Como era de esperar el día nos recibió con un cielo límpido y celeste. Salimos del Jurujuba Iate Clube antes de las ocho. Había que aprovechar todas las horas de luz posibles para llegar antes de que oscureciera hasta Cabo Frio, que se encuentra a ochenta millas del Corcovado.
La salida entre los gigantes morros me hizo quedar mudo por segunda vez. El Pão de Açúcar se despedía de nosotros sabiendo que no íbamos a volver. Nosotros también lo sabíamos.
La brisa era demasiado suave como para empujarnos a vela así que el motor volvió a cumplir su preponderante papel. A media mañana ya habíamos dejado atrás la urbe y casi no se veían vestigios de la vida carioca.
Decidí buscar mi vieja guitarra acústica, que venia viajando debajo de la cucheta de popa junto al resto de los instrumentos y equipos de grabación. Allí no solo iban mis instrumentos sino también mis sueños de triunfar como cantautor en Miami. Los instrumentos representan el sueño y las canciones la potencial realización del mismo. Uno escribe por necesidad, no por deseo.
Así que allí frente a las praias de Maricá me puse a escribir. Recuerdo que vino a mi como esas creaciones que uno parece recibir desde arriba, como dictadas por un ente al cual no conocemos pero al que si tenemos acceso por instantes
– I wonder, so slowly… across all my stories…
Empezaba la letra. La Yamaha Pacifica, plagada de cicatrices había sido afinada en Sol Abierto y los acordes que llegaron a mi eran básicos, pero de buena sonoridad a causa de la afinación especial que había elegido
– That always recall, what we had…
La creación es un misterio que atrapa a todos aquellos que se animan a ahondar entre sus demonios internos. De allí salen las letras mas intrincadas, personales y reveladoras. A veces uno solo se da cuenta del significado de una canción años mas tarde cuando la letra cobra una vida que antes parecía latente y dormida.
– And every time I think of you gives me pain…
Era una letra de amor, para nadie. No estaba inspirada en ninguna persona en particular. Tal vez era una letra para el futuro que me aguardaba, para la mujer que iba a conocer y no para alguna pasada.
Eduardo leía en el cockpit mientras el piloto automático pasaba su test inicial en su primera etapa desde la incorporación del repuesto de lavarropa.
La canción ya estaba lista. Se llamaría “Feel the same” y recien seria editada en mi disco Together del 2012. Las creaciones son como la vida misma: uno nunca sabe cuando cobraran vida o en que modo lo harán.
Paso la tarde entre la creación y el ocio. Nos aproximábamos a un paso estrecho entre las piedras que aun hoy recuerdo con gran emoción. Estábamos por cruzar a través del afamado Boqueirão en Arraial do Cabo
El paso entre las piedras gigantes nos ahorraría muchas millas en nuestro camino a Cabo Frio y además nos resguardaría de la marejada de mar abierto durante algunas millas. Al acercarnos al Boqueirão pudimos ver como el color del agua comenzaba a cambiar. Se tornaba de un azul profundo a un turquesa transparente que daba la sensación de estar flotando. Otra vez la imponente pasada entre grandes formaciones rocosas pero esta vez solo separadas por unos 70 metros. Esta entrada ponía los pelos de punta por su belleza natural y la cercanía de las rocas.
Una vez dentro del Boqueirão podíamos ver el fondo de arena blanca. La profundidad allí seria de menos de diez metros pero parecía que uno podía meter la mano y tocar el fondo sin problemas. Las paredes de piedra rodeaban esta olla de arena y agua turquesa dándole un toque prehistórico y salvaje.
Avanzamos en menos de media hora a través de este refugiado sector hasta comenzar a ver las playas de Arraial do Cabo a babor. Parecía una ciudad apacible a lo lejos, pero teníamos planeado llegar hasta el Puerto con mayor abrigo en esta zona: Cabo Frio. El viento comenzó a hacerse sentir tras salir del refugio de los peñascos de piedra. Sentíamos el viento norte intensificarse justo en nuestra nariz. Solo nos quedaba la opción de seguir a motor hasta el puerto que nos esperaba sin saberlo.
Ya el sol caía sobre la costa cuando vimos la playa, aun con turistas de la ciudad de Cabo Frio. Enfilamos hacia el antiguo faro el cual ya se había encendido. Habíamos leído en algún derrotero que llevábamos a bordo que la entrada no era nada fácil, pero dada la intensidad del viento no nos quedaba otra que entrar a puerto. Hubiera sido peligros fondearse con tanto viento frente al faro.
Cuando estábamos a solo 100 metros del faro comenzamos a ver la entrada entre las rocas puntiagudas. Era una pasaje que imponía respeto. Casi no quedaba luz pero teníamos que entrar si o si. El canal de entrada no tenia mas de 25 metros de ancho y las piedras se veían peligrosamente cerca. Yo estaba en la proa dándole indicaciones a Eduardo que timoneaba el Tremebunda con precaución a la mínima velocidad que nos permitía mantener el control de la embarcación para no irnos sobre esas rocas filosas. El paso duro menos de un minuto pero nos crispo los nervios a los dos. Las ráfagas de viento ya llegaban a casi 30 nudos y sabíamos que el amarre no seria sencillo.
A solo doscientos metros vimos un par de cruceros fondeados con la popa atada a una empalizada de cemento armado. Intentaríamos la hazaña. Pusimos la proa a unos cuarenta metros de la pared y allí tire el ancla a fondo. La distancia hasta el fango no era mucha y debía ir soltando el cabo de fondeo de a poco ya que el viento nos empujaba contra la pared. Poco a poco el cabo estiraba y lo íbamos soltando de a poco sin apagar la maquina. Fue un amarre impecable, probablemente el mas complejo que nos tocaría en la travesía, pero lo habíamos logrado. El Tremebunda ya podía contar a Cabo Frio entre los puertos a anotar en su bitácora.
RUTA DIA 31