El viento era muy suave y venia del norte. Decidimos partir igual y parar en Porto Belo ( unas 30 millas hacia el Norte de la Isla de Santa Catarina ). Era hora de dejar atrás a Florianópolis.
Nuestra partida demorada sembraba dudas en las mentes de nuestras familias. Eduardo, Daniel y yo teníamos la convicción plena de que teníamos que seguir dando pelea. Después de todo, recién estábamos comenzando esta travesía. Sentía como si el barcotuviera un alma propia que nos contagiaba su entusiasmo al espíritu de su tripulación. En cierto modo es como si hubiésemos actuado como un médium de una travesía que el Tremebunda tenia adeudada desde que mi padre decidió dejarla en Zarate en el ‘93.
La satisfacción de pasar por debajo de los dos puentes que unen la isla con el continente era desmedida en cierto modo. Calculo que la forma mas fácil de describirlo es simplemente decir que me hallaba feliz. Sabia que podríamos seguir nuestro rumbo. Veía la ruta por delante sin saber lo que nos aguardaba pero con la convicción de que el deseo de la nave era en verdad el deseo propio.
En cierto modo este viaje era certeza e incertidumbre a la vez. Hoy me doy cuenta de que así será el resto de mi vida. Sabemos para donde vamos pero no sabemos como es ese futuro que tenemos delante, en que puerto acabaremos.
El viento no nos ayudaba a avanzar, pero al menos había calmado en intensidad en relación al día anterior. Era un día diáfano y el sol pegaba con intensidad sobre la cubierta rugosa del barco. Sin embargo el calor no se notaba tanto debajo de la toldilla gris que colgaba de la botavara del mástil de popa. Íbamos dejando atrás la isla y a estribor podíamos ver las playas en las que tantos argentinos vacacionan cada año: Jurere y Canasvieiras. Recuerdo haber pasado por ellas con mis padres en los ochenta cuando vacacionamos un par de veranos por estas latitudes. Estas praias eran las favoritas de mi tío Miguel y de tantos otros argentinos que las elegían como destino de vacaciones cuando el cambio era favorable.
A media tarde pudimos ver desde el océano las playas de Bombas y Bombinhas. Mas gente vacacionando que ya a esa hora buscaba refugio de la lluvia que se avecinaba tras esas nubes negras en el horizonte cercano. Antes de llegar a la punta de Bombinhas se largo el anticipado aguacero. Era tan intenso que perdimos toda la visibilidad. Durante esta etapa desde la salida del Iate Clube estábamos utilizando el piloto automático Autohelm ( no confundir con el timón de viento que construyo Eduardo con los planos que le proveyó Daniel ). En medio de la lluvia, como era de esperar, se rompió uno de los engranajes del piloto y hubo que mojarse para llevar al Tremebunda a mano hasta nuestro destino parcial en Porto Belo.
Estábamos muy cerca de la punta de Bombinhas pero no podíamos verla. El GPS nos decía que estábamos demasiado cerca pero aun no veíamos la costa y el ecosonda nos decía que había suficiente agua para pasar.
Un minuto después pudimos escuchar la cercanía. El ruido amenazante de la rompiente era claramente distinguible y de inmediato enfilamos la proa hacia el norte. Estuvimos muy cerca de pegarle a las rocas que rodean la punta en forma de corona. El susto de esa rompiente tan cercana aun me dura.
Tanto el Tremebunda como nosotros sabíamos que esta no hubiera sido forma de acabar este viaje tan planificado. Imaginar el barco roto contra las rocas de la punta me da escalofríos aun hoy. Es muy fácil cometer errores cuando la visibilidad es muy poca. Aprendimos la lección para el resto de la travesía.
La Treme paso el examen y nos llevo hasta la seguridad y el resguardo de una de las bahías mas hermosas en las que haya fondeado.
Llegamos hasta aquí guiados por la narrativa de Daniel, quien nos había anticipado datos sobre la belleza natural y el resguardo pacifico de la Caixa D’ Aço. Como siempre, las palabras no alcanzan para describir la estética de la escena natural.
Anclamos en medio de la Caixa esperando que el viento rotara en nuestra terca remontada de la costa del Brasil. La paz de este fondeadero me hace pensar en la perfección de la naturaleza que nos rodea y nos da sustento. Es un lugar para quedarse ad infinitum, peroel barco y yo nos habíamos puesto un rumbo a seguir: hacia el norte.