Las primeras rachas llegaron al amanecer y me tuve que levantar antes de lo planeado para ayudar a mi papa a tomar dos manos de rizo en cada mayor. Antes el ya había enrollado la mitad de genoa. Lo primero que note al salir era la baja temperatura de aire. Desde que había salido de Buenos Aires, 95 días antes, no había sentido un aire tan helado como este. De seguro había cobrado frigorías en los grandes lagos, luego en las montañas de West Virgnia y un poco mas en las Carolinas.
Ahora sentíamos un poco la sensación de los que sufren el frío, aunque el frío no fuese lo que mas nos molestaba. El principal problema era que el viento venia justo de la dirección en la que se encontraba Miami. estábamos relativamente cerca, pero la linea recta no era una opción. Entonces comenzamos la bordejeada eterna, que nos metería en la corriente del Golfo.
Las olas comenzaban a establecer su intención de hacernos pasar un día agitado. Pero no habíamos visto lo que eran capaces de hacer, para eso faltaba. Se levanto Max sorprendido por los pantoques de la nave contra las incipientes crestas. El timon de viento seguía comportándose a las mil maravillas, pero no podía hacer milagros. Los bordes a Miami y el lento avance no nos podíamos evitar. Las nubes cada vez mas grises hacían que la vista se asemejara a la de una película donde el desastre esta siempre cerca.
Cuando habían pasado un par de horas decidimos virar y apuntar hacia Bahamas para ver si el rumbo nos daba un poco mejor, pero era inútil: el Tremebunda nunca había sido bueno para esto de tirar bordes. Lo sabíamos desde el viaje inaugural, en el que tuvimos que bordejear desde Montevideo hasta Juan Lacaze con un pampero encima, que en cierto modo me hacia acordar a las condiciones reinantes. Tampoco lo había hecho bien en la segunda regata a Mar del Plata, cuando nos agarro aquella sudestada de verano frente a Pinamar.
El viaje había transcurrido sin mayores tormentas. La de Dominicana había sido sin duda la prueba de fuego. Lo malo de sentir el golpe de otro frente era que ninguno de los tres estábamos mentalmente preparados para afrontarlo. Nos habíamos creído que llegaríamos fácil a Miami, pero el destino no te la juega limpio. Quiere ver si de verdad tenes las ganas de llegar. Quiere corroborar que los huevos no los perdiste en el camino.
No teníamos otra que seguir adelante y tirar mil bordes si hiciera falta. El Tremebunda iba a llegar tarde o temprano a Miami, tal como lo habíamos planeado un año antes junto a mi padre. Hacia mas de una década que yo soñaba con este arribo demorado. En ninguna oportunidad se me ocurrió que llegaría con este viento helado en la cara.
Sin duda la protección de la chubasquera, la cual ha brillado por su ausencia en todo este relato, fue clave para poder soportar las ráfagas, los salpicones y el frío.
Al mediodía solo calentamos agua para tomar una sopa instantánea cada uno. Max se hallaba mas callado que lo de costumbre. Todos lo estábamos, pero en Max era mas evidente. Todas las tormentas tornan a los navegantes en seres taciturnos que contemplan la vida y el trayecto de un modo distinto cuando sienten a cada instante que en cualquier momento algo puede salirse del plan. Yo seguía orando por la resistencia de los materiales. El motor ya había abandonado y nuestro único empuje eran esas velas con tantas reparaciones y tantas millas encima. El logo de los Gianotti ya se había despegado de ambas mayores, pero su amor por la fabricación de velas seguía impregnado a las dos velas que se mantenían originales desde el 86.
A mi papa lo veía un tanto preocupado. El cansancio se nos notaba a todos, pero tal vez a mi padre que había estado despierto desde la madrugada se le notaba un poco mas. Le sugerí que fuera a descansar, que yo podía seguir la navegación con Max.
En todo el día no nos cruzamos con un solo barco o crucero de turistas. Era como si todos supieran que no era un lindo día para navegar. Nosotros también lo sabíamos pero no podíamos hacer nada para salir de la situación en la que estábamos. Aun no podíamos ver la costa americana, ni tampoco ningún islote de las Bahamas, pero definitivamente sentimos un cambio en el agua. estábamos en la corriente del Golfo. El agua era límpida, de un azul muy intenso. Al mirar el GPS podíamos notar como el barco acelero y cambio el rumbo producto de la corriente. No nos dábamos cuenta, pero estábamos sobre la cinta transportadora mas grande del mundo. Miles de navegantes la había utilizado en sus cruces oceánicos y muchos elementos flotantes habían llegado a Europa gracias a ella. Ahora el Tremebunda se deslizaba sobre la afamada corriente.
Las condiciones nos regalaban millas por un lado por medio del empuje de la corriente, pero a la vez nos complicaban el avance con las inmensas y desproporcionadas olas. Estimo que soplarian unos treinta nudos de viento constante, pero las olas eran mucho mas grandes que lo que el viento debía generar. Lo que estaba sucediendo era que los treinta nudos golpeaban el agua que iba en la dirección contraria a cinco nudos. En este choque se levantaban las aguas mas de lo común. Bastante.
Mi papa se levanto de la siesta y no podía creer el tamaño de esas crestas que nos rompían sobre cubierta. Max y yo estábamos empapados a pesar de habernos puesto los trajes de agua. Mientras mi papa subió al cockpit yo baje a secarme un poco y a observar nuestra posición en la carta digital. Todavía estábamos lejos. La ilusión de llegar hoy se iba desvaneciendo. Solo un repentino cambio de viento podía hacernos llegar ese mismo día, pero ni lo mencione dado que no era factible que sucediera.
Me calente unos mates para ayudar al cuerpo a recuperar los 38 grados. Prendi la radio VHF y probé suerte en ver si podía contactar al guarda costa americano. No me contestaron en el primer intento , lo cual me sorprendió. No podía pensar que los de la guardia estaban tomando mate como yo, o rascándose ( aunque era una posibilidad ). Simplemente aun estábamos demasiado lejos.
Al rato, luego de cebarle unos mates a mi papa, volvi a intentar el llamado por radio. Esta vez si me atendieron. Me pidieron todos los datos de la embarcación y de los tres tripulantes. Una vez que anotaron todo me dijeron que anotara un numero de teléfono del tipo 1-800. Me dijeron que a nuestro arribo debíamos llamar al numero para dar la entrada al país. ¿Pero acaso no iban a venir a escoltarnos, a revisar la embarcación o mirarnos las caras ? No , solo había que llamar al numero y después ir al puerto de Miami. Le explique que no teníamos motor y que pensábamos parar en Key Biscayne. Entonces me pregunto si teníamos auto. Le dije que si, el auto de mi papa. Entonces me dijo que lo mejor era ir en auto al puerto. Inaudito, pero muy conveniente para nosotros. Mientras la guerra de Irak había estallado hacia solo dos semanas, nosotros entrabamos al estado con el mayor aparato de prevención del terrorismo navegando lo mas tranquilos. Tranquilos es un decir, ya que el frente y las olas nos habían restado toda tranquilidad posible.
Cuando empezó a oscurecer todos sabíamos que no íbamos a llegar ese día a Miami. Estábamos un poco mas cerca luego de los doscientos bordes que habíamos tirado. Hablamos por radio con Zarate y le pedimos a Lastiri que le avisara a mi madre que no llegaríamos tan pronto. Lo mas probable era que llegaramos al día siguiente antes del amanecer. Lo saludamos con cariño a Lastiri. El y Julio Garcia habían sido nuestro principal apoyo en tierra a lo largo de los 95 dias de viaje. Al día siguiente esperábamos no llamarlo mas. estaríamos en tierra.