Se que hay gente que cree en que esta realidad en la que vivimos es creada por nuestra voluntad y es tan solo una representación de nuestras conciencias. Yo en verdad no se si esta versión de la realidad sea factible, pero si lo es de seguro nosotros no sabíamos como acceder a ella. Desde la noche anterior, en la que nos dormimos escuchan silbar a las drizas contra los mástiles de la Treme , teníamos la esperanza de que en este día el viento cambiaria. Era casi una esperanza probabilística. Si hacia ya dos días y medio que el viento soplaba por sobre los 20 nudos desde el norte, era probable que algo cambiara para que la intensidad o la dirección del viento nos fuera mas favorable. Pero todo este preámbulo ya les estará dando la idea de que nuestras esperanzas se desvanecieron con el amanecer. El viento seguía pegándonos duro desde el norte. Barajamos la posibilidad de salir a enfrentarnos con el norte y su marejada.
Las decisiones a bordo se toman dándole varias consideraciones. Es un proceso que tiene poco de veloz y mucho de contemplación y evaluación. Decidimos esperar al mediodía. Era muy posible que como todos los mediodías en las zonas costeras el viento amainara. Era una cuestión de cómo se comportan las masas de aire en verano cerca de las costas. Se supone que en la mañana la tierra esta fría en relación al océano y que el viento sopla desde la costa hacia el océano. Este no era el caso dado que estaríamos siendo afectados por una baja presión al sur nuestro que atraía el aire de una alta presión que estaría en medio del Atlántico y un poco al norte nuestro. Igual era probable que cuando la tierra se calentara lo suficiente el viento rotara un poco o amainara. El problema es que este efecto es mas acentuado cerca de la costa pero una vez que uno se encuentra ya mar adentro el viento predominante vuelve a soplar por el efecto de los centros de alta y baja.
Es curioso como siempre me atrajo la meteorología pero nunca le dedique un estudio serio. Leí muchos artículos y algún que otro libro. En travesías como la nuestra la meteorología es tan básica como la matemática al físico o la teoría musical al compositor. Uno puede navegar sin saber nada de ella, pero el saber provee una ventaja que rara vez sea innecesaria.
El viento seguía soplando y con Eduardo tomamos una decisión. Íbamos a salir, como sea. No íbamos a quedarnos un día mas en Cabo Frio esperando que calme. Tal vez esta condición podía mantenerse por un par de semanas en la zona y al salirnos de ella la condición cambiaba. Otra vez la meteorología nos decía que si nos movíamos del lugar los vientos irían cambiando.
Al mediodía sentimos una muy leve merma en el viento. Tal vez el viento no había bajado pero nosotros quisimos creer que si lo había hecho. Eduardo soltó la amarra de popa y le dio marcha adelante al Tremebunda. El cabo de fondeo parecía una cuerda de violín, el barco avanzaba muy lento contra el viento así que le grite a Edu que le diera mas maquina. El motor nos ayudo a avanzar los cuarenta metros hasta donde estaba el ancla tipo Bruce que una década antes había fundido Eduardo en su fabrica del oeste bonaerense. Eduardo no solo era el compañero ideal para este viaje sino que es una de las personas mas ingeniosas que he conocido. Varios de los artículos que nos ayudaron en la travesía fueron creados y en muchos casos diseñados por el. En cierto modo el era tan crucial como mi voluntad para la realización de este viaje.
El ancla Bruce de Edu era muy buena en agarrarse a los fondos fangosos, lo cual la hacia muy segura, pero al mismo tiempo la hacia muy difícil de sacar cuando había estado soportando fuertes tirones como lo había hecho en los días anteriores.
Finalmente el ancla se soltó y yo pude rápidamente acomodar el cabo en la caja de anclas de la proa. La maniobra me había agotado pero había que ponerle ganas porque apenas estábamos saliendo. Volvimos a pasar entre las piedras con mucho cuidado y nos despedimos del Forte São Mateus, que esta vez nos quedaba por estribor.
Sonreímos como diciendo tácitamente que el viento no estaba tan bravo en la bahía, pero habría que esperar a salir del resguardo de la punta como para sentir que tan fuerte estaba.
En diez minutos pudimos sentir la realidad. Teníamos el viento exactamente en nuestra proa y mi cálculo es que soplaba por encima de los 25 nudos. No nos quedaba otra que darle duro al motor. Así y todo el viento nos frenaba bastante y la marejada pegaba duro contra la proa. Cuando uno navega a vela el barco se adapta mejor a las olas, como si el Océano aceptara que uno se aproveche de su amigo el viento par recorrer su superficie. Pero a motor la historia es diferente. El barco batallaba contra las olas y sabíamos que esta batalla no iba a cesar hasta que el viento no cambiara. Pero el viento no cambio.
De todos modos nuestra determinación pudo mas y al rato ya estábamos acostumbrados a las pantocadas del barco contra las olas de frente.
No estábamos muy lejos de Cabo Frio cuando en un instante tanto Eduardo como yo pudimos ver algo sorprendente que no volveríamos a ver en el resto del viaje. Como unos 80 metros adelante nuestro un gran tiburón salto por el aire, suponemos que intentando atrapar una presa. Yo supuse que era un pez grande pero Eduardo que tiene mas experiencia de pesca me aseguro que eso era un tiburón seguro. No se porque pero este breve evento me dio una mezcla de satisfacción y angustia. Por un lado sabia que estábamos en medio del reino salvaje. Aquí el Océano mandaba y en cada ola que golpeaba nuestro casco se nos recordaba de este hecho. Por otro lado sentí que ese fantástico espectáculo natural que se repetirá día a día en la lucha incesante entre los predadores y sus presas hubiera carecido de nuestra asombrada observación si no hubiéramos tenido la cuota de coraje que necesitábamos para salir a enfrentarnos con el mar.
Paso la tarde en este pantoqueo constante y sucedió lo inevitable: el engranaje improvisado que había fabricado Edu en Rio para el piloto automático se partió y no serviría mas. Hasta aquí llego la vida útil del piloto automático y me reconfirmo una sensación arcaica que todo nauta lleva adentro: si algo no es eléctrico mejor. Si es eléctrico algún día va a romperse y será en el momento mas inadecuado, como cuando estábamos navegando a motor con 25 nudos de frente.
De todos modos a causa de la intensidad del viento que nos pegaba a esa hora ligeramente desde un poco a estribor de la proa ( lo que en náutica llamamos, la una, como si fuera la manecilla de un reloj ) pudimos colocar el timón de viento para que mantuviera el rumbo firme. Y así seguimos todo el resto de la tarde.
Hablamos con Campana por la noche y le informamos a Julio que habíamos salido. El se encargaría de hacer llegar la noticia a nuestras familias. Sin nuestros amigos de la radio esta travesía hubiera sido un sufrimiento constante para nuestras familias, pero gracias a Julio García, Eduardo Lastiri y un par de personajes mas que ahora se me escapan de la memoria, pudimos no solo sentirnos acompañados, sino que además pudimos brindarle la sensación de seguridad a nuestras familias. Cada noche mi padre marcaba nuestra posición en un atlas. Este Atlas hoy lo tengo en mi escritorio y muestra la dedicación que un padre puede ponerle a un hijo.
Llego la noche y recuerdo que cenamos algo liviano. Probablemente un arroz con arvejas que era una de las especialidades de la casa. Un manjar para dos hambrientos navegantes listos a pasar la noche en batalla contra el mar.
RUTA DIA 34