Habíamos comenzado el cuarto día desde nuestra partida de Brasil y los tres ya estábamos habituados a la rutina del mar. Las guardias nocturnas eran mas fáciles de digerir al ser compartidas de a tres y el espíritu de la tripulación era bueno. Mi hermano continuaba con sus anotaciones y sus cálculos para ver si efectivamente llegaríamos el día 16 a Barbados. A falta de planillas de Excel, su libreta lo ayudaba a calcular lo incalculable. En el mar no hay tiempo. Las horas son distintas y por mas que intentemos extrapolarlas al minutero de la civilización, esta extrapolación pierde sentido en la inmensidad del océano.
La variante del pescado fue el estrenar la sartén con aceite. Los filetes fritos nos cayeron mas que bien para salirnos de la monotonía de la intensa lluvia. Por momentos la visibilidad era muy poco a causa de la gran cantidad de agua que nos caía desde el cielo. Muchos navegantes aprovechan estos aguaceros para rellenar sus tanques de agua pero nosotros no contábamos con el sofisticado sistema de lonas y mangueras para acumular el agua que caía. Entonces el aroma corporal nos hizo recordar que si había una manera de aprovechar esa agua que literalmente nos venia de arriba. Era hora de darnos la primera ducha oceánica. El regador era tan inmenso como la nubosidad que nos cubría y la intensidad o temperatura no eran regulables.
Afuera el sensor de temperatura del ecosonda marcaba veinticinco grados pero la lluvia, que venia de la helada atmosfera sin duda estaba mas fresca. Curiosamente es bastante mas complicado de lo que parece el enjuagarse con un duchador tan grande. Lo mas efectivo era juntar agua en un balde para tirársela uno en la cabeza, aunque esto aumentaba el escalofrió. A pesar de encontrarnos a pocas millas del ecuador, el frio existe, al menos en su forma relativa. El viento cambiaba en intensidad y dirección pero la Treme seguía avanzando en el hemisferio norte.
Pasada la sesión de ducha nos mantuvimos secos adentro. La tarde se paso entre mates y lluvia. A las siete llego la hora de la radio y pudimos hablar con mis padres a través del puente que nos hacia Eduardo Lastiri desde Zarate. La claridad a través de este método era realmente limitada, pero de algún modo la voz de mi madre, con sus frecuencias medias y altas exaltadas nos llegaba tan claro como cuando nos retaba de chicos. Tal vez fuera unos de esos mecanismos instintivos similar al de las aves marinas, que siempre pueden reconocer el chillido de la madre.
Al finalizar la conversa radial Iñaki nos deleito con unos Macaroni con tuco. El menú definitivamente había mejorado de manera considerable desde la llegada de mi hermano. Me quede despierto con la primera guardia de la noche. En la inmensidad del océano uno contempla lo insignificante que es uno. Hace días que no vemos barcos ni tierra. Hace días que la libertad y la paz han cobrado un nuevo significado: la inexplicable sensación de que uno es responsable de los actos propios, pero que la naturaleza lo domina todo y nos da el marco para experimentar una libertad limitada a nuestras posibilidades.
DIA 62: Millas recorridas 125 – Velocidad Promedio 5.25 nudos