Hacia dos meses que habíamos dejado atrás la escollera del Club Barrancas. A cada hora nos acercábamos mas a esa línea imaginaria que divide al planeta en dos hemisferios desiguales. La madrugada había comenzado de un modo agitado. A mi me tocaba la primera guardia, que en cierto modo era la mas difícil, dado que uno acarreaba el cansancio del día a bordo.
Pasada la media noche, unos lejanos nubarrones negros comenzaron a acercarse. Algunos pasaban cerca y nos tiraban ráfagas de viento que descendía del cummulus nimbus cargado de agua y electricidad. Era una experiencia que ya habíamos pasado, pero en cierto modo el tamaño de las nubes y la persistencia en su arribo era lo que sorprendía y me preocupaba un poco. A pesar de no haber luna, la penumbra siempre me dejaba ver algo. Estos pocos metros de visión desaparecieron a las dos y media. Me daba cuenta que la nube negra que se aproximaba no era una mas, era definitivamente enorme y amenazadora y tras de ella no se veía mas nada. Decidí enrollar el genoa, aunque nuestra velocidad bajara un poco. Estábamos avanzando a increíble velocidad: entre ocho y nueve nudos era casi un record para el barco. Pero el record verdadero estaba por llegar.
El genoa no enrollaba y la nube negra ya estaba sobre nosotros. No sabia si despertar a los muchachos para que me ayuden. Esta duda se acabo con mi grito hacia adentro de la cabina cuando la nube empezó a hacerme sentir los treinta y cinco nudos saliendo de su tripa oscura y ascendente. El barco comenzó a sacudirse y casi a planear sobre las olas. Si mal no recuerdo llegamos a doce nudos de velocidad ( el record del que hablaba) y la situación se estaba tornando peligrosa. Habría que ir a la proa a destrabar el enrollador.
Eduardo e Iñaki salieron preocupados mientras yo me ponía el arnés de seguridad para ir a evitar la catástrofe. Mientras caminaba con cuidado hacia la proa y las olas me empapaban, me acordaba de Insua y su decidida e intransigente oposición al enrollador. Tenia que darle la razón y de seguro no sabría que estaba acordándome de el en ese momento. Al llegar adelante apenas podía ver lo que pasaba. Luego de un minuto pude ver que el cabo se había salido del tambor y esto no permitía enrollar. Lo volví a meter y regrese hacia popa. La cara de mi hermano aun llevaba preocupación. No le gustaba nada esta excursión gratuita a la proa, pero había que hacerla para no romper nada y poder proseguir. El viento comenzó a soplar mas duro por lo que decidimos bajar la vela del mástil de popa. Así y todo seguíamos avanzando a siete nudos. Mi hermano se quedo conmigo en la guardia como hasta las cinco, hora en la que despertamos a Edu y nos fuimos a dormir.
Cuando nos levantamos el día seguía nublado y los chaparrones llegaban y se iban como hacen los colectivos en las grandes ciudades. Al mediodía mi hermano le insistió a Edu para que tirase la caña con su señuelo Rapala, del cual ya había oído grandes maravillas. La insistencia iba a dar buenos frutos solo unos minutos mas tarde. La caña se doblo mas que nunca y debimos aflojar las velas para ayudar a traer a la víctima que sin duda seria mas grande. Cinco minutos mas tarde pudimos ver a la dorada saltar del alguna dos pies en el aire. Era la lucha por su supervivencia, pero nosotros no se la íbamos a hacer fácil. Nosotros luchábamos por el alimento y por la aventura de pescar. Mi hermano tomo el bichero y engancho a la dorada de una de las agallas, como debe hacerse. El pez pesaba en cantidad.
Una vez en el cockpit los tres vimos con asombro como se sacudía y golpeaba contra todas las superficies tiñéndolo todo de color sangre. Una vez se apago la vida del pez empezó la sesión de fotos y medición. El ahora pescado media un metro treinta y pesaba mas de diez kilos. Visto desde arriba ocupaba casi todo el piso del cockpit. Sin duda nos iba a alcanzar para varias comidas a los tres. La primera variante fue sencilla pero deliciosa: dorada a la plancha ( la misma receta del atún que pescamos en Abrolhos )
La verdad es que la travesía de a tres se hacia mas entretenida y menos exigente. Iñaki se durmió una siesta tras la conversación por radio con Zarate, para recuperar el cansancio de la madrugada. Al levantarse nos cocino un Fetuccinni Alfredo que fue muy bienvenido por Eduardo y por mi. Teníamos no solo un buen compañero de guardia a bordo, sino que también un hábil cocinero siempre dispuesto a satisfacer el hambre de los tripulantes.
Me fui a dormir temprano. El cuerpo no daba mas y el lujo de ser tres me permitía descansar sin remordimiento, al menos hasta la próxima guardia.
DIA 60 – Millas recorridas : 147 – Velocidad Promedio: 6.2 nudos