Prologo

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Sería un buen proyecto.

Comenzar con estas frases y años mas tarde, bajo este pilón, realizarme. Sueño en noches por delante, con este mismo pilón en dos pedazos; como toda buena historia: lo ya escrito y lo a escribir.

Lo que más me atrae de este proyecto es que parece ser imposible (aunque sé que no lo es). Si el fin es escribirlo, bastan la paciencia y la dedicación. Si el fin es conectarme con el sujeto que quiero ser, requerirá de mucho mas que paciencia y de una dedicación que uno solo pone para sí.

Idealizo el proyecto.

No habrá límites ni espacio.

No habrá tiempo ni colores vanos.

Solo letras de un mismo color, unas tras otras, recorriendo este pilón que aún se encuentra intacto.

Quizá desborde incoherencias, pero pienso que al fin todo ha de cerrar, de algún modo misterioso. Basta hacer la prueba.

Y a escribir, que falta tanto.

 

El Grillo

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Ya lo tenía adentro desde hacía dos noches. Su chillido incesante pretendía mantenerme insomne por tercera vez. Pero no iba a soportarlo, ya no podía hacerlo.

Tome linternas y me decidí a encontrar el grillo. Con cautela escudriñe todos los cuartos. Pero con cada movimiento el chillido cesaba. Debía encontrarlo aquella noche. De todas formas, sabía que era mas útil la búsqueda que la insulsa y desesperante espera del amanecer.

Dos bolas en el horizonte. Una descendía temiendo que la otra la acusara de usurpadora. Al este y al oeste dos luces sobrias se extinguían. El grillo se había callado. Permaneció así tranquilo alrededor de una hora y media y cuando se decidió a retornar con su chillido opaco, yo me decidí a escapar. No podía ya escucharlo chirriar, con intervalos cada vez mas cortos, con la monotonía de una cárcel.

No me atreví a volver en todo el día. No sé por donde anduve, pero sé que era ya muy tarde cuando temeroso decidí regresar a mi hogar. Justo antes de girar la llave algo insospechado ocurrió. En el más absoluto silencio de la madrugada escuche la aterrante fricción de las patas del grillo. No pude controlarme. Retome la escalera bajándola de a tres escalones. Dos pisos mas abajo caí en forma estrepitosa, pero no me detuve. Una vez que me encontré fuera logre tranquilizarme. Todavía era de noche, así que decidí dormir allí  en la puerta del edificio.

Por la mañana me despertó el portero. Supuso que había perdido la llave, y no tuve otro remedio que asentir para no pasar por loco. ¿Loco? Si, eso hubiera parecido si aceptaba el haber sido desalojado por un grillo. Me hallaba afuera con el portero, que me miraba extrañado, a pesar de sus suposiciones erradas. Se ofreció a derribar mi puerta, quizá a cambio de una propina no requerida expresamente. Entonces fue necesario hacer uso de mis dotes histriónicas. Fingí un olvido, y salí corriendo por la avenida.

No sabía cuando podría regresar. Por lo pronto me encontraba sin hogar, en la calle, por un grillo. Sé que puede sonar extraño, pero nadie que haya escuchado ese incesante chirrido por tres noches consecutivas puede hallarse en estado normal. Creo haber dormido toda la tarde en una plaza. No recuerdo cual era, pero era bonita, agradable. Esa tarde tuve un encuentro fortuito, del que mas adelante tendré para hablar. Fue justo tras la siesta, cuando me disponía a partir hacia mi hogar. Hoy realmente dudo que ese encuentro fuera tan casual como me pareció aquella tarde. Pero ahora sigo, para que pueda entenderse mi historia, mi trágica verdad que tiene varias razones y diversos ángulos, pero una sola mirada basta para comprender mis acciones.

Cuando volví a la casa, ya era hora de cenar. Por suerte no encontré al portero…claro, era la hora de cenar. Iba subiendo, cuando a la altura del cuarto piso, me quede inmóvil. Me aterrorizaba la idea de volver a escuchar el chirrido del grillo al llegar  al quinto piso, o quizá mas adelante al llegar al sexto o al séptimo. El pánico me congelo en el tercer escalón del cuarto piso. Tuve que detenerme por  un largo rato, hasta que después de pensarlo bien, decidí tomar asiento sobre el frío mármol del cuarto escalón. Permanecí mas de dos horas allí sentado y todo daba vueltas en mi cabeza. Probablemente se hubiera ido, de forma misteriosa, como a su arribo. Pense en la posibilidad de volver varios días mas tarde, ya que según mis cálculos, un grillo no podía vivir tanto. Dos horas tarde en darme cuenta de lo insostenible de aquella situación: estaba sentado en medio de una escalera, con un olor a cuerpo bastante fuerte y sin comer desde el día anterior. Tome valor y subí los cinco pisos que me distanciaban del terror.

Entre violentamente, para evitar la parálisis del miedo.

Estaba allí esperándome. Seguramente había permanecido en silencio esperándome, todas esas horas, esperando; tanto o más desesperado que yo. Y ahora, tras el descanso y la espera, comenzaba nuevamente.

Un grito de pánico desató el desastre. Comente a destrozar todo con la intención de hallarlo, pero solo logre que chillara mas fuerte, hasta el limite de lo humanamente soportable. ¿Por que? ¿Porque a mí? ¿Que no había otros hogares con los cuales ensañarse? Estaba ya a punto de enloquecer cuando note algo asombroso: el chillido no venía de un lugar sino de todas partes. Era por eso que no podía encontrarlo. Sin embargo este efecto podía ser solo una ilusión, pero algo era seguro: ese grillo estaba adentro y de él debía provenir ese chillido (¿sino de donde?). Seguro.

Era cierto. Finalmente logre encontrarlo. La casa semidestruída fue testigo de esa búsqueda enloquecida.

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Bajo un fruto podrido, atrás del lavarropa, estaba esperándome, porque creo que ya estaba resignado cuando logre encontrarlo y sabia que iba a caer bajo mis brazos, como si me conociera de años y supiera de mis obsesiones y constancias.  Y permaneció inmóvil, como queriendo burlar al tiempo o saltear lo inevitable, ahora si en silencio ante mi mirada de triunfo y mi mano poderosa que lo descubría bajo el fruto. Él parecía entregado, pero  no me animaba a hacerle nada. No chillaba, ni intentaba un salto, ni siquiera un movimiento vano. Hubiera querido atraparlo para hacerlo volar por la ventana, enviarlo hacia otras sesiones de tortura en otras casas que necesitaran su chillido mas que yo. Pero no pude, porque era mi grillo y su chillido no tenía sentido para el resto.

Se me cayo una lagrima. Tome un bastón viejo de mi abuelo Negro y lo aplaste contra el suelo…tres veces, solo para asegurarme que no hubiera mas chillidos esa noche.

La lluvia

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Comenzó a llover, y con la lluvia vinieron los truenos. Hacia menos de veinticuatro horas que había matado al grillo de tres bastonazos, y eso no me hacia sentir nada bien. Pero… qué podía hacer. De algún modo debía recobrar mi vida. Y si debía optar entre la de él y la mía, claramente elegía la mía.

La lluvia me distrajo por un rato, ya que mi insomnio había vuelto.

Primera reflexión

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Ha muerto, y en manos mías.

No hay nadie a quien culpar, mas que a mí mismo

Me desperté sin lluvia, ya era tarde. Por algún motivo, nada parecía diferente. Sin embargo, algo faltaba: el chillido.

Me puse a pensar en el evento del grillo. Y no es casual que me haya detenido en un insecto, porque creo que en las minucias esta la esencia de los problemas que nos aquejan. A veces una sonrisa doble, o una palabra sin sentido pueden estar mostrando esos ribetes propios que creímos haber escondido en forma eficaz.

Por eso me puse a pensar en el grillo. ¿Por que lo mate? ¿Porque tres bastonazos, y no uno solo?… si con uno bastaba para matarlo. Un insecto que siguiendo su instinto conflictuó mi existencia. ¿Que podía significar esto?

Quizá mi enfermedad estaba ya avanzada por ese entonces, y el evento del grillo fue tan solo incidental, o si se quiere, un disparador pero nunca la causa última.

Muchos años viviendo solo, sin mas palabras que las propias.

Muchas compañías que dejaban soledades y muchos reclamos para mi oreja saturada.

Esas eran causas, aunque no suficientes.

Creo que poco a poco me fui convirtiendo en esto que soy.

Y no fue a partir del grillo, sino desde antes, desde chico quizás.

Otra vez

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Dos días mas tarde, mientras me encontraba sentado tranquilamente en el baño, note algo que logro alterarme, me di cuenta que lo que no podía ser, parecía estar ocurriendo. Me levante sobresaltado. Lo estaba oyendo… otra vez.

De forma casi inaudible, podía  percibir el chillido nuevamente. No era claro y presente como antes de los bastonazos, pero eso lo hacia aun más molesto e intolerable. Era  cierto, había matado al grillo, pero no al chillido que volvía por primera vez a perseguirme. Quizá los tres bastonazos no habían sido suficiente, o quizá no puedan matarse los gritos, los chillidos y las quejas que nos siguen siempre donde vamos.

Es cierto que era algo casi imperceptible y se notaba que era como si algo lo estuviera tapando. Comente a buscar su origen en forma desesperada, en armarios y cajones, pero el chillido no cesaba; permanecía constante y espaciado. Revolví de arriba a abajo mi casa no acostumbrada a ese desorden caótico de la búsqueda de grillos.

Luego de horas decidí abandonar la búsqueda. Evidentemente no había grillos en mi casa. Entonces me di cuenta de que pensándolo bien si había. Había uno aplastado detrás del lavarropa. Pense que tal vez debería haberlo retirado tras su muerte apretada contra el mosaico, pero no lo había hecho y por esto el chillido me perseguía por entones. Inmediatamente fui por una pala, corrí el lavarropa y allí estaba, tal como lo había dejado dos días antes: aplastado. Lo retire con temeroso respeto y lo arroje en una bolsa. Luego esta bolsa dentro de otra, y esa otra por la ventana, nueve pisos para abajo.

Al sol

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Me recosté en la cama del sol, donde este pega justo todas las tardes del año, cada día con distinto ángulo, esto es distinta intensidad. Ese día, las nubes me impedían la satisfacción plena. Porque no hay nada mas lindo que tenderse bajo el sol en un día templado. Pero siempre están las nubes, que son como una desilusion intermitente,  recordándonos que nada es tan perfecto ni tan placido. Y no es que este mal su sombra. Ahora nos queda cubrirnos y olvidar la luz del sol. Pero eso es imposible, una vez que la sentimos,  es la piel que necesita.

El bombardeo

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Pasaron horas y esa noche hubo estruendos. De color se iluminaron las paredes que otras noches esconden sus grietas en la penumbra. Y todo pareció diferente: al menos por tres minutos se quebró la monotonía de los viernes.
Imagine de pronto un bombardeo. ¿Cómo será encontrarse en una ciudad bombardeada? ¿Cómo será observar un espectáculo tan mortífero, tan formidable y macabro? Se me ocurrió que podía ser un juego al que juegan los gobernantes; y así se divierten. Es que a determinado nivel político todo debe aburrir.
Me quede mirando por la ventana. No sé cuanto tiempo paso. Tampoco importa. Pensaba en lo incierto del destino. Uno mismo intentando guiar sus actos de forma coherente, en medio de un mar de incoherencias colectivas. Sentí que comenzar un libro era como arrojar una hoja al viento: uno nunca sabe donde va a caer. No puede planearse todo: cada acto, cada solo, cada improvista situación. Hoy sé que quienes intentamos planear nos condicionamos. La experiencia que dan los años nos revela que la razón de nuestros actos no esta siempre a la vista. Por eso uno solo puede concluir en que lo que es hoy es producto de lo que paso ayer, pero mañana… quien sabe.
Ya estaba acostado. Mi cabeza era un sándwich. Literalmente. Me había acostumbrado a dormir con la cabeza entre dos almohadas y no podía dormir con solo una. Necesitaba de las dos o no dormía.
Quite la almohada de arriba, la tapa de ese sándwich de ideas inconexas que era entonces mi cabeza. Abrí los ojos y me quede mirando al techo. Sonó el timbre provocando ese sobresalto extremo que producen los ruidos inesperados en la madrugada. Eran las tres. Salte de la cama y cuando llegue a la puerta no había nadie. ¿Lo habría soñado? Eso parecía, entonces volví a la cama y a mis ojos clavados en el techo. Cuando estaba a punto de dormirme, volvió lo inconcebible, mi terror: el chillido otra vez. Pero era inconcebible ¿Por qué a esa hora? ¿Por qué a mí?
Me quede en la cama, tapado con la almohada-sándwich, tratando de aislar mi cabeza del chillido casi imperceptible. Decidí no levantarme bajo ninguna circunstancia; ni al baño, ni a tomar agua iría esa noche. Pasados unos minutos me anime y quite la almohada. El chillido ya no estaba, igual que con el timbre aquella noche. La resolución estaba tomada: debía cercionarme de que realmente no había mas grillos en mi casa. Mucho tiempo después logre comprender lo que sucedió aquella noche.
Me desperté temblando como a las seis. Desde la ventana todo parecía tranquilo. Me forcé a levantarme temprano, seria un día arduo. Comencé por juntar las pequeñas cosas que estaban en el suelo: camisas, broches, zapatos, muchos zapatos. Lo arroje todo al pasillo. Luego desarme todos los aparadores, metí en cajas cada recuerdo, y todo al pasillo. Una vez que termine con esto comencé a mover los muebles pequeños, los lleve hasta la puerta y allí mismo fueron desalojados temporalmente. Lo más difícil vendría después, con los muebles grandes. Intente la inútil tarea de moverlos, pero fue imposible. El cansancio estaba ya a punto de vencerme cuando oportunamente hizo aparición el portero.Extrañado miro el pasillo.
Debía darle una explicación, pero no me atrevía a decirle que estaba buscando un grillo que no me dejaba tranquilo. Así que invente una excusa. Creo haberle dicho que iba a pintar el departamento y enseguida se ofreció para ayudarme (por supuesto a cambio de alguna retribución). Tuve que agradecerle para no aceptar su ayuda, que por otra parte era innecesaria. (para que iba a necesitarlo en la búsqueda de algo inexistente). Solo le solicite que me ayudara a correr los muebles más pesados al pasillo repleto de mis cosas, tarea que conjuntamente concluimos en un breve periodo de tiempo. Decidí darle una propina generosa para que se fuera y no preguntara más. Ahora si, estaba vacio.
Todos los rincones, todos los cajones y armarios, cada recoveco fue escudriñado con paciencia. Pero nada. Todos los zócalos y las puertas. Las molduras y los rieles. Los taparollos, los marcos y hasta las rejillas. Me agoto aquella búsqueda, pero era necesaria. Inevitable.
Las obligaciones pasaron a un segundo plano. Durante un día y medio solo revise. El portero, en un tono inquisidor, pregunto varias veces por la pintura, para ver si hacia una changa. Debí esquivarlo aduciendo excusas inauditas y rápidamente retornaba a mi búsqueda. Con linternas, trapos, herramientas desarmé y revise todo, absolutamente todo.
Pero nada. No había grillos en mi casa

Todo a su sitio

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Recuerdo darme por vencido a eso de las seis de la tarde. Hacia calor, bastante. Sin embargo aquella noche dormí placenteramente. Trece horas de corrido.
Me levante con una parsimonia que hacia tiempo le envidiaba a algunos perros. Lentamente me dirigí a la cocina. Prendí el fuego. Algo me hizo apagarlo en forma casi inmediata. Me había parecido escuchar algo que resonaba en el apartamento, aun vacío. Me quede quieto, por un minuto. No había ruidos adentro, sin embargo me había parecido escuchar algo después de encender el fuego de la segunda hornalla. Pudo ser una frenada en la avenida, pensé para no alarmarme.
Después de saborear unos mates, comencé con la labor que sabia me esperaba. Tapar, atornillar, rearmar, devolver todo a su sitio.
Recordé a Víctor, y a su labor inconclusa. Todo debía volver a su lugar, como estaba antes. Siempre recuerdo con tristeza a Víctor. Tal vez por eso la tristeza comenzó a invadirme en esa antibusqueda, en ese ordenamiento tan absurdo que emprendemos a veces. Lo cierto es que en algún rincón había quedado olvidado. No sabia en cual, pero estaba, de seguro que estaba.
Reordenar puede haber sido una forma de reencontrarlo, de terminar su labor

Victor

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Víctor vivió siempre enfrascado, como con miedo, y ese era el rasgo que más desdeñaba de él. Mientras ordenaba me distraje recordándolo.

No era fácil para mí. Coloque todo en su sitio y me senté asaltado por el recuerdo. Todo era tan impreciso. Temía recordar a un Víctor que no era, que nunca había sido.

Sobrevinieron imágenes, escuchas, melodías. De otro tiempo vinieron a mí aromas, sensaciones 3D, como una suerte de alucinación no inducida, espontánea.

Por unos minutos, el espíritu de Víctor pareció estar de vuelta. Me di cuenta de que no había vuelto a nombrarlo desde entonces, como a esos cuentos a los que no se les recuerda final. En cierto modo así era, Víctor era una historia sin fin para mí. Hoy sé que como todo, debió concluir. En algún lapso irreconocible desapareció, o mejor dicho, se transformo en algo diferente. No sabría especificar bien cuando, pero el recuerdo me indica que fue  después del evento del grillo.

Estaba y no estaba. Entraba y salía.

Algo había cambiado en mi y sé que tenia que ver con el grillo o con su chillido agudo que no me dejaba descaso, aun después de su muerte bajo el bastón. Por un instante sentí que Víctor iba a dejar de ser un problema para mí y la solución estaba a mi alcance.

¿Por que  será que pasado cierto tiempo uno exige menos?

Se olvida, acaso. Reniega compromisos.

Víctor hubiera estado en desacuerdo.

El encierro

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Imagino lo que hubiera pasado sin mi encierro. Mi opción fue inteligente. ¿Para que salir? ¿Para que ir a la montaña? Si todo estaba allí, adentro mío.

El grillo, de algún modo, había logrado despertarme. De toda la pesadilla, de la muerte y del balcón, del idilio que tuve por ella. Por fin.

Imaginaba que algún día  me la cruzaría por la calle. Quizá sonreiría y me recordaría en algo a Víctor, o quizá no. Quizá ella también lo hubiera olvidado, aunque no creo. Claro que este encuentro nunca pudo darse tras mi encierro.

Hoy supongo que estará lejos, seguramente casada, pero eso no importa. Lo importante fue olvidar a Víctor  y a su macabro juego de encuentros y rodeos. No verlo mas en plazas y esquinas ni oír resonar su risa imaginada en otros. Mi imaginación llegaba lejos en mis salidas previas al encierro, así que no estuve errado al dejarme atrapar. Es mas sano el encierro, que una libertad tan caótica que me guía al delirio y al crimen. Por otra parte, es más apacible. Mi celda no tiene recuerdos. Mi antiguo hogar, en cambio, esta plagado y de seguro en su vacío solitarios resuenan cientos de grillos que hoy deben de habitarlo. Mi salida no les impide el canto, ni la usurpación que ya había perpetrado aquel grillo mártir. Y su canto aislado aun puede oírse desde aquí lejos, con cada recuerdo que intento borrar en el papel. Porque el papel lo aguanta todo y yo ya no puedo callar.

Muchos años llevo adentro. Me envían todo lo necesario. Podría decirse que estoy bien atendido. Yo recibo. Ellos firman. Niego o asiento, da lo mismo, igual no puedo salir. Creo que  al final ha sido muy provechoso el encierro, que intento perfeccionar con este pilón escrito a medias. Al menos parece que logre olvidar a Víctor casi por completo; salirme de su obsesión, pero no del todo, porque debía narrarla.

Víctor no ocupó mi cabeza en estos años, tampoco ella, ni aquel encuentro casual en la plaza. Fue mas bien el detonante de todo lo que me condujo a este encierro, el que me mantuvo pensando y pensando todos estos años. El grillo. Si, él fue mi única compañía en esta soledad del encierro. Con el se hicieron más breves (y más desesperantes) los días y las horas. Ahuyentar ese chillido de mi cabeza fue costoso, pero necesario para comenzar a escribir esta historia. Desde otro cuarto, con otros olores y otra vista diferente, todo se percibe en forma diferente.