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Imagino lo que hubiera pasado sin mi encierro. Mi opción fue inteligente. ¿Para que salir? ¿Para que ir a la montaña? Si todo estaba allí, adentro mío.
El grillo, de algún modo, había logrado despertarme. De toda la pesadilla, de la muerte y del balcón, del idilio que tuve por ella. Por fin.
Imaginaba que algún día me la cruzaría por la calle. Quizá sonreiría y me recordaría en algo a Víctor, o quizá no. Quizá ella también lo hubiera olvidado, aunque no creo. Claro que este encuentro nunca pudo darse tras mi encierro.
Hoy supongo que estará lejos, seguramente casada, pero eso no importa. Lo importante fue olvidar a Víctor y a su macabro juego de encuentros y rodeos. No verlo mas en plazas y esquinas ni oír resonar su risa imaginada en otros. Mi imaginación llegaba lejos en mis salidas previas al encierro, así que no estuve errado al dejarme atrapar. Es mas sano el encierro, que una libertad tan caótica que me guía al delirio y al crimen. Por otra parte, es más apacible. Mi celda no tiene recuerdos. Mi antiguo hogar, en cambio, esta plagado y de seguro en su vacío solitarios resuenan cientos de grillos que hoy deben de habitarlo. Mi salida no les impide el canto, ni la usurpación que ya había perpetrado aquel grillo mártir. Y su canto aislado aun puede oírse desde aquí lejos, con cada recuerdo que intento borrar en el papel. Porque el papel lo aguanta todo y yo ya no puedo callar.
Muchos años llevo adentro. Me envían todo lo necesario. Podría decirse que estoy bien atendido. Yo recibo. Ellos firman. Niego o asiento, da lo mismo, igual no puedo salir. Creo que al final ha sido muy provechoso el encierro, que intento perfeccionar con este pilón escrito a medias. Al menos parece que logre olvidar a Víctor casi por completo; salirme de su obsesión, pero no del todo, porque debía narrarla.
Víctor no ocupó mi cabeza en estos años, tampoco ella, ni aquel encuentro casual en la plaza. Fue mas bien el detonante de todo lo que me condujo a este encierro, el que me mantuvo pensando y pensando todos estos años. El grillo. Si, él fue mi única compañía en esta soledad del encierro. Con el se hicieron más breves (y más desesperantes) los días y las horas. Ahuyentar ese chillido de mi cabeza fue costoso, pero necesario para comenzar a escribir esta historia. Desde otro cuarto, con otros olores y otra vista diferente, todo se percibe en forma diferente.