Dia 58: Fortaleza

Hoy llegaba Iñaki y decidí ir a buscarlo al aeropuerto. Antes del mediodía pregunte al guardia del Marina Park Hotel como llegar hasta donde llegaban los aviones. Me indico que había un bus que pasaba cerca y me llevaría en menos de una hora. Camine hasta la parada y cinco minutos mas tarde me hallaba sentado en la fila de asientos dobles del lado de la ventana. Imaginaba la ansiedad de mi hermano, quien tras catorce horas de vuelos y escalas debía estar cansado pero con la ilusión de este viaje tan esperado.

Llegue unos minutos antes de que arribara el vuelo desde Recife de la TAM. Desde el hall de llegadas espiaba a través del vidrio en ese ritual que miles de familiares, novios, amigos y taxistas repiten día a día en cada aeropuerto alrededor del globo. Las circunstancias cambian y las personas no son las mismas, pero en cada aeropuerto están planteados los dos bandos: los que esperan y los que llegan.

Cerca de las dos de la tarde lo vi a través del cristal y me sonrió como diciéndome al fin nos vemos. No nos habíamos visto desde la segunda operación de mi padre. La distancia que nos había separado durante una década no había sido suficiente como para distanciar la conexión que desde chicos siempre tuvimos. No era una conexión simbiótica, en la que uno necesitase del otro para existir sino que era mas bien la agradable conciencia de que allí a la distancia teníamos ambos un hermano con quien podríamos contar en cualquier circunstancia. Los goles que habíamos gritado juntos, las series de TV que habíamos compartido en la calle Uspallata y las miles de cenas. Volveríamos una vez mas a compartir la “cama marinera” como en nuestro cuarto del segundo piso, junto a las vías del Mitre. Esta vez la cama iría flotando sobre el Atlántico y el mapa no estaría colgando de la pared como en nuestro cuarto, sino que archivado en el disco duro de la laptop que el propio Iñaki me había conseguido para usar en el viaje.

A pesar de mi sugerencia de regresar en bus, mi hermano me convenció de que era adecuado y conveniente subirse a taxi. El venia de la civilización y del consumo, yo del agua y el ahorro marinero. Dos vidas distintas que se volvían a reencontrar.

Eduardo y yo en el Marina Park. La foto tomada por mi hermano recien llegado

Eduardo y yo en el Marina Park. La foto tomada por mi hermano recien llegado

Cabe reconocer que el taxi nos regreso al Marina Park mas rápido que el bus y allí nos reencontramos con Eduardo que nos esperaba a bordo. Comimos algo rápido, acomodamos los víveres y materiales del primer mundo que traía Iñaki en la valija y partimos hacia el puerto con la intención de dar salida en la Capitanía dos Portos, Policía y Aduana para estar listos a partir al día  siguiente.

El encuentro entre Iñaki y Edu en el Marina Park

El encuentro entre Iñaki y Edu en el Marina Park

El carnaval estaba en su momento mas álgido y nuestro intento de lidiar con la burocracia un día antes de lo necesario no iba a tener final feliz. La Receita ( Aduana de Brasil ) y la Capitanía dos Portos estaban cerradas. No podríamos despachar la embarcación y dar salida formal del país. La persona de guardia se había ido a comer y no volvería hasta dentro de dos horas. Preguntamos como se podría hacer dado que queríamos partir al día siguiente y el guardia nos informo que al día siguiente habría alguien mas de guardia pero que la operación normal recién retomaría en tres días cuando terminase el Carnaval.

De regreso hicimos una parada en la Avenida Beira Mar donde supuestamente las actividades carnavalescas estaban teniendo lugar, pero no supimos ubicar en que parte de la misma podía ser. Entonces caminamos un poco por la Beira Mar, nos dimos el lujo de una cena en restaurant acompañada de la ultima caipirinha brasileña. Casi todo estaba cerrado por el Carnaval así que cuando vimos un supermercado abierto decidimos hacer las compras para las mil setecientas millas que nos esperaban. Recuerdo la pregunta puntual de mi hermano:

–       ¿ Hay azúcar ?

–       Si, bastante…no te preocupes – conteste.

Con las bolsas de plástico cargadas volvimos al Tremebunda dispuestos a aprontar la nave para la etapa mas larga de todo este viaje. Cruzaríamos el ecuador y navegaríamos sin parar durante dos semanas. Yo estaba feliz de poder contar con mi hermano para compartir esta experiencia y sus ojos me decían que el también compartía esta alegría del reencuentro.

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