Dia 89: La despedida de Edu

Había llegado el día de la despedida. Eduardo se volvía a Buenos Aires en avión desde la Republica Dominicana. El plan original era que me acompañara hasta Miami, pero un oficial de inmigración de la embajada americana en nuestra ciudad natal no había entendido nuestro plan. Solo queríamos compartir la travesía entera. Por motivos distintos ambos queríamos hacer el trayecto entero, pero Eduardo se volvía y hasta aquí había estado bien. Ahora me tocaba asumir la capitanía completa de la nave.

El día anterior, tras el dramático arribo al pueblo, me había reencontrado con mi padre. Atrás habían quedado los recuerdos de su operación doble. Ahora era el momento de reencontrarnos en el agua, el liquido que nos había unido alguna vez, retomaba su función regeneradora. Atrás quedaba la distancia que nos había separado durante la ultima década. En adelante la nueva relación, de un padre con su hijo que en ese viaje se estaba al fin, convirtiendo en hombre. Atrás Buenos Aires. Adelante Miami.

La entrada a Dominicana había sido precaria por la condición del barco y la falta de motor. Nos habíamos fondeado cerca de un barco blanco enorme que resulto ser un barco hospital de unos cristianos misioneros a los que conoceríamos esa misma tarde. Al regresar del guarda costa ambos notamos que el barco ya no estaba junto al buque hospital. La tormenta se lo estaba llevando para las piedras y si nos hubiéramos demorado mas el chiste hubiera terminado en tragedia. Unos minutos mas tarde le pedimos remolque a una lancha para que nos arrimara al muelle donde dos horas mas tarde aparecería mi papa y mi amigo Max.

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Esa noche celebramos con una merecida cena típica y muchas Presidente. Se celebraba el arribo, el reencuentro de dos amigos y la despedida de dos compañeros que quedarían unidos por siempre en el recuerdo de las miles de millas recorridas desde la escollera del Club Barrancas.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Al mediodía siguiente Eduardo partía hacia Buenos Aires, vía Miami. Lo fuimos a despedir hasta la entrada del puerto donde se tomo un taxi hacia el aeropuerto.  No se cayeron lagrimas, pero cuando lo vi partir me dio una cierta incertidumbre en como transcurrirían las millas que nos restaban recorrer con Max y con mi padre.

Tomando Presidente, la  cerveza oficial de la RD.

Tomando Presidente, la cerveza oficial de la RD.

Acto seguido nos dedicamos a buscar mecánico para ver si era cierto que la maña dominicana era mayor que la de los mecánicos zulú de Barbados. Todos en el puerto nos recomendaban a Alberto. Ese nombre no me lo voy a olvidar.

Como a la hora nos golpearon el casco y un morochito bastante joven se presento como el mecánico. Estaba de jean y remera, porque ya se iba para la casa. Pero un buen mecánico no puede dejar un motor sin andar. Al menos Alberto no podía.  Con eficaz velocidad desarmo el motor e hizo sus propias pruebas. El jean y la camisa ya no estaban limpias. La verdad es que no se que trucos hizo, pero en menos de una hora tenia el Volvo andando. Yo no lo podía creer. El motor había resucitado.

De todos modos Alberto nos dijo que el motor no tenia buena compresión y que lo adecuado seria en Miami desarmarlo y darle una rectificada. Tenia demasiadas horas encima. Le pagamos sus servicios y le dimos una merecida propina. Antes de que se baje del barco Max le pregunto a donde podíamos ir a celebrar la resurrección del motor esa noche. Alberto no dudo: La Palmera.

La felicidad era plena. El motor seguía recargando las baterías y yo tenia la certeza de que al día siguiente podríamos salir si la tormenta calmaba como estaba pronosticado. Mientras el motor cargaba fuimos a caminar por el puerto y nos encontramos frente al buque hospital.  Un grupo de jóvenes nos sonrió y en correcto ingles americano nos invito a subir. Como no teníamos nada que hacer aceptamos. Siempre es interesante conocer los intestinos de un barco gigante.

Nos contaron que eran jóvenes misioneros que navegaban por el caribe dando tratamientos médicos a la gente necesitada. Esto sin duda nos cayo bien, a pesar de que hablaran de Jesús y del señor cada quince palabras.

A mi papa lo agarro un misionero adulto y a Max y a mi nos dejaron con la juventud. Vi la cara de incomodidad de mi papa cuando el misionero le empezó a preguntar sobre sus creencias y pregonar la palabra del señor. Nos excusamos de los misioneros agradeciéndoles su invitación y su labor humanitaria, porque no.

El motor seguía rugiendo a dos mil vueltas y calculamos que había sido suficiente. Solo por tentar el destino apagamos el Volvo. A los dos minutos decidí volver a encenderlo para ver si debía insultar a la familia de Alberto o no. No tuve que insultar a nadie. El Volvo volvió a encender sin problemas.

Tras la cena a bordo, la prometida salida se hizo necesaria. Mi papa se quedo descansando a bordo y los muchachos salimos de joda. Paramos el primer taxi que encontramos para que nos llevara. Nos dijo que quedaba en las afueras y nosotros le dimos el OK. La ciudad fue mutando hasta desaparecer. Estábamos en la ruta y el viaje se me hacia mas largo de lo que esperaba.

De repente el taxi se detuvo en medio de la ruta y vimos el establecimiento que nos había recomendado Alberto. Era un Nite Club de ruta, pero algo de bueno debería tener.  Por empezar la cerveza la vendían de a litro y la mayoría de los presentes era del genero femenino. En seguida notamos que las meseras eran cariñosas por demás, pero no nos distrajimos demasiado. Pedimos una segunda Presidente de litro y disfrutamos de nuestra salida. A Max no lo veía desde mi visita anterior a Miami un año y medio antes.

Comenzamos a notar que algunas de las chicas se retiraban con señores en sus carros. También notamos que casi no quedaban hombres y una de las cariñosas meseras nos vino a preguntar si queríamos otra ya que estaban por cerrar. Le pedimos otra nomas. Ni bien nos la trajeron pagamos y las luces se encendieron como en un boliche que cierra. Seria la medianoche, la hora de cierre de los Nite Clubs de ruta en Dominicana, se ve. Quedaban siete chicas, de las cuales tres eran meseras y tres tipos. Uno era el dueño y los otros dos los de la cocina y el bar. Nos miraban todos con cara de que querían irse. No les íbamos a dejar la cerveza, pero si podíamos apurar el trago. Agradecimos la espera con un gesto y salimos al estacionamiento para ver como volvíamos. Cuando nos dimos vuelta, los dos empleados nos pasaron en un ciclomotor y vimos como las siete chicas se metían en el auto del dueño. Los paramos cuando iban de salida, pero no nos hicieron caso. La Palmera ya había cerrado.

Calculo que estaríamos a unos diez kilómetros de Puerto Plata, pero la verdad es que parecía que estábamos en medio de la selva. La ruta se veía desierta y ambos comenzamos a caminar hacia la ciudad. No podíamos creer lo que nos estaba pasando. De pronto en el oscuridad de la ruta vimos una lucecita que venia desde atrás. Nos plantamos en medio de la ruta decididos a parar a quien sea. Era un moto taxi. Celebramos su parada como si se tratara de la victoria en un campeonato mundial. Fuimos los tres abrazados en ciclomotor como si nos conociéramos de toda la vida.

Al llegar al Puerto le pedimos al moto taxista que nos indicara donde mas podíamos ir para seguir bebiendo y no dio a entender que nos daríamos cuenta solos. Habíamos regresado a Puerto Plata y eso era lo importante.

Dia 74: Los mecánicos Zulu

Amanecimos pensando que hoy seria el día en que volveríamos a escuchar el ruido del Volvo que por tantas horas nos había arrullado durante este viaje. En la conciliación del sueño, el ruido constante de las válvulas gastadas era como un colgante de bebe que nos ponía en sueño REM en cuestión de minutos. Desde hacia casi una semana que el motor no pasaba de dar algunos giros pero sin dar arranque.

Con ansiedad mirábamos hacia el muelle del Boatyard sin saber bien como iba a lucir el mecánico que nos mandarían desde el service de St. Michael. Lo esperábamos a la mañana, y a pesar de conocer sobre las relajadas costumbres de puntualidad de los mecánicos en general, teníamos la esperanza de verlo aparecer cerca de las nueve.

Mientras tomábamos mate la espera se vio distraída por el arribo del primer barco pirata que veíamos desde nuestra partida. Se parecía bastante a los que uno ve en las películas de clase B, y tenia un toque que mezclaba lo cursi con los efectos especiales típicos de las zonas turísticas. A bordo sonaba música del Caribe a todo volumen. Nos paso por la popa y se dirigió al muelle del Boatyard al que mirábamos desde las ocho.

Los piratas nos pasan cerca

Los piratas nos pasan cerca

Pronto decenas de turistas provenientes de algún crucero arribado en la mañana comenzaron a copar la nave pirata. Un tour de piratas blancos que no parecían saber mucho sobre el altamar, pero que sabían beber como camellos sedientos. Los vimos pasar con cierta pena por nuestra popa como sabiendo que ese tour no era representativo del mar que nos venia alojando desde Enero. De todos modos se lo habrán pasado bien entre margaritas y piñas colada.

Los piratas cargan el barco de turistas para embriagarlos y sacarles el dinero.

Los piratas cargan el barco de turistas para embriagarlos y sacarles el dinero.

Justo al mediodía decidí bajar al Boatyard como para hacer un llamado al service para preguntar por el mecánico. Mientras amarraba el bote de goma y subía al muelle los vi llegar. Eran dos morenos que se parecían a la versión caribeña de El Gordo y el Flaco. El flaco media dos metros y parecía ser el asistente ya que traía una gigantesca caja de herramientas sobre sus hombros. El Gordo no era tan gordo, pero en comparación con el alto flaco que le cargaba las herramientas parecía su antitesis de serie televisiva. Lo primero que me pregunte era como haría para cargar todos eso kilos en el mínimo bote inflable que nos servia de balsa. Los morenos no se asustaron y tras saludarme bajaron por el muelle hasta encontrarse junto al botecito. Primero subí yo como para darles una guía y ayudarlos en el abordaje. Acto seguido subió el El Gordo y se coloco en medio del bote. El Flaco le paso las herramientas y el bote se hundió bastante en las cristalinas aguas de Carlisle Bay. Ahora venia la prueba de fuego: la subida de los dos metros de piel y hueso del Flaco. Con la carente sutileza de una jirafa que intenta hacer equilibrio sobre una cuerda floja el Flaco se lanzo abordo sin pensarlo. Entro agua por todas partes. De todos modos el botecito de dos metros y medio de largo se mantuvo a flote, apenas a flote. Creo que si cargábamos una bolsa de pan, íbamos a pique. Les pedí que se quedaran lo mas quietos posible y me hicieron caso. Ellos tampoco querían ir a buscar las herramientas al fondo de la Bahía. Avanzamos hacia el Tremebunda con una tortuguesca lentitud. No solo no quería que entre agua sino que no podía avanzar mas rápido. Cinco minuto mas tarde el Flaco se subió de un solo paso al cockpit del barco. El bote subió diez centímetros y el peligro de hundimiento se perdió tanto como mis ganas de remar. Subió la caja de herramientas y el Gordo atrás.

Prontamente se lanzaron a hacer los testeos iniciales que nosotros ya habíamos probado infinidad de veces. Se intento dar arranque, se descomprimió, se agregaron uno a uno los cilindros pero nada. El Gordo y El Flaco hablaban entre ellos en un idioma que no lográbamos descifrar. Después me hablaban a mi en el mismo idioma, por lo que supuse que el idioma era el ingles, pero yo seguía sin entenderlos. Cada frase era repetida varias veces hasta que yo creía haber comprendido algo. Siguieron probando y hablando en su idioma secreto.

Empezaron a desarmar el motor y nuestra ansiedad seguía en ascenso. La verdad es que a pesar de nuestro optimismo, el Gordo y el Flaco no nos inspiraban confianza. Desarmaron por un rato largo hasta llegar a destapar el motor y abrieron la tapa de cilindros. No eran muy expresivos, pero parecían haber descubierto algo. En esa mezcla de zulu con ingles me comunicaron que la junta de la tapa de cilindros estaba dañada. Sin esa junta el motor no hacia compresión y no iba a arrancar nunca. También habría que cambiar el aceite dado que se había pasado agua al aceite por este problema de la junta. Eduardo ya sabia lo del aceite pero no lo de la junta. Era esperable.

Antes de irse nos dieron la noticia acerca de la espera. La junta de la tapa no estaba disponible en Barbados y la única opción era ordenarla de la fabrica, lo cual demoraría un par de semanas. Para nosotros era inaceptable esperar tanto. Les dijimos que intentaríamos conseguirla en Miami (idea de Edu) a través de mi padre y mandárselas al taller. Les pareció buena idea (creo) . Quedaba aun bajar a los mastodontes hasta el muelle.

Tras dejarlos en el Boatyard me volví remando con la desazón del boxeador vencido. Habría que esperar a que mi padre consiguiera el repuesto en su ciudad esperando que allí si estuviera disponible.

No se en que pasamos la tarde pero me acuerdo que nos conectamos temprano a la radio esperando a hablar con Zarate para que  pasaran el pedido de repuestos a mi viejo. A las siete ya habíamos pasado la mala noticia y esperábamos la respuesta al día siguiente. Lastiri llamaría a mi padre para que colocara el pedido y nos lo enviara a Barbados.

Antes de acostarme mire el motor abierto tal como lo habían dejado los mecánicos de TV. Era una pena verlo así, pero algo en mi aun quería creer que en unos días volvería a escucharlo rugir.

Dia 16: Renacimiento

Hoy Tobías cumple dos años. A esta hora Cynthia estaba pujando para tratar de hacer nacer a nuestro primer hijo. Los meses previos, las horas de preparación y la espera infinita se resumían en ese pujar desesperado que intentaba traer una nueva vida al mundo. Cada día nacen cientos de miles de bebes pero hace justo dos años nacía el mas importante de nuestras vidas. Hace una década no intuía que ocho años mas tarde me encontraría en un hospital sintiéndome mas inútil y emocionado que nunca. Hace una década esperábamos al mecánico para poder seguir. Esperábamos un renacimiento que me llevaría al día de hoy para celebrar el segundo cumpleaños de mi primer hijo.

Tobi

Con una semana de vida. Las primeras fotos de Tobias.

Gaucho llego temprano para trabajar en el motor del Tremebunda. El horario me hizo dudar aun mas de la excusa del día anterior, pero otra vez parecía mas sensato adaptarse a este ritmo que luchar contra el. Se demoro mas de dos horas en instalar los dos nuevos inyectores y la espera incrementaba nuestra ansiedad por el escuchar nuevamente el inconfundible batido de los pistones del Volvo. Era el sonido que nos aseguraría la continuidad del viaje. De otro modo habría que navegar mar afuera, hacia el África para poder llegar a vientos mas francos que los que hallábamos en la costa. Pero ese no era nuestro plan: para llegar tan lejos íbamos a necesitar del motor y Gaucho lo sabia.

Le dimos arranque tras la parca instrucción de Gaucho. El Volvo volvió a sonar como debía. El mar nos esperaba pero ya era tarde para salir. Despedimos a Gaucho esperando que su labor fuera tan duradera como la experiencia con la que parecía encarar el trabajo.

Nos dirigimos al mercado mas cercano para hacer las ultimas compras necesarias para partir al día siguiente. El Tremebunda retornaba a su ruta hacia arriba por el mapa irreal de la computadora que nos guiaría hasta Miami.