Dia 80: Resucitar

Estábamos ansiosos de volver a escuchar el sonido del Volvo. Uno pensaría que la ansiedad no se replica a bordo de un velero, pero muy por el contrario, puede escalar hasta niveles insostenibles cuando el futuro de la ruta esta en juego. Tener motor significaría poder continuar sin  problemas. Era volver a instalar la red debajo de la cuerda floja en la que transitaríamos las ultimas mil quinientas millas.

Esperábamos que los morenos mecánicos llegaran temprano, pero ya era casi el mediodía. Quería controlar mi ansiedad leyendo, luego tomando mate, tras mirar la computadora y el GPS. Imaginaba rutas, hacia cálculos y utilizaba la matemática rudimentaria para al rato recordar que no podía anticiparme a los hechos. Si el motor no arrancaba estaríamos en problemas. Pero tenia que arrancar, si la junta de la tapa había llegado y una vez instalada el motor de seguro daría arranque como el día que tiramos el barco al agua por primera vez allá en la Marina del Sol en 1986.

Como a las doce y media los vimos aparecer en el muelle del Boatyard. La figura del flaco alto se noto primero, pero solo al ver al gordo pude comprobar que se trataba de la dupla que intentaría solucionar nuestro problema ese mismo día.

El muelle por el que venian el Gordo y el Flaco con la junta para el Volvo

El muelle por el que venian el Gordo y el Flaco con la junta para el Volvo

Nuevamente repetimos el grotesco espectáculo de los mecánicos, la caja de herramienta y el sudaca pelilargo a bordo de un bote que estaba calculado para una esbelta pareja y a lo sumo un bebe de tres meses. No se si era mi ansiedad, pero me pareció que llegamos mas rápido que en la visita anterior de el Gordo y el Flaco.

Desde una bolsa que parecía contener los restos de un sándwich de jamón y queso emergió la pieza que venia a rescatarnos desde Miami. Envuelta en un plástico al vacío, la junta mostraba su orgulloso logo de pieza original. Sin mayor ceremonia rompieron el envoltorio y se fueron para adentro para comprobar que el numero de parte enviado correspondía con el modelo de motor que la Treme cargaba desde el ’86. Dos mil tres turbo. No me voy a olvidar mas del modelo. Era un diesel con tres cilindros, pintado de un color verde difícil de describir pero imposible de olvidar. Era como si ese color estuviera diseñado para mimetizarse con la grasitud del diesel y el aceite que invariablemente recubrían ese color que tenia poco de estético pero mucho de funcional.

Comenzó el proceso de ensamblaje y tanto Eduardo como yo observábamos cada movimiento de los mecánicos zulú desde nuestra privilegiada posición del tambucho de entrada de proa. Estábamos ubicados justo arriba del motor. Era como ver la instalación con esa cámara que habían usado por primera vez en el mundial de México ’86, la cual mostraba la toma del balón justo desde arriba del circulo central de la cancha del estadio Azteca.

Atardece al oeste de Barbados.

Atardece al oeste de Barbados.

Iban rearmando el Volvo con relativo desgano, pero con una velocidad que nos dejaba dudando. Al cabo de una hora y media las válvulas estaban en su lugar, la junta colocada y la tapa esta siendo ajustada mediante su tres tornillos. Era importante apretarla de modo parejo, pero sin apretarla de mas. Lo justo y necesario. Nuestras esperanzas estaban en alza. Estábamos ya muy cerca de la hora de la verdad.

El Gordo y el Flaco salieron al cockpit totalmente empapados de sudor. Para ser completamente sinceros debería agregar que no olían nada bien, pero nada de esto importaba. Lo importante era dar arranque al motor.

La llave ingreso por donde siempre y fui yo el encargado de hacer el primer intento. El sonido era promisorio. Podíamos sentir como las válvulas comenzaban a moverse en su metódico arriba-abajo. Sin embargo el arranque no se daba. Luego de veinte segundos el Gordo me pidió que pare. Sugerimos la descompresión a la cual ya estábamos habituados. El Flaco insistió en volver a darle arranque sin descomprimir los cilindros. El sonido era el mismo y el motor seguía sin arrancar. Probamos la descompresión y nada. Volvimos a probar y el resultado era invariablemente el mismo. Decidimos dejar descansar a las baterías y de paso le ofrecimos algo tibio de tomar a los mecánicos. Estaban sedientos, pero esa sed era el resultado de un esfuerzo inútil por revivir el Volvo que seguía en coma. Sentía como si este intento fútil de hacer revivir el motor era como esas escenas en las que el medico le da varios shocks al cuerpo inerte de un paciente que ya se ha ido para el otro mundo.  El intento final tenia menos esperanzas que el primero, pero algo de posibilidad quedaba en el intento.  El motor no arranco . Probamos varias veces mas y no arranco. No iba a arrancar.  La desazón era total.

Eran ya las cuatro de la tarde y los morenos querían regresar a la tierra en la que los esperaría una fresca cerveza junto a la barra de algún bar cercano. Ellos habían cumplido con su tarea de hacer la instalación de la junta, así que hubo que pagarles igual. Les preguntamos que se podía hacer para hacerlo arrancar y se miraron como si les hubiéramos preguntado una pregunta avanzada sobre física cuántica. En su incomprensible versión del ingles nos dijeron que la única opción era remolcar el barco hasta el puerto donde ellos podrían traer una grúa para sacar el motor del barco y llevárselo para una rectificación total en su taller de St. Michael. Esta opción no nos gustaba nada por dos motivos: sonaba a dos meses de espera y además suponía el desembolso de varios miles de dólares, los cuales no estaban en nuestro haber.  Baje a los mecánicos con mucho menos ganas de las que tenia cuando los fui a buscar.

De vuelta en el Tremebunda pude ver la cara de Eduardo que transitaba entre la duda y la total decepción. La mía no se que diría, pero calculo que la palabra mas acertada seria mierda, estamos cagados. Nos quedamos mirando el motor y creo que intentamos darle arranque un par de veces mas. No tenia sentido seguir intentando o nos quedaríamos sin baterías.  Decidimos no prender la radio para ahorra amperes hora y de paso evitar la transmisión de tan pésima noticia a nuestros amigos radio aficionados y por ende a nuestras familias. No sabíamos bien que hacer, pero el motor no lo íbamos a sacar del barco ni a punta de cañón.

Dia 73: Service de motor

El Tremebunda descansaba tranquilamente en las transparentes aguas del Carlise Bay. La nave se sentía segura y a gusto amarrada a la boya que nos había facilitado el amigo Roger. Al levantarnos vimos como el turismo comenzaba a impactar en la vida de la isla. Había gente en la playa y Roger iba y venia con su Jet Ski preparando la lancha para sacar a bucera turistas. Era sin duda una vida placentera la que uno suponía observándolo todo con ojos de forastero recién arribado. Sin querer habíamos parado en un calmo paraíso para el descanso. Los turistas pagaban miles de su bolsillo para llegar hasta la playa que teníamos en frente y si no fuera por el motor que no andaba podríamos habernos considerado los marinos mas suertudos del planeta.

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El Tremebunda visto desde el muelle del Boatyard

El plan era bajar a tierra para buscar el service autorizado de Volvo para que enviaran a sus técnicos a reparar el modelo 2003 Turbo con el que veníamos luchando desde Buenos Aires. El motor ya tenia casi dieciocho años de uso, pero sin dudas las horas infinitas que le habíamos hecho desde nuestra partida habían terminado de agotar la poca vida útil que le quedaba.  No sabíamos porque no arrancaba, pero teníamos la esperanza de que algún experto de Barbados nos pudiera reparar el motor.

Fuimos hasta un barrio de Barbados que se llama St. Michael. Allí se observaba otra vida distinta a la de la costa. Allí se trabajaba y se sudaba bastante. No había tragos de sabor frutal con sombrillitas asomando. Los engranajes de la isla estaban aquí en el interior, a unas pocas millas de las costas que todos los turistas venían a visitar.

Al llegar al lugar que nos había indicado Lastiri sentimos la inmediata satisfacción de ver el logo de nuestra marca de motor en la ventana de afuera. Era algo. Entramos y vimos todo tipo de  maquinaria industrial, mangueras, repuestos y demás. En breve nos atendió un empleado bien amable que tras escuchar nuestro caso nos dijo que sin duda deberían ir a revisarlo. Le explicamos que no teníamos teléfono y que si nos decían cuando vendrían los esperaríamos el muelle del Boatyard. Quedamos en que irían al día siguiente por la mañana. No era una hora especifica pero al menos era una guía. Teníamos experiencia esperando a mecánicos desde nuestra parada en Florianópolis y esperábamos que la gente de Barbados conservara algo de la afamada puntualidad inglesa. No fuimos confiando que al día siguiente nuestro problema hallaría solución.

Nos tomamos un bus de regreso al centro. Allí aprovechamos a observar un poco el mercado de frutos, verduras y pescados que se hallaba en torno a los puentecitos que se encontraban cerca del National Heroes Square. Lo que mas nos sorprendió ( y aquí utilizo de prestado la memoria de Edu que así me pone en un email de hoy ) los gigantescos peces voladores que se ofrecían. Eran el doble de grandes que aquel inmenso que mi hermano había fritado durante la ruta entre Brasil y el Caribe. Al menos median unos veinte centímetros y por lo que pudimos averiguar, los locales los comen fritos tal como se habían preparado a bordo de la Treme unos días antes.  Mas adelante nos dimos cuenta de que el pez volador es el “pez nacional” ya que se encuentra en todas las monedas.

La esperanza de poder retomar el viaje pronto se había reavivado. No seria simple reparar el motor pero teníamos fe y la fe mueve montañas ( y barcos ).

De regreso en la Treme la cocina volvió a mis manos y tanto Edu como yo comenzamos a extrañar a Iñaki en su inagotable tarea de cocinero de a bordo. Por la tarde saque la acústica que venia almacenada debajo de alguna cama. Era mejor esperar tocando guitarra que pensando en la infinidad de soluciones a los pocos problemas que teníamos.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

La Yamaha Pacifica toma soly descansa de la humedad de los dias pasados en alta mar.

Escuchamos la ronda de navegantes de Rafael y notamos que Gaspar, el navegante español solitario, estaba ya cerca de Barbados. Cuando termino la ronda lo volvimos a contactar para decirle que se fondeara cerca nuestro y así compartíamos alguna cerveza en el Boatyard. Según nos anticipo, de seguro llegaría en un par de días. Le deseamos lo mejor y nos despedimos hasta pronto. Por la noche tras la cena, me fui a caminar por la arena blanca. La música ya sonaba en el Boatyard y me acerque para ver que sucedía. No había mucha gente, pero los que estaban se la pasaban bien. Era agradable saber que el espíritu positivo de la isla podía mejorar nuestro animo a pesar de no tener resuelto nuestro problema técnico. Barbados nos había abierto sus brazos y nosotros no dejábamos de sentir el calor de ese abrazo caribeño que tanto necesitábamos.

Dia 68: Arranque

Navegar durante tantos días sin ver tierra lo cambia a uno. La rutina sobrepasa a lo rutinario. El enfoque va cambiando y uno empieza a contemplar que cosas son las que a uno le parecen verdaderamente importantes.

Estando en medio del agua agitada por el viento uno se da cuenta que llegar es importante, pero también reconoce que no se puede llegar sin transitar la ruta. Una ruta nueva y no planeada, que siempre difiere de la ruta en el papel ( o en la pantalla ). No hay forma de adquirir lo que se aprende con la experiencia y el viaje fue primordialmente eso: experiencia. Hoy me acuerdo muchas veces de las millas recorridas, no tanto porque recuerde cada ola o cada encuentro con un ser entrañable, sino porque recuerdo la sensación de recorrer el camino como una necesidad de dar arribo a un puerto incierto que me esperaba en donde hoy vivo.

Iñaki se levanto con la espalda un poco dolorida. Todavía le quedaba hacer experiencia para acostumbrarse al dormir a bordo. Lo primero que hizo fue preguntar por el pájaro negro, que se había retirado sin llegar a ser bautizado. La chubasquera fue rebautizada como el “gaviopuerto”, nombre que nos pareció simpático para el momento. Con esas pequeñeces del lenguaje y del cosmos nos entreteníamos todo el día. Era ver la posición, estimar cuanto habíamos avanzado, hablar sobre cuestiones sobre las que no he vuelto a hablar con nadie y de vuelta fijarnos cuanto faltaba, como un chico al que lo llevan en auto hasta la casa de un tío que vive lejos.

El café con leche ( y sin azúcar ) se acompaño de galletitas “María que mi hermano había traído en la maleta. Este opíparo desayuno nos debía durar hasta la tarde. Las velas estaban todas arriba dado que el viento no pasaba de los quince nudos.

Poco después de las dos y media la calma de la rutina del mar debió agotarse. Intentamos darle arranque al Volvo varias veces sin éxito. Hubo que apelar al truco de la descompresión, que es un truco que quien haya tenido un Volvo y problemas con las baterías, sabe practicar como ultimo recurso. La idea es que uno deja girar al motor libre y cuando baja una palanquita ( que era verde en nuestro motor ) va sumando uno a uno los pistones hasta que el motor  ( con suerte ) arranca. La suerte la tuvimos y arranco, pero nos quedamos preocupados por la dificultad que este arranque había significado. Decidimos dejar el motor encendió por un par de horas para cargar cada batería al cien por ciento. De seguro esto nos ayudaría mas adelante en el próximo intento de arranque. Mientras íbamos a motor y a vela nos visitaron los primeros delfines de la travesía. Llegaron desde estribor a jugar con nuestra proa. Fueron solo unos segundo los que duro la visita pero los tres pudimos ver en su salto el resto de un juego infantil que tenia mucho de la seriedad que se requiere para sobrevivir en el mar. El salto del delfín es la descarga para entender que no hay que tomarse todo tan en serio, que el mar es suficientemente difícil como para desaprovechar la oportunidad de ir a saltar en la proa de un velero al solo verán una vez pasar por allí.

Mi hermano coloca el GPS en su lugar tras anotar la posición

Mi hermano coloca el GPS en su lugar tras anotar la posición

Durante la hora de la radio escuchamos un rato el pronostico que Rafael le dictaba a distantes navegantes que encontraban, en general, condiciones mas adversas que las nuestras. A las ocho y media nos contacto Julio de Campana ( que en la radio se hacia llamar July Golf, tal como hacen los radioaficionados) y decidimos encender el motor nuevamente para no consumir las baterías que habíamos recargado tan bien a la tarde. Tal como le había dicho el albañil brasilero al amigo Lastiri en los ochenta, infelizmente no dio. El motor no quiso arrancar y debimos comenzar la charla con Campana que nos haría el puente con mis padres. Mi padre nos dijo que tenia en mente unirse al Tremebunda en su etapa final y que le parecía adecuado encontrarnos en Puerto Plata. Para nosotros todavía faltaba mucho para Puerto Plata, pero nosotros estábamos viviendo en el calendario marino y mi padre en el calendario que todos los días se usa en las oficinas. Le dijimos que si, que Puerto Plata estaba bien y que a fin de Marzo deberíamos estar allá de seguro.

Arco iris.

Arco iris.

Luego Edu pudo saludar a sus padres que se habrán quedado mas tranquilos tras su charla con “el nene”. La gastronomía definitivamente estaba desmejorando considerablemente y no era por falta de ganas del chef oficial ( mi hermano ) sino mas bien por una falta de recursos alimenticios. Realmente no habíamos calculado tan bien la variedad de comidas, pero igual no íbamos a morirnos de hambre. El menú que nos tocaba era ( otra vez ) arroz con atún enlatado. Me acorde de la infinidad de veces que habría comido arroz en mi departamento de estudiante en Vicente López. Además me acorde de mis charlas con mi amigo Esteban con el que cotejábamos la infinidad de variantes en las que se podía preparar el arroz. El era de la opinión ( no se si aun la mantiene ) de que si le tocara elegir una comida para cocinar por el resto de sus días, sin duda elegía el arroz. Yo tenia, y aun tengo mis dudas al respecto, pero de todos modos sigo pensando que el arroz sea tal vez la comida mas noble que haya, y la que mejor se cocinar.

Antes de acostarnos nuestra testarudez nos pidió que volviéramos a intentar encender el Volvo, pero solo nos dimos cuenta de que el motor no iba a arrancar. Lo dejaríamos descansar, como si se tratara de un niño enfermo, con la esperanza de que al día siguiente se sintiera mejor y diera arranque. Pero aun en nuestra cuasi infantil ilusión nos dábamos cuenta de que eso no iba a suceder.

La incertidumbre no era si íbamos a llegar, sino como y cuando. Cual ruta nos quedaba recorrer, cual problema solucionar y cual pensamiento masticar en la soledad de la guardia de la madrugada.

Dia 15: Esperando los repuestos

Desde arriba del 757 veo el puerto de Miami. Unos segundos mas tarde el comandante vira a babor unos 90 grados para apuntar hacia el norte. Diviso el Oleta River State Park desde el aire y un poco mas al sur el barrio en el que vivo con Cynthia y los nenes.

Desde arriba la distancia es un poco mas comprensible, y es en esta comprensión esta la semilla de la abstracción del mapa. Podemos ver una gran extensión desde lo alto pero no podemos verle la cara a los vendedores ambulantes o leer los carteles de la avenida. La altura es un resumen y contribuye un poco a nuestra incapacidad para comprender la extensión que nos rodea. El maratonista entiende mejor que el piloto de avión. El navegante mejor que el cartógrafo. La extensión inabarcable que comprende al planeta es parte de otra extensión aun mas vasta e incomprensible: el universo cósmico. Durante nuestra estadía en Florianópolis aun no lograba comprender cuan largo era el trayecto que nos restaba completar.

Se suponía que los repuestos hubiesen llegado ya desde Joinville. Pasado el mediodía decidimos llamar a Gaucho para saber en que sección aproximada del día nos vendría a visitar con su experiencia reparadora. Yo quería creer que era quien mejor ¨falaba¨ el portuñol, así que me dirigí hacia el teléfono publico que se hallaba en la entrada al Iate Clube. Me atendieron con un  ¨Fale…¨y solo atine a pedir por Gaucho. No estaba. Pensé que tal vez ya estuviese en camino hacia nosotros, pero por las dudas le pregunte por la ubicación de su jefe a mi interlocutor. Entendí que volvería mas tarde al taller por lo que intuí que no vendría a vernos. Lo llamaría mas tarde. Estaba mas entrenado en el ritmo del Brasil.

Ligar

Telefonos Publicos

Me acorde de una anécdota del Negro Lastiri, quien había comprado un terreno en Brasil para construir una casa de veraneo. Cada tres meses iba a ver los progresos en la construcción y siempre notaba que los mismos eran mínimos o inexistentes. La lluvia, la falta de materiales, una huelga. La respuesta de los constructores era siempre la misma : ¨Infelizmente, nao deu¨. La casa nunca se termino y supongo que Lastiri habrá vendido el terreno, cansado de la parsimonia que rige a este país.

Bien Brasil

La parsimonia igual avanza

Realmente no es una critica, sino que una apreciación que tiene mucho de alago y de admiración. Los brasileros no se hacen problema. Ninguno.

Llame nuevamente por la tarde y esta vez me atendió Gaucho. No iba a venir porque los repuestos ¨no habían llegado¨. No podía saber si esta era la verdad. Estábamos en sus manos, así que era mejor ser pacientes una vez mas.

Dia 12: El diagnostico

Todo en Brasil parece tener un ritmo propio y distinto al ritmo del resto del planeta ( o al menos del ritmo de las zonas del globo que me ha tocado recorrer ). Sin ánimos de criticar podría aseverar que los brasileros tienen una concepción del tiempo muy particular que hace que no utilicen conceptos tales como hora precisa sino que digan frases como : por la tarde o a manhã, como queriendo referirse al tiempo como una ventana que se abre y se cierra durante un lapso y no a un corte cronométrico en nuestras existencias. Todo esto es para decir que estuvimos esperando a Gaucho buena parte del día y llego sin mucho apuro y sin nada de remordimiento hacia el fin de la tarde.

mecanico

Esperando al mecanico en el Iate Clube de Santa Catarina

Fue exhaustivo en su análisis y coincidió con nuestro diagnostico inicial de que no llegaba bien el combustible a los pistones uno y tres. Le toco desarmar los inyectores para ver que estaba pasando y enseguida encontró la falla: los inyectores estaban todos empastados y habría que reemplazarlos. ¿ Eso es todo? Que bien , entonces podríamos irnos pronto para Angra.

No tan rápido, debía verificar si la distribuidora de volvo le podía enviar estos inyectores en esa semana. Calculo que en dos o tres días los podría tener. Nuestras esperanzas de una pronta partida se desvanecieron. Aquí es donde comencé a aprender que la principal virtud que todo marino debe poseer es la paciencia. Nos tocaría esperar porque aun nos quedaban miles de millas con la corriente y el viento en contra y el motor seria tan necesario como el agua o la comida.