Dia 73: Service de motor

El Tremebunda descansaba tranquilamente en las transparentes aguas del Carlise Bay. La nave se sentía segura y a gusto amarrada a la boya que nos había facilitado el amigo Roger. Al levantarnos vimos como el turismo comenzaba a impactar en la vida de la isla. Había gente en la playa y Roger iba y venia con su Jet Ski preparando la lancha para sacar a bucera turistas. Era sin duda una vida placentera la que uno suponía observándolo todo con ojos de forastero recién arribado. Sin querer habíamos parado en un calmo paraíso para el descanso. Los turistas pagaban miles de su bolsillo para llegar hasta la playa que teníamos en frente y si no fuera por el motor que no andaba podríamos habernos considerado los marinos mas suertudos del planeta.

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El plan era bajar a tierra para buscar el service autorizado de Volvo para que enviaran a sus técnicos a reparar el modelo 2003 Turbo con el que veníamos luchando desde Buenos Aires. El motor ya tenia casi dieciocho años de uso, pero sin dudas las horas infinitas que le habíamos hecho desde nuestra partida habían terminado de agotar la poca vida útil que le quedaba.  No sabíamos porque no arrancaba, pero teníamos la esperanza de que algún experto de Barbados nos pudiera reparar el motor.

Fuimos hasta un barrio de Barbados que se llama St. Michael. Allí se observaba otra vida distinta a la de la costa. Allí se trabajaba y se sudaba bastante. No había tragos de sabor frutal con sombrillitas asomando. Los engranajes de la isla estaban aquí en el interior, a unas pocas millas de las costas que todos los turistas venían a visitar.

Al llegar al lugar que nos había indicado Lastiri sentimos la inmediata satisfacción de ver el logo de nuestra marca de motor en la ventana de afuera. Era algo. Entramos y vimos todo tipo de  maquinaria industrial, mangueras, repuestos y demás. En breve nos atendió un empleado bien amable que tras escuchar nuestro caso nos dijo que sin duda deberían ir a revisarlo. Le explicamos que no teníamos teléfono y que si nos decían cuando vendrían los esperaríamos el muelle del Boatyard. Quedamos en que irían al día siguiente por la mañana. No era una hora especifica pero al menos era una guía. Teníamos experiencia esperando a mecánicos desde nuestra parada en Florianópolis y esperábamos que la gente de Barbados conservara algo de la afamada puntualidad inglesa. No fuimos confiando que al día siguiente nuestro problema hallaría solución.

Nos tomamos un bus de regreso al centro. Allí aprovechamos a observar un poco el mercado de frutos, verduras y pescados que se hallaba en torno a los puentecitos que se encontraban cerca del National Heroes Square. Lo que mas nos sorprendió ( y aquí utilizo de prestado la memoria de Edu que así me pone en un email de hoy ) los gigantescos peces voladores que se ofrecían. Eran el doble de grandes que aquel inmenso que mi hermano había fritado durante la ruta entre Brasil y el Caribe. Al menos median unos veinte centímetros y por lo que pudimos averiguar, los locales los comen fritos tal como se habían preparado a bordo de la Treme unos días antes.  Mas adelante nos dimos cuenta de que el pez volador es el “pez nacional” ya que se encuentra en todas las monedas.

La esperanza de poder retomar el viaje pronto se había reavivado. No seria simple reparar el motor pero teníamos fe y la fe mueve montañas ( y barcos ).

De regreso en la Treme la cocina volvió a mis manos y tanto Edu como yo comenzamos a extrañar a Iñaki en su inagotable tarea de cocinero de a bordo. Por la tarde saque la acústica que venia almacenada debajo de alguna cama. Era mejor esperar tocando guitarra que pensando en la infinidad de soluciones a los pocos problemas que teníamos.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

Escuchamos la ronda de navegantes de Rafael y notamos que Gaspar, el navegante español solitario, estaba ya cerca de Barbados. Cuando termino la ronda lo volvimos a contactar para decirle que se fondeara cerca nuestro y así compartíamos alguna cerveza en el Boatyard. Según nos anticipo, de seguro llegaría en un par de días. Le deseamos lo mejor y nos despedimos hasta pronto. Por la noche tras la cena, me fui a caminar por la arena blanca. La música ya sonaba en el Boatyard y me acerque para ver que sucedía. No había mucha gente, pero los que estaban se la pasaban bien. Era agradable saber que el espíritu positivo de la isla podía mejorar nuestro animo a pesar de no tener resuelto nuestro problema técnico. Barbados nos había abierto sus brazos y nosotros no dejábamos de sentir el calor de ese abrazo caribeño que tanto necesitábamos.

Dia 64: Cornalitos de pez volador

Eduardo y yo charlábamos de la vida cuando lo vimos aparecer a Iñaki que se levantaba luego de cuatro horas de descanso. En seguida nos preparo un Nesquik a cada uno para comenzar la mañana con algo dulce como a el le gustaba. Los alisios nos seguían empujando hacia el caribe y sin duda esta iba a ser uno de los días de buen avance.

Mi hermano mirando el viento

Mi hermano mirando el viento

Los peces voladores se la pasaban saltando en nuestra proa y los mas desafortunados caían en cubierta sin que lo notáramos. Algunas veces lográbamos devolverlos al agua pero en este día en particular una cantidad considerable se acumulo en el área de proa.  La mayoría tendría menos de diez centímetros pero había uno que parecía el bisabuelo de todos que al menos media dieciocho o veinte. Iñaki decidió que esa cantidad era suficiente para una picada y antes del mediodía los comenzó a rebozar con harina. Dos minutos de sartén y el aperitivo estaría listo: peces voladores fritos – un manjar del Atlántico meridional. Con esto nos basto para saciar el hambre por una rato hasta que la inquietud de Tola media tarde nos indico que era hora de otra ingesta de alimentos. El viento era tan constante que el timón de viento apenas se movía. La Tremebunda cruzaba cada ola con gracia y la única sorpresa en ese cuadro eran los peces voladores que seguían cayendo sobre cubierta.

Pez volador en camino a la sartén.

Pez volador en camino a la sartén.

Tomamos una sopa instantánea y se aprovecharon una salchichas que estaban al limite de la salubridad. Iñaki se recostó a leer un libro Isabel Allende pero a las cinco paginas se quedo dormido en la cucheta de popa.

Iñaki se durmio leyendo a Allende

Iñaki se durmio leyendo a Allende

La rutina siguió su curso y tras los mates vino la hora de la radio. Pudimos hablar con mi abuela Helvecia que se había acercado hasta lo de Lastiri para escucharnos. Fue emocionante escucharla desde el medio del Océano. Todavía no se como será ser abuelo, pero aparentemente una de las mejores cosas de ser padre es la posibilidad de algún día llegar a ser abuelo. El tiempo dirá.

Iñaki nos paso a una dieta de sándwich de jamón y queso, señal que la dorada se habría acabado. Mientras masticábamos dejamos el motor prendido para recargar las baterías que bajaban considerablemente en su capacidad tras el uso extensivo de la radio. Eduardo se acostó primero y nos quedamos con mi hermano contemplando las estrellas desde el cockpit.

Entonces recibimos la primera visita inesperada de esta etapa. En la oscuridad pudimos ver que un gaviotín gris nos seguía de cerca. Estaríamos a doscientas millas de la costa y de seguro quería descansar sobre nuestro casco para recobrar energías. Luego de tres o cuatro intentos de aterrizaje el gaviotín gris logro bajar sobre la chubasquera gris de la Treme. Se quedo con su pico apuntando al viento y de a ratos cerraba un poco los ojos como descansando la vista. Me fui a dormir con la tranquilidad de que mi hermano se quedaría con nuestra amiga que en el momento bautizamos como “Catalina”.

DIA 64: Millas recorridas 162 – Velocidad promedio 6.75 nudos

Dia 56: Viento en Popa

Navegamos todo el día con el viento en la popa. Es la primera vez desde nuestra partida que la vela se disfruta y a pesar de que el Tremebunda danza de un lado al otro entre las crestas de las olas, los alisios nos empujan a un promedio de mas de seis millas marinas por cada hora.

La calma al mediodia trae un arcoiris

La calma al mediodia trae un arcoiris

En el día de hoy pudimos avanzar mas de 130 millas y sin siquiera tocar la llave del motor. El volvo descansaba luego de 55 días de abuso. Era un avance necesario y notorio para nuestra empresa náutica y nos aseguraba que llegaríamos a tiempo para encontrarnos con mi hermano en Fortaleza.

Viento de popa al atardecer

Viento de popa al atardecer

Hasta el mediodía fuimos con las botavaras abiertas a noventa grados del lado de estribor. Esa trabuchada del día anterior todavía nos duraba y no queríamos dejarla de lado por la importancia de su simbolismo. A eso de la una de la tarde tuvimos que volver a poner las velas del lado habitual para poder seguir el rumbo que nos llevaría directo a destino. Nos encontrábamos a unas cuarenta millas de la costa y el mar nos llevaba con ganas hacia el reencuentro. En cada ola nos saludaban dos o tres peces voladores que a partir de ahora nos iban a seguir saludando hasta llegar al Caribe.

Despedimos esta agradable tarde con mates y charlas en la radio. Mi hermano estaría preparando sus maletas y nosotros empezando a soñar con la ducha que nos esperaba en Fortaleza.

RUTA DIA 56

De Natal a Fortaleza

De Natal a Fortaleza