Amanecimos pensando que hoy seria el día en que volveríamos a escuchar el ruido del Volvo que por tantas horas nos había arrullado durante este viaje. En la conciliación del sueño, el ruido constante de las válvulas gastadas era como un colgante de bebe que nos ponía en sueño REM en cuestión de minutos. Desde hacia casi una semana que el motor no pasaba de dar algunos giros pero sin dar arranque.
Con ansiedad mirábamos hacia el muelle del Boatyard sin saber bien como iba a lucir el mecánico que nos mandarían desde el service de St. Michael. Lo esperábamos a la mañana, y a pesar de conocer sobre las relajadas costumbres de puntualidad de los mecánicos en general, teníamos la esperanza de verlo aparecer cerca de las nueve.
Mientras tomábamos mate la espera se vio distraída por el arribo del primer barco pirata que veíamos desde nuestra partida. Se parecía bastante a los que uno ve en las películas de clase B, y tenia un toque que mezclaba lo cursi con los efectos especiales típicos de las zonas turísticas. A bordo sonaba música del Caribe a todo volumen. Nos paso por la popa y se dirigió al muelle del Boatyard al que mirábamos desde las ocho.
Pronto decenas de turistas provenientes de algún crucero arribado en la mañana comenzaron a copar la nave pirata. Un tour de piratas blancos que no parecían saber mucho sobre el altamar, pero que sabían beber como camellos sedientos. Los vimos pasar con cierta pena por nuestra popa como sabiendo que ese tour no era representativo del mar que nos venia alojando desde Enero. De todos modos se lo habrán pasado bien entre margaritas y piñas colada.
Justo al mediodía decidí bajar al Boatyard como para hacer un llamado al service para preguntar por el mecánico. Mientras amarraba el bote de goma y subía al muelle los vi llegar. Eran dos morenos que se parecían a la versión caribeña de El Gordo y el Flaco. El flaco media dos metros y parecía ser el asistente ya que traía una gigantesca caja de herramientas sobre sus hombros. El Gordo no era tan gordo, pero en comparación con el alto flaco que le cargaba las herramientas parecía su antitesis de serie televisiva. Lo primero que me pregunte era como haría para cargar todos eso kilos en el mínimo bote inflable que nos servia de balsa. Los morenos no se asustaron y tras saludarme bajaron por el muelle hasta encontrarse junto al botecito. Primero subí yo como para darles una guía y ayudarlos en el abordaje. Acto seguido subió el El Gordo y se coloco en medio del bote. El Flaco le paso las herramientas y el bote se hundió bastante en las cristalinas aguas de Carlisle Bay. Ahora venia la prueba de fuego: la subida de los dos metros de piel y hueso del Flaco. Con la carente sutileza de una jirafa que intenta hacer equilibrio sobre una cuerda floja el Flaco se lanzo abordo sin pensarlo. Entro agua por todas partes. De todos modos el botecito de dos metros y medio de largo se mantuvo a flote, apenas a flote. Creo que si cargábamos una bolsa de pan, íbamos a pique. Les pedí que se quedaran lo mas quietos posible y me hicieron caso. Ellos tampoco querían ir a buscar las herramientas al fondo de la Bahía. Avanzamos hacia el Tremebunda con una tortuguesca lentitud. No solo no quería que entre agua sino que no podía avanzar mas rápido. Cinco minuto mas tarde el Flaco se subió de un solo paso al cockpit del barco. El bote subió diez centímetros y el peligro de hundimiento se perdió tanto como mis ganas de remar. Subió la caja de herramientas y el Gordo atrás.
Prontamente se lanzaron a hacer los testeos iniciales que nosotros ya habíamos probado infinidad de veces. Se intento dar arranque, se descomprimió, se agregaron uno a uno los cilindros pero nada. El Gordo y El Flaco hablaban entre ellos en un idioma que no lográbamos descifrar. Después me hablaban a mi en el mismo idioma, por lo que supuse que el idioma era el ingles, pero yo seguía sin entenderlos. Cada frase era repetida varias veces hasta que yo creía haber comprendido algo. Siguieron probando y hablando en su idioma secreto.
Empezaron a desarmar el motor y nuestra ansiedad seguía en ascenso. La verdad es que a pesar de nuestro optimismo, el Gordo y el Flaco no nos inspiraban confianza. Desarmaron por un rato largo hasta llegar a destapar el motor y abrieron la tapa de cilindros. No eran muy expresivos, pero parecían haber descubierto algo. En esa mezcla de zulu con ingles me comunicaron que la junta de la tapa de cilindros estaba dañada. Sin esa junta el motor no hacia compresión y no iba a arrancar nunca. También habría que cambiar el aceite dado que se había pasado agua al aceite por este problema de la junta. Eduardo ya sabia lo del aceite pero no lo de la junta. Era esperable.
Antes de irse nos dieron la noticia acerca de la espera. La junta de la tapa no estaba disponible en Barbados y la única opción era ordenarla de la fabrica, lo cual demoraría un par de semanas. Para nosotros era inaceptable esperar tanto. Les dijimos que intentaríamos conseguirla en Miami (idea de Edu) a través de mi padre y mandárselas al taller. Les pareció buena idea (creo) . Quedaba aun bajar a los mastodontes hasta el muelle.
Tras dejarlos en el Boatyard me volví remando con la desazón del boxeador vencido. Habría que esperar a que mi padre consiguiera el repuesto en su ciudad esperando que allí si estuviera disponible.
No se en que pasamos la tarde pero me acuerdo que nos conectamos temprano a la radio esperando a hablar con Zarate para que pasaran el pedido de repuestos a mi viejo. A las siete ya habíamos pasado la mala noticia y esperábamos la respuesta al día siguiente. Lastiri llamaría a mi padre para que colocara el pedido y nos lo enviara a Barbados.
Antes de acostarme mire el motor abierto tal como lo habían dejado los mecánicos de TV. Era una pena verlo así, pero algo en mi aun quería creer que en unos días volvería a escucharlo rugir.