Dia 45: Itaparica

Habíamos decidido hacer una parada de turismo náutico antes de dejar Bahía atrás. Daniel nos había comentado sobre la belleza y el ambiente especial que tenia Itaparica. Entonces confiamos en el y decidimos seguirlo hasta la isla que se encuentra cruzando la Bahía de Todos los Santos.
El día anterior había llegado Lorena, la mujer de Daniel, desde Buenos Aires y dijeron que se irían temprano para Itaparica. Nosotros nos demoramos con algunas compras de ultimo momento. Lo de siempre: arroz, pan, arvejas y sal – con eso podríamos sobrevivir utilizando de mis limitadas dotes de Chef pobre. Aun conservaba en la memoria las imágenes de la noche anterior: el descontrol de la gente, la represión de la policía que ni bien alguien intentaba empujar con violencia o subirse a donde no correspondía ingresaba con los garrotes, las infinitas caipirinhas que vimos consumir. Al salir del Centro Nautico da Bahía ( así se llamaba la marina, y no es que me haya acordado, sino que la memoria de elefante de Eduardo me lo comunico vía yahoo ) pude constatar como había quedado el campo de batalla. Serian las nueve pero no se veía a casi nadie en la calle. Se notaba que la ciudad había estado de juerga hasta tarde. Recuerdo a los barrenderos tratando de no perder la calma ante la faraónica tarea que les aguardaba. Papeles, vasos, botellas y basura variada podía verse por todas partes.  Frente al Mercado Modelo había un barcito que tenia tan solo 3 metros de ancho. Con asombro vi como paraba el camión repartidor de Cachaca a reponer el consumo de la noche anterior. Tal como uno ve en Buenos Aires la descarga de 8 o 10 cajones de cerveza, aquí descargaban cantidad de cajones de Cachaca que servirían como combustible para la fiesta de la noche por venir. En cierto modo esta ciudad parecía estar siempre en fiesta. Claro esta que llegamos en una temporada clave para la joda, pero la calma y la decisión con la que se descargaban esos cajones me hacia pensar que este día tenia algo de rutinario para el repartidor.

Volví al Treme y comenzamos el cruce de la Bahía a motor. Recuerdo que nos tomo unas dos horas hacer el cruce y nuestro espíritu estaba de buen humor. Íbamos a conocer otro lugar y a prepararnos para continuar nuestro viaje. como si fuéramos a un retiro para navegantes que los aclimata luego de ver tanto descontrol junto en Salvador.

El centro de Itaparica

El centro de Itaparica

Dejamos el Farol da Barra por babor dándole bastante respeto a los bancos de arena que lo circundaban. No teníamos ganas de perder energía para sacar a la nave de una varadura por lo que avanzamos con cuidado. No teníamos cartas precisas de la zona, así que la precaución era el mejor mapa. Llegamos pasado el medio día y nos fondeamos cerca del Cenizo donde Daniel y Lorena estarían celebrando su reencuentro. Nos bajamos remando hasta un muelle donde nos encontramos con uno de esos personajes que solo habitan en los puertos. Este recuerdo llega por cortesía de Eduardo, dado que en verdad no tengo en mi memoria a este personaje, pero creo en la descripción minuciosa de mi compañero y mientras tipeo, casi me acuerdo o me imagino que me acuerdo del fulano. Era un tipo grande de pelo largo que venia navegando a bordo de un velero de madera de uno 8 metros. A bordo su nueva novia que tendría un tercio de su edad y los insumos para realizar su arte: la pintura. Nos conto que había recién terminado un mural grande en Itaparica y ahora estaba descansando. El arte fatiga, esto lo sabemos bien por experiencia. Así que lo saludamos y caminamos por las calles estrechas de Itaparica. Este lugar era en cierto modo la antítesis de Salvador. Parecía una ciudad detenida en el tiempo. Todo era calma en este lugar y nuestra caminata fue mas bien una mirada de reconocimiento mas que un tour completo. Volvimos antes del atardecer remando al Tremebunda, esta vez remando un poco mas cerca del Cenizo. Daniel estaba en el cockpit y nos vio remando cuando estábamos a unas pocas esloras del casco rojo.

La costanera de Itaparica. Contra estas paredes atan los barcos para pintarles el fondo.

La costanera de Itaparica. Contra estas paredes atan los barcos para pintarles el fondo.

Nos invito a subir. Conocí a Lorena que nos recibió con la misma sonrisa que se recibe a los amigos de siempre. En seguida nos propusieron una idea irresistible para la cena: Linguiza a la parrilla. ( NOTA: Linguiza significa Chorizo Brasilero y si, Daniel tenia parilla a bordo). Eduardo y yo habíamos tenido ya un debate intelectual sobre la postura acerca de las parillas a bordo y no nos habíamos puesto nunca de acuerdo. Yo soy de los que opinan que el carbón a la brasa no se corresponde con la navegación a vela. Es una postura obtusa y absolutista, pero así es. Eduardo en cambio seguía intentando convencerme de que era la apoteosis de la comida a bordo. Nunca logro convencerme, pero cabe aclarar de que yo me negaba a instalar una parrilla a bordo de mi embarcación, pero estaba gustosamente dispuesto a disfrutar de los embutidos asados en la parilla del Cenizo. En este sentido había logrado relajar mis convicciones para no pasar por un ortodoxo opositor al fuego de a bordo.

 

La famosa Linguiza

La famosa Linguiza

Remamos de ida a y vuelta al Tremebunda. En ese corto trayecto notamos que tenían a un velero atado contra una pared de cemento. Se notaba que la amplitud de la marea dejaba al barco en seco durante la bajamar y lo retornaba a su estado de flote cuando las aguas regresaban con la pleamar. Daniel luego nos conto que así es como pintan el fondo de los barcos allí: los atan a una pared, esperan que agua baje y toman la lata de pintura antifouling para atacar ni bien se los permite la marea. Tienen pocas horas para hacerlo y en cierto modo les envidiaba este precario método que les permitía completar la tarea que en nuestro barco me tomaba días de ardua labor. A veces las limitaciones nos ayudan a ser mas efectivos y menos detallistas.

Cuando regresamos al Cenizo, el fuego ya estaba cocinando las linguizas y la boca se nos hacia agua. Hacia mucho que no comíamos nada asado, desde la partida creo yo. Charlamos hasta tarde a bordo del barco de Daniel, mayormente sobre el trayecto que nos aguardaba. Sin duda había sido una excelente idea la de cruzar la Bahía. Fue la ultima recalada sugerida por Daniel durante nuestro viaje, pero una que quedaría en la memoria.