Dia 94: Cayos

Seguíamos avanzando bien a pesar de que el viento había rotado un poco hacia el noreste. La corriente nos seguía empujando por el Canal de Old Bahama. A estribor teníamos los bancos de la Gran Bahama y a babor la costa mas visible que nunca de los cayos del norte de Cuba. No se veían construcciones, ya que nos cayos en cuestión están deshabitados.

Estaba tranquilo de poder hacer este tramo de un relativamente angosto canal de día. Max se había quedado hasta tarde conmigo en la guardia y todavía dormía cuando empezamos a preparar el almuerzo. Creo que era el turno del nunca bien ponderado arroz a la Gervasio ( el cual casi siempre incluía arvejas y tal vez alguna otra sobra ). Mientras cocinaba me acorde de las toneladas de arroz que me habría cocinado durante toda la década anterior. Sin duda mi especialidad en el arroz provenía de las horas de cocción y experimentación discurridas en la calle Uspallata, cerca de la avenida del Libertador. Recordaba con particular apego el plato que había denominado, con una destreza poética bastante admirable, “mazacote”. El mismo se constituía de restos de arroz, carne, verduras y lo que fuera que encontrara en la heladera, unidas con dos huevos y puesto a cocinar durante una hora en el horno. Luego lo cortaba y lo comía como galletas, a horas disimiles.Lamentablemente el hornito del Tremebunda no me daba la posibilidad de prepararle un “mazacote” a Max y a mi papa.

Mi papa disfruta de el viento del caribe.

Mi papa disfruta de el viento del caribe.

Para cuando Max se levanto, el arroz ya estaba listo. No nos quedaba dorada, pero Max tenia la convicción que tras la ingesta de arroz pescaría algo. Esta vez no atine a discutirle y ni siquiera mire el GPS, dado que sabia que no tendría sentido tratar de disuadirlo. En cierto modo, este tipo de actividades inútiles, era a la vez un pasatiempo y una excusa para soñar con otra comida fresca.

El señuelo se estuvo bañando en aguas cubanas durante una hora al menos hasta que Max se convenció d que no había pique por sus propios medios. El GPS se reía por dentro mientras lo veía recoger los metros de tanza que había largado.  Mas tarde volvería a intentarlo y su desdén por el orden de los astros y su relación con los seres vivos subacuáticos le costaría caro. No iba a volver a pescar nada en lo que quedaba del viaje.

Miro la caña pero no pasa nada. El GPS se rie de nosotros.

Miro la caña pero no pasa nada. El GPS se rie de nosotros.

Dormí una siesta sabiendo que la guardia de la noche seria larga como en las noches anteriores. Me levante con la sensación de que faltaba poco para llegar y que de algún modo me sentía mas nervioso que cuando salimos hacia mas de tres meses. Era un temor a fallar estando tan cerca de la línea de llegada. Una preocupación inútil que no podía borrar de la cabeza. El hecho de no tener motor era lo que mas nervioso me ponía. Agregado a esto la falta de practica de mi padre y la inexperiencia total de Max no ayudaban a tranquilizarme. Como buen capitán no demostré ni siquiera en parte, esta duda existencial a mis dos tripulantes. Era mi deber el hacerlos llegar a Miami sanos y salvos. Como sea habríamos de llegar.

Hablamos brevemente por radio para informar que estábamos bien . Entonces el negro Lastiri nos comunico algo que justificaba mi preocupación en parte. Teníamos a unas cuatrocientas millas al norte un frente frio que venia  a nuestro encuentro. Mientras nosotros avanzábamos acariciando los cayos de Cuba, el frente se hacia sentir en los parques de Disney de Orlando. Ese aire fresco que helaba las narices de los turistas en filas interminables, venia con furia a nuestro encuentro. El pronostico daba que llegaría el día 10, justo cuando nosotros esperábamos estar llegando a Miami. Por un momento supusimos que no iba a llegar a golpearnos, dado que si se mantenía nuestro avance, el frente nos agarraba en la recta final. El problema era que al día siguiente ( el día 9) se pronosticaba una calma total, lo cual nos dejaría parados ( nuevamente ) a la espera del frente maligno.

Max y su gorra al atardecer.

Max y su gorra al atardecer.

Le agradecimos a Lastiri por su información y empezamos a ver que podíamos hacer. No había ningún puerto a la mano. Intentaríamos seguir avanzando mientras nos lo permitiera el viento. La realidad era que no teníamos nada que hacer, solo restaba aguardar al frente con la paciencia del monje.

Esa noche me quede de guardia yo solo hasta la madrugada. Mi padre y Max se acostaron temprano. Con el correr de las horas sentí con resignada desencanto el pronostico haciéndose realidad. El viento iba decreciendo y rotando al norte. El avance del Tremebunda ya era francamente lento, pero al menos nos movíamos.

Dia 60: Dos meses en el agua

Hacia dos meses que habíamos dejado atrás la escollera del Club Barrancas. A cada hora nos acercábamos mas a esa línea imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios desiguales. La madrugada había comenzado de un modo agitado. A mi me tocaba la primera guardia, que en cierto modo era la mas difícil, dado que uno acarreaba el cansancio del día a bordo.

Pasada la media noche, unos lejanos nubarrones negros comenzaron a acercarse. Algunos pasaban cerca y nos tiraban ráfagas de viento que descendía del cummulus nimbus cargado de agua y electricidad. Era una experiencia que ya habíamos pasado, pero en cierto modo el tamaño de las nubes y la persistencia en su arribo era lo que sorprendía y me preocupaba un poco. A pesar de no haber luna, la penumbra siempre me dejaba ver algo. Estos pocos metros de visión desaparecieron a las dos y media. Me daba cuenta que la nube negra que se aproximaba no era una mas, era definitivamente enorme y amenazadora y tras de ella no se veía mas nada. Decidí enrollar el genoa, aunque nuestra velocidad bajara un poco. Estábamos avanzando a increíble velocidad: entre ocho y nueve nudos era casi un record para el barco. Pero el record verdadero estaba por llegar.

El genoa no enrollaba y la nube negra ya estaba sobre nosotros. No sabia si despertar a los muchachos para que me ayuden. Esta duda se acabo con mi grito hacia adentro de la cabina cuando la nube empezó a hacerme sentir los treinta y cinco nudos saliendo de su tripa oscura y ascendente. El barco comenzó a sacudirse y  casi a planear sobre las olas. Si mal no recuerdo llegamos a doce nudos de velocidad ( el record del que hablaba) y la situación se estaba tornando peligrosa. Habría que ir a la proa a destrabar el enrollador.

Eduardo e Iñaki salieron preocupados mientras yo me ponía el arnés de seguridad para ir a evitar la catástrofe. Mientras caminaba con cuidado hacia la proa y las olas me empapaban, me acordaba de Insua y su decidida e intransigente oposición al enrollador. Tenia que darle la razón y de seguro no sabría que estaba acordándome de el en ese momento. Al llegar adelante apenas podía ver lo que pasaba. Luego de un minuto pude ver que el cabo se había salido del tambor y esto no permitía enrollar. Lo volví a meter y regrese hacia popa. La cara de mi hermano aun llevaba preocupación. No le gustaba nada esta excursión gratuita a la proa, pero había que hacerla para no romper nada y poder proseguir. El viento comenzó a soplar mas duro por lo que decidimos bajar la vela del mástil de popa. Así y todo seguíamos avanzando a siete nudos. Mi hermano se quedo conmigo en la guardia como hasta las cinco, hora en la que despertamos a Edu y nos fuimos a dormir.

Cuando nos levantamos el día seguía nublado y los chaparrones llegaban y se iban como hacen los colectivos en las grandes ciudades. Al mediodía mi hermano le insistió a Edu para que tirase la caña con su señuelo Rapala, del cual ya había oído grandes maravillas. La insistencia iba a dar buenos frutos solo unos minutos mas tarde. La caña se doblo mas que nunca y debimos aflojar las velas para ayudar a traer a la víctima que sin duda seria mas grande. Cinco minutos mas tarde pudimos ver a la dorada saltar del alguna dos pies en el aire. Era la lucha por su supervivencia, pero nosotros no se la íbamos a hacer fácil. Nosotros luchábamos por el alimento y por la aventura de pescar. Mi hermano tomo el bichero y engancho a la dorada de una de las agallas, como debe hacerse. El pez pesaba en cantidad.

La cola de la dorada

La cola de la dorada

Una vez en el cockpit los tres vimos con asombro como se sacudía y golpeaba contra todas las superficies tiñéndolo todo de color sangre. Una vez se apago la vida del pez empezó la sesión de fotos y medición. El ahora pescado media un metro treinta y pesaba mas de diez kilos. Visto desde arriba ocupaba casi todo el piso del cockpit. Sin duda nos iba a alcanzar para varias comidas a los tres. La primera variante fue sencilla pero deliciosa: dorada a la plancha ( la misma receta del atún que pescamos en Abrolhos )

Iñaki pescando

Iñaki pescando

La verdad es que la travesía de a tres se hacia mas entretenida y menos exigente. Iñaki se durmió una siesta tras la conversación por radio con Zarate, para recuperar el cansancio de la madrugada. Al levantarse nos cocino un Fetuccinni Alfredo que fue muy bienvenido por Eduardo y por mi. Teníamos no solo un buen compañero de guardia a bordo, sino que también un hábil cocinero siempre dispuesto a satisfacer el hambre de los tripulantes.

Edu pescando

Edu pescando

Me fui a dormir temprano. El cuerpo no daba mas y el lujo de ser tres me permitía descansar sin remordimiento, al menos hasta la próxima guardia.

La cabeza de la dorada y su pescador

La cabeza de la dorada y su pescador

DIA 60 – Millas recorridas : 147 – Velocidad Promedio: 6.2 nudos

Dia 19: Itapema

El clima húmedo de la tarde anterior se mantuvo. Era un amanecer nublado y sin viento en esta bahía con forma de cabeza de ajo. El agua verde de la bahía parecía un espejo, un detalle de belleza adicional para este paraíso.

Decidimos esperar allí un día mas, ya que al día siguiente se pronosticaba la llegada de un frente del sur que nos ayudaría a sumar millas hacia el norte. No tenia sentido salir a pelearnos contra la corriente y abusar del motor una vez mas. Como siempre, la paciencia de saber esperar las condiciones adecuadas para partir son uno de los elementos principales de la ecuación para llegar del modo mas seguro al destino elegido.

itapema

Desde este “muelle pirata” comenze mi recorrida de memoria por Itapema

Por la tarde decidimos dar un paseo en barco a través de la bahía de Itapema. Cruzamos en línea recta desde Porto Belo hasta llegar a la villa que los pescadores usan como base de su sustento desde hace muchas décadas. El día seguía nublado y sin viento. Pegue un salto para bajarme en un muelle desde el que partía un “barco pirata” que pasea turistas. El Tremebunda con Eduardo al timón se volvía para Caixa D’Aço. Era extraño ver el barco con el que crecí alejarse a través de la bahía.

Entonces comencé un recorrido por la memoria de mi infancia. Allí en Itapema habíamos vacacionado con mi familia dos temporadas seguidas a fines de los ‘80. La memoria espacial es mas precisa de lo que uno percibe. Los edificios no me eran familiares, pero de algún modo me sentía capaz de caminar hasta ubicar la casa de los Medeiros-Cervi. Esta familia brasilera había hecho amistad con mis padres en Barcelona una década antes y nos abrió las puertas de su casa de veraneo durante nuestra visita. Tuve la esperanza de poder encontrarlos. Después de todo estábamos en época de vacaciones en Brasil.

Pesca

Canoa de pescador de Itapema. Todas las mañanas salen temprano.

Caminando por la playa llegue la desembocadura de un arroyo que me resultaba conocido. Para cruzarlo había un puente y es allí en ese puente peatonal donde la memoria geográfica volvió a mi: la casa se encontraba a orillas de este arroyo, como a dos cuadras de la playa. Camine por la rua paralela al arroyo sin poder reconocer nada. De pronto vi la casa que estaba buscando. Estaba un poco distinta, como si la hubieran remodelado, pero allí era donde por primera vez me había enamorado, donde concebí tal vez el sueño de volver un día en barco.

Los dueños de casa no estaban, y según pude entenderle a un vecino, se habían ido ese mismo día a la mañana hacia Curitiba, donde residían el resto del año. Igual me alegro mucho el haber encontrado la casa de los Medeiros-Cervi. Les deje una nota que los tomaría de sorpresa algunas semanas mas tarde y me fui de vuelta caminando hacia la misma playa en la que habría corrido, nadado y comido tantos milhos cocidos hacia ya quince años.

Era de noche ya cuando tome el autobús hacia Bombinhas, tras una larga caminata por la arena. Con mis pasos llegaba la reflexión sobre el paso del tiempo y la incógnita sobre ese futuro incierto que me aguardaba en Miami.

Llegue a la Caixa D’Aço utilizando el mismo instinto de ubicación que me había servido para ubicar la casa horas antes. El autobús me había dejado en un camino de tierra a varios quilómetros de donde se hallaba fondeada la Treme.

El método del grito demoro unos minutos en surtir efecto pero logro su cometido tras varios intentos. Eduardo se acerco remando suave con esa sonrisa de lado que denotaba una felicidad similar a la que yo mismo traía desde Itapema. Estábamos cumpliendo el sueño. Teníamos motivos para sentir esa felicidad demorada, que como toda felicidad es inconstante. Esa noche estaba a nuestro lado y el sabor de su compañía era tan Dulce como el Suco de Cana que había probado en Itapema de chico.

Dia 7: Torres

Por la madrugada podíamos ver las lejanas luces de Porto Alegre, al otro lado de la Lagoa Dos Patos. Cada vez que miraba hacia la costa y podía divisar a civilización que habíamos dejado atrás me preguntaba como era posible que tantas existencias, tan diversas pudieran ser abarcadas por este universo confuso. Allí en las luces había gente yendo a trabajar, jóvenes de juerga, personas durmiendo y gente con dolor. Aquí afuera a unas 15 millas de la costa un velero con cinco argentinos luchaba contra la corriente para dirigirse al hemisferio norte. Nadie intuía nuestra presencia. El mar es tan vasto e inabarcable que debe uno encontrarse en el como para llegar a contemplar la inmensidad que lo rodea a uno.

Los mapas, las cartas náuticas y ahora los teléfonos móviles tratan de darle un sentido comprensible a esta inmensidad mediante la representación grafica de las extensiones que recorremos. Es una gran ayuda el contar con estas herramientas y con la tecnología que hace de este viaje un posibilidad alcanzable. Pero de todos modos, toda la tecnología y la cartografía que nos es dada no llega en modo alguno a transmitir la inmensidad del océano y la densidad de nuestras ciudades. Cada vez somos mas los que nos amontonamos en urbes y pocos los que desde el vacío oceánico pueden contemplar esta realidad.

Ya estábamos cerca de cumplir una semana desde la partida y todos comenzábamos a acostumbrarnos al ritmo del océano: las guardias pautadas, el almuerzo, las charlas y la llegada de la hora en que nos reconectábamos con el universo del cual veníamos. A las 7 de la tarde se prendía la radio de onda corta con la que íbamos a comunicarnos con los nuestros durante el resto de la travesía. Desde Zarate, la ciudad natal de mis padres, nos daba apoyo Eduardo “ El Negro “ Lastiri. Además en la vecina ciudad de Campana encontramos un nuevo amigo que nos haría de puente con la familia y amigos: Julio García. Cada día se esperaba con ansias la hora de la radio. Las condiciones meteorológicas afectaban la calidad de la comunicación así que siempre había que cruzar los dedos para que las condiciones fueran las adecuadas para hablar. Esta relación simbiótica la practicamos hasta el día del arribo y fue sin duda el apoyo moral necesario para seguir adelante con la tranquilidad de que nuestras familias estaban informadas sobre nuestro bienestar. Mi reconocimiento a todos aquellos que por medio de la radio nos dieron animo y nos ayudaron a seguir subiendo hasta el día del arribo.

Espada

Eduardo y Carlos se divierten sacando un espada.

Hoy la radio todavía descansa en el segundo estante de la mesa de navegación pero lleva casi una década apagada. Es increíble como ciertos elementos pueden resultarnos tan indispensables en ciertas ocasiones para luego caer en desuso total. La radio de onda corta sufrió el mismo destino que hoy sufre el fax, los teléfonos públicos y los cospeles del subte. Es curioso pensar que en medio del mar no solo cambian las rutinas y las prioridades sino también las necesidades. El celular de poco sirve allá sin torres cerca para dar señal. Hoy vivo en una sociedad interconectada por las redes sociales, las paginas de internet, los videos virales, pero nada de eso es tan real como la travesía que pude comenzar hace una década.

Estos días se hacían eternos y la tripulación se divertía del mejor modo posible. Recuerdo que tiramos una línea con un señuelo amarillo atado a ella para ver si pescábamos algo. La ida de un pescado fresco nos hacia agua la boca a todos. Tras una media hora sentimos el tirón de la primera presa capturada durante esta travesía: un espada de solo un cuarto kilo. Al sacarlo del agua las esperanzas de una suculenta cena se desvanecieron. Es pez no servía para comer por la cantidad de espinas y además tampoco hubiera podido alimentar a cinco bocas, así que retorno contento al agua. Igual nos divertimos un rato con la idea de la pesca como fuente de nuestros alimentos. Esta idea traería buenos resultados mas adelante.

Tras toda una tarde de intenso calor, charlas y la cena pudimos sentirnos un poco mas cerca del destino cuando a lo lejos vimos las luces de Torres. Muchos argentinos vacacionaban allí por ser la playa de Brasil mas cercana a la capital de nuestro país. Otra vez pensé en cuan diferentes serian sus vacaciones de nuestro viaje. Este viaje parecía ser una sucesión de faros brasileros que nos despedían presentándonos al siguiente. La luz de Torres nos mostraba que mas arriba nos quedaba un hito mas al que llegaríamos al día siguiente: el cabo de Santa Marta Grande.

RUTA DIA 7