Dia 93: La costa de Cuba

Me levante con la costa de Cuba a la vista. Estábamos cerca de la Punta de Guarico, en el oriente de la isla. Durante la noche habíamos dejado a estribor a la isla de Great Inagua, a la cual no pudimos ver ni tampoco visitar como hubiera sido mi deseo si la etapa del Caribe hubiera sido navegada con mas tiempo disponible.

Poniendo el tangon en la proa.

Poniendo el tangon en la proa.

A babor teníamos la isla mas grande del Caribe. Una isla encantada por el tiempo y el régimen de Castro. Todavía Fidel seguía en el poder, y todavía su nombre es mala palabra en Miami. También me hubiera gustado conocerla hace una década para poder observar de primera mano lo que muchos me contaban de ambos bandos. Lo cierto es que ya entrabamos en el Old Bahama Channel y la corriente nos seguía empujando hacia nuestro destino. Esperábamos llegar el día 10 a Miami si las condiciones seguían así. El viento nos pegaba de popa redonda y el barco avanzaba sin problemas. La genoa abierta en oreja de burro ayudaba a recorrer las millas sin esfuerzo.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

Los tres nos habíamos habituado al ritmo del mar, aunque mis dos nuevos compañeros no dejaban aun sus actitud de visitantes del agua. Yo a esta altura, ya me sentía parte del Océano y el Océano me aceptaba como un simbiótico ser sobre sus crestas, como el tiburón acepta a la rémora y el buey al pájaro en su lomo.
Almorzamos los restos de la dorada que había pescado Max el día anterior, pero fue el final de nuestro alimento fresco. Tras el almuerzo volvimos intentar darle arranque al motor pensando que la recarga de las baterías con los dos paneles solares instalados podría darnos algo de poder extra para hacerlo arrancar. Nuestras ilusiones se desmoronaron en el segundo intento. Teníamos suficiente batería como para darle arranque pero el motor tenia un problema de compresión que no íbamos a poder solucionar a bordo. Lo extrañamos a Alberto, el mecánico estrella de Puerto Plata.

Una vez que aceptamos que ya no íbamos a tener motor, ni recarga de baterías, ni frio en la heladera, nos relajamos y empezamos a hablar sobre la llegada. Mi papa por suerte había contratado un servicio de remolques en el agua que se llama Sea Tow, previendo que era probable que llegásemos a Miami sin la ayuda del Volvo. Cuando estuviéramos cerca llamaríamos al Sea Tow y nos entraría a remolque de ser necesario. Si el viento fuera favorable podríamos entrar por el sur de Key Biscayne y pedir remolque en Biscayne Bay.

De todos modos todavía quedaban muchas millas por recorrer. Durante la tarde tomamos mates y hablamos sobre la vida y las millas recorridas. Aprovechamos para contar los buenos chistes que requieren una audiencia de dos al menos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

A mi papa lo veía contento. Estaba recuperando al hijo prodigo que retornaba de su vida alocada en el sur. El hijo también estaba feliz de recuperar al padre que le había dado el susto de las operaciones un par de años antes. Era el mismo padre que le había enseñado a escuchar música y a sentarse en silencio en el living. Era el mismo, que con dolor, lo había dejado volar por sus propios medios una década antes.

Max era el testigo involuntario de esta reunión poco ceremoniosa en medio del canal por el que muchos cubanos habían flotado en balsas soñando con un futuro mejor. En el mismo canal nuestro barco avanzaba entre los cruceros de lujo que nos pasaban repletos de turistas que se la pasaban comiendo sin siquiera notar nuestra presencia en la distancia. Unos pocos, imagino nos habrán visto y habrán pensado: ¿ Que hacen estos locos tan lejos de toda civilización ? Desde la cubierta yo me preguntaba mirando a los cruceros: ¿ Que hacen esos locos flotando tan lejos del mar?