En medio de la madrugada el viento que tanto nos había ayudado para salir de Santa Catarina se agoto. Volvimos a encender el Volvo y con el amanecer divisamos Ilhabela.
Daniel, nuestro asesor de puertos, sugirió hacer una parada fugaz para reaprovisionarnos de combustible. Ni A Eduardo ni a mi nos pareció mala idea. Estábamos agotados de timonear por turnos desde la rotura del timón de viento. No estaría de mas tener un poco de combustible extra y descansar un par de horas amarrados a algún muelle.
Al entrar por el canal de Ilhabela nos encontramos con una neblina leve que daba a la costa un toque fantasmagórico que se evaporaría con la llegada de los primeros rayos de sol, cuando ya se veía el puerto comercial de cargueros. Antes del mediodía llegamos a la ciudad de Ilhabela, donde nos encontramos con dos hermanos argentinos que conocían a Daniel. Nos amarramos a su velero que se encontraba en una amarra de cortesía de el Yatch Club Ilhabela. Ellos estaban también navegando el Brasil en su propia versión de nuestra aventura náutica.
La parada no duro mucho ya que queríamos llegar a Angra lo antes posible. Nos despedimos de los hermanos y salimos hacia el norte a motor. El viento ya nos había abandonado por completo y la calma era total. No recuerdo cuanto tiempo paso, pero todavía veíamos Ilhabela a nuestras espaldas cuando el motor volvió a fallar. Al igual que antes de llegar a Florianópolis, tartamudeaba funcionando en un cilindro nada mas. No era la voz usual de nuestro fiel Volvo. Estaba como titubeando entre el buen funcionamiento y el cilindro empujador. Saltaba de uno a dos y a veces a los tres cilindros en marcha. No podíamos creer que la misma falla nos volvía a visitar. Nos acordamos de Gaucho, de los dólares manchados y de toda su familia, a la cual nunca llegamos a conocer personalmente.
Se hizo de noche y nuestra velocidad era apenas la mitad de lo que podríamos avanzar si el Volvo hubiera estado funcionando a pleno. El avance era tedioso así que decidimos atar la rueda del timón con un par de cabos y cada cinco minutos corregir el rumbo si hacia falta. Ya nadie quería timonea a mano y menos aun yendo a este paso de tortuga.
Seguimos con paciencia hasta que en medio de la madrugada divisamos la claridad de las luces de la ciudad de Angra dos Reis.