superar las olas de la entrada y dar salida del Puerto Plata.

Al fin estábamos comenzando la etapa final del viaje. A mi padre lo notaba un tanto nervioso. Hacia mas de una década que no navegaba mas que unas pocas millas y sin duda era la primera vez en mi vida en la cual me sentía yo el capitán de este barco en el que había crecido. A Max lo notaba un tanto apagado y en seguida nos dimos cuenta que el zarandeo de las olas había hecho efecto. Le sugerimos que se fuera a acostar para mejorarse. Por adentro yo rogaba que se le pasase pronto ya que es posible pasarse días enteros vomitando cuando uno no esta habituado al mar.

Max recuperado del mareo junto a la bandera argentina y el timon de viento.

Max recuperado del mareo junto a la bandera argentina y el timon de viento.

Seguimos a motor como dos horas. Las cervezas se seguían enfriando en la heladera que al fin volvía a estar fría. Al rato aprovechamos a subir las dos mayores para que nos dieran mas empuje.  Se nos fue la tarde charlando de la etapa y esperando seguir con buen viento. Estábamos felices de haber podido salir a motor. Sin el Volvo, esa salida con las grandes olas de frente en un canal tan angosto se nos hubiera hecho imposible de pasar. Como a las seis se levanto Max y por suerte lo vimos sentirse muy bien. El motor lo habíamos apagado y navegábamos a pura vela con las dos mayores y el genoa entero.

Mi viejo y yo celebramos la partida.

Mi viejo y yo celebramos la partida.

Por la radio nos enteramos de que Eduardo había llegado bien a su casa tras la escala técnica en Miami. Hablamos con mi madre en puente a través de Zarate y mientras se acababa la luz del día también nos fuimos acabando los sandwichitos de queso rallado y manteca. Para bajarlos, claro esta, tuvimos que abrir unas Presidente que fueron el único recuerdo tangible que nos habíamos traído de Dominicana a bordo.

Quedaban varios días de navegación a Miami y yo estaba feliz de haber traído a Max. Seria un excelente compañero durante las guardias y de seguro nos divertiríamos bastante con sus ocurrencias. Me fui a acostar temprano para dejar a mi papa y Max de guardia juntos. Les dije que cualquier cosa me despertaran. Me costo dormirme un poco ya que los escuchaba conversar. Extrañaba el silencio de Eduardo y las charlas tacitas de toda nuestra navegación desde el Plata hasta el Caribe.

Salida de Dominicana

Salida de Dominicana

Dia 72: La embajada

La alarma sonó por primera vez en 72 días. Era la misma que yo había usado para ir a la Universidad a las clases de las 7 AM. El reloj despertador marcada las seis, pero pronto nos dimos cuenta de que en verdad eran las cinco. Algo de nuestra conexión eléctrica había hecho andar el reloj mas rápido y por ende el despertador sonó una hora antes. Mi hermano se levanto de todas formas y comenzó con su ritual de café sin azúcar. Mientras alistaba sus bolsos paso una lluvia pasajera que nos hizo cotejar la posibilidad de volver a mojarnos en la remada hasta el muelle. Por suerte paro pronto y a las seis mi hermano y yo nos subimos al bote inflable con los bolsos listos para la partida. Aun era de noche, y la calma de la bahía era total. Reme los ochenta metros que nos separaban del muelle del Boatyard.  Atamos el bote y bajamos los bolsos. Atravesamos la pista de baile en la que no quedaban rastros de la fiesta de la noche anterior. Evidentemente habían limpiado. Fuimos hasta la calle esperando encontrar algún taxi. No tardamos mucho en ver uno y pararlo. El abrazo de agradecimiento y emoción no duro demasiado. Al fin y al cabo nos volveríamos a ver pronto en la ciudad en la que iba a quedarme. No era un adiós, era un hasta luego.

Me volví sonriendo hasta el bote. Reme los ochenta metros de regreso al barco y comencé a calentar agua para unos mates. Hoy era el día que nos tocaba ir a la embajada americana para volver a solicitar la visa de turista de Eduardo. En Buenos Aires se la habían negado y desde entonces acarreábamos una rabia inexplicable que se conecta con la injusticia y las limitaciones que nos impone el poder político. De todos modos me quede meditando en que seguramente hoy algún oficial con mas sentido común entendería el espíritu deportivo de esta travesía y le daría la posibilidad a Eduardo de llegar conmigo hasta Miami.

Al rato, mientras amanecía Eduardo se asomo desde el camarote. Pregunto por la partida de mi hermano y le dije que todo había salido bien. En esos momentos estaría por abordar su avión hacia Miami. Se llevaba consigo el cuaderno de bitácora que hoy tengo a mi lado como ayuda memoria de la etapa en la que nos acompaño en el 2003.

Eduardo bajo a darse un baño y a prepararse para la entrevista en la embajada. El turno lo teníamos ocho y media, por lo que no había mucho tiempo que perder. A los veinte minutos estaba de vuelta peinado y afeitado.

Edu en el muelle en camino a la embajada

Edu en el muelle en camino a la embajada

Volvimos a caminar hasta el centro entusiasmados con la idea de revertir el acto injusto cometido por el oficial de la embajada en Buenos Aires. La actividad en Bridgetown se notaba a simple vista. Era el primer día de la semana y al parecer todo estaba abierto: los negocios, los bancos, los restaurants y los mercados.

En camino a la Embajada

En camino a la Embajada

Preguntando a los locales logramos descifrar donde quedaba la embajada. El acento del ingles de Barbados me era poco familiar y en cierto modo me era bastante complicado entenderlo.

Antes de ocho y media estábamos ya sentados en el hall de espera de la embajada americana en Barbados. Era bien distinto al hall en el que uno aguarda en Buenos Aires. Los ventiladores de techo refrescaban a la gente que aguardaba su turno para obtener el visado que le permitiera ingresar al país desde el que hoy escribo. Nuestro caso era sencillo: estábamos transportando este velero de Buenos Aires a Miami y Eduardo se regresaría desde allí dos o tres días después de nuestro arribo. El oficial de la embajada en nuestro país había juzgado la historia del velero como algo “extraño” y había decidido sin mas negarle la visa a mi compañero. Dado que habíamos llegado navegando hasta aquí, podíamos probar que el velero no era una historia extraña, sino el modo en el que estábamos viajando hasta el país de la embajada.

Aguardamos como media hora hasta que nos atendieron. Cuando nos llamaron lo acompañe a Eduardo para asegurarnos de que  el ingles de Barbados no fuera un impedimento para la comunicación.

El oficial nos atendió de modo amable y escucho el caso con atención. Sin decir mucho no pidió que aguardáramos que debía consultar algo. Esto a decir verdad nos entusiasmo, como si hubiera abierto una puerta que pudiera conducirnos a la visa. Cinco minuto mas tarde llego con la realidad de embajada que no nos esperábamos, no podría otorgarnos la visa dado que ya había sido negada en otra embajada unos meses antes. Era un procedimiento estándar, por el cual no podían siquiera considerar el caso por haberse negado la visa en Buenos Aires. Intentamos preguntarle que otras opciones teníamos para hacer el reclamo, pero no nos dio ninguna posibilidad. Era imposible que consideraran el caso dado que tenia el antecedente de visa negada. Nos devolvieron los cien dólares del tramite dado que aceptaron la solicitud de visa por las condiciones ya explicadas. La desazón de ambos era total.

En el Centro de Bridgetown

En el Centro de Bridgetown

Salimos de la embajada con las caras largas. A Eduardo no le había sentado muy bien esta segunda negación cuando ambos sabíamos que estaba siendo victima de la negación sistemática como método de evitar posibles inmigrantes ilegales. Dentro de esta política, se le negaba entrada a mucha gente que en verdad quería venir a conocer o a traer un barco, porque no.

Volvimos caminando hacia el centro de Bridgetown y para distraernos entramos en algunas tiendas. Solo mirábamos para distraernos. Antes de cruzar el Chamberlain Bridge que nos llevaba de vuelta hacia el Boatyard, hicimos unas compras en el supermercado que se encontraba al lado del puente. Entre otras cosas, el azúcar que mi hermano tanto extraño estaría de regreso a bordo.

Cerca del puente de Chamberlain.

Cerca del puente de Chamberlain.

Remamos con las bolsas hasta el barco y tras un escueto almuerzo me tire a descansar en una siesta que intentaba recuperar las energías del  trayecto de doce días que acabábamos de completar.

Hacia el fin de la tarde nos logramos comunicar con los amigos de Zarate que le transmitirían las novedades de inmigración a mi padre. Eduardo se bajaría en Republica Dominicana y desde allí yo seguiría con mi papa hasta Miami. No era lo planeado, pero había que adaptarse y esta era la solución para completar las dos etapas que nos restaban.

Ahora nos quedaría ver quien y como nos repararían el motor que aun se mantenía en silencio desde su entrada en el hemisferio norte.

Dia 1: La Partida

Hace diez años comenzó el viaje mas importante de mi vida. Había decidido llevar el velero familiar desde Buenos Aires hasta Miami donde me iría a vivir junto con mi familia que residía en esa ciudad desde 1993.

Había pasado una década viviendo solo en Buenos Aires y había llegado el momento de reencontrarme con mi familia y rehacer mi vida en otro país. Pero antes tenia que completar un sueño que venia soñando desde chico: navegar a vela por las aguas del Atlántico hasta llegar a mi nueva morada.

Ya en el 2001 se me había metido esta idea en la cabeza pero no tuve la dedicación ni el apoyo para poder partir. Durante todo el 2002 estuve preparando a la Tremebunda para poder afrontar la travesía de siete mil millas que nos aguardaba.

Pero toda aventura necesita apoyo para ser concretada. A comienzos del 2002, y tras un par de operaciones mi padre me dio el apoyo para poder llevar al Tremebunda a Miami. No fue fácil convencer a mi madre, ni tampoco fue sencillo conseguir los recursos para poder lograrlo pero hubo un punto en cual sabia que este viaje iba a concretarse. El día que Eduardo Demharter me confirmo que podría acompañarme durante toda la travesía fue el día que supe que tendría a mi lado el capitán que necesitaba para poder concretar este sueño sin problemas. Esta importante adición a la tripulación fue decisiva para contar con el apoyo de mi familia y darle planeamiento riguroso a esta aventura.

Con Eduardo decidimos revisar el barco de punta. Se lo saco a tierra, se le hizo el fondo y la cubierta, se revise el motor y hasta se le sacaron los mástiles. Cada rincón del velero fue escudriñado para estar seguros de que la nave estaría a punto para resistir las exigencias del viaje.

A fines del 2002 el barco estaba nuevamente en el agua y decidimos hacer la revisión final en una amarra del club que me vio crecer: el Club Barrancas. Allí me reencontré con muchos amigos que nos brindaron todo su apoyo para poder partir a comienzos del 2003. También fue el club el lugar que nos trajo al resto de los tripulantes: Daniel del Valle, Horacio Insua y Carlos Valente se sumaron a Eduardo y a mi para poder llevar al Tremebunda hasta Brasil.

CPNLB

El canal principal de Club de Pesca y Nautica ¨Las Barrancas”

Ya pasadas las fiestas solo restaba cargar la nave y partir. Además de comenzar este viaje tan importante yo estaba dejando la casa en la que crecí en Vicente López. En esta extraña mudanza por mar cargue el barco de guitarras, micrófonos, cables, cassettes , libros y demás recuerdos. Mucho quedo en mi casa de la calle Uspallata : muchos libros, un estudio de grabación armado en lo que había sido el cuarto de mis padres, las historias de mi infancia. Los recuerdos y las amistades me las lleve a bordo como un recordatorio de que uno va cambiando pero sin dejar de ser el mismo. Hoy lo veo mas claro que nunca: uno es el producto de las experiencias que ha vivido, ese conglomerado de recuerdos que de algún modo se almacenan en nuestras vagas memorias.

El día 4 de Enero lo teníamos todo listo pero no pudimos salir a causa de la baja marea que nos impedía cruzar por el canal boyado que comunica al Barrancas con el canal costanero. Hubo que tener paciencia y descansar por ultima vez en la cama de mis padres.

Llego la víspera del día de los Reyes y el agua estaba lo suficientemente alta a eso de las 6 de la tarde. Me emociona recordar el momento de la partida. Cinco almas ilusionadas partían hacia una travesía que nos depararía miles de sorpresas. La emoción principal era la ansiedad y la incertidumbre. ¿ Que nos aguardaría entre las miles de olas que nos tocaba aun surcar ? Era la sensación de un maratonista que sabe que al llegar aun le queda trepar un cerro, bajar en bicicleta y volver a correr otra maratón sin nunca detenerse. El apoyo y los conocimientos de la tripulación me brindaban una tranquilidad que no duraría mucho.

Tripulacion Tremebunda Enero 2003

De izquierda a derecha : Horacio Insua, Daniel del Valle, el piloto de viento ¨Danielito¨, Eduardo Demharter y Carlos Valente

Recorrimos el mismo recorrido que todos habíamos transitado tantas veces: por el canal del club hasta la boya veinte quinientos del canal costanero y de allí al famoso pilote 8 desde el cual nos despediríamos de Buenos Aires. Cayo el sol mientras la costa porteña desaparecía en el horizonte. Todo parecía ir como lo planeamos. Tuvimos que encender el motor por la falta de viento típico del atardecer de verano.

Preparamos una cena sencilla, no recuerdo que. Se habrá abierto algún vino para celebrar la partida y comenzamos a planificar las guardias. Ya habíamos terminado de cenar cuando se me ocurrió ir hacia el camarote proa donde me tocaría dormir. Al llegar escuche un ruido extraño y familiar a la vez: agua, pero del lado de adentro. Rápidamente destape la cucheta y con horror pude ver todo el triangulo de la proa repleto de agua. Nunca había visto tanta agua dentro del Tremebunda y menos en esa ubicación. Con urgencia me dirigí al cockpit donde los cuatro aun se contaban anécdotas de navegaciones pasadas y disfrutaban de lo que restaba del vino. Mi noticia los sorprendió tanto como a mi. Nadie sabia de donde podía provenir esa agua.

Apagamos el motor y seguimos a vela mientras yo me dedique a sacar unos cincuenta baldes de agua. Aquí viene lo curioso: una vez que logre sacar toda el agua esperábamos ver por donde venia, pero la proa se quedo vacía. No volvió a llenarse. El misterio sorprendía a todos. La falta de luz no ayudaba a encontrar el origen de esa humedad inesperada. Muchas provisiones se mojaron y parte de la ropa también. Hasta pensamos en dar la vuelta para el club para verificar que era lo que estaba sucediendo pero la realidad era que ninguno quería volver. Además el agua había dejado de entrar o sea que estábamos seguros.

A cada rato bajaba alguno para verificar que la proa siga seca y ni una gota. Pensamos que tal vez fuera agua del tanque de agua potable que de algún modo se hubiera ido a la proa, pero esta explicación no convencía a ninguno. Las guardias se implementaron y me quede afuera disfrutando de la noche por un par de horas. Habíamos comenzado la aventura. Nada iba a detenernos.

RUTA DIA 1: 

Partida

Dia 1 : Salida de Buenos Aires hacia Florianopolis