Dia 43: Pelourinho

Me levante tarde y Eduardo no estaba abordo. Me hice unos mates y me senté a tomar un poco de agua verde en el cockpit. Supuse que mi compañero estaría a bordo del Cenizo y que al rato volvería, así que me dedique a contemplar lo concretado hasta el momento: estábamos definitivamente avanzando hacia el norte y con mi compañero habíamos logrado conformar un equipo que lograba viajar en armonía, complementándonos día y noche. En resumen, podía ver como seguiríamos avanzando y resolviendo los problemas que se nos presentaran. Estoy convencido que si Eduardo no me hubiera apoyado acompañándome en esta travesía, de seguro no hubiera llegado muy lejos.

Eduardo regreso remando con buen ritmo como una hora mas tarde. El también se sentía realizado por el avance de los últimos 5 días. Había estado con Daniel y además se había encontrado con su amigo Pepe que navegaba en solitario a bordo de un Hunter 40. Además había aprovechado para llamar a su familia desde un cabina telefónica cercana. Yo haría lo propio cuando desembarcara.

Al rato baje para ir a hablar por teléfono con mi familia. Mi padre me pidió que llamara a Alberto Araujo, un amigo suyo que me prestaría dólares de color verde ( no marrones como los que me quedaban ). Hice el llamado a Alberto quien dijo que me encontraría en un restaurant donde estaría almorzando.

Fui al Tremebunda a arreglarme un poco. Me encontraría con gente de negocios y no era cuestión de ir como un zaparrastroso.  Hice lo que pude con la ropa semi húmeda que pude encontrar a bordo. Se notaba que era un vagabundo del agua, pero no me quedaba otra: tenia que ir a buscar el dinero que tanto necesitábamos para seguir.

Volví a la Avenida Da Franca para tomar un taxi. Llegue quince minutos tarde a la cita, pero estaba contento de poder encontrar a Alberto a quien en ese momento aun no conocía. Me recibió con los brazos abiertos y una sonrisa como si se tratara de su propio hijo. Estaba almorzando con Walter Mathis, un ejecutivo de Victorinox que lo visitaba por trabajo. Trate de ser breve pero igual Alberto insistió en que me sentara un rato con ellos y les contara sobre el viaje.

La vista desde arriba del Pelourinho

La vista desde arriba del Pelourinho

Regrese satisfecho al barco. Con la panza y los bolsillos llenos. Esta noche era para celebrar.

Al caminar por la marina vi que Eduardo estaba parado hablando con un hombre calvo. Me presento entonces a Pepe, su amigo argentino que estaba navegando en solitario hacia Europa y desde hacia un mes se hallaba estacionado en Salvador. Subí al Hunter para conocer el interior ( es algo que los marinos hacemos ). Pasamos un rato hablando e hicimos planes para la noche. Pepe y Daniel nos guiarían por el Pelourihno esa noche.

El elevador de Lacerda que comunicaba nuestra amarra con el Pelourinho

El elevador de Lacerda que comunicaba nuestra amarra con el Pelourinho

Como a las nueve subimos por los elevadores para encontrar un ambiente totalmente distinto al del día anterior. La fiesta estaba en marcha. Se escuchaba música en vivo por todas partes y pronto nos enteramos por que: la ciudad se preparaba para el comienzo de los Blocos de Carnaval al día siguiente. Los Blocos de Carnaval son el ensayo final para el Carnaval que se lleva a cabo en las calles y enfrente del publico presente. Muchos nos dijeron que los Blocos son mejores que el Carnaval en si, como si el ensayo fuera en verdad el espectáculo en si.

Fuimos por las callecitas hasta ingresar a un centro cultural donde cenamos y tomamos varias rondas de caipirinha y cerveza. El grupo que habíamos formado estaba feliz por el reencuentro y por la salida. Escuchamos la música y tomamos por un par de horas. Los muchachos se querían volver a la marina pero yo no me decidía a abandonar esta noche única. Decidí quedarme caminando por el Pelourinho que ya pasada la medianoche contaba con un ambiente de joda increíble.

Los despedí en la plaza 15 de Novembro que era el epicentro de la fiesta. Desde allí me decidí a adentrarme en las callejuelas donde parecía habitar el verdadero espíritu del Carnaval que se avecinaba. A dos cuadras encontré un espacio ( no se que palabra lo pudiera describir mejor ) en el que la música estaba sonando a tope y todo el mundo intentaba ingresar. Apretujado y en medio de mini empujones logre meterme a este sitio donde estaba tocando una de las Escolas do Samba que desfilarían al día siguiente. Un ambiente inolvidable.

La plaza donde me despedi de los muchachos - aunque la despedida fue de noche.

La plaza donde me despedi de los muchachos – aunque la despedida fue de noche.

Recuerdo que me puse a hablar con una morena alta que se llamaba Martha. Cuando termino de tocar la Escola do Samba la invite a tomar algo a un bar que se encontraba en esa misma cuadra. La verdad es que me pude dar cuenta de lo limitado de mi portuñol. No le entendía ni la mitad de lo que decía y no creo que ella me entendiera muy bien tampoco. Recuerdo, no se porque , que me dijo que no sabia nadar, lo cual me sorprendió bastante pero no impidió que la invitara a tomar algo. Dentro del bar en el que nos metimos también sonaba la música en vivo con un cuarteto improvisado de guitarras, pandeiros y cavaquinhos. La gente bailaba y cantaba mientras yo intentaba conseguir dos caipirinhas mas.

Ni bien pude volver al lado de Martha se nos acerco un morenito bajito que estaba ya bastante ebrio. Me pidió dinero para comprar un trago a lo cual le respondí que no podía ayudarlo. Casi no podía hablar con la chica por varios motivos: la música, mi falta de vocabulario y el morenito que cada dos minutos volvía a pedirme dinero. La situación se torno un poco densa dado que cada vez el morenito venia con mayor insistencia y con menos animo de amistad. Le pregunte a Martha si era cierto que aquí en Brasil a los locales no les hacia problema si veían a un estrangeiro falando con un meninha local. Me negó que tal realidad fuera posible: en cualquier parte del mundo los locales protegen a sus mujeres y no importa de donde uno venga, es mejor que no intente aproximarse a sus féminas. En su siguiente aproximación el morenito ya vino con una exigencia fuerte. Le tenia que dar dinero si o si. Le explique que ya me quedaba muy poco y que ese poco se lo iba a dar a la señorita para que tomara un taxi a su casa ( así no creía que quería apropiarme una de las suyas ). Mi respuesta no le convenció y con mucha cara de malo, desde su metro setenta me dijo:

–       Voce esta buscando a morte…

Yo me sonreí, como para no mostrar miedo, pero el miedo si me entro por la espina cuando le vi la cara a Martha. A ella no le había parecido nada simpática la amenaza y me pidió que nos fuéramos del bar.

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