Hoy mi hermano cumple treinta y seis. Hace una década, mientras cumplía sus veintiséis, mis padres lo estaban pasando a buscar por el Townhouse en el que vivía en Coconut Grove para llevarlo al aeropuerto. Partiendo de Miami sobrevolaría el mar caribe y medio Brasil para aterrizar en Sao Paulo y desde allí en doble escala, a través de Recife, aterrizaría en Fortaleza al día siguiente.
Ayer Iñaki me trajo su bitácora del viaje del 2003, lo cual me va a ayudar a recordar mejor las dos semanas que pasamos juntos hace una década. En su descripción del cumpleaños numero veintiséis dice sentir que se estaba poniendo viejo. Es curioso como cada uno vive las etapas de un modo distinto. Hay niños de cuarenta y adultos de dieciséis. Mi hermano creo maduro temprano y yo de algún modo venia en mi viaje buscando la madurez que me costo casi un década encontrar en el hemisferio norte.
Durante la noche nos habíamos acercado mucho a Fortaleza. En las horas tempranas de la madrugada se podía observar el resplandor de la ciudad en nuestra proa. Amaneció tranquilo y despejado el día. Sabíamos que teníamos dos alternativas para amarrar: en la bahía fondeados frente al puerto o en el hotel Marina Park. Varios navegantes en Bahía nos habían recomendado ir al Marina Park dado que fondear frente al puerto era un tanto inseguro. Habíamos escuchado historias de atracos a bordo y esto nos basto para tomar la decisión. Estaríamos tan solo un par de días y pagar la marina se justificaba a cambio de la seguridad de saber que podríamos seguir el viaje sin problemas. Si nos hubieran robado la radio o el GPS el viaje no podría continuar. La seguridad era una de nuestras prioridades tanto en tierra como en alta mar.
No sabíamos exactamente en donde quedaba el Marina Park, así que la noche anterior le pedimos a Lastiri en Zarate que busque las coordenadas. En internet encontró una serie de waypoints que nos permitirían llegar sin problemas a la marina. Como a las 6 AM ya teníamos la ciudad cerca. Vimos el puerto a babor y la bahía donde fondeaban los pescadores y navegantes mas arriesgados. Ingresamos los waypoints en el GPS y comenzamos a navegar la ruta de entrada que nos habían pasado por radio.
Como una hora mas tarde comenzamos a ver algo extraño en nuestra proa. Justo en la ruta se veía una estructura semi hundida, por lo que tuvimos que alterar el rumbo para esquivarla. Supusimos que se trataba de un naufragio reciente. Al pasar cerca vimos que era un viejo carguero semi hundido y que de seguro estaba allí encallado hace décadas. Volvimos a revisar las coordenadas de los waypoints y efectivamente la ruta sugerida pasaba justo por sobre el carguero semi hundido. Esto nos volvía a enseñar que nunca se puede tener fe ciega en los datos o en las cartas. La intuición del marino y los sentidos alertas son siempre la principal herramienta para llegar bien a puerto. Mientras alcanzábamos el naufragio vimos a uno de los pescadores locales navegando a vela en su canoa. En el nordeste los pescadores no utilizan motor porque saben que la constancia de los vientos alisios les permitirá siempre ir y volver sin gastar combustible. De mas esta decir que este tipo de “pescadores a vela” contaban con la mayor de nuestras simpatías. Pescar esta muy bien, pero pescar a vela es sin duda aun mejor. Cada amanecer los pescadores salen en sus Jangadas a ganarse la vida utilizando los mismos vientos que nos habían traído hasta allí.
Los demás waypoints si nos sirvieron para ubicar la entrada al hotel con marina en el cual nos amarraríamos. Al ingresar por la escollera tuvimos la sensación de estar ingresando en otro mundo de privilegio y aislamiento. El contraste entre la pobreza de Recife y el lujo relativo del Marina Park no dejaba de asombrarme. He aprendido que el contraste no solo resalta, sino que además amplifica las diferencias. Habíamos llegado al lugar seguro y controlado desde el cual nos despediríamos de este Brasil tan dispar y tan cálido. En las diferencias sociales no había un odio respirable. Había una aceptación compartida de que cada uno tenia su lugar en el Brasil que les tocaba. Se respiraba una cordial integración que no todas las naciones pobres tienen en su haber.
Amarramos el barco y nos bajamos a pagar la estadía. Luego la ducha y la siesta merecida tras una noche con muy poco sueño. La ultima parada en portugués. A partir de aquí el mar y el hemisferio norte nos aguardaban.