Hace diez años comenzó el viaje mas importante de mi vida. Había decidido llevar el velero familiar desde Buenos Aires hasta Miami donde me iría a vivir junto con mi familia que residía en esa ciudad desde 1993.
Había pasado una década viviendo solo en Buenos Aires y había llegado el momento de reencontrarme con mi familia y rehacer mi vida en otro país. Pero antes tenia que completar un sueño que venia soñando desde chico: navegar a vela por las aguas del Atlántico hasta llegar a mi nueva morada.
Ya en el 2001 se me había metido esta idea en la cabeza pero no tuve la dedicación ni el apoyo para poder partir. Durante todo el 2002 estuve preparando a la Tremebunda para poder afrontar la travesía de siete mil millas que nos aguardaba.
Pero toda aventura necesita apoyo para ser concretada. A comienzos del 2002, y tras un par de operaciones mi padre me dio el apoyo para poder llevar al Tremebunda a Miami. No fue fácil convencer a mi madre, ni tampoco fue sencillo conseguir los recursos para poder lograrlo pero hubo un punto en cual sabia que este viaje iba a concretarse. El día que Eduardo Demharter me confirmo que podría acompañarme durante toda la travesía fue el día que supe que tendría a mi lado el capitán que necesitaba para poder concretar este sueño sin problemas. Esta importante adición a la tripulación fue decisiva para contar con el apoyo de mi familia y darle planeamiento riguroso a esta aventura.
Con Eduardo decidimos revisar el barco de punta. Se lo saco a tierra, se le hizo el fondo y la cubierta, se revise el motor y hasta se le sacaron los mástiles. Cada rincón del velero fue escudriñado para estar seguros de que la nave estaría a punto para resistir las exigencias del viaje.
A fines del 2002 el barco estaba nuevamente en el agua y decidimos hacer la revisión final en una amarra del club que me vio crecer: el Club Barrancas. Allí me reencontré con muchos amigos que nos brindaron todo su apoyo para poder partir a comienzos del 2003. También fue el club el lugar que nos trajo al resto de los tripulantes: Daniel del Valle, Horacio Insua y Carlos Valente se sumaron a Eduardo y a mi para poder llevar al Tremebunda hasta Brasil.
Ya pasadas las fiestas solo restaba cargar la nave y partir. Además de comenzar este viaje tan importante yo estaba dejando la casa en la que crecí en Vicente López. En esta extraña mudanza por mar cargue el barco de guitarras, micrófonos, cables, cassettes , libros y demás recuerdos. Mucho quedo en mi casa de la calle Uspallata : muchos libros, un estudio de grabación armado en lo que había sido el cuarto de mis padres, las historias de mi infancia. Los recuerdos y las amistades me las lleve a bordo como un recordatorio de que uno va cambiando pero sin dejar de ser el mismo. Hoy lo veo mas claro que nunca: uno es el producto de las experiencias que ha vivido, ese conglomerado de recuerdos que de algún modo se almacenan en nuestras vagas memorias.
El día 4 de Enero lo teníamos todo listo pero no pudimos salir a causa de la baja marea que nos impedía cruzar por el canal boyado que comunica al Barrancas con el canal costanero. Hubo que tener paciencia y descansar por ultima vez en la cama de mis padres.
Llego la víspera del día de los Reyes y el agua estaba lo suficientemente alta a eso de las 6 de la tarde. Me emociona recordar el momento de la partida. Cinco almas ilusionadas partían hacia una travesía que nos depararía miles de sorpresas. La emoción principal era la ansiedad y la incertidumbre. ¿ Que nos aguardaría entre las miles de olas que nos tocaba aun surcar ? Era la sensación de un maratonista que sabe que al llegar aun le queda trepar un cerro, bajar en bicicleta y volver a correr otra maratón sin nunca detenerse. El apoyo y los conocimientos de la tripulación me brindaban una tranquilidad que no duraría mucho.
Recorrimos el mismo recorrido que todos habíamos transitado tantas veces: por el canal del club hasta la boya veinte quinientos del canal costanero y de allí al famoso pilote 8 desde el cual nos despediríamos de Buenos Aires. Cayo el sol mientras la costa porteña desaparecía en el horizonte. Todo parecía ir como lo planeamos. Tuvimos que encender el motor por la falta de viento típico del atardecer de verano.
Preparamos una cena sencilla, no recuerdo que. Se habrá abierto algún vino para celebrar la partida y comenzamos a planificar las guardias. Ya habíamos terminado de cenar cuando se me ocurrió ir hacia el camarote proa donde me tocaría dormir. Al llegar escuche un ruido extraño y familiar a la vez: agua, pero del lado de adentro. Rápidamente destape la cucheta y con horror pude ver todo el triangulo de la proa repleto de agua. Nunca había visto tanta agua dentro del Tremebunda y menos en esa ubicación. Con urgencia me dirigí al cockpit donde los cuatro aun se contaban anécdotas de navegaciones pasadas y disfrutaban de lo que restaba del vino. Mi noticia los sorprendió tanto como a mi. Nadie sabia de donde podía provenir esa agua.
Apagamos el motor y seguimos a vela mientras yo me dedique a sacar unos cincuenta baldes de agua. Aquí viene lo curioso: una vez que logre sacar toda el agua esperábamos ver por donde venia, pero la proa se quedo vacía. No volvió a llenarse. El misterio sorprendía a todos. La falta de luz no ayudaba a encontrar el origen de esa humedad inesperada. Muchas provisiones se mojaron y parte de la ropa también. Hasta pensamos en dar la vuelta para el club para verificar que era lo que estaba sucediendo pero la realidad era que ninguno quería volver. Además el agua había dejado de entrar o sea que estábamos seguros.
A cada rato bajaba alguno para verificar que la proa siga seca y ni una gota. Pensamos que tal vez fuera agua del tanque de agua potable que de algún modo se hubiera ido a la proa, pero esta explicación no convencía a ninguno. Las guardias se implementaron y me quede afuera disfrutando de la noche por un par de horas. Habíamos comenzado la aventura. Nada iba a detenernos.
RUTA DIA 1: