Nos levantamos sabiendo que nos tocaría un día de descanso en Cabo Frio. El viento del norte seguía aullando fuerte y nos confirmaba que la decisión de haber entrado con casi nada de luz natural el día anterior había sido la acertada. No es seguro fondear en aguas abiertas y sobre todo cuando el viento supera los 20 nudos.
La entrada angosta del dia anterior. Las piedras parecen mas amigables desde la costa.
Eduardo y yo nos bajamos para ver que era lo que había en Cabo Frio. Ninguno de los dos teníamos demasiadas expectativas y la verdad que fue agradable la sorpresa. Nos encontramos con una ciudad de veraneo simple. La playa la teníamos a menos de doscientos metros del barco y comenzaba justo en la punta del faro que nos había guiado hasta la entrada el día anterior.
La entrada desde arriba del fuerte.
La amarra que nos habían dado de cortesía era parte del Iate Clube de Rio de Janeiro y el faro del que les hablo estaba montado sobre un antiguo fuerte de escala reducida al que entramos ni bien lo vimos. Desde el agua se había visto como una fortificación menor pero al verlo desde tierra entendimos que este era otro mas de los fuertes que seguiríamos viendo como resabio del Portugal colonialista.
Puente para ingresar al Forte Sao Mateus
Para ingresar al Forte São Mateus había que cruzar un mínimo puente dado que el fuerte se encontraba sobre un peñasco separado apenas unos metros de la punta de la bahía de Cabo Frio. Al subirnos pudimos ver el Tremebunda descansando las millas que tenia encima. El agua del rio venia de la Lagoa de Araruama, la cual era bastante extensa según lo que me dice el satélite de Google.
El Forte por adentro
La recorrida por el fuerte fue rápida. Vimos los antiguos cañones y entramos a los sectores autorizados. Nuestra misión era ver que había allí y no tomar una clase de la historia colonial del Brasil. Volvimos por el puentecito que desembocaba justo en el comienzo de la Praia de Cabo Frio. Empezamos a caminarla como si estuviéramos de turistas. Nos mimetizamos bien con nuestra remera blanca y los shorts de baño. Todos descansaban al sol y algunos ( como nosotros ) hacían el ejercicio de caminar mirando gente. Fue lindo relajarse y salir de la rutina del viaje por un rato.
La playa desde las piedras
Pero como toda caminata de playa, llega el punto en el que uno decide dar la vuelta. Media hora mas tarde estábamos en el Tremebunda almorzando algo. Conectamos la radio para ver si escuchábamos a alguien. Nuestros amigos de Zarate y Campana aun no estaban conectados así que dejamos la actividad para mas tarde.
Dormimos un rato dado que el viento seguía aumentando y bajo ningún punto de vista saldríamos a batallar los 30 nudos de proa que estaban aguardándonos detrás del cabo. Al salir del sopor de la siesta camine por la rambla con Eduardo en otro paseo turístico que derivo en compras de mas víveres para la siguiente etapa. En cada parada nos tocaba pensar que faltaba y que nos seria esencial. Dentro de nuestra memoria de navegantes había fallas y aciertos, olvidos y rememoranzas, pero al fin el surtido de alimentos de el Tremebunda había iba ido cambiando desde nuestra partida. Sin dudas ya a esta altura nuestra alacena era mas brasilera y los alimentos se iban simplificando en cierto modo. Así como no estábamos para aprender de historia, tampoco el viaje era un curso de cocina o una exhibición de platos exóticos. Se comía lo necesario para seguir adelante. En puerto uno podía darse algunos lujos adicionales como la mermelada, la fruta fresca o el pan. En alta mar, el océano nos dejaba comer lo cual es bastante.
El comienzo de la praia
Hacia el fin de la tarde escuchamos por radio la famosa Ronda de los Navegantes conducida por Rafael desde las Islas Canarias. Hoy no se si este servicio a los trotamundos a vela siga existiendo pero recuerdo la compañía que significaba escuchar historias de otros navegantes en otras latitudes a través de las semanas. Rafael desde Canarias les brindaba un pronostico del tiempo y les tomaba la posición por seguridad. Un fenómeno.
Luego pudimos al fin comunicarnos con Julio en Campana quien iba a telefonear a nuestras familias para avisarles que estábamos bien. La verdad es que estábamos de puta madre.