La tormenta

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Una tormenta se avecina y me quita del sopor. No son los cuarenta grados ni el clima húmedo, es algo mas que me adormece. Al despertar me doy cuenta de un triste hecho: he estado horas escribiendo sobre un pasado que ya no existe, sobre un ser que ya no soy.

La tormenta refresca el aire y la atmósfera se carga de electricidad. Estas diferencias de presión, estas masas de aire con temperaturas variadas y disimiles, estas gotas que con ira golpean el cemento como si le retrucaran, como si supieran que les impide el paso hacia la tierra reseca que aman y añoran. Todo me da fuerza. Me incorporo, abro la ventana y respiro hondo, me mojo un poco. La reja me impide ir del otro lado; y en momentos como estos creo que no debe ser muy difícil volar, pero la reja me lo impide.

Que lastima que esta tormenta venga justo ahora y no cuando Víctor colgaba de mis pies en el balcón. Me imagino su desconcierto si en vez de caer hubiera volado. Que risa de solo pensarlo. Puedo verlo a Víctor azorado ante mi vuelo ágil.

Cuanto pagaría por cambiar el orden del tiempo, por estar encerrado hace diez años y volar desde el balcón logrando un escape triunfal.

Cuanto daría por dominar el clima y el segundero de un solo minuto. Pondría arco iris por doquier y los segundos de trabajo durarían una décima de los de descanso. Cuanta ilusión…

Cuanto se lleva el tiempo.

Y cuanto ilusiona el encierro.

Pero sé que lo merezco y que no pudo ser de otra forma. Porque esta escrito, diría ella.

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