La acción y su elección

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Lo prohibido. Sé que el tema de mi vida anterior al grillo era este.

Durante estos últimos años de encierro ha sido otro: la acción y su elección.

Hoy desde otro puesto, vuelvo a reflexionar, ya sin la presión del grillo, sobre ambos; y conformo un tema nuevo, que me dirige mas claramente hacia lo que espero encontrar: las elecciones prohibidas.

Revise toda mi vida, desde chico. Reconocí una suerte de pasión por lo prohibido, mas aun por las elecciones que no podía realizar, las que estaban vedadas. Siempre sentí una atracción especial por el peligroso camino de las elecciones prohibidas. El gusto de la adrenalina me confirma que lo prohibido es esencia pura y tiene un gusto diferente al resto de las cosas que hacemos.

Sabemos que elegir da libertad, pero elegir lo prohibido es diferente: una libertad animal, más instintiva si se quiere. Y siempre me sentí atraído por esa libertad sin limites, ese ser que desde adentro nos empuja hacia lo que no se puede. O mejor dicho hacia lo que no se debe, ya que lo que no se puede es por definición, imposible. Sin embargo, muchas veces escuchamos que tal o cual cosa no se puede, cuando sabemos perfectamente que nada nos impide hacerla. La imposibilidad solo radica  en algún imperativo de tipo moral, que no es otra cosa que un fantasma, un producto ilusorio de nuestras mentes hechas de conveniencia y autoengaño.  

De chico

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Era callado. Solitario.

Y tenia un rasgo detestable: le caía bien a la gente.

Como alguna vez dijo mi madre: “ es imposible enojarse con él”. Claro que esto era mentira, ya que todos se enojaban conmigo alguna vez. Como cuando traje dos manzanas podridas del mercado, cuando perdí el dinero que llevaba para pagar una cuota, cuando rompí el tocadiscos (aunque haya sido con una buena intención). Pero no fue en vano, ya que todos esos enojos quedaron bien registrados. Hoy guardo muy bien el dinero. Pienso que los escondites son mucho mejores que los bancos y sus cajas de seguridad para guardar el dinero, y cuanto más obvios mejor. Además me fijo muy bien, antes de comprar manzanas o cualquier otra fruta, que no tengan ningún rasgo de putrefacción mediata. El tocadiscos aun se conserva sin reparar.

Es cierto que aprendí mucho de chico, pero si no aprendí mas fue por esa maldita simpatía no premeditada que aprendí a sostener, pese a mis falencias de carácter.

La mayor parte del tiempo estaba solo. No recuerdo bien que hacia. Creo que pensaba… si, pensaba mucho, de una forma que otros gustan llamar ensueño. Quizá la mejor forma de vida, el autoengaño mas dulce.

Los años de inocencia no son tales. En realidad solo son años en los que el ensueño todavía esta a nuestro alcance. Esta capacidad de ensoñar, es una de las tantas cosas que uno deja sin saber bien porque. Así sucedió conmigo.

No sé en que momento deje de ser chico y comencé a ser grande, pero sé que no tuvo que ver con la edad, sino con la circunstancia. Porque creo que no hay edades para madurar. Mucho menos para olvidarse del más  maravilloso don que poseemos: el sueño en vida.

Por esos años fui armando historias que nunca redacte. Imaginándome reinos y tierras que no existen. Ideando planes imposibles. Así fue mi niñez. Con una soledad tan rica que aun hoy desde esta celda añoro. Porque era una soledad distinta. No era una de cuarto vacío, de una cama sola y un plato en la cocina. Era, mas bien, una soledad de aventura, superior a todo el resto. Una soledad que compartía con mi mismo en la cotidianeidad de la vida de otros.

Recuerdos tengo muchos, casi todos lindos: música, siempre música; los pies sobre la mesa; el whisky de mi padre y el silencio mas lindo que haya oído. Dos ojos entre tristes y comprensivos, que no podían tener la maravilla que yo nunca fui. Ahora lo pienso, el silencio fue un rasgo central de mi niñez, que aun hoy me domina. Porque es verdad que puedo hablar cuando quiero (y de hecho puedo hacerlo en forma bastante agradable), pero soy un tipo mas bien callado.

Debo admitir que crecer no fue fácil para mí. Quizá para nadie lo sea, pero tampoco podría decir que fue difícil. Decirlo seria un insulto para quienes, con infancias traumáticas, aun subsisten. Siento que crecer fue un trance, un recorrido hasta mi ser actual. Era entonces, en potencia, lo que hoy soy en actos.

El idealismo era ensueño.

La tolerancia era respeto, aunque no tanto.

El libertario era entonces un rebelde silencioso, de incógnito. Un rebelde con ejercito propio, con armas letales y un comando sin fronteras.

El rebelde silencioso

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El Comando Abuelo Negro fue formado en 1989. El rebelde era su jefe, fundador y único soldado. Su primera medida fue declararse en rebeldía ética. Nada estaría mal visto dentro del Comando, porque no podía haber reglas, ni sublevaciones ni juegos de poder, sin un ejercito numeroso y estable.

El Comando, de raíz libertaria, dio comienzo a sus actividades en un muy ámbito privado: dentro del propio ser. Puesta en marcha la revuelta, ya no hubo vuelta atrás. Abuelo Negro, en esencia anarquista, contaba con una metodología básicamente incendiaria. Brindo importantes aportes al arte callejero de protesta y al escándalo barrial de aquel tiempo, operando a lo largo de toda una década. Se dice que no sirvió de mucho el adoctrinamiento y la tortura, ya que Abuelo Negro debió disolverse por causas que no van a explicitarse. Pero al menos hoy se sabe que tuvo un propósito, porque sirvió como preparativo y como causa.

Sublevación ética, revolución sexual, apatía política y descreimiento generalizado eran los ideales del Comando, que aun hoy creo conservar con el mismo espíritu. Aquello no fue en vano. Nada lo es si uno se detiene a meditarlo.

Recuerdo con especial claridad una tarde de verano. El Comando operaba por entonces en baños públicos, realizando pintadas anarquistas y marcas de fuego en las puertas de acceso a los lavabos. Lo recuerdo muy bien. Me encontraba en plena operación cuando entro un joven al baño. Me paralizo su mirada, tan limpia y atemorizante. Fue como una puñalada, que aun hoy llevo.

De esta forma conocí a Víctor y más tarde, por medio suyo, a ella.

Mi parálisis duro dos segundos, y cuando intentaba retirarme cruzo la pregunta:

-¿Por que escribís?

-No te importa- conteste velozmente intentando una huida casi infantil.

Sin dudarlo, me volteo de un puñetazo. Ni bien pude incorporarme, me hizo notar que esa no era forma de contestar a una pregunta amable, y sonrío extendiendo su mano.

Así era Víctor, ambiguo. Cálido y tenebroso. Sutil y desenfrenado. Valiente e inseguro. Incomprensible para mis sentidos.

Así fue siempre… hasta el fin.

Su numero

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Por dos meses no volví a verlo. Una tarde de Marzo, antes del comienzo de clases lo cruzé por la avenida. Iba con una chica más joven que el de la mano. Era ella. Lo mire, pero pareció no reconocerme. Yo en cambio no podía olvidarlo: su rostro agudo, su mirada penetrante y su ambigüedad que lindaba con la incoherencia absoluta. Fuí por la misma vereda preguntándome como seria ser inolvidable. Dos cuadras mas adelante me tocaron el hombro por detrás. Dos cuadras… cuanto espacio.

-¡Sos vos!- me dijo Víctor sonriendo.

Unos metros mas atrás ella avanzaba tímidamente.

Víctor me preguntó si el Comando seguía haciendo pintadas, a lo que asentí con la cabeza.

-Excelente, tengo planes- dijo mientras me entregaba un papel.

-Llamame, a la noche.

Evidentemente era su numero.

El plan

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Toda esa tarde me quede pensando en el plan de Víctor. ¿Que seria? ¿Se trataría acaso de una revuelta mayor? Pero… por qué me había preguntado por las pintadas. Tal vez me precisaba para algún tipo de campaña. Pero… campaña de que.

Víctor no sabia que el Comando Abuelo Negro estaba integrado únicamente por mi persona. Tal vez creyera que se trataba de una organización masiva y, posiblemente mis años de trabajo y mis kilómetros pintados le hubieran hecho creer que éramos cientos de rebeldes silenciosos.

Por otro lado, debía resolver a que hora de la noche era propicio hacer el llamado. No sabría que decirle, si apenas lo había cruzado un par de veces en circunstancias fortuitas (o no tanto). Pense en no llamarlo… pero que ocurriría si volviera a encontrarlo casualmente o si me buscara hasta encontrarme. Probablemente volvería a darme otro puñetazo o quien sabe,  me miraría con esos ojos duros y enigmáticos hasta hacerme llorar.

Lo resolví: seria mejor llamarlo. A las diez. Una hora justa y prudente.

Aguarde nervioso. Las horas frente al teléfono se hicieron largas, pero más largas fueron las concatenaciones de frases usuales y palabras útiles que mi mente sugería para iniciar la conversación. Finalmente, a las diez menos cinco, opte por la siguiente: “Buenas noches, se encontraría Víctor, por favor…” Era amable, sin excesos ni frialdad. No podía fallar.

Diez en punto hice el llamado. Del otro lado, una voz femenina contesto. Supuse que era ella  y repetí la frase que había escogido.

-Víctor no esta, pero llegara pronto. ¿Quién le habla?

Me costo responder.

-Soy… un amigo. Después lo llamo- y corte abruptamente, como con miedo de que alguien descubriera el plan… ¿pero que plan? No lo sabia, pero tenia la certeza de que ese plan existía y de que Víctor me lo confiaría en cuanto lo volviera a llamar.

Diez y media sonó el teléfono. Cuando atendí, no podía creerlo, era la voz de Víctor. ¿Cómo sabía mi numero si yo no se lo había dado? Aun hoy no se como fue que hizo para llamarme.

-Me dijo mi mujer que llamaste- (pero como sabia ella quien era)

-Me alegró que tuvieras en cuenta mi propuesta.

Balbucee alguna respuesta azorado por la sorpresa del llamado.

No recuerdo bien los diálogos que mantuvimos, pero si el final de aquella charla:

-Nos veremos. No te vas a arrepentir de haber llamado.

Quizá esa haya sido la única frase errada que yo haya oído de labios de Víctor, aunque tal vez no fue un error sino una forma de convencerme.

El Comando, capaz pero sin proyección, hallo en Víctor una fuerza para darle impulso; mas razón de ser.

En un primer momento no logre comprender el plan, pero no me importo, porque era mejor tener un plan que no tener nada. Además, sabia que este seria el comienzo de una nueva etapa.

Y tuve razón… bastante.

Nadie es víctima de su destino

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Al día siguiente me encontré con Víctor por la mañana. Habían pasado menos de doce horas desde nuestra charla (o debería decir su monologo) en el teléfono. Y allí estabamos, frente a frente a frente. Yo con su mirada clavada, como aquel día de verano en el baño; intimidado, tal vez, por su presencia. Víctor comenzó a hablar. En unos quince minutos pudo exponer la fase inicial de su plan, la única que yo sabría y la única para la cual iba a necesitarme, según dijo aquel día. Siempre me pregunte porque tuvo que aclarar de antemano que mi servicio a su causa seria solo temporal y limitado, pero no recuerdo habérselo preguntado.

Años mas tarde me di cuenta  de que sencillamente no había otra etapa. Su plan concluía en la fase uno, con mi actuación inútil y punto. Creo que invento la existencia de otras etapas para no otorgarme poder en la decisión. Si así fue, hizo bien, porque de haber sabido que el plan contaba con solo una etapa, no hubiera accedido a los requerimientos de Víctor. Recuerdo que en esos tiempos, de planes y de practicas, soñaba con las etapas futuras aunque nunca me haya atrevido a preguntar sobre ellas.

Creo que no fui enteramente una víctima. Nadie es víctima de su destino. Acaso Víctor fue solo un medio de algo más grande e incomprensible; una forma de llegar a ella. ¿Y ella? No sé, tal vez haya sido otro medio; un camino mas seguro para llegar a la locura; para oír al grillo adentro una vez ya muerto; para encerrarme y no volver hasta esta pagina; para salir y descubrirme tal como soy o como siempre quise y nunca pude.

La última pintada

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Me cansé. Pensar en Víctor es extenuante para mí. Trae recuerdos poco gratos para mí, de ilusiones perdidas, de una época más feliz y, tal vez, mas libre. Si, era mas libre por entonces. Aunque viviera en familia, respetando las reglas las normas y simulando ser simpático. Tenia una apertura mental que los años me quitaron.

Antes, todo estaba bien, nadie era enjuiciable ante mis ojos. Pensaba que cada cual debía llevar su vida según más le convenía. Por eso pintaba ANARQUIA en los baños de los bares y del colegio. Tales incursiones del Comando seguían fielmente las directivas de su líder: mi subconsciente abrumado. Entonces era más ingenuo, más crédulo y menos repugnante de lo que soy hoy.

Recuerdo que la ultima pintada trajo gran revuelo al barrio. En un terraplén, a la vuelta de mi casa, pinte con letras negras:

LA IGLESIA AYUDO A LOS NAZIS

LOS NAZIS MATARON A SEIS MILLONES DE JUDIOS

LOS JUDIOS NO EVITARON LA MUERTE DE JESÚS

PREFIRIERON A BARRABAS

LA HISTORIA NO CONTESTA CON METÁFORAS

CONTESTA CON MUERTE

Que revuelo inútil. Que poco creía en esas palabras totalmente absurdas que tanto escándalo trajeron. El Comando festejo extasiado. Las vecinas, en cambio, se reunieron para vigilar el vecindario de la amenaza inmoral. El poder de la palabra es inconmensurable. En adelante, no pinté más.

Nueve y veinte

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Nos encontramos nueve y veinte. El plan me seria develado mientras fuera transcurriendo, y en la medida que fuera necesario. En cada paso se me fue informando sobre mis tareas asignadas. Solo éramos Víctor y yo. Supuse que esperábamos a alguien más. Le pregunte al respecto y contesto simplemente que no, que no hacia falta más gente para lo que íbamos a hacer. No sabia que me esperaba, y esto me ponía bastante nervioso. Tan solo llevaba mi aerosol negro en la mochila, tal como Víctor me había instruido.

Caminamos por la avenida mas de diez cuadras hasta que Víctor se detuvo frente a un banco.

-Es acá- dijo.

-Acá, que…

-Entremos, vos seguíme- completo sin contestarme.

No sabia de que se trataba, pero lo seguí.

Víctor se paro en medio del salón y me miro sonriendo. Entonces saco un arma de su bolsillo y disparando al techo grito bien fuerte:

-¡TODOS QUIETOS, ESTO ES UN ASALTO!

Al día siguiente me levante con cansancio. Serian las dos de la tarde.

Había corrido mucho. Eso sí, estaba sano, ni un rasguño. Todo aparecía borroso en mi mente y los eventos del día anterior se entremezclaban y parecían parte de un sueño incomprensible del cual no lograba despertar. Recordaba disparos, vidrios rotos y horas al trote. Un profundo horror me invadió entonces al sentir la traición en carne. Y el recuerdo, repentinamente se volvió en mi contra.

No sabia que hacer. En aquel momento solo una cosa ocupaba mi cabeza:

Ella debía estar esperando.

Alguien debía haberla llamado ya para avisarle… ¿pero quien?

Al fin, tome coraje y me decidí a llamar al numero que me había dado Víctor. Saque el papel, que aun conservaba en mi bolsillo, y disqué. Su voz atendió del otro lado. Se le oía preocupada.

-La señora de Víctor… – fue lo primero que se ocurrió, ya que esta vez no había frase preparada y no sabia como llamarla.

-Sí, soy yo- contesto presurosa.

Le dije quien era y con la mayor calma posible comencé a explicarle que algo no había salido bien y que debía saber que Víctor no volvería a su casa por un tiempo. Su voz, se torno más temblorosa.

-Pero… ¿qué paso?- preguntó ella, con la poca prisa que se tiene para ir a un velorio.

No supe que decir: la verdad, como tantas otras veces, no era propicia.

-Usted no se preocupe. Yo le aviso cualquier novedad- y corte abruptamente la comunicación.

Sola

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Imagino su desesperación en el silencio de una casa sola, vacía sin Víctor, y ella tan joven e indefensa. Quizá no estuvo bien lo que hice… no, no estuvo nada bien… pero, alguien tenia que avisarle. Avisarle que, si no le había dicho nada.

Un remordimiento aun mayor toco mi frente. No podía dejarla así. Volví a llamar.

-Señora, soy yo, otra vez.

-Ah, si… – contesto como si hubiera estado esperando mi llamado.

-Tengo que hablar con usted.

-Sí, claro…

-Pero, personalmente.

-Bueno.

A todo contestaba atónita, como un artista con fraseo limitado. Le pedí su dirección. A pesar de que no era cerca, decidí ir caminando, para despejarme.

Como decirle…

La traición no era lo que me mas me preocupaba, sino el anuncio, la noticia ignorada. Tal vez ya se había enterado por algún otro medio, lo cual me aliviaría la tarea. Pero si sabia… ¿por qué se quedo atónita cuando la llame por segunda vez? Pudo haberse guardado lo que sabia para poder cobrar venganza en nombre de su querido Víctor. Pero no parecía violenta, ni tenia aspecto de una mujer maquiavélica y fabuladora… seguramente no sabia nada. Pobrecita, tan sola, tan joven. Pense en hacerle compañía mientras fuera necesario, aunque no considere que tal vez deseara estar sola.

Seguramente estaba acostumbrada a Víctor, tal vez enamorada de él.

Acostumbrada, enamorada. No supe distinguirlo en los meses que siguieron.

Llegue a la puerta indicada. Parecía pequeña la casa, pero digna. Por un minuto permanecí inmóvil ante el timbre y cuando logre decidirme, me abrió de golpe antes de que pudiera alcanzar el botón del timbre.

-¿Porque no tocaba?-

Era curioso que nos tratáramos de usted, ya que según mis cálculos debíamos tener una edad similar.

-Perdón, estaba verificando que fuera esta la casa- me excuse de modo infantil.

Me invito a pasar. Nos sentamos en unos sillones viejos que estaban cerca de la entrada. La casa se veía bastante revuelta. Mas que mi cuarto, mas que mi mente, si es que eso era posible.

Permanecimos en silencio, ninguno de los dos quería comenzar. Ella por no saber y  yo por no contarle. El silencio se torno insoportable.

-Bueno, señora yo…

-Marina, me llamo Marina.

-Está bien, Marina, yo quise venir a contarle… lo que paso.

Pero, que había pasado… Ni yo mismo lo recordaba bien. Los ojos de la pobre chica se agrandaron como si aguardaran una revelación misteriosa, pero yo solo podía referirle los hechos de un pasado reciente, que nos marcarían para siempre.

Instantes, de esos que te cambian, hay pocos. El asalto fue uno de ellos, tanto para ella como para mí.

Mas adelante supe que Víctor lo tenia todo planeado desde mucho tiempo antes. Marina lo había oído mascullando ideas, que nunca le eran develadas por completo. Pero todo estaba en un cuaderno. El viejo cuaderno naranja, bajo llave en el escritorio de Víctor. Una semana después de mi visita a la casa decidimos abrirlo. Marina sabia donde Víctor guardaba la llave, pero nunca se había atrevido a usarla. Según me dijo su miedo superaba a la curiosidad. Pero ya no había porque temer…

Con la lectura ardua de las anotaciones jeroglíficas de Víctor, pudimos develar muchos misterios acerca de su autor, del verdadero plan, de sus obsesiones y secretos recónditos. Descifrar su letra nos llevo un buen tiempo. Era pequeña, retorcida y llena de símbolos, para abreviar.

Todo lo había planeado, hasta el ultimo detalle. En su cuaderno estaba todo previsto… todo menos su fin, que nos empujo a descifrar los códigos del cuaderno. Si todo lo planeado hubiera salido bien, el cuaderno no hubiera sido leído nunca. Tal vez era parte del plan…

Nuestros encuentros fueron diluyendo el dolor, y aunque Víctor ya no estaba, pude arrancarle en contadas ocasiones una de esas sonrisas que iluminan el ambiente y llenan de frescura a la persona que las porta. También se diluía la culpa, sobretodo la mía. Me pregunto porque  habré sentido tanta culpa, si el desarrollo de los hechos me fue ajeno (eso lo sé con certeza) y además no había sido mi plan sino el del propio damnificado. Pero esto no podía calmarme, ni aliviarme de mi culpa. Para eso estaba ella.

Los encuentros, cada vez menos esporádicos, fueron transformándose en una necesidad para mí.

La primera semana fui dos veces.

La segunda tres.

La cuarta cuatro y la quinta todos los días.

En adelante no podía pasar un día sin ir a verla.

Casi siempre los encuentros eran a las seis (cuando ella salía de trabajar) y se prolongaban hasta bien entrada la noche. Habían pasado ya dos meses cuando me di cuenta de esta necesidad enfermiza de verla; de la excusa de la muerte y  de mi escozor ante la idea del desnudo.

No había pasado nada entre ella y yo, ni siquiera nos tuteábamos, pero dentro mío había algo. Algo había cambiado en mi interior y no se como expresarlo en una hoja, ni en mil, ni en una montaña surcada por ríos de color azul.

Nunca supe que le pasaba a ella. Solo vislumbre su tristeza, y por allí pude adentrarme. La grieta del pasado me cedió el paso y yo me instale cómodamente, como esos huéspedes que uno no espera pero terminan haciéndose necesarios y agradables. En su interior cómodamente instalado, pude conocerla, saberla bien o eso creí por entonces.

Supe con los días que era de la provincia, que había llegado a los catorce para trabajar en una casa bien. Supe también de su pasado familiar, y hasta llegue a conocer a una prima que la visito en una ocasión.

Me parecía  extraño que nunca hubiera tenido contacto con su familia durante el tiempo que la visite. Estaba tan apartada que en cierto modo, se asemejaba a mí, al menos en esto. Del campo hablaba poco. Mas hablo de Víctor y de su relación con él. Lo había conocido a los dieciséis, en una plaza cerca de donde trabajaba por entonces. Me contó varias veces que el día que conoció a Víctor fue bastante particular, climatológicamente hablando; “el sol rajaba la tierra y en diez minutos… paf, se cayo el cielo”. Y Víctor supo estar.

La debe haber visto mojada, debajo de un árbol y servicial se habrá acercado para ofrecerle un abrigo o un paraguas para que se cubriera. En adelante se vieron todos los días en el parque, según dijo ella, y el resto es historia reciente.

Cuando escuchaba su voz, se la oía embobada con “los días del parque”. Víctor también supo entrar, pero por otra grieta.

El sustituto perfecto

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En alguna medida, yo era un sustituto perfecto, natural. Adecuado a su necesidad: callado, protector, comprensivo. Así debo haber sido. Así intentaba ser, al menos. Pero no era. No podía ser, ya que no había conocido a Víctor lo suficiente. En realidad sentía como si lo hubiera conocido en profundidad, pero esta ilusión era producto de mis charlas con ella, en las que pude ver a Víctor endiosado, un ídolo hecho carne para una chica de provincia.

De seguro Víctor no era exactamente así. Callado, se habrá guardado los insultos. Protector, habrá soportado sus caprichos y comprensivo, habrá escuchado una y otra vez sus relatos provincianos. Pero nada habría de importarle, porque ella era tan linda que a nadie le importaba. A mí tampoco, y en cierto modo, yo debía ser como Víctor, capaz de soportarlo todo por hacer más llevadera esta soledad incurable; todo por estar cerca.

Por eso era un sustituto perfecto. Estaba ya entregado.