Dia 97: La llegada

Hoy por la mañana, mientras iba en bicicleta al trabajo, pensaba porque era que el viento era tan inconsistente con mis deseos. Como a las nueve note, a la altura de Biscayne y la 50 que soplaba una agradable brisa del este. Hace una década, el viento del noroeste nos hacia imposible la entrada.

Nos habíamos pasado el día anterior anticipando el arribo entre borde y borde. Mientras nos acercábamos a la medianoche, vimos las luces del sur de Miami en el horizonte. Me parecía increíble, que ese destino lejano al cual apuntaba desde hacia 95 días, estuviera al alcance de la vista. Por algún motivo, en lugar de estar alegre, estaba muy nervioso. Tenia miedo que algo saliera mal en la recta final.

Con mi papa ya habíamos acordado que cuando el GPS nos dijera que estábamos frente a Key Biscayne, llamaríamos por radio VHF al servicio de Sea Tow para que nos venga a buscar. Ya se, no era una entrada muy triunfante el entrar a remolque, pero de todos modos nadie iba a vernos en medio de la noche. La corriente del Golfo nos empujaba mas fuerte que nunca. Recuerdo que en un borde hacia afuera, como a la 1 AM el GPS decía que avanzábamos a 12 nudos. Cuando mirábamos al agua estimábamos que iríamos a 7, por lo que la corriente nos estaba empujando a 5 millas por hora hacia Europa.

Los nervios tenían razón de ser: estábamos sin motor y las ráfagas del frente seguían superando los 30 nudos. Las olas, entre tanta corriente eran de al menos 3 metros de altura y tanto el Tremebunda, como nosotros tres estábamos completamente húmedos. En general dejábamos a uno mirando afuera mientras los otros dos descansaban en el camarote de popa.

Jose descansa con los anteojos puestos.

Jose descansa con los anteojos puestos.

Faltaba tan poco que no era momento de irse a dormir. Seria una y media cuando sentí el ruido en la proa. No recuerdo que, pero algo imprescindible se había soltado. Pudo haber sido el enrollador o un grillete. Lo cierto es que el barco quería ponerme a prueba por ultima vez. No se veía nada, pero me tocaba ir a la proa entre tanta marejada. Prendimos las luces de cubierta para que pudiera caminar con mas confianza. Me puse el arnés y me arrastre hasta la mitad del barco. Se me ocurrió mirar hacia atrás y vi a mi papa caminando por la banda de sotavento sin estar atado. Creo que quería observar mejor mi maniobra para verificar que yo estuviera bien. Volví hacia la popa como una tromba. Nunca le había gritado a mi padre, pero este era el momento para hacerlo. Recuerdo, con vergüenza mi garganta gritando:

–       ¿ Que estas haciendo ? Anda para el cockpit…

Nunca mas volví a gritarle así a mi padre, pero en ese momento la ira se apodero de mi. Yo estaba atado con toda la seguridad y las 7000 millas en mi haber. Cuando lo vi sin atarse en medio del temporal, la iracunda pasión se apodero de mi. De haber caído al agua en medio de esa noche oscura, este libro no existiría, o hubiera sido otro.

Max, en la litera de popa.

Max, en la litera de popa.

Regrese a la proa a reparar el desperfecto. En cinco minutos volví al cockpit completamente empapado. Lo único positivo era que el agua que me pasaba por arriba era la cálida de la corriente. El aire seguía frio por lo que decidí ir a cambiarme tras regresar a la popa.

Tras la excursion a la proa, esperando el remolque a puerto.

Tras la excursion a la proa, esperando el remolque a puerto.

Las luces de Miami cada vez se veían mas claras y antes de las dos prendimos el VHF para llamar al SeaTow. Por suerte tenían a alguien de guardia en Key Biscayne. Nos pidieron la posición y nos pidieron que dejáramos las luces encendidas y la radio en alerta. Era imposible entrar a vela, así que esperamos con el rumbo apuntando a Key Biscayne la llegada de nuestro remolque. Los tres mirábamos por sobre la chubasquera para detectar cualquier movimiento.

Como media hora mas tarde vimos una luz a la distancia. Era una sirena color amarillo y supimos que era nuestro remolque. Las olas nos seguían moviendo como a una coctelera y la corriente ya nos había empujado hasta la altura del puerto. Cuando se aproximo vimos que se trataba de un bote inflable de unos cinco metros. Enseguida pensé que se le iba a complicar remolcar al Tremebunda en esa tormenta. Por suerte mi calculo inicial estuvo un tanto errado.

Me fui de vuelta a la proa, pero esta vez con menos movimiento. Ya habíamos bajado la mayor y enrollado el genoa. El muchacho del gomon amarillo me tiro un cabo bien grueso. Calculo que al menos tenia 4 pulgadas de espesor. Me dio a entender que lo atara al mástil de adelante, que era el punto mas fuerte para dar remolque sin problemas. Una vez que ate el cabo regrese al cockpit donde mi papa y Max también aguardan ansiosos para ver que tal se las arreglada el SeaTow para remolcarnos en esta tempestad.  Sentimos el motor del bote dándole marcha unos 40 metros  mas adelante. El Tremebunda empezó a avanzar sin problemas. La verdad es que el motor fuera de borda del bote amarillo tiraba mas de lo que yo suponía.

Apagamos las luces de cubierta para ver mejor al bote que nos remolcaba. Por primera vez en varios días, desconecte el sistema del timón de viento y decidí llevar el barco a mano, siguiendo la estela del bote inflable.

En ese momento, y a pesar de no haber arribado todavía, mis nervios se relajaron. La sonrisa volvió y le di una palmada a mi papa en la espalda. Menos mal que había contratado al SeaTow o si no nos hubiéramos pasado una mala noche sin poder entrar a Key Biscayne.

Estaríamos a unas cinco millas de la costa. Avanzábamos rápido y las luces que veíamos a lo lejos se iban convirtiendo en edificios claramente definidos con el correr de los minutos.  Pasadas las tres dejamos el faro de Key Biscayne por estribor. Ya estábamos al resguardo de la isla y las olas ya habían desaparecido por completo. Veíamos las mansiones en las que gente adinerada dormía. No podía creer que al fin me destino final estaba a unas pocas millas. Volvieron a aparecer las bromas de Max y también las sonrisas de mi padre. Estábamos a punto de lograrlo y ya nos estábamos creyendo esta realidad del arribo. No me importaba el remolque o la noche cerrada. Lo importante era llegar y punto.

A eso de las tres y media el remolque se detuvo y se acerco a nuestra banda. Quería saber en cual bahía de Key Biscayne debía meterse. Mi papa le dio indicaciones de cómo llegar a la casa en la que dejaríamos el Tremebunda por un tiempo. Era la propiedad de un amigo de Steve, un hombre con el que mi padre había entablado amistad a través de los veleros. La casa de JJ era el destino y lentamente entramos en la bahía en la que todo era calma.  No había casi viento y el agua era un espejo. Avanzamos casi hasta el fondo hasta que mi papa le hizo señas de donde era la casa. Nos arrimo hasta el muelle y allí Max salto a tierra para tomar los cabos que le fuimos tirando para dar amarre final. El muchacho del bote se quedo a nuestro lado y tras haber amarrado el barco le pidió a mi papa que le firmara un papel para dar constancia de su servicio. Le agradecimos infinitamente, como si nos hubiera rescatado de la muerte.

Habíamos llegado. El Tremebunda estaba al fin en Miami.

El trio de la etapa final, ya dentro del apartamento de Key Colony

El trio de la etapa final, ya dentro del apartamento de Key Colony

Nos quedaba entonces llegar al departamento en el que vivía mi familia. Hace una década casi no había celulares, por lo que la única opción era cerrar el barco y caminar las veinte cuadras hasta la casa de mi papa. La sensación de realización de estar al fin caminando a las cuatro de la madrugada por medio de Key Biscayne era indescriptible. El sueño se había concretado y ya nada podía salir mal. El destino había sido alcanzado.

Las chicas y los navegantes.

Las chicas y los navegantes.

Tras la caminata llegamos al apartamento de Key Colony en el que mi hermana y mi madre dormían. Golpeamos la puerta. Un minuto mas tarde las mujeres de la casa nos recibieron en camisón. Mi mama emocionada me dio un abrazo de esos que no se olvidan. Los dos nos acordamos de las diez veces que me había ido a despedir al aeropuerto durante la década pasada. Estaba el hijo prodigo golpeando a la puerta de la casa. Había al fin decidido regresar donde mi familia para rearmar mi vida.