Dia 90: Puerto cerrado

El plan era salir de una vez. Para ello nos dirigimos a la lúgubre oficina de inmigración del puerto. Allí el oficial nos dijo que primero tendríamos que dar salida con el guarda costa, pero que dudaba que el puerto estuviera aun abierto. No podíamos creerlo.

Efectivamente caminamos hasta la oficina del guarda costa y allí mismo en el escritorio de entradas y salidas nos informaron que durante todo el día el puerto permanecería cerrado para el ingreso y egreso de naves. En verdad todavía soplaba un poco bastante pero no era nada comparado a las ráfagas que habíamos sufrido Eduardo y yo un par de días antes.

En este caso de inmediato nos dimos cuenta de que no era un tema sujeto al debate, sino que nos tocaría acatar la ley. Me acorde de las veces que nos habíamos quedado varados del lado uruguayo ( el lado bueno ) del Rio de la Plata cuando el Puerto de Colonia se cerraba por una fuerte sudestada o por algún Pampero que se avecinaba. Hoy la demora nos la daban los oficiales de la Republica Dominicana.

Como no teníamos mas que hacer nos decidimos a caminar por las calles aledañas al puerto. Seguimos por una de las paralelas al mar y pudimos observar la verdadera dinámica de la población en el ultimo día de la semana. Se nos ocurrió que seria una buena oportunidad como para hacer algunas compras que nos harían falta durante la etapa final. Preguntamos dos veces y las dos veces nos mandaron para La Sirena, el principal supermercado de la ciudad. Estaba como a diez cuadras del puerto pero el tramo se nos hizo corto por la distracción del ir recorriendo por primera vez una ciudad tan pintoresca.

En La Sirena compramos pan y mermelada, mas arroz y azúcar y , por supuesto cantidad de cerveza Presidente de litro. Después de todo habíamos vuelto a tener frio en la heladera gracias al mecánico Alberto.

En el camino de regreso los tres preferíamos parar cada dos cuadras para descansar las manos de la presión de las bolsas de polietileno cargadas. Una media hora mas tarde volvimos a pasar por el guarda costa y observamos que había en la puerta un cartel que leía “Puerto Cerrado”. No se si estuviera dirigido a nosotros o si era que los oficiales preferían jugar domino adentro mientras se tomaban el día libra gracias al clima ventoso que iba en franco declive.

Jose instala un panel solar pensando en que el motor podia volver a fallar.

Jose instala un panel solar pensando en que el motor podia volver a fallar.

 

Una vez a bordo del barco, acomodamos las compras y nos sentamos en el cockpit a escuchar música. Mi papa se sirvió un whisky que se había traído de Miami mientras se encendía un puro. Max y yo compartimos una de litro. A decir verdad estaba disfrutando de esta partida demorada. Ya llevaba tres meses en el agua y el simple hecho de tirarse a escuchar casetes y tomar algo con un amigo y mi papa no estaba nada mal.

Comimos unos sándwiches como para engañar al estomago. Después del almuerzo mi papa se puso a instalar un pequeño panel solar que se había traído de West Marine para ayudar a recargar las baterías en caso de que el Volvo no arrancara. El motor estaba vivo pero no nos pareció mala idea tener instalado el panel para que recargara los 12 volts durante el resto de las millas a Miami. Una vez terminado el proyecto ya no teníamos nada para hacer, así que nos fuimos nuevamente a saludar a nuestros amigos cristianos del barco hospital.

Max se relaja mientras aguardamos que reabra el puerto.

Max se relaja mientras aguardamos que reabra el puerto.

Esta vez subimos directamente y preguntamos por los jóvenes de los cuales aun recordábamos los nombres. En seguida aparecieron con esa sonrisa bonachona de los creyentes. Esta vez no teníamos la excusa del motor encendido por lo que aceptamos la invitación al buffet del barco. Allí nos ofrecieron algo de tomar ( sin alcohol, claro esta ) y nos siguieron contando sobre la misión del Caribbean Mercy. Era un hospital oftalmológico flotante que viajaba por todo el caribe y centro américa viendo a la gente mas necesitada. Escuchamos la narración del viaje a Honduras y del gran bien que habían hecho entre la población local con problemas en la vista. Entre los pacientes que estaban atendiendo en Dominicana había un amplio porcentaje de niños a los que el buque hospital les había literalmente salvado la vista. Luego cada uno de los muchachos y chicas nos contaron sobre su disímil origen y los motivos que los habían llevado a enrolarse en la misión. Cada uno tenia sus motores pero todos venían de alguna congregación que apoyaba este tipo de misiones y que reclutaba jóvenes para ayudar en el Caribbean Mercy.

Al rato vi que mi padre se encontraba otra vez acorralado por el mismo sujeto de ferviente fe del día anterior. Era un gordo con cara de simpaticón y una barba corta y canosa. La sonrisa nerviosa de mi padre no lograba ocultar que se sentía incomodo, pero el gordo simpaticón no leía muy bien sus gestos o creía que su fe era mas poderosa que la reticente actitud de mi padre para aceptar a Cristo como su salvador.

Allí nos entretuvimos buena parte de la tarde hasta que decidimos invitar a los jóvenes al barco para retribuir su hospitalidad. Unos cuantos bajaron del Caribbean Mercy, pero para alivio de mi papa el sujeto de barba blanca se quedo abordo ( orando supongo ).  A los muchachos les gusto la visita al Tremebunda y en seguida me inundaron con preguntas sobre la travesía. Me sentía como un rock star del agua en la Republica Dominicana. Bizarro.

Cuando vieron que sacamos el mate, nuestros visitantes pensaron que era buena hora para retirarse, dado que no era bueno que los vieran cerca de la droga. Nosotros los despedimos desde la proa y pudimos al fin volver a ser nosotros.

Esa noche hablamos por radio con Zarate y Campana. Julio nos conto que Eduardo se había quedado también varado ( como nosotros ) en el Aeropuerto de Miami. Se suponía que a su llegada tomaría un vuelo directo a Buenos Aires, pero dicho vuelo se había cancelado por desperfectos técnicos. Por mas que le duela al oficial de inmigración de la Embajada en Buenos Aires, mi buen amigo Edu paso una noche entera en un hotel cercano al Aeropuerto. Lo curioso de la situación es que no dejaron que viera a mi madre que quiso pasar a saludarlo por ser pasajero en transito y hasta le pusieron un guardia en el pasillo de su piso para que no intentara escaparse. Otra situación bizarra sin dudas.

Salimos a cenar cerca del puerto y disfrutamos de la ultima cena sin zarandeos. Contamos chistes y disfrutamos del relax de la noche de Puerto Plata. Era hora de prepararnos para la partida. Mientras mi papa enfilaba para el barco a Max no le costo mucho convencerme de una ronda de tragos en alguno de esos barsuchos de mala muerte. Mi lógica me justifico: vaya a saber cuando es que pueda regresar a esta ciudad del caribe para compartir unos tragos con un amigo.

Dia 89: La despedida de Edu

Había llegado el día de la despedida. Eduardo se volvía a Buenos Aires en avión desde la Republica Dominicana. El plan original era que me acompañara hasta Miami, pero un oficial de inmigración de la embajada americana en nuestra ciudad natal no había entendido nuestro plan. Solo queríamos compartir la travesía entera. Por motivos distintos ambos queríamos hacer el trayecto entero, pero Eduardo se volvía y hasta aquí había estado bien. Ahora me tocaba asumir la capitanía completa de la nave.

El día anterior, tras el dramático arribo al pueblo, me había reencontrado con mi padre. Atrás habían quedado los recuerdos de su operación doble. Ahora era el momento de reencontrarnos en el agua, el liquido que nos había unido alguna vez, retomaba su función regeneradora. Atrás quedaba la distancia que nos había separado durante la ultima década. En adelante la nueva relación, de un padre con su hijo que en ese viaje se estaba al fin, convirtiendo en hombre. Atrás Buenos Aires. Adelante Miami.

La entrada a Dominicana había sido precaria por la condición del barco y la falta de motor. Nos habíamos fondeado cerca de un barco blanco enorme que resulto ser un barco hospital de unos cristianos misioneros a los que conoceríamos esa misma tarde. Al regresar del guarda costa ambos notamos que el barco ya no estaba junto al buque hospital. La tormenta se lo estaba llevando para las piedras y si nos hubiéramos demorado mas el chiste hubiera terminado en tragedia. Unos minutos mas tarde le pedimos remolque a una lancha para que nos arrimara al muelle donde dos horas mas tarde aparecería mi papa y mi amigo Max.

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Amarrando el barco. Edu y Jose comparten la tarea

Esa noche celebramos con una merecida cena típica y muchas Presidente. Se celebraba el arribo, el reencuentro de dos amigos y la despedida de dos compañeros que quedarían unidos por siempre en el recuerdo de las miles de millas recorridas desde la escollera del Club Barrancas.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Brindis de dos amigos, un padre e hijo y dos compañeros.

Al mediodía siguiente Eduardo partía hacia Buenos Aires, vía Miami. Lo fuimos a despedir hasta la entrada del puerto donde se tomo un taxi hacia el aeropuerto.  No se cayeron lagrimas, pero cuando lo vi partir me dio una cierta incertidumbre en como transcurrirían las millas que nos restaban recorrer con Max y con mi padre.

Tomando Presidente, la  cerveza oficial de la RD.

Tomando Presidente, la cerveza oficial de la RD.

Acto seguido nos dedicamos a buscar mecánico para ver si era cierto que la maña dominicana era mayor que la de los mecánicos zulú de Barbados. Todos en el puerto nos recomendaban a Alberto. Ese nombre no me lo voy a olvidar.

Como a la hora nos golpearon el casco y un morochito bastante joven se presento como el mecánico. Estaba de jean y remera, porque ya se iba para la casa. Pero un buen mecánico no puede dejar un motor sin andar. Al menos Alberto no podía.  Con eficaz velocidad desarmo el motor e hizo sus propias pruebas. El jean y la camisa ya no estaban limpias. La verdad es que no se que trucos hizo, pero en menos de una hora tenia el Volvo andando. Yo no lo podía creer. El motor había resucitado.

De todos modos Alberto nos dijo que el motor no tenia buena compresión y que lo adecuado seria en Miami desarmarlo y darle una rectificada. Tenia demasiadas horas encima. Le pagamos sus servicios y le dimos una merecida propina. Antes de que se baje del barco Max le pregunto a donde podíamos ir a celebrar la resurrección del motor esa noche. Alberto no dudo: La Palmera.

La felicidad era plena. El motor seguía recargando las baterías y yo tenia la certeza de que al día siguiente podríamos salir si la tormenta calmaba como estaba pronosticado. Mientras el motor cargaba fuimos a caminar por el puerto y nos encontramos frente al buque hospital.  Un grupo de jóvenes nos sonrió y en correcto ingles americano nos invito a subir. Como no teníamos nada que hacer aceptamos. Siempre es interesante conocer los intestinos de un barco gigante.

Nos contaron que eran jóvenes misioneros que navegaban por el caribe dando tratamientos médicos a la gente necesitada. Esto sin duda nos cayo bien, a pesar de que hablaran de Jesús y del señor cada quince palabras.

A mi papa lo agarro un misionero adulto y a Max y a mi nos dejaron con la juventud. Vi la cara de incomodidad de mi papa cuando el misionero le empezó a preguntar sobre sus creencias y pregonar la palabra del señor. Nos excusamos de los misioneros agradeciéndoles su invitación y su labor humanitaria, porque no.

El motor seguía rugiendo a dos mil vueltas y calculamos que había sido suficiente. Solo por tentar el destino apagamos el Volvo. A los dos minutos decidí volver a encenderlo para ver si debía insultar a la familia de Alberto o no. No tuve que insultar a nadie. El Volvo volvió a encender sin problemas.

Tras la cena a bordo, la prometida salida se hizo necesaria. Mi papa se quedo descansando a bordo y los muchachos salimos de joda. Paramos el primer taxi que encontramos para que nos llevara. Nos dijo que quedaba en las afueras y nosotros le dimos el OK. La ciudad fue mutando hasta desaparecer. Estábamos en la ruta y el viaje se me hacia mas largo de lo que esperaba.

De repente el taxi se detuvo en medio de la ruta y vimos el establecimiento que nos había recomendado Alberto. Era un Nite Club de ruta, pero algo de bueno debería tener.  Por empezar la cerveza la vendían de a litro y la mayoría de los presentes era del genero femenino. En seguida notamos que las meseras eran cariñosas por demás, pero no nos distrajimos demasiado. Pedimos una segunda Presidente de litro y disfrutamos de nuestra salida. A Max no lo veía desde mi visita anterior a Miami un año y medio antes.

Comenzamos a notar que algunas de las chicas se retiraban con señores en sus carros. También notamos que casi no quedaban hombres y una de las cariñosas meseras nos vino a preguntar si queríamos otra ya que estaban por cerrar. Le pedimos otra nomas. Ni bien nos la trajeron pagamos y las luces se encendieron como en un boliche que cierra. Seria la medianoche, la hora de cierre de los Nite Clubs de ruta en Dominicana, se ve. Quedaban siete chicas, de las cuales tres eran meseras y tres tipos. Uno era el dueño y los otros dos los de la cocina y el bar. Nos miraban todos con cara de que querían irse. No les íbamos a dejar la cerveza, pero si podíamos apurar el trago. Agradecimos la espera con un gesto y salimos al estacionamiento para ver como volvíamos. Cuando nos dimos vuelta, los dos empleados nos pasaron en un ciclomotor y vimos como las siete chicas se metían en el auto del dueño. Los paramos cuando iban de salida, pero no nos hicieron caso. La Palmera ya había cerrado.

Calculo que estaríamos a unos diez kilómetros de Puerto Plata, pero la verdad es que parecía que estábamos en medio de la selva. La ruta se veía desierta y ambos comenzamos a caminar hacia la ciudad. No podíamos creer lo que nos estaba pasando. De pronto en el oscuridad de la ruta vimos una lucecita que venia desde atrás. Nos plantamos en medio de la ruta decididos a parar a quien sea. Era un moto taxi. Celebramos su parada como si se tratara de la victoria en un campeonato mundial. Fuimos los tres abrazados en ciclomotor como si nos conociéramos de toda la vida.

Al llegar al Puerto le pedimos al moto taxista que nos indicara donde mas podíamos ir para seguir bebiendo y no dio a entender que nos daríamos cuenta solos. Habíamos regresado a Puerto Plata y eso era lo importante.