Dia 92: El pescado de Max

Esa noche hice una larga guardia. Mi papa me despertó como a las dos y lo releve dándole compañía a Max. El barco avanzaba mansamente. A lo lejos se veían luces tenues en la costa de Haití. Todavía no les había golpeado el terremoto terrible del 2010.

Nos quedamos hablando con Max por un largo rato. Según recuerdo era casi una entrevista desordenada sobre las millas recorridas, intercalada con comentarios sobre su vida en Miami. Hacíamos muchas bromas y contábamos chistes, pero a decir verdad, los chistes buenos nos los guardábamos para los momentos en que éramos tres. De algún modo los chistes son mas graciosos cuando el que cuenta tiene una audiencia mayor a uno.

Como a las tres y media le sugerí a Max que fuera a dormirse. Estaba pensando en que prefería que mi papa estuviera acompañado cuando yo lo volviera a despertar al amanecer. Como estaba cansado no dudo en hacerme caso.

En medio de la silenciosa noche, retome el walkman que era para mi el receptor predilectos de radios AM y FM. Pude escuchar música haitiana por AM  y esta variedad cultural me alegro las horas de penumbra que me quedaban.

Como a las seis lo vi asomarse a mi viejo y supe que era hora de ir a descansar. Me tire en el camarote principal en el que había estado durmiendo mi papa. La principal ventaja de este camarote era la oscuridad y el aislamiento sonoro que proporcionaba. Ese camarote era una micro capsula para escapar del viaje por un rato. No me costo nada quedarme dormido, a pesar de la claridad que entraba por la ventanita.

Alrededor de la una reaparecí en el cockpit con la mente y el cuerpo totalmente renovados. Max y mi viejo ya compartían una Presidente. En seguida Max me dijo que le parecía una excelente oportunidad para dedicarnos a pescar nuestro almuerzo. La noche anterior le había contado sobre los pescadotes que habíamos sacado con Edu y con mi hermano.

Lo primero que hice antes de contestar fue observar el GPS. Dentro de uno de sus menús, contaba con un indicador de actividad solunar, que puede traducirse como un medidor del pique. Le informe a Max que el pique estaba bajo y que no valía la pena arrastrar el señuelo sin amplias posibilidades de pescar algo.

Max insistió que  igual le parecía que sacaríamos algo y que ese GPS ( que nos había traído desde Argentina ) no sabia nada de pesca. Le di alguna otra excusa, pero insistió tanto que lo mejor fue prepararle la caña y el señuelo para que me dejara tranquilo y se sacara las ganas de intentarlo.

Me fui adentro a ver la carta mientras calentaba el agua para unos mates. Estábamos al través de la Isla de la Tortuga cerca del extremo Noroeste de la isla de Hispaniola. Dos minutos mas tarde sentí el grito. Max había agarrado algo.

-Te dije que no sabe nada el GPS – me decía mientras reía con su risa típica y recogía los cien metros de tanza que habíamos largado.

La dorada en su futil lucha contra nuestra caña de pescar.

La dorada en su futil lucha contra nuestra caña de pescar.

Soltamos las escotas para que el barco desacelerara y fuera mas rápida la recogida. En tres minutos lo tuvimos ahí: una dorada mediana que nos serviría de almuerzo. Max estaba supe contento y seguía denigrando al Garmin. Yo le decía que había tenido suerte, pero el me contestaba que el en póker y en la pesca, la suerte no existe. Yo estaba en desacuerdo con su afirmación pero no quise discutirle mas viéndolo tan feliz con su tangible logro deportivo.

La dorada era la mitad de largo que aquella que habíamos sacado con Eduardo e Iñaki cerca de Suriname, pero sin duda serviría para alimentarnos con comida fresca. La diferencia de tamaño hizo que fuera mas sencillo descamarlo y ponerlo a la plancha, una recomendación del Chef Gerva que ya tenia experiencia en preparación de pescados a bordo.

La dorada que sacamos gracias a la insistencia ( y la suerte) de Max.

La dorada que sacamos gracias a la insistencia ( y la suerte) de Max.

Todavía hoy nos acordamos cada tanto del día de la pesca de la dorada, de nuestras diferencias acerca de la importancia de la suerte y de la preponderancia de la intuición por sobre la señal de los satélites.

Almorzamos dorada a la plancha como a eso de las cuatro. Como era de esperar, nuestro almuerzo, acompañado de las ultimas cervezas dominicanas que nos quedaban, estuvo delicioso.

Hacia el fin de la tarde mi papa se sirvió su ritual whisky mientras Max y yo lo acompañamos con un Ron Brugal. Sin duda en esta etapa había tomado mucho mas que en los tres meses anteriores juntos. Dime con quien andas y te diré que bebes. Cuando el hielo ya estaba derritiéndose encendimos la radio para que Julio García le avisara a nuestros parientes que seguíamos bien. La conversa duro un buen rato y mi papa se quedo dándole charla a Julio ( a quien nunca le faltaban las ganas de hablar sobre cualquier tema ).

Al terminar la hora de radio decidimos volver a encender el Volvo para recargar las baterías. Sucedió lo que era de esperar, pero que ninguno de los tres había anticipado. El motor no quería volver a arrancar.  Intentamos dos o tres veces y luego sugerí que lo dejáramos descansar ( como si fuera un atleta ) para ver si al día siguiente Don Volvo se dignaba.

Al igual que el día anterior deje a mi papa y Max de guardia para hacerle honor a la madrugada que me había acompañado desde Buenos Aires.

Dia 91: La ultima partida

Me despertó mi papa con la noticia de que habían reabierto el puerto. Acto seguido me pregunto por Max, a lo cual conteste que no sabia. Lo ultimo que me acordaba eran las interminables rondas de tragos en un bar oscuro. También me acordaba de mi insistencia para volver al barco y en la despedida en la puerta del bar. Cuando llegue tambaleando al barco, mi cuerpo se desplomo en la cucheta de popa sin volver a pensar en el amigo que había seguido de juerga.

Estábamos casi listos a partir, pero primero debíamos encontrar a Max. No tenia idea de por donde buscar y algo me decía que ya iba a aparecer. Al rato lo vimos caminando hacia el barco con un café en la mano y un cigarrillo entre sus labios. No le preguntamos de donde venia ni donde había estado. Simplemente lo apuramos a buscar sus documentos para ir a dar la salida del país.

Volvimos a la guardia costera donde nos sellaron la salida del barco y de allí a la lúgubre oficina de inmigración que hoy si nos despidió legalmente de Dominicana. Se nos ocurrió que antes de volver al barco podíamos comprar unas cervezas mas para no perder el nivel de alcohol en sangre que tanto habíamos empeñado en aumentar desde la noche anterior.

Fuimos a un almacén de esquina y mientras ordenábamos las cervezas frías pude ver como preparaban unos pancitos con manteca y queso rallado. No pude resistir la tentación de ordenar alguno de esos sándwiches de manteca y queso para llevar.

Cuando llegamos de vuelta al barco nos encontramos con los jóvenes cristianos que habían venido a despedirnos. Nos dieron un abrazo fuerte, como si fueran los discípulos despidiéndose del propio Jesús en la ultima cena. Mientras soltábamos las amarras y arrancábamos el motor ( que no fallo en dar arranque por suerte ) nos dieron sus ultimas bendiciones con un clásico “Jesus loves you”.

Eran las dos de la tarde. Dimos la marcha atrás y vimos por ultima vez el barco hospital de los cristianos. De seguro seguirían haciendo el bien mientras nosotros navegáramos hacia Miami. En la boca del puerto las olas todavía seguían inmensas. La resaca de la gran tormenta se hacia sentir tanto como la resaca de nuestras sesiones de bebida de la noche anterior. Tuvimos que subirle las vueltas al motor a casi tres mil para poder superar las olas de la entrada y dar salida del Puerto Plata.

Al fin estábamos comenzando la etapa final del viaje. A mi padre lo notaba un tanto nervioso. Hacia mas de una década que no navegaba mas que unas pocas millas y sin duda era la primera vez en mi vida en la cual me sentía yo el capitán de este barco en el que había crecido. A Max lo notaba un tanto apagado y en seguida nos dimos cuenta que el zarandeo de las olas había hecho efecto. Le sugerimos que se fuera a acostar para mejorarse. Por adentro yo rogaba que se le pasase pronto ya que es posible pasarse días enteros vomitando cuando uno no esta habituado al mar.

Max recuperado del mareo junto a la bandera argentina y el timon de viento.

Max recuperado del mareo junto a la bandera argentina y el timon de viento.

Seguimos a motor como dos horas. Las cervezas se seguían enfriando en la heladera que al fin volvía a estar fría. Al rato aprovechamos a subir las dos mayores para que nos dieran mas empuje.  Se nos fue la tarde charlando de la etapa y esperando seguir con buen viento. Estábamos felices de haber podido salir a motor. Sin el Volvo, esa salida con las grandes olas de frente en un canal tan angosto se nos hubiera hecho imposible de pasar. Como a las seis se levanto Max y por suerte lo vimos sentirse muy bien. El motor lo habíamos apagado y navegábamos a pura vela con las dos mayores y el genoa entero.

Mi viejo y yo celebramos la partida.

Mi viejo y yo celebramos la partida.

Por la radio nos enteramos de que Eduardo había llegado bien a su casa tras la escala técnica en Miami. Hablamos con mi madre en puente a través de Zarate y mientras se acababa la luz del día también nos fuimos acabando los sandwichitos de queso rallado y manteca. Para bajarlos, claro esta, tuvimos que abrir unas Presidente que fueron el único recuerdo tangible que nos habíamos traído de Dominicana a bordo.

Quedaban varios días de navegación a Miami y yo estaba feliz de haber traído a Max. Seria un excelente compañero durante las guardias y de seguro nos divertiríamos bastante con sus ocurrencias. Me fui a acostar temprano para dejar a mi papa y Max de guardia juntos. Les dije que cualquier cosa me despertaran. Me costo dormirme un poco ya que los escuchaba conversar. Extrañaba el silencio de Eduardo y las charlas tacitas de toda nuestra navegación desde el Plata hasta el Caribe.

Salida de Dominicana

Salida de Dominicana

Dia 90: Puerto cerrado

El plan era salir de una vez. Para ello nos dirigimos a la lúgubre oficina de inmigración del puerto. Allí el oficial nos dijo que primero tendríamos que dar salida con el guarda costa, pero que dudaba que el puerto estuviera aun abierto. No podíamos creerlo.

Efectivamente caminamos hasta la oficina del guarda costa y allí mismo en el escritorio de entradas y salidas nos informaron que durante todo el día el puerto permanecería cerrado para el ingreso y egreso de naves. En verdad todavía soplaba un poco bastante pero no era nada comparado a las ráfagas que habíamos sufrido Eduardo y yo un par de días antes.

En este caso de inmediato nos dimos cuenta de que no era un tema sujeto al debate, sino que nos tocaría acatar la ley. Me acorde de las veces que nos habíamos quedado varados del lado uruguayo ( el lado bueno ) del Rio de la Plata cuando el Puerto de Colonia se cerraba por una fuerte sudestada o por algún Pampero que se avecinaba. Hoy la demora nos la daban los oficiales de la Republica Dominicana.

Como no teníamos mas que hacer nos decidimos a caminar por las calles aledañas al puerto. Seguimos por una de las paralelas al mar y pudimos observar la verdadera dinámica de la población en el ultimo día de la semana. Se nos ocurrió que seria una buena oportunidad como para hacer algunas compras que nos harían falta durante la etapa final. Preguntamos dos veces y las dos veces nos mandaron para La Sirena, el principal supermercado de la ciudad. Estaba como a diez cuadras del puerto pero el tramo se nos hizo corto por la distracción del ir recorriendo por primera vez una ciudad tan pintoresca.

En La Sirena compramos pan y mermelada, mas arroz y azúcar y , por supuesto cantidad de cerveza Presidente de litro. Después de todo habíamos vuelto a tener frio en la heladera gracias al mecánico Alberto.

En el camino de regreso los tres preferíamos parar cada dos cuadras para descansar las manos de la presión de las bolsas de polietileno cargadas. Una media hora mas tarde volvimos a pasar por el guarda costa y observamos que había en la puerta un cartel que leía “Puerto Cerrado”. No se si estuviera dirigido a nosotros o si era que los oficiales preferían jugar domino adentro mientras se tomaban el día libra gracias al clima ventoso que iba en franco declive.

Jose instala un panel solar pensando en que el motor podia volver a fallar.

Jose instala un panel solar pensando en que el motor podia volver a fallar.

 

Una vez a bordo del barco, acomodamos las compras y nos sentamos en el cockpit a escuchar música. Mi papa se sirvió un whisky que se había traído de Miami mientras se encendía un puro. Max y yo compartimos una de litro. A decir verdad estaba disfrutando de esta partida demorada. Ya llevaba tres meses en el agua y el simple hecho de tirarse a escuchar casetes y tomar algo con un amigo y mi papa no estaba nada mal.

Comimos unos sándwiches como para engañar al estomago. Después del almuerzo mi papa se puso a instalar un pequeño panel solar que se había traído de West Marine para ayudar a recargar las baterías en caso de que el Volvo no arrancara. El motor estaba vivo pero no nos pareció mala idea tener instalado el panel para que recargara los 12 volts durante el resto de las millas a Miami. Una vez terminado el proyecto ya no teníamos nada para hacer, así que nos fuimos nuevamente a saludar a nuestros amigos cristianos del barco hospital.

Max se relaja mientras aguardamos que reabra el puerto.

Max se relaja mientras aguardamos que reabra el puerto.

Esta vez subimos directamente y preguntamos por los jóvenes de los cuales aun recordábamos los nombres. En seguida aparecieron con esa sonrisa bonachona de los creyentes. Esta vez no teníamos la excusa del motor encendido por lo que aceptamos la invitación al buffet del barco. Allí nos ofrecieron algo de tomar ( sin alcohol, claro esta ) y nos siguieron contando sobre la misión del Caribbean Mercy. Era un hospital oftalmológico flotante que viajaba por todo el caribe y centro américa viendo a la gente mas necesitada. Escuchamos la narración del viaje a Honduras y del gran bien que habían hecho entre la población local con problemas en la vista. Entre los pacientes que estaban atendiendo en Dominicana había un amplio porcentaje de niños a los que el buque hospital les había literalmente salvado la vista. Luego cada uno de los muchachos y chicas nos contaron sobre su disímil origen y los motivos que los habían llevado a enrolarse en la misión. Cada uno tenia sus motores pero todos venían de alguna congregación que apoyaba este tipo de misiones y que reclutaba jóvenes para ayudar en el Caribbean Mercy.

Al rato vi que mi padre se encontraba otra vez acorralado por el mismo sujeto de ferviente fe del día anterior. Era un gordo con cara de simpaticón y una barba corta y canosa. La sonrisa nerviosa de mi padre no lograba ocultar que se sentía incomodo, pero el gordo simpaticón no leía muy bien sus gestos o creía que su fe era mas poderosa que la reticente actitud de mi padre para aceptar a Cristo como su salvador.

Allí nos entretuvimos buena parte de la tarde hasta que decidimos invitar a los jóvenes al barco para retribuir su hospitalidad. Unos cuantos bajaron del Caribbean Mercy, pero para alivio de mi papa el sujeto de barba blanca se quedo abordo ( orando supongo ).  A los muchachos les gusto la visita al Tremebunda y en seguida me inundaron con preguntas sobre la travesía. Me sentía como un rock star del agua en la Republica Dominicana. Bizarro.

Cuando vieron que sacamos el mate, nuestros visitantes pensaron que era buena hora para retirarse, dado que no era bueno que los vieran cerca de la droga. Nosotros los despedimos desde la proa y pudimos al fin volver a ser nosotros.

Esa noche hablamos por radio con Zarate y Campana. Julio nos conto que Eduardo se había quedado también varado ( como nosotros ) en el Aeropuerto de Miami. Se suponía que a su llegada tomaría un vuelo directo a Buenos Aires, pero dicho vuelo se había cancelado por desperfectos técnicos. Por mas que le duela al oficial de inmigración de la Embajada en Buenos Aires, mi buen amigo Edu paso una noche entera en un hotel cercano al Aeropuerto. Lo curioso de la situación es que no dejaron que viera a mi madre que quiso pasar a saludarlo por ser pasajero en transito y hasta le pusieron un guardia en el pasillo de su piso para que no intentara escaparse. Otra situación bizarra sin dudas.

Salimos a cenar cerca del puerto y disfrutamos de la ultima cena sin zarandeos. Contamos chistes y disfrutamos del relax de la noche de Puerto Plata. Era hora de prepararnos para la partida. Mientras mi papa enfilaba para el barco a Max no le costo mucho convencerme de una ronda de tragos en alguno de esos barsuchos de mala muerte. Mi lógica me justifico: vaya a saber cuando es que pueda regresar a esta ciudad del caribe para compartir unos tragos con un amigo.

Dia 89: La despedida de Edu

Había llegado el día de la despedida. Eduardo se volvía a Buenos Aires en avión desde la Republica Dominicana. El plan original era que me acompañara hasta Miami, pero un oficial de inmigración de la embajada americana en nuestra ciudad natal no había entendido nuestro plan. Solo queríamos compartir la travesía entera. Por motivos distintos ambos queríamos hacer el trayecto entero, pero Eduardo se volvía y hasta aquí había estado bien. Ahora me tocaba asumir la capitanía completa de la nave.

El día anterior, tras el dramático arribo al pueblo, me había reencontrado con mi padre. Atrás habían quedado los recuerdos de su operación doble. Ahora era el momento de reencontrarnos en el agua, el liquido que nos había unido alguna vez, retomaba su función regeneradora. Atrás quedaba la distancia que nos había separado durante la ultima década. En adelante la nueva relación, de un padre con su hijo que en ese viaje se estaba al fin, convirtiendo en hombre. Atrás Buenos Aires. Adelante Miami.

La entrada a Dominicana había sido precaria por la condición del barco y la falta de motor. Nos habíamos fondeado cerca de un barco blanco enorme que resulto ser un barco hospital de unos cristianos misioneros a los que conoceríamos esa misma tarde. Al regresar del guarda costa ambos notamos que el barco ya no estaba junto al buque hospital. La tormenta se lo estaba llevando para las piedras y si nos hubiéramos demorado mas el chiste hubiera terminado en tragedia. Unos minutos mas tarde le pedimos remolque a una lancha para que nos arrimara al muelle donde dos horas mas tarde aparecería mi papa y mi amigo Max.

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Esa noche celebramos con una merecida cena típica y muchas Presidente. Se celebraba el arribo, el reencuentro de dos amigos y la despedida de dos compañeros que quedarían unidos por siempre en el recuerdo de las miles de millas recorridas desde la escollera del Club Barrancas.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Al mediodía siguiente Eduardo partía hacia Buenos Aires, vía Miami. Lo fuimos a despedir hasta la entrada del puerto donde se tomo un taxi hacia el aeropuerto.  No se cayeron lagrimas, pero cuando lo vi partir me dio una cierta incertidumbre en como transcurrirían las millas que nos restaban recorrer con Max y con mi padre.

Tomando Presidente, la  cerveza oficial de la RD.

Tomando Presidente, la cerveza oficial de la RD.

Acto seguido nos dedicamos a buscar mecánico para ver si era cierto que la maña dominicana era mayor que la de los mecánicos zulú de Barbados. Todos en el puerto nos recomendaban a Alberto. Ese nombre no me lo voy a olvidar.

Como a la hora nos golpearon el casco y un morochito bastante joven se presento como el mecánico. Estaba de jean y remera, porque ya se iba para la casa. Pero un buen mecánico no puede dejar un motor sin andar. Al menos Alberto no podía.  Con eficaz velocidad desarmo el motor e hizo sus propias pruebas. El jean y la camisa ya no estaban limpias. La verdad es que no se que trucos hizo, pero en menos de una hora tenia el Volvo andando. Yo no lo podía creer. El motor había resucitado.

De todos modos Alberto nos dijo que el motor no tenia buena compresión y que lo adecuado seria en Miami desarmarlo y darle una rectificada. Tenia demasiadas horas encima. Le pagamos sus servicios y le dimos una merecida propina. Antes de que se baje del barco Max le pregunto a donde podíamos ir a celebrar la resurrección del motor esa noche. Alberto no dudo: La Palmera.

La felicidad era plena. El motor seguía recargando las baterías y yo tenia la certeza de que al día siguiente podríamos salir si la tormenta calmaba como estaba pronosticado. Mientras el motor cargaba fuimos a caminar por el puerto y nos encontramos frente al buque hospital.  Un grupo de jóvenes nos sonrió y en correcto ingles americano nos invito a subir. Como no teníamos nada que hacer aceptamos. Siempre es interesante conocer los intestinos de un barco gigante.

Nos contaron que eran jóvenes misioneros que navegaban por el caribe dando tratamientos médicos a la gente necesitada. Esto sin duda nos cayo bien, a pesar de que hablaran de Jesús y del señor cada quince palabras.

A mi papa lo agarro un misionero adulto y a Max y a mi nos dejaron con la juventud. Vi la cara de incomodidad de mi papa cuando el misionero le empezó a preguntar sobre sus creencias y pregonar la palabra del señor. Nos excusamos de los misioneros agradeciéndoles su invitación y su labor humanitaria, porque no.

El motor seguía rugiendo a dos mil vueltas y calculamos que había sido suficiente. Solo por tentar el destino apagamos el Volvo. A los dos minutos decidí volver a encenderlo para ver si debía insultar a la familia de Alberto o no. No tuve que insultar a nadie. El Volvo volvió a encender sin problemas.

Tras la cena a bordo, la prometida salida se hizo necesaria. Mi papa se quedo descansando a bordo y los muchachos salimos de joda. Paramos el primer taxi que encontramos para que nos llevara. Nos dijo que quedaba en las afueras y nosotros le dimos el OK. La ciudad fue mutando hasta desaparecer. Estábamos en la ruta y el viaje se me hacia mas largo de lo que esperaba.

De repente el taxi se detuvo en medio de la ruta y vimos el establecimiento que nos había recomendado Alberto. Era un Nite Club de ruta, pero algo de bueno debería tener.  Por empezar la cerveza la vendían de a litro y la mayoría de los presentes era del genero femenino. En seguida notamos que las meseras eran cariñosas por demás, pero no nos distrajimos demasiado. Pedimos una segunda Presidente de litro y disfrutamos de nuestra salida. A Max no lo veía desde mi visita anterior a Miami un año y medio antes.

Comenzamos a notar que algunas de las chicas se retiraban con señores en sus carros. También notamos que casi no quedaban hombres y una de las cariñosas meseras nos vino a preguntar si queríamos otra ya que estaban por cerrar. Le pedimos otra nomas. Ni bien nos la trajeron pagamos y las luces se encendieron como en un boliche que cierra. Seria la medianoche, la hora de cierre de los Nite Clubs de ruta en Dominicana, se ve. Quedaban siete chicas, de las cuales tres eran meseras y tres tipos. Uno era el dueño y los otros dos los de la cocina y el bar. Nos miraban todos con cara de que querían irse. No les íbamos a dejar la cerveza, pero si podíamos apurar el trago. Agradecimos la espera con un gesto y salimos al estacionamiento para ver como volvíamos. Cuando nos dimos vuelta, los dos empleados nos pasaron en un ciclomotor y vimos como las siete chicas se metían en el auto del dueño. Los paramos cuando iban de salida, pero no nos hicieron caso. La Palmera ya había cerrado.

Calculo que estaríamos a unos diez kilómetros de Puerto Plata, pero la verdad es que parecía que estábamos en medio de la selva. La ruta se veía desierta y ambos comenzamos a caminar hacia la ciudad. No podíamos creer lo que nos estaba pasando. De pronto en el oscuridad de la ruta vimos una lucecita que venia desde atrás. Nos plantamos en medio de la ruta decididos a parar a quien sea. Era un moto taxi. Celebramos su parada como si se tratara de la victoria en un campeonato mundial. Fuimos los tres abrazados en ciclomotor como si nos conociéramos de toda la vida.

Al llegar al Puerto le pedimos al moto taxista que nos indicara donde mas podíamos ir para seguir bebiendo y no dio a entender que nos daríamos cuenta solos. Habíamos regresado a Puerto Plata y eso era lo importante.

Dia 88: Puerto Plata

Me levante con la sensación de haber dormido una eternidad. El barco se seguía moviendo bastante pero mi cuerpo ya se había habituado al zarandeo de la tormenta. Me levante y le pregunte a Eduardo que hora era. Eran apenas las siete y aun nos quedaban unas veinticinco millas por recorrer hasta el punto en la carta que decía Puerto Plata.

Las cuatro horas de sueño me habían renovado mentalmente, pero el cuerpo sentía el agotamiento de tener que estar en constante tensión para no salir volando en cada ola que nos montaba en el sube y baja violento del mar. Las crestas  de las olas parecían mas amenazadoras de día, pero tal como sucede en las películas de vampiros, la luz era un alivio. Podíamos ver claramente la costa, pero aun conservábamos las ocho millas de prudencial distancia. Ya habiendo pasado la noche agitada en la tormenta estábamos casi contando con una llegada sin problemas. Pero aun nos quedaba un desafío mayor.

No teníamos ninguna carta náutica detallada de la zona y la única referencia era una carta digital del caribe que nos decía donde quedaba la ciudad de Puerto Plata. La escala no era la adecuada y según el contorno de la costa intentábamos adivinar entre ola y ola la posible ubicación del puerto.  Hasta no saber donde quedaba el puerto no podríamos enfilar hacia la costa y desde nuestra prudente distancia no se veía ninguna entrada que pareciera puerto. Veíamos mástiles que luego resultaban ser postes de luz. Veíamos playas y casa pero no encontrábamos ninguna escollera o entrada de buques.

Entonces se nos ocurrió llamar a la guardia costera para pedir asistencia. Llamamos por el universal canal 16  pero nadie contestaba. Probamos otros canales y nada. Volvimos al 16. Alguien debía contestar. No estábamos en una emergencia pero debíamos entrar al puerto a como de lugar. En un momento se nos ocurrió: ¿ Habrá puerto en Puerto Plata ? El nombre lo decía, pero nadie nos había mostrado fotos o cartas de un puerto. Tenia que haber. Como en Puerto Madryn y Puerto Montt.

Pasadas las ocho nos contestaron. Calculo que fue el cambio de guardia y los que venían despiertos de toda la noche ni querían hacerse cargo de nuestras absurdas preguntas. Claro que había Puerto en Puerto Plata. ¿ Acaso no lo veíamos? Le pedimos las coordenadas de la entrada pero no las tenia. Entonces comenzamos un bizarro dialogo en el cual el oficial nos preguntaba que veíamos en la costa y nosotros empezábamos a nombrar puntos que el oficial no reconocía ( seguramente porque los estaba viendo desde el otro lado). Al menos sabíamos que había un puerto y que ese puerto tenia una entrada ahora solo era cuestión de encontrarlo.  Empezamos a derivar unos grados para irnos acercando a la costa, pero aun de un modo tímido dado que la intensidad del viento volvía a aumentar de a ratos.

Como quince minutos mas tarde logramos ubicar una chimenea que el oficial nos pedía que buscáramos. Esa torre roja y blanca era la chimenea de una central que estaba a dos kilómetros al este del puerto. Le agradecimos la indicación y tomamos la decisión de tirarnos hacia la costa. Abrimos la trinquetilla y apuntamos directo hacia la chimenea. Estaríamos como a diez millas de la costa. El barco aceleraba en cada barrenada como si quisiera también llegar y salirse de esta dura paliza que nos estaba dando el mar.

A la derecha las chimeneas

A la derecha las chimeneas

Cuanto mas nos acercábamos, mas se definía la costa. Las playas dominadas por la espuma. Los turistas ausentes y nosotros intentando dar llegada a un nuevo país.

Seguimos apuntando a las chimeneas y cuando la profundidad bajo a menos de treinta metros volvimos con el rumbo paralelo a la costa. Ahora estaríamos a solo una milla de la costa y sabíamos que el puerto comercial estaba al oeste. No lo veíamos bien pero nos parecía ver un sector en que las olas no rompían. Ese debía ser el canal. Nos faltaban cinco millas para llegar.

El radar nos ayuda a ubicar la entrada y cerca de las once y media pudimos ver la entrada al puerto. Seguíamos avanzando paralelos a la costa y verificando que la profundidad no bajara. La adrenalina estaba en su punto culmine. Un error hubiera significado encallar y romper el barco. El cuidadoso calculo de cada paso nos permitiría celebrar, pero para eso faltaba media hora.

La entrada al Puerto se veía claramente pero aun no nos decidíamos a enfilar hacia ella. Decidimos seguir paralelos a la costa hasta tener la entrada perpendicular a nuestro rumbo. Las olas seguían pasando como monstruos por debajo del casco para ir a estrellarse contra la costa que sufría sus embates con perdidas de arena.

Apenas pasado el mediodía nos miramos con Eduardo y supimos que era el momento de tirarnos del paracaídas. Estábamos al través de la entrada al Puerto a tres cuartos de millas de la calma portuaria.

Derivamos con decisión y el barco se hamacaba entre las olas. Seguimos con poca vela para no ir muy deprisa.

Cuando estábamos entrando ya en el Puerto observábamos como las olas rompían a ambos lados de nuestro barco. La baja profundidad que había fuera del canal hacia que los monstruos colapsaran. Era un espectáculo de alta intensidad. Nos sentíamos surfers en una tabla de 40 pies y si todo salía bien celebraríamos pronto.

Ya en el muelle.

Ya en el muelle.

Las olas fueron bajando una vez que la boca del puerto nos quedo atrás. Ahora nos tocaba pensar como haríamos para avanzar sin motor dentro del puerto. A babor teníamos grandes buques que nos tapaban todo el viento. Era inexplicable como el viento desaparecía tras esas moles. Como ciento cincuenta metros mas adelante veíamos un muelle de amarre, pero no podíamos llegar hasta el. Una vez mas flotábamos sin poder dominar el barco. Era hora de tirar el ancla y ver como hacíamos para mas tarde llegar hasta el muelle.

La dupla tras la tormenta, sonrisas merecidas

La dupla tras la tormenta, sonrisas merecidas

El ancla Bruce que había fabricado Eduardo quince años antes tocaba el fondo de la Republica Dominicana. Ese ancla que tantos fondos había tocado ahora sentía el sabor de la salsa y el beisbol. Habíamos llegado sanos y salvos.

Edu feliz de haber llegado a la Republica Dominicana

Edu feliz de haber llegado a la Republica Dominicana

DIA 88: Millas recorridas 49 – Velocidad promedio 4.6 nudos

Dia 87: La tormenta

Durante la noche permanecimos inmóviles en un charco revuelto oscuro. El agua presentía la cercanía de la tormenta. Un ambiente eléctrico y desesperante en que aguardábamos el incierto golpe de la tormenta. Mientras flotábamos, las luces de la costa Dominicana nos daban una idea de la distancia que manteníamos con la isla de Hispaniola. Esa distancia seria clave durante el día que nos aguardaba. Nuestro principal predador era la tierra firme. La tierra que nos había visto nacer y sobre la cual habíamos aprendido a construir barcos y tomar cursos de navegación era la misma que representaba el peligro mas inminente para una nave sin motor en el crucero con mal tiempo.

Habíamos subido las velas antes de que Eduardo se fuera a dormir por si el viento remontaba durante mi guardia, pero el viento nunca repunto. El ruido de las mayores que se bamboleaban de un lado al otro era desesperante. Me puse el walkman para tratar de escuchar alguna radio local y distraerme, pero a cada rato estaban alertando a la población sobre la tormenta que se avecinaba. En la noche pude divisar infinidad de pesqueros que regresaban a puerto para no pasar arriesgar su existencia en el mar. El Tremebunda, con una actitud que oscilaba entre lo valiente y lo resignado aguardaba flotando la llegada de los vientos. Se suponía que recién al medio día estaría alcanzándonos el frente. Por ahora la corriente era lo único que nos transportaba.

Antes del amanecer una brisa del norte comenzó a inflar las velas ya agotadas de tanto ir y venir. Cuando pude ver que el barco volvía a avanzar me fui a tirar en la litera mientras Eduardo se hacia unos mates. Trate de dormir lo mas posible, pero no fue mucho. A media mañana la ansiedad me toco el hombro para que retornara a la preocupación inútil por la tormenta que no podríamos evitar. Al mediodía salió el sol y el viento repunto un poco. Calculo que soplaba unos veinte nudos. Ambos pensamos, este frente no es tan bravo.

Dos horas mas tarde nos dimos cuenta de que el mediodía había sido una caricia de despida del confort de la navegación en el caribe. Estábamos en el Atlántico y el frente estaba sobre nuestras cabezas. El aire empezó a sentirse frio y por primera vez en toda la travesía debimos abrigarnos de en serio, con pulóveres y trajes de agua. Las ráfagas pasaban los treinta y cinco nudos y bajamos la mayor. Seguíamos con la trinqueta ( la mayor de proa ) y la trinquetilla. El barco avanzaba bien, pero a cada minuto y con cada nueva ráfaga, las escotas se tensaban un poco mas. El viento venia ahora del Noroeste y por suerte nos daba justo para seguir en rumbo paralelo a la costa. Hacia la mitad de la tarde las olas ya nos estaban dando duro y el viento seguía aumentando. Era difícil mirar a barlovento ya que en cada ola que pasábamos llegaba un salpicón que nos frenaba y bañaba la cubierta. Ambos estábamos húmedos a pesar de los trajes de agua. Las ráfagas comenzaron a pasar los cuarenta nudos y las olas a transformarse en verdaderos monstruos marinos que nos pasaban por debajo cada quince segundos. Decidimos entonces bajar la trinqueta para cuidar nuestro aparejo. En cada ola el mástil de proa se sacudía como una varilla sin estructura. Cuando bajamos la trinqueta la velocidad disminuyo, pero la navegación se hizo un poco mas tranquila. No pegábamos tan fuerte en cada ola. Entonces baje a cocinar una sopa para Eduardo y para mi. Nos vendría bien recalentar el estomago y sacar la cabeza por un minuto de la tormenta. Mientras disfrutábamos del calor en la panza, pude ver desde el camarote de popa como las gigantescas olas nos pasaban por debajo en los veinticinco grados de escora que llevábamos.

El timón de viento, estoico mantenía el rumbo en medio de ese caos de agua salada y espuma. Le agradecí al cielo por el timón de viento y ya que estaba en el ámbito mágico-religioso aproveche para hacer una única petición: que no se venga abajo el mástil o estaríamos en problemas. Dios mediante el palo seguía ahí cuando salí tras terminarme la sopa. El cielo cubierto hacia difícil adivinar la hora, pero sin duda notábamos que ya estaba por caer la tarde.

El carguero se oculta tras la gigantesca ola.

El carguero se oculta tras la gigantesca ola. 

A lo lejos vi un carguero enorme que batallaba la tormenta en dirección opuesta a la nuestra. Rápidamente lo tuvimos a nuestro través y allí recién me di cuenta de las dimensiones de esas olas que nos pasaban por abajo. Cada ola embestía al carguero por su banda de babor y lo movía con la misma facilidad con la que mi hijo mueve la lancha naranja que usa en su bañera. Las olas pasaban por arriba del carguero sin problemas y fue entonces que nos dimos cuenta de que los del servicio meteorológico se habían quedado cortos en el calculo de altura de las olas de tormenta. El viento seguía en aumento y de vuelta tuvimos la sensación de que el frente era mas fuerte de lo que habían pronosticado.

Allí en la espuma éramos dos navegantes argentinos que querían llegar a la Republica Dominicana sanos y salvos. Aun nos quedaban muchas millas y el avance se hacia difícil en ese rumbo que casi nos ponía de frente con el frente.

La luz fue cayendo y la oscuridad del agua hizo a la escena aun mas tenebrosa. Ya no veíamos la cresta que se iba ni tampoco los valles desde lo alto de la onda. Justo antes de que terminara de anochecer una ola monstruosa nos paro en seco. Nos rompió sobre la cubierta y todo se cubrió de agua y espuma durante unos segundos. El cockpit se inundo de agua y el susto duro hasta la siguiente ola. Cada tanto es habitual encontrar en una tormenta una ola desmesuradamente mayor que las demás. Algunos le dicen rogue wave, otros la ola del diablo, pero lo cierto es que cuando te golpea esa, se te van las ganas de navegar de una.

No teníamos dudas de que iba a ser una noche difícil, pero habría que pasarla, como habíamos pasado las noches del pampero guacho en el ’87 y la tormenta del sur rumbo a Mar del Plata en el ’92. En ambas habíamos estado Eduardo, mi padre, mi hermano y yo. Sin dudas esta tormenta era mucho mas intimidante y peligrosa que cualquiera de las anteriores por las que había pasado el barco. Ahora tocaba afrontar la noche con el mejor espíritu posible. Como era costumbre, tome la primera guardia, pero note de inmediato que era distinta a todas las demás. Me mantuve alerta en todo momento. Cada dos minutos me asomaba para verificar que no venga ningún carguero en nuestra derrota. Al rato miraba el radar, que por suerte aun funcionaba con las bajas baterías. Con la gran tormenta no nos habíamos siquiera acordado de la hora de la radio. La prioridad era avanzar con precaución hacia nuestro destino. La verdad es que estaba un poco asustado, porque negarlo. Si algo se rompiera teníamos la costa a sotavento y no teníamos motor para salvarnos. Estábamos cruzando por sobre la cuerda floja sin red, y para colmo el viento nos sacudía como si quisiera voltearnos. El recordar las tormentas que había pasado el barco me daba esperanzas, pero cuando sentía las rachas de viento mas fuertes que nunca antes, las esperanzas se transformaban en miedo por la vida propia. Ya no importaba llegar o el viaje a Miami o siquiera el estado del barco. La supervivencia era lo único que importaba en medio de la noche aulladora.

No se hasta que hora pude tolerar esa tortura, ya que cada minuto se hacia interminable. En algún momento en el que ya tiritaba de frio me decidí a despertar a Eduardo que probablemente hubiera dormido cuatro horas. Era mi turno de descansar.

Me saque la ropa empapada y me tape con la gruesa bolsa de dormir por primera vez desde la partida. Estaba temblando del frio. Lentamente la temperatura fue regresando al cuerpo. Me dio pena por Eduardo que estaría sufriendo adentro. Mientras me iba quedando dormido, los ruidos de las olas que seguían pasando sobre la cubierta me arrullaban . Solo quería irme al mundo de los sueños para imaginar que en alguna parte me aguardaba una comida caliente y un sol cálido.

DIA 87: Millas recorridas 81 – Velocidad promedio 3.4 nudos