Las ultimas horas se hicieron eternas. Hasta las dos y media veníamos avanzando muy bien dado que los alisios de intensidad intermedia seguían inflando las velas. Ahora bien, cuanto mas nos acercábamos a la isla, mas bajaba la temperatura y menos viento había. Era como si los alisios quisieran que disfrutáramos del contorno de la costa, para no olvidárnosla nunca jamás. Estábamos como a una milla y media de la costa pero faltarían recorrer ocho millas hasta donde creíamos que se encontraba el puerto. Este tramo hubiera tomado hora y media en condiciones normales de temperatura, viento y presión, pero ya tan cerca de la isla los alisios estaban tapados por la masa de tierra. Durante un largo rato navegamos a tres nudos ( que es la mitad de la velocidad normal ) y tras pasar la punta desde la que comenzaríamos a ver Bridgetown mas claramente, la calma se hizo casi total. Avanzábamos a una milla y media por hora. La paciencia una vez mas debía aflorar. No nos quedaba otra que agradecer el leve viento y ver como y adonde llegábamos. Dado que no teníamos datos o cartas detalladas de Barbados, no teníamos la mas mínima idea de donde debíamos amarrar. Para peor la luna ya se había ocultado y no veíamos ninguna entrada a un puerto. Ni siquiera sabíamos si había un puerto para embarcaciones deportivas o si podríamos entrar sin tener la ayuda del motor. Entonces se nos ocurrió la idea de usar los binoculares para ver si descubríamos algo. La luz era muy tenue pero alcanzamos a divisar unos veleros fondeados cerca de la costa. Ese seria nuestro destino. No había otra que comenzaran a avanzar tirando bordes a un nudo y medio. Mas paciencia y muchos bordes nos fueron arrimando a la costa.
La emoción de los tres era bastante grande. Habíamos recorrido 1650 millas sin parar desde Brasil y la llegada esta casi al alcance de la mano, pero aun no. Como a las seis, y aun en plena oscuridad pudimos empezar a ver claramente algunos veleros fondeados y otros amarrados a una boyas. Nos acercamos lo mas posible a la costa y cuando pasamos cerca de una boya naranja no lo dudamos. Ese seria nuestro lugar de arribo. Misión cumplida estábamos en Barbados.
A pesar de la emoción, el cansancio pudo mas y nos fuimos a dormir un rato cuando desde el este se comenzaba a notar la claridad del día que se avecinaba.
Ya no habría guardias, era el turno de los tres para descansar tras haber superado el tramo mas largo de nuestra travesía. La sensación de orgullo nos acuno en la paz de la Bahía de Bridgetown.
Antes de las diez mi hermano nos levanto a Eduardo y a mi con la intención de bajar a hacer los tramites de inmigración. Su vuelo había salido temprano y en esos momentos se hallaría sobre el mar Caribe.
Con los documentos en la mano los tres nos subimos al bote de goma que había viajado hasta aquí sobre la cubierta de la Treme. Antes de llegar al muelle se nos acerco un moreno en Jet Ski. Lo paramos para preguntarle si el barco allí estaba bien y además como se hacia para tramitar la llegada al país. De la entrada al país no tenia ni idea, pero de nuestro lugar de amarre si tenia consejo. La boya de la que nos habíamos amarrado estaba en realidad señalizando un barco hundido. Como la marea estaba alta no lo habíamos golpeado con nuestra quilla, pero si lo dejábamos allí no solo nos podían multar, sino que además le pegaríamos al naufragio con el descenso de las aguas. Me subí al Jet Ski del moreno que se presento como Roger y que se ofreció a ayudarme a mover el barco tras escuchar que no teníamos motor para movernos.
En dos minutos salte sobre cubierta y Roger me remolco unos cuarenta metros hasta una boya blanca debajo de la cual no había mas que 8 metros de cristalina agua y arena. Le agradecí a Roger mientras me dejaba en el muelle del Boatyard, el bar de playa que nos vería seguido mientras durara nuestra estadía.
Nadie allí sabia como hacer los tramites de inmigración pero nos indicaron donde quedaba la oficina del Guarda Costa. Por primera vez estábamos caminando mas de diez pasos seguidos y sin duda se sentía extraño volver a caminar tras tantos días de estar en constante manutención del equilibrio.
Los oficiales de turno del Guarda Costa nos recibieron con una mirada extrañada como si nunca hubiera llegado un grupo de navegantes caminando a esa dependencia. Acto seguido nos explicaron que no deberíamos haber bajado del barco y debíamos volver por el camino que habíamos venido para volver a subirnos al Tremebunda y desde allí llamarlos a ellos por radio. No tenia mucho sentido pero así era. Por radio nos darían autorización para llegar navegando hasta la aduana y hacer las inspecciones correspondientes. Sin darles ninguna explicación sobre lo complicado que venia nuestro caso con la falta del motor, decidimos despedirnos agradeciéndoles su inútil información. Se nos ocurrió que lo mejor seria ir caminando a la aduana y allí explicar el caso con mayor detalle.
Luego de caminar como veinticinco cuadras por todas las calles aledañas al puerto comercial, logramos encontrar la oficina de aduanas, inmigración y sanidad, las cuales se encontraban pegadas una a la otra y estaban siempre ocupadas con la llegada de los cruceros. Por suerte llegamos a una hora en la que no había cruceros llegando. Sin problemas nos dieron entrada a Eduardo y a mi pero, (siempre hay un pero) no podrían darle entrada al país a mi hermano sin un pasaje de avión que demostrara su plan de salida. El pasaje de avión ( que en esa época era de papel ) estaba cómodamente descansando dentro de la mochila de mi hermano, a bordo del Tremebunda. Le explicamos que igual el pasaje que estaba en la mochila era para el vuelo que había perdido. Entonces sugirió que fuéramos al barco y de allí al aeropuerto a cambiar el pasaje y recién entonces volviéramos a Aduana para dar la salida. Iñaki intento convencerlo de que serias mas sencillo y menos problemático si le daba la salida allí mismo pero el oficial le contesto “That is not my problem” con un tono nada simpático.
En el camino de regreso al barco a mi hermano se le ocurrió llamar a American Airlines desde una cabina de teléfonos y hacer el cambio por teléfono. Al finalizar la charla le dieron un numero de confirmación de la reserva y un asiento en el vuelo mas temprano hacia Miami de la mañana siguiente. Regresamos caminando al barco y mi hermano, con el ticket de avión en la mano se fue de vuelta para inmigración. Lo atendió una mujer muy amable que sin hacer muchas preguntas y viendo el tickete de avión le dio la entrada al país.
Como a las cuatro de la tarde ya estaba de vuelta y ni bien subimos al barco se calzo el traje baño y aprovecho para darse un chapuzón en las cristalinas aguas de Barbados. Luego bajamos a caminar por la playa y llegamos hasta el Yacht Club que se encontraba como a ocho cuadras del Boatyard, hacia el este. Queríamos cenar, pero los platos en el Yatch Club no bajaban de los cuarenta dólares. Volvimos por la playa mirando donde cenar pero para sorpresa nuestra estaba todo cerrado por ser Domingo. Sabíamos que habría comida en el Boatyard pero la verdad es que buscábamos comer algo mas típico. Recorrimos alguna calles cercanas sin mucha suerte. Lo típico seria lo disponible y lo único que vimos abierto era un KFC y Cheffette ( que es como KFC pero local ). La opción fue entrar al Cheffette y ordenar las tres hamburguesas mas deseadas del local. Hacia mucho que no comíamos carne y la proteína nos vendría bien.
Ya de vuelta en la Treme con el estomago satisfecho pensamos que lo adecuado era darle el turno a la necesitada ducha. Nos bajamos mi hermano y yo con nuestro bolsito de vestuario al hombro. Para sorpresa nuestra en el Boatyard estaba comenzando una fiesta para la cual cobraban diez dólares de entrada. Pero nosotros no queríamos ir a la fiesta ( en realidad si queríamos ), mas teníamos necesidad de bañarnos ( mucha necesidad para ser mas claros). Hablamos con los de seguridad y nada: su trabajo era impedir que individuos como nosotros se colaran a la fiesta del Boatyard. Al rato llamaron a otro superior con pinta de dueño, el cual viéndonos ( y oliéndonos ) se apiado de nuestra situación sacando dos brazaletes que nos darían acceso a las duchas ( y a la fiesta. )
Lo curioso fue empezar a desnudarse en un baño al cual llegaban los bailarines con sus tragos en la mano. El agua estaba fría, pero no nos importo. Era agua y nos hacia falta en cantidad. Glorioso momento el de la ducha, aun cuando fuera compartido con los sorprendidos comensales de la fiesta.
Afuera la música agitaba los cuerpos de los locales que tenían una forma de danzar muy cachonda. Las chicas frotaban la parte mas sensible de los muchachos que no demostraban mayor felicidad y compartían a las bailarinas como quien comparte una pelota durante un partido de futbol. Nos tomamos un par de cervezas y por fin pudimos brindar por nuestro arribo al Caribe.