Dia 95: La ultima recalmada

Hoy era el día en que nos debíamos acercar a nuestro destino final. En nuestros planes no estaba el frente, ni el viento ausente que nos iba a tocar. El plan era avanzar, pasando entre las Bahamas y ese banco gigante en forma de triangulo que esta al norte de Cuba. Hacia el fin del día estaríamos viendo la costa americana y al día siguiente entrando triunfalmente a la bahía final.

Pero las cosas en el agua no se dan como uno las planea. El océano tiene una voluntad propia que se le impone a los que deciden habitar en su dominio. El barco esta en las manos de Poseidón, y entre esta figura mitológica y el renombrado Eolo, se decide el destino de miles de navegantes que dependen de su suerte y de la voluntad del mar.

En este día la voluntad del mar era que nos quedáramos inmóviles a la espera de la tormenta que nos estaba preparando para despedirse de nosotros. Como a media mañana abrí un ojo y note que el barco apenas se movía. Salí y pude observar las mayores apenas infladas. Avanzábamos a tres nudos, pero de seguro dos era a causa de la corriente. Aun no habíamos ingresado en la corriente del Golfo, pero igual el agua nos llevaba deslizando sobre esa mágica alfombra acuática que son las corrientes marinas.

Pasado el mediodía tuve el primer Deja Vu de la travesía. Las velas comenzaban a golpear contra los obenques y a crisparnos los nervios mas por el saber que adelante había un frente que venia, que por el apuro de llegar. Yo sentía que había llegado hasta la vereda de enfrente de la casa que venia a visitar, pero ahora me encontraba sin poder cruzar esa calle llena de charcos. Me acorde de Edu y del mal humor que nos dio esa calma al norte de la Mona.

No podía creer que solo una semana mas tarde me estaba sucediendo lo mismo. El barco sin motor, las velas golpeando y frente que se acercaba para golpearnos. Según el pronostico este no seria tan duro como el que nos había agarrado antes de entrar a Puerto Plata, pero de seguro iba a soplar bastante. Al día siguiente de seguro tendríamos un día “para tocar trompeta” , parafraseando a mi amigo y baterista Morris Iglesias.

Le dije a mi papa que lo mejor seria bajar las mayores para que no se rompieran en ese golpeteo contra las crucetas y los obenques. Además nos daría paz a los oídos, que ya estaban agotados del ruido inconfundible de la vela desinflada que frustrada se auto flagelaba contra el metal.

Cuando bajamos las mayores el cielo termino de cubrirse. Encima nuestro ya teníamos las nubes que preceden a la tormenta. Son las precursoras que llegan desde lo alto a ver como esta el escenario de la futura destrucción. Lo único que me alegraba eran los dos nudos de corriente que nos seguían empujando. Por suerte no teníamos ninguna masa de tierra cerca y el peligro de pegarle a un banco era escaso.

A Max ni se le ocurrió hablar de pesca. Tal vez hicimos alguna broma al respecto, pero de seguro el señuelo que tanto nos había alimentado paso al retiro definitivo a partir de ese día. La paciencia era lo único que necesitábamos. De algún modo, esta cercanía al destino final me había quitado los restos de paciencia.

Para decirlo mas claramente: mi humor no estaba nada afable y en varias ocasiones conteste de mal modo a mi padre. Max, por supuesto, no sufrió mi mal humor, pero tampoco pudo disfrutar de ninguno de mis chistes.

Encalmados al atardecer

Encalmados al atardecer

Por la tarde buscamos desesperadamente pronósticos a través del BLU y el VHF. Queríamos saber de que tamaño seria el gigante que debíamos confrontar. Según los reportes, era fuerte y robusto, pero no tenia duda que podíamos hacerle frente. Tal vez soplarían 30 o 35 nudos, algo que sabíamos el barco podía tolerar de sobras.

Mientras caía el sol nos conectamos con Zarate y le pedimos a Lastiri que le avisare a mi madre sobre la demora que traíamos. Inicialmente habíamos calculado un arribo para el día siguiente, pero la demora de habernos quedado boyando durante casi todo un día haría que llegáramos mas tarde de lo esperado. En todo caso, el mensaje era que no se preocupara, que ya se había preocupado bastante y que no hacia falta que lo continuara haciendo. Igual se siguió preocupando y hoy desde mi paternidad logro comprender su preocupación mucho mejor. Durante la noche se levanto una brisa leve que pudimos aprovechar con las dos mayores de vuelta arriba. A cada instante mirábamos al horizonte para ver si veíamos a algún crucero y para estimar cuanto faltaría hasta el arribo de la tormenta.

Auto foto de Max de noche.

Auto foto de Max de noche.

Me quede de guardia esperando el viento fuerte, pero este no llego durante la noche. Habría que esperar al amanecer para enterarnos de quien era el frente que venia a sacudirnos. Mis nervios no habían disminuido y la ansiedad hacia que no pudiera irme a dormir, pero llegadas las cuatro vi salir a mi papa para relevarme. Pensé que lo mejor seria ir a descansar, ya que el día que teníamos por delante no seria fácil. Faltaban ochenta millas para llegar, pero eran las ochenta millas mas largas del mundo.

Dia 93: La costa de Cuba

Me levante con la costa de Cuba a la vista. Estábamos cerca de la Punta de Guarico, en el oriente de la isla. Durante la noche habíamos dejado a estribor a la isla de Great Inagua, a la cual no pudimos ver ni tampoco visitar como hubiera sido mi deseo si la etapa del Caribe hubiera sido navegada con mas tiempo disponible.

Poniendo el tangon en la proa.

Poniendo el tangon en la proa.

A babor teníamos la isla mas grande del Caribe. Una isla encantada por el tiempo y el régimen de Castro. Todavía Fidel seguía en el poder, y todavía su nombre es mala palabra en Miami. También me hubiera gustado conocerla hace una década para poder observar de primera mano lo que muchos me contaban de ambos bandos. Lo cierto es que ya entrabamos en el Old Bahama Channel y la corriente nos seguía empujando hacia nuestro destino. Esperábamos llegar el día 10 a Miami si las condiciones seguían así. El viento nos pegaba de popa redonda y el barco avanzaba sin problemas. La genoa abierta en oreja de burro ayudaba a recorrer las millas sin esfuerzo.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

El genoa atangonado mientras me muestro pensativo observando el horizonte.

Los tres nos habíamos habituado al ritmo del mar, aunque mis dos nuevos compañeros no dejaban aun sus actitud de visitantes del agua. Yo a esta altura, ya me sentía parte del Océano y el Océano me aceptaba como un simbiótico ser sobre sus crestas, como el tiburón acepta a la rémora y el buey al pájaro en su lomo.
Almorzamos los restos de la dorada que había pescado Max el día anterior, pero fue el final de nuestro alimento fresco. Tras el almuerzo volvimos intentar darle arranque al motor pensando que la recarga de las baterías con los dos paneles solares instalados podría darnos algo de poder extra para hacerlo arrancar. Nuestras ilusiones se desmoronaron en el segundo intento. Teníamos suficiente batería como para darle arranque pero el motor tenia un problema de compresión que no íbamos a poder solucionar a bordo. Lo extrañamos a Alberto, el mecánico estrella de Puerto Plata.

Una vez que aceptamos que ya no íbamos a tener motor, ni recarga de baterías, ni frio en la heladera, nos relajamos y empezamos a hablar sobre la llegada. Mi papa por suerte había contratado un servicio de remolques en el agua que se llama Sea Tow, previendo que era probable que llegásemos a Miami sin la ayuda del Volvo. Cuando estuviéramos cerca llamaríamos al Sea Tow y nos entraría a remolque de ser necesario. Si el viento fuera favorable podríamos entrar por el sur de Key Biscayne y pedir remolque en Biscayne Bay.

De todos modos todavía quedaban muchas millas por recorrer. Durante la tarde tomamos mates y hablamos sobre la vida y las millas recorridas. Aprovechamos para contar los buenos chistes que requieren una audiencia de dos al menos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

Mi viejo toma mate mientras el y Max miran la carta de papel para saber en donde estabamos.

A mi papa lo veía contento. Estaba recuperando al hijo prodigo que retornaba de su vida alocada en el sur. El hijo también estaba feliz de recuperar al padre que le había dado el susto de las operaciones un par de años antes. Era el mismo padre que le había enseñado a escuchar música y a sentarse en silencio en el living. Era el mismo, que con dolor, lo había dejado volar por sus propios medios una década antes.

Max era el testigo involuntario de esta reunión poco ceremoniosa en medio del canal por el que muchos cubanos habían flotado en balsas soñando con un futuro mejor. En el mismo canal nuestro barco avanzaba entre los cruceros de lujo que nos pasaban repletos de turistas que se la pasaban comiendo sin siquiera notar nuestra presencia en la distancia. Unos pocos, imagino nos habrán visto y habrán pensado: ¿ Que hacen estos locos tan lejos de toda civilización ? Desde la cubierta yo me preguntaba mirando a los cruceros: ¿ Que hacen esos locos flotando tan lejos del mar?