Apenas pasada la medianoche sentí ruidos en cubierta y decidí salir. Mi hermano estaba intentando enrollar el genoa, pero nuevamente se encontraba trabado. El viento había aumentado a mas de veinte nudos y la genoa completa era demasiado para la condición reinante. Iluminado por la luna en cuarto creciente, Iñaki se calzo el arnés de seguridad y se fue a la proa para ver que pasaba. Desde atrás podía ver como se agarraba fuertemente del casco para que no despidiera el movimiento constante de las olas que agitaban la proa de arriba abajo. Pudo destrabar el cabo del enrollador y enrollamos el genoa entero por consejo de mi hermano. Había un tramo del cabo que permite enrollar que estaba a punto de cortarse. Antes de que mi hermano se fuera a descansar a la litera me puse el arnés yo para ir a evaluar la situación. Definitivamente deberíamos reemplazar el cabo, pero lo haríamos recién con la llegada de la luz diurna. Decidí ponerle un seguro adicional al cabo del enrollador, por si efectivamente se cortaba el cabo, para evitar que se desenrollara la vela entera en esos veinticinco nudos del noreste.
Ya que estaba levantado le sugerí a mi hermano que descansara algunas horas. Me quede en la soledad de la madrugada contemplando la inmensidad del cosmos y en como las decisiones de los hombres afectan una esfera tan limitada y a la vez tan particularmente accesible. Cada vida es un conjunto de acciones que afectan esa vida y la de aquellos alrededor. Mientras el resto del planeta sigue su curso y toma sus cursos de acción sin aparente referencia a los actos ajenos. Nuestro planeta, del mismo modo se mueve sin afectar en nada el resto del inmenso y desconocido cosmos al cual miramos a través de nuestra enorme ventana nocturna.
Al amanecer sigue soplando duro pero no avanzamos tanto como en días anteriores. Hemos descubierto que a la altura de Suriname existe una corriente que nos juega en contra y probablemente nos reste media milla a cada hora. Mientras miro la carta y leo Paramaribo, me parece increíble estar tan cerca de estos “paisitos” que mi hermano y yo observábamos con curiosidad y hasta extraño respeto ( por lo raros y por lo pequeños ) en el mapa que colgaba de la pared de nuestro cuarto en Uspallata 780. Estamos pasando cerca de esas capitales extrañas que nos gustaba observar en el mapa grande de la pared y me doy cuenta como la navegación a vela no será veloz pero nos provee de una visión distinta del espacio que habitamos. Es comparable a la experiencia de caminar en una ciudad. La velocidad mas lenta nos deja apreciar y contemplar de un modo que el automóvil o el avión nunca lo permitirán. Me acuerdo del cuento de Borges en el cual el mapa creado en escala uno a uno con la región representada era el mejor mapa posible pero a su vez era un mapa imposible de leer.
Al medio día mi hermano descubrió unos filetes de dorada que quedaron escondidos en la heladera. Los hizo fritos con una tortilla de papas, que a pesar de su buena voluntad se pego toda a la sartén.
Luego del almuerzo reemplazamos el cabo del enrollador, pero mantuvimos el genoa enrollado dado que el viento era demasiado para utilizar la vela de proa. El Tremebunda avanzaba bien con la trinquetilla y las dos mayores. En esta etapa las reparaciones necesarias eran una alteración en la rutina que no solo venían bien para evitar el aburrimiento, sino que además se hacían indispensables para poder continuar navegando a buen ritmo.
Se suponía que mi padre se acercaría al barco de un conocido en Key Biscayne que tenia una radio de onda corta a bordo para poder hablar directamente con nosotros sin hacer el puente con Zarate. Intentamos a las siete en la frecuencia acordada pero no hubo caso: no escuchábamos nada. Era probable que las condiciones atmosféricas no fueran las adecuadas, dado que al día siguiente nos enteramos que si estuvo intentando comunicarse con nosotros. Nuestra comunicación no seria tan efectiva como la de los celulares de hoy en día, pero sin duda era mas romántica y menos costosa.
DIA 66: Millas recorridas 140 – Velocidad promedio 5.85 nudos