Otra vez

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Dos días mas tarde, mientras me encontraba sentado tranquilamente en el baño, note algo que logro alterarme, me di cuenta que lo que no podía ser, parecía estar ocurriendo. Me levante sobresaltado. Lo estaba oyendo… otra vez.

De forma casi inaudible, podía  percibir el chillido nuevamente. No era claro y presente como antes de los bastonazos, pero eso lo hacia aun más molesto e intolerable. Era  cierto, había matado al grillo, pero no al chillido que volvía por primera vez a perseguirme. Quizá los tres bastonazos no habían sido suficiente, o quizá no puedan matarse los gritos, los chillidos y las quejas que nos siguen siempre donde vamos.

Es cierto que era algo casi imperceptible y se notaba que era como si algo lo estuviera tapando. Comente a buscar su origen en forma desesperada, en armarios y cajones, pero el chillido no cesaba; permanecía constante y espaciado. Revolví de arriba a abajo mi casa no acostumbrada a ese desorden caótico de la búsqueda de grillos.

Luego de horas decidí abandonar la búsqueda. Evidentemente no había grillos en mi casa. Entonces me di cuenta de que pensándolo bien si había. Había uno aplastado detrás del lavarropa. Pense que tal vez debería haberlo retirado tras su muerte apretada contra el mosaico, pero no lo había hecho y por esto el chillido me perseguía por entones. Inmediatamente fui por una pala, corrí el lavarropa y allí estaba, tal como lo había dejado dos días antes: aplastado. Lo retire con temeroso respeto y lo arroje en una bolsa. Luego esta bolsa dentro de otra, y esa otra por la ventana, nueve pisos para abajo.

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