Dia 42: Salvador

Durante la madrugada decidí prender el walkman y tratar captar alguna radio FM. Por momentos logre escuchar el portugués de Bahía, que en cierto modo sonaba diferente al acento del sur con el que estaba mas familiarizado. La brisa del noreste nos dejaba avanzar lentamente y yo meditaba acostado en la banda de babor. Tenia puesta unas ojotas que me iban a acompañar toda la travesía. Me las había dado mi padre en mi viaje anterior a Miami. Eran la apropiación de lo ajeno y la vez el regalo obligado. Durante estas noches pensaba mucho en mi familia y en lo difícil que seria para ellos tolerar esta incertidumbre.

Salvador de Bahia visto desde el agua

Salvador de Bahia visto desde el agua

Tanto Eduardo como yo nos sentíamos seguros en el mar, pero a la distancia esta seguridad incierta genera insomnios y ansiedad. Lo notaba en el tono de mis padres al hablar por la radio en puente a través de Zarate o Campana. Lo cierto es que cada vez nos acercábamos y estábamos casi a mitad de camino.

Como a las cuatro lo desperté a Eduardo y me fui a dormir. Después de pasar tantas semanas a bordo, el proceso de irse a dormir y la comodidad relativa del barco no tenían comparación. Es como cuando uno ve a un indigente durmiendo en un banco de plaza: a uno le da pena y piensa en lo duro que será dormir allí, pero el indigente en cuestión disfruta del sueño tanto como el bebe en su cuna o la princesa en su alcoba real.

Eduardo me despertó como a las once. Ya podía verse la ciudad de Salvador. Teníamos los dos ya muchos deseos de llegar. Era una ciudad que nos la habían pintado como mágica y la teníamos ahora al alcance de la vista. El viento era tan tenue que tuvimos que cubrir las millas que faltaban a puro motor. Mientras nos íbamos acercando aprovechamos a doblar las velas y enrollar el genoa.

Llegamos justo al mediodía a la marina donde nos esperaba Daniel a bordo del Cenizo. Como no había lugar en las marinas nos tuvimos que amarrar a una boya. Eduardo reconocio el casco rojo del Cenizo amarrado en otra boya. Desde allí remamos con el inflable hasta llegar al barco de Daniel.

Golpeamos el casco y desde adentro emergió Daniel con su efusividad. Fue un lindo reencuentro, dado que el había sido parte de la primera parte del viaje y pienso que contribuyo en mucho a que esta aventura se haya desarrollado tan bien.

Nos invito a subir y tomamos algo a bordo. No teníamos ninguna intención de volver al Tremebunda, pero hubo que hacerlo para bajar los artículos necesarios para la ducha. No lo he mencionado hasta ahora, pero nuestro barco no contaba con ducha y la llegada a la civilización principalmente significaba la llegada al agua corriente y la merecida y necesaria ducha de agua fresca. El cuerpo se siente distinto sin la capa de sal que se le pega a uno tras días en el mar. Una limpieza fresca que lo renueva a uno.

Después de la ducha decidimos subir por los ascensores al sector del Pelourihno, que es la parte colonial y donde se pasean la mayoría de los turistas. Esta parte de la ciudad esta en lo alto y es curioso ver el sistema de elevadores públicos con los que cuentan. La primera impresión de esta increíble ciudad fue muy positiva. Nos pasamos recorriendo las calles hasta el atardecer. Recuerdo que nos tomamos unas cervezas y disfrutamos viendo la gente pasar. La vida en la tierra es muy distinta a la vida en el mar.