Dia 28: Copacabana

Aprovechamos la mañana para volver al Tocorime en busca de asistencia técnica. Durante nuestra visita del día anterior Eduardo había notado la cantidad de herramientas y maquinas con las que contaban a bordo en la sala de maquinas. Era nuestra oportunidad de poder reforzar el timón de viento con algunos puntos de soldadura adicional que le darían la fuerza para tolerar el abuso de las millas que teníamos por delante. Nuestro amigo nos recibió de modo efusivo al vernos y una vez mas se presto para ayudarnos en la soldadura. No recuerdo exactamente que pieza fue la que reforzamos pero nos sentimos bien productivos y mas seguros al hacerlo. Creo que también usamos un torno manual que tenían a bordo para ajustar la pieza de lavarropa y hacerla calzar en el piloto automático. Antes del mediodía podíamos considerarnos realizados: el Tremebunda estaba listo para partir. Me gustaría poder recordar el nombre de este personaje barbado que tanto nos ayudo durante nuestra estadía en la Marina da Gloria. Recuerdo su cara y su entusiasmo como si lo tuviera aquí enfrente de mi pantalla.

Tampoco recuerdo que almorzamos pero si que por la tarde decidimos ir de paseo. Era mi primera vez en Rio y no era cuestión de desaprovecharlo. Cruzamos una vez mas la plaza Paris para tomar el autobús que nos llevaría hasta Copacabana. Era una visita de turismo obligada. Lo que mas recuerdo del trayecto es la alta velocidad a la que transitan los autobuses. Mas de una vez nos miramos con Eduardo como dudando si este seria el fin de nuestro viaje, pero obviamente sobrevivimos la instancia del viaje en autobús para llegar hasta la playa mencionada en tantas bossanovas.

Copacabana

Caminando por Copacabana

El ambiente en Copacabana era plenamente turístico con cientos de artesanos intentando subsistir a base de sus productos hechos a mano. Las veredas clásicas en blanco y negro le dan un toque especial a muchas aceras a lo largo del país. Alguien nos dijo que era un símbolo de la integración de la razas en Brasil. No se que tan cierto sea, pero sin duda se respira un clima de integración que no he visto en otras partes del planeta. El odio racial y la falta de integración que se respira en casi todos los Estados Unidos y muchas otras partes parece ausente en Brasil. Por supuesto que hay gente que discrimina y las oportunidades no son iguales para todo el mundo pero hay algo de la actitud general de la gente que hace pensar que en este país se hacen menos diferencias.

razas

Las clásicas veredas en blanco y negro de Copacabana. Un simbolo de la integración racial.

Recorrimos la playa y las calles aledañas. Me quede pensando como cada lugar tiene algo de especial, aunque no sea famoso a través de canciones. Nos volvimos en otro autobús de “alta velocidad” cuando ya había anochecido. Una tarde de paseo por las veredas de la integración. Una praia famosa y un lugar menos para conocer en el globo.

Dia 19: Itapema

El clima húmedo de la tarde anterior se mantuvo. Era un amanecer nublado y sin viento en esta bahía con forma de cabeza de ajo. El agua verde de la bahía parecía un espejo, un detalle de belleza adicional para este paraíso.

Decidimos esperar allí un día mas, ya que al día siguiente se pronosticaba la llegada de un frente del sur que nos ayudaría a sumar millas hacia el norte. No tenia sentido salir a pelearnos contra la corriente y abusar del motor una vez mas. Como siempre, la paciencia de saber esperar las condiciones adecuadas para partir son uno de los elementos principales de la ecuación para llegar del modo mas seguro al destino elegido.

itapema

Desde este “muelle pirata” comenze mi recorrida de memoria por Itapema

Por la tarde decidimos dar un paseo en barco a través de la bahía de Itapema. Cruzamos en línea recta desde Porto Belo hasta llegar a la villa que los pescadores usan como base de su sustento desde hace muchas décadas. El día seguía nublado y sin viento. Pegue un salto para bajarme en un muelle desde el que partía un “barco pirata” que pasea turistas. El Tremebunda con Eduardo al timón se volvía para Caixa D’Aço. Era extraño ver el barco con el que crecí alejarse a través de la bahía.

Entonces comencé un recorrido por la memoria de mi infancia. Allí en Itapema habíamos vacacionado con mi familia dos temporadas seguidas a fines de los ‘80. La memoria espacial es mas precisa de lo que uno percibe. Los edificios no me eran familiares, pero de algún modo me sentía capaz de caminar hasta ubicar la casa de los Medeiros-Cervi. Esta familia brasilera había hecho amistad con mis padres en Barcelona una década antes y nos abrió las puertas de su casa de veraneo durante nuestra visita. Tuve la esperanza de poder encontrarlos. Después de todo estábamos en época de vacaciones en Brasil.

Pesca

Canoa de pescador de Itapema. Todas las mañanas salen temprano.

Caminando por la playa llegue la desembocadura de un arroyo que me resultaba conocido. Para cruzarlo había un puente y es allí en ese puente peatonal donde la memoria geográfica volvió a mi: la casa se encontraba a orillas de este arroyo, como a dos cuadras de la playa. Camine por la rua paralela al arroyo sin poder reconocer nada. De pronto vi la casa que estaba buscando. Estaba un poco distinta, como si la hubieran remodelado, pero allí era donde por primera vez me había enamorado, donde concebí tal vez el sueño de volver un día en barco.

Los dueños de casa no estaban, y según pude entenderle a un vecino, se habían ido ese mismo día a la mañana hacia Curitiba, donde residían el resto del año. Igual me alegro mucho el haber encontrado la casa de los Medeiros-Cervi. Les deje una nota que los tomaría de sorpresa algunas semanas mas tarde y me fui de vuelta caminando hacia la misma playa en la que habría corrido, nadado y comido tantos milhos cocidos hacia ya quince años.

Era de noche ya cuando tome el autobús hacia Bombinhas, tras una larga caminata por la arena. Con mis pasos llegaba la reflexión sobre el paso del tiempo y la incógnita sobre ese futuro incierto que me aguardaba en Miami.

Llegue a la Caixa D’Aço utilizando el mismo instinto de ubicación que me había servido para ubicar la casa horas antes. El autobús me había dejado en un camino de tierra a varios quilómetros de donde se hallaba fondeada la Treme.

El método del grito demoro unos minutos en surtir efecto pero logro su cometido tras varios intentos. Eduardo se acerco remando suave con esa sonrisa de lado que denotaba una felicidad similar a la que yo mismo traía desde Itapema. Estábamos cumpliendo el sueño. Teníamos motivos para sentir esa felicidad demorada, que como toda felicidad es inconstante. Esa noche estaba a nuestro lado y el sabor de su compañía era tan Dulce como el Suco de Cana que había probado en Itapema de chico.