Esa noche hice una larga guardia. Mi papa me despertó como a las dos y lo releve dándole compañía a Max. El barco avanzaba mansamente. A lo lejos se veían luces tenues en la costa de Haití. Todavía no les había golpeado el terremoto terrible del 2010.
Nos quedamos hablando con Max por un largo rato. Según recuerdo era casi una entrevista desordenada sobre las millas recorridas, intercalada con comentarios sobre su vida en Miami. Hacíamos muchas bromas y contábamos chistes, pero a decir verdad, los chistes buenos nos los guardábamos para los momentos en que éramos tres. De algún modo los chistes son mas graciosos cuando el que cuenta tiene una audiencia mayor a uno.
Como a las tres y media le sugerí a Max que fuera a dormirse. Estaba pensando en que prefería que mi papa estuviera acompañado cuando yo lo volviera a despertar al amanecer. Como estaba cansado no dudo en hacerme caso.
En medio de la silenciosa noche, retome el walkman que era para mi el receptor predilectos de radios AM y FM. Pude escuchar música haitiana por AM y esta variedad cultural me alegro las horas de penumbra que me quedaban.
Como a las seis lo vi asomarse a mi viejo y supe que era hora de ir a descansar. Me tire en el camarote principal en el que había estado durmiendo mi papa. La principal ventaja de este camarote era la oscuridad y el aislamiento sonoro que proporcionaba. Ese camarote era una micro capsula para escapar del viaje por un rato. No me costo nada quedarme dormido, a pesar de la claridad que entraba por la ventanita.
Alrededor de la una reaparecí en el cockpit con la mente y el cuerpo totalmente renovados. Max y mi viejo ya compartían una Presidente. En seguida Max me dijo que le parecía una excelente oportunidad para dedicarnos a pescar nuestro almuerzo. La noche anterior le había contado sobre los pescadotes que habíamos sacado con Edu y con mi hermano.
Lo primero que hice antes de contestar fue observar el GPS. Dentro de uno de sus menús, contaba con un indicador de actividad solunar, que puede traducirse como un medidor del pique. Le informe a Max que el pique estaba bajo y que no valía la pena arrastrar el señuelo sin amplias posibilidades de pescar algo.
Max insistió que igual le parecía que sacaríamos algo y que ese GPS ( que nos había traído desde Argentina ) no sabia nada de pesca. Le di alguna otra excusa, pero insistió tanto que lo mejor fue prepararle la caña y el señuelo para que me dejara tranquilo y se sacara las ganas de intentarlo.
Me fui adentro a ver la carta mientras calentaba el agua para unos mates. Estábamos al través de la Isla de la Tortuga cerca del extremo Noroeste de la isla de Hispaniola. Dos minutos mas tarde sentí el grito. Max había agarrado algo.
-Te dije que no sabe nada el GPS – me decía mientras reía con su risa típica y recogía los cien metros de tanza que habíamos largado.
Soltamos las escotas para que el barco desacelerara y fuera mas rápida la recogida. En tres minutos lo tuvimos ahí: una dorada mediana que nos serviría de almuerzo. Max estaba supe contento y seguía denigrando al Garmin. Yo le decía que había tenido suerte, pero el me contestaba que el en póker y en la pesca, la suerte no existe. Yo estaba en desacuerdo con su afirmación pero no quise discutirle mas viéndolo tan feliz con su tangible logro deportivo.
La dorada era la mitad de largo que aquella que habíamos sacado con Eduardo e Iñaki cerca de Suriname, pero sin duda serviría para alimentarnos con comida fresca. La diferencia de tamaño hizo que fuera mas sencillo descamarlo y ponerlo a la plancha, una recomendación del Chef Gerva que ya tenia experiencia en preparación de pescados a bordo.
Todavía hoy nos acordamos cada tanto del día de la pesca de la dorada, de nuestras diferencias acerca de la importancia de la suerte y de la preponderancia de la intuición por sobre la señal de los satélites.
Almorzamos dorada a la plancha como a eso de las cuatro. Como era de esperar, nuestro almuerzo, acompañado de las ultimas cervezas dominicanas que nos quedaban, estuvo delicioso.
Hacia el fin de la tarde mi papa se sirvió su ritual whisky mientras Max y yo lo acompañamos con un Ron Brugal. Sin duda en esta etapa había tomado mucho mas que en los tres meses anteriores juntos. Dime con quien andas y te diré que bebes. Cuando el hielo ya estaba derritiéndose encendimos la radio para que Julio García le avisara a nuestros parientes que seguíamos bien. La conversa duro un buen rato y mi papa se quedo dándole charla a Julio ( a quien nunca le faltaban las ganas de hablar sobre cualquier tema ).
Al terminar la hora de radio decidimos volver a encender el Volvo para recargar las baterías. Sucedió lo que era de esperar, pero que ninguno de los tres había anticipado. El motor no quería volver a arrancar. Intentamos dos o tres veces y luego sugerí que lo dejáramos descansar ( como si fuera un atleta ) para ver si al día siguiente Don Volvo se dignaba.
Al igual que el día anterior deje a mi papa y Max de guardia para hacerle honor a la madrugada que me había acompañado desde Buenos Aires.